Un estudio relaciona las experiencias que cambian la vida, como la sensación de nacer de nuevo, con la atrofia del hipocampo.
El artículo “Factores religiosos y atrofia del hipocampo en la madurez” de Amy Owen y sus colaboradores de la Universidad de Duke representa un importante avance en la comprensión de la relación entre cerebro y religión. El estudio, publicado en pasado 30 de marzo en PloS One, muestra una atrofia más grande en el hipocampo en individuos identificados con grupos religiosos específicos que en aquellos que no tienen afiliación religiosa. Es un resultado sorprendente, dados los estudios previos que mostraban que la religión tenía efectos beneficiosos potenciales sobre la función cerebral, sobre la ansiedad y la depresión.
Numerosos estudios han evaluado los efectos de las prácticas religiosas, como la meditación y el rezo, sobre el cerebro humano. Un número pequeño de estudios han analizado los efectos a largo plazo de la religión sobre el cerebro. Esos estudios, como el tratado aquí, se centraron sobre las diferencias entre el volumen cerebral o la función cerebral en aquellas personas fuertemente involucradas en la meditación o en prácticas espirituales comparadas con las que no lo están. En otros pocos estudios incluso se ha explorado los efectos longitudinales de hacer meditación u otras prácticas religiosas mediante la evaluación de sujetos en dos puntos temporales diferentes.
En este estudio Owen y sus colaboradores usaron un sistema de resonancia magnética nuclear para medir el volumen del hipocampo, una estructura fundamental del sistema límbico que está relacionada con las emociones y la formación de recuerdos. Evaluaron a 268 hombres y mujeres con una edad igual o superior a los 58 años que originalmente habían sido reclutados para un estudio sobre depresión en personas mayores, pero además se les preguntó varias cuestiones sobre sus creencias religiosas y afiliación. El estudio es único porque se centra especialmente en individuos religiosos comparados con no religiosos. Este estudio divide además estos individuos en aquellos que “renacen” de nuevo o han tenido una experiencia religiosa que les ha cambiado la vida.
Los resultados muestran una mayor atrofia del hipocampo en individuos que informaron de una experiencia religiosa que les cambió la vida. Además, encontraron una atrofia del hipocampo mayor entre protestantes y católicos que “renacieron” y aquellos sin afiliación religiosa, comparados con protestantes y católicos no identificados como “renacidos”.
Los autores ofrecen una hipótesis según la cual la mayor atrofia del hipocampo en los grupos religiosos seleccionados podría estar relacionada con el estrés. Argumentan que algunos individuos en la minoría religiosa, o aquellos que luchan con sus creencias, experimentan niveles de estrés más altos. Esto produciría una liberación de hormonas de estrés que son conocidas por reducir el volumen del hipocampo con el paso del tiempo. Esto además podría explicar el hecho de que ambos, individuos no religiosos y algunos religiosos tienen volúmenes de hipocampo menores.
Esta es una hipótesis interesante. Muchos estudios han mostrado efectos positivos de la religión y la espiritualidad sobre la salud mental, pero también hay muchos ejemplos de impactos negativos. Hay pruebas de que miembros de grupos religiosos que han sido perseguidos o están en minoría pueden estar marcados por un estrés más grande y ansiedad según tratan de desenvolverse por su propia sociedad. En otros tiempos, una persona podría percibir a Dios como que le está castigando y, por tanto, tener un estrés significativo al afrontar su lucha religiosa.
Otras experiencias religiosas llevan consigo una lucha debido a ideas conflictivas respecto a sus tradiciones religiosas o de su familia. Incluso experiencias muy positivas que cambian la vida pueden ser difíciles de incorporar en el sistema principal de creencias del individuo y esto puede a su vez dar lugar a estrés y ansiedad. La percepción de las trasgresiones religiosas puede producir angustia emocional y psicológica. Este “dolor” religioso y espiritual puede ser difícil de distinguir del puro dolor físico. Y todos estos fenómenos pueden tener un efecto potencialmente negativo en el cerebro.
De este modo, Owen y sus colaboradores ciertamente plantean una hipótesis plausible. Además citan algunas de las limitaciones de sus hallazgos, como el pequeño tamaño de la muestra. Y lo que es más importante, la relación causal entre lo hallado en el cerebro y la religión, que es difícil de establecer claramente. ¿Es posible, por ejemplo, que aquellas personas con volúmenes de hipocampo pequeños sean más propensas a tener atributos religiosos específicos, que dibuje una flecha causal en sentido opuesto? Aún más, pudiera ser que los factores que dan lugar a los eventos que cambian la vida son importantes y no la experiencia en sí misma. Como la atrofia cerebral refleja todo lo que le pasa a la persona hasta ese momento, uno puede definitivamente concluir que la experiencia más intensa puede dar lugar a los resultados sobre los que se ha informado. (Además puede ser de alguna manera problemático que el estrés en sí mismo esté correlacionado con el volumen de hipocampo, ya que esta fue una de la hipótesis propuesta por los autores y por consiguiente parece rebajar las conclusiones)
Uno podría preguntar si es posible que la gente que es más religiosa sufre un estrés inherente mayor, pero que su religión realmente ayuda a protegerlo de alguna manera. Se cita frecuentemente a la religión como un mecanismo para sobrellevar el estrés.
Este nuevo estudio es intrigante e importante. Nos hace pensar más acerca de la complejidad de la relación entre religión y el cerebro. Este campo de conocimiento, que frecuentemente se denomina Neuroteología, puede hacer avanzar profundamente nuestra comprensión de la religión, la espiritualidad y el cerebro. Estudios ininterrumpidos sobre los efectos agudos o crónicos de la religión sobre el cerebro serán altamente valiosos. De momento, podemos estar seguros de que la religión afecta al cerebro, pero no estamos seguros cómo.
Artículo en Scientific American
Me parece curioso el hecho de que los religiosos sufran más estrés, cuando una de las falacias más usadas por los creyentes es el Argumento ad consequentiam de que la religión les ayuda a sobrellevar la vida y a dar significado a su propia existencia. ¿Qué opináis?