Los científicos rebuscaron entre los dientes de casi 200 restos de humanos enterrados en fosas comunes durante brotes de la epidemia en varias ciudades de Europa, entre ellas Barcelona. En una treintena de casos encontraron el rastro de la Y. pestis y en tres lograron el genoma completo de la bacteria.
Comparando este material genético con el de otros apestados de otros brotes, tanto anteriores (como la plaga de Justiniano), contemporáneos (Londres o Milán) y posteriores (Marsella), los autores del estudio, publicado en Cell Host & Microbe, pudieron crear un árbol de la peste y, subiendo por sus ramas, rastrear la evolución de la enfermedad hasta hoy.
Las raíces de ese árbol estarían en Asia central, desde donde llegó la variedad de la bacteria que provocó la gran mortandad del siglo XIV. Primero arribó al sureste europeo y, desde allí, al resto del continente usando como vía de entrada los grandes puertos del sur como Génova, Marsella o Barcelona. Aquí la genética confirma lo que la historia ya sabía. En meses, la llamada peste negra llegó tan lejos como Londres y en un lustro acabó con la vida de hasta el 60% de los europeos.
"No hemos encontrado ninguna diferencia entre las cepas de Barcelona y Londres, lo que sugiere que una única variedad fue la responsable de la peste negra", dice el profesor del Instituto Max Planck de Historia y Ciencias Humanas(Alemania) y coautor de esta investigación, Alexander Herbig.
El genoma bacteriano recuperado en la capital catalana procede de un apestado que enfermó, según las pruebas de radiocarbono, entre el año 1300 y el 1420. Aunque el lapso es muy grande, la historia y la genética permiten reducirlo. Por un lado, se sabe que los primeros casos de peste en Barcelona aparecieron en la primavera de 1348. En Londres, la enfermedad aparecería en el otoño de ese mismo año. Al ser las dos muestras idénticas, el apestado inglés y el británico debieron enfermar en la misma época y de la misma cepa de la bacteria de la peste. "Se difundió por toda Europa muy rápidamente y no tuvo tiempo de cambiar mucho", explica Herbig.
Otro de los genomas completos, recuperado de Ellwangen, al sur de Alemania, tampoco está datado con exactitud, pero el carbono-14 apunta a un brote de finales del siglo XVI o principios del siglo XVII. Tras la gran pandemia de la peste negra, la enfermedad se quedó en Europa, rebrotando en epidemias locales durante unos 400 años. Algunas de esos brotes tuvieron carácter casi de pandemia regional, como la gran peste de Viena, la de 1649, que acabó con casi la mitad de los sevillanos o la peste de Marsella de 1720, uno de los últimos grandes brotes en suelo europeo.
Pues la variedad de Ellwangen está íntimamente relacionada con la encontrada un siglo después en Marsella y, según el análisis de los investigadores, desciende de la encontrada en Barcelona y Londres. Esto significa que los brotes surgidos en Europa desde la pandemia del siglo XIV están conectados con la peste negra que la provocó: tras ellos está la misma cepa original de la bacteria. Esto confirma la tesis dominante entre los historiadores que defendían la idea de que la peste vino una vez y se quedó en reservorios naturales europeos. Otros investigadores, sin embargo, mantenían que los brotes posteriores eran fruto de sucesivas oleadas procedentes de Asia.
En realidad, el ADN antiguo parece indicar lo contrario: que la cepa que provocó la peste negra y asoló Europa durante siglos regresó a Asia. Lo muestra el genoma de un tercer apestado, este en la ciudad rusa de Bolgar. Su datación es la más afinada, ya que se han encontrado monedas junto al cadáver acuñadas en 1362. Lo particular de este caso es que es una cepa emparentada tanto con las de Londres y Barcelona (de dos décadas atrás) como con la que emergió en la provincia de Yunnan en China 400 años después.
"Ha pasado mucho tiempo desde la peste negra, pero nuestro análisis demostraría que las cepas modernas descienden de la provocó la muerte negra en la Europa medieval", comenta el científico alemán. Así que la Y. pestis que, probablemente, salió de China a finales del siglo XIII, llegando a tierras europeas unos 40 años después, llevando la guadaña a todos sus rincones, acabó volviendo al país asiático para provocar la tercera gran epidemia iniciada a mediados del siglo XIX, matando a unos 10 millones de personas en las décadas siguientes. Solo una mejor higiene, el reforzamiento del sistema inmunitario y los antibióticos pudieron frenar a la peste.