Hace unos días veíamos en Neurolab cómo un poco de actividad física ayuda a mejorar capacidades como la atención y que nuestro cerebro funciona mejor cuando movemos el cuerpo. Pero, ¿y si te dijera ahora que el cerebro es capaz de prescindir del cuerpo para mejorar tus habilidades físicas? ¿Y si te contara que imaginar que tocas el piano o juegas al baloncesto mejora tu rendimiento, y que imaginar que mueves el meñique durante unos minutos al día puede aumentar su fuerza hasta un 35%?
No, no me he vuelto loco (todavía). Veamos de qué estamos hablando.
Seguramente habrás oído algo del "entrenamiento mental", una práctica que se puso de moda en los años 80 y que practicaron algunos equipos olímpicos. La idea es que cuando el deportista se imagina a sí mismo realizando la tarea que va a desempeñar, está mejorando de alguna manera su rendimiento. Algunos científicos eran algo escépticos respecto a estas afirmaciones, hasta que empezaron a hacer experimentos. El psicólogo deportivo estadounidense William Straub, por ejemplo, fue uno de los que no se lo tragaron, así que organizó una experimento con 65 estudiantes universitarios y les sometió a un experimento de ocho semanas.
La prueba consistió en comprobar su habilidad para lanzar dardos y dividirlos en varios grupos: a uno se les mandó no volver a jugar en dos meses, a otros les mandó entrenar media hora al día y a los otros tres grupos les hizo alternar el entrenamiento físico con el mental y visualizarse a sí mismo lanzando los dardos en lugar de lanzar. Pues bien, los resultados no fueron los que Straub esperaba. Los que no habían entrenado no mejoraron, los que habían entrenado mejoraron una media de 67 puntos y los que usaron el entrenamiento mental mejoraron una media de 111, 141 y 165 puntos.
¿En qué se basan estas mejoras? El cerebro tiene una serie de mapas motores que evolucionan a medida que aprendemos a realizar una actividad. Cuando mejoramos nuestro revés de tenis, por ejemplo, se crean nuevas conexiones neuronales y el mapa motor se modifica en nuestra corteza cerebral hasta que interiorizamos la actividad y la hacernos casi de manera inconsciente. De hecho, los grandes atletas controlan de tal forma su mapa motor que la actividad pasa de la corteza a regiones más profundas del cerebro: ya no necesitan pensar en lo que hacen. Pero, ¿qué sucede cuando uno imagina que está haciendo algo en lugar de hacerlo de verdad?
Lo que indican los estudios con neuroimagen es que las áreas de la corteza motora primaria se activan de manera muy parecida cuando imaginamos que movemos el cuerpo y cuando lo movemos de verdad. La diferencia está en que el cerebro no da la orden de moverse a los músculos. Esto se conoce especialmente bien en colectivos que deben desarrollar actividades motoras muy concretas y que necesitan mucha práctica, como los atletas y los músicos. Entre estos últimos se conocen muchos casos de instrumentistas que practican imaginando el instrumento. En su libro "El mandala del cuerpo" (La liebre de marzo, 2009), Matthew y Sandra Blakeslee relatan que el pianista Vladimir Horowitz entrenaba con la imaginación porque no soportaba tocar otro piano que no fuera el suyo y cuentan el caso de un violinista que pasó siete años en la cárcel sin su instrumento pero que dio un concierto impecable al salir gracias a que había estado practicando cada día mentalmente.
El neurocientífico Álvaro Pascual-Leone, de la Universidad de Harvard, está muy interesado en los mapas motores. En 1994 hizo una investigación con voluntarios a los que enseñó a tocar el piano y comprobó cómo la región correspondiente a cada dedo en el mapa cerebral iba creciendo a medida que aprendían a tocar el piano. Y que volvía a su ser si dejaban de practicar la actividad. Intrigado por estos procesos, Pascual-Leone repitió el experimento con nuevos voluntarios al cabo de un tiempo pero esta vez, en lugar de pedirles que tocaran el piano con los cinco dedos, el entrenamiento consistió en imaginar que tocaban. ¿Qué pasó? Pues que los resultados en el mapa motor del cerebro eran casi los mismos que con los voluntarios que tocaban de verdad.
Si aún no te da vueltas la cabeza, espera a conocer lo que sucedió en otro estudio realizado en el año 2004 en la Fundación Clínica de Cleveland. En esta ocasión se pidió a un grupo de voluntarios que movieran cada día un dedo con una tabla de ejercicios, a otro grupo se le pidió que imaginaran que movían el dedo y al grupo de control que no hiciera nada en absoluto. Después de 12 semanas, los que entrenaron físicamente mostraron un incremento de la fuerza en el dedo de un 53%, el grupo control no mostró ningún cambio y el grupo que sólo había pensado en mover el dedo mostró una mejora del 35%. Y no se trata de un experimento aislado, en otras pruebas se ha comprobado que este entrenamiento mental fortalece ligeramente los músculos en proporciones algo menores que el ejercicio real.
¿Significa esto que, como pensaba un amigo mío, tumbarse en el sofá a ver la Vuelta a España o un partido de Liga fortalece los músculos? Desde luego que no. ¿Puede un deportista sustituir la actividad física por la mental para obtener rendimientos similares? En absoluto. De hecho, este tipo de entrenamiento solo sirve cuando la persona ya tiene unas habilidades adquiridas, de nada vale imaginar que uno puntea la guitarra como Mark Knopfler si uno no sabe tocar la guitarra. Pero este tipo de conocimientos sobre el cerebro y el mapa motor pueden ser extremadamente útiles en programas de rehabilitación y para ayudar a personas a recuperar la movilidad de ciertos músculos. También ayuda a algunos deportistas en sus programas de entrenamiento, y conocer lo que es capaz de hacer nuestro cerebro nunca está de más.
Fuente: Noticias Yahoo
Interesantísimo artículo, ahora ya tenéis excusa para dejar de ir al gimnasio
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