"Los resultados son excepcionales", apunta Pedro Pérez Segura, de la Sociedad Española de Oncología Médica y especialista en tumores cerebrales. El trabajo -un ensayo clínico con 12 pacientes- lo han desarrollado investigadores del Duke Cancer Institute y lo publica la revista Nature.
El hallazgo se enmarca en las estrategias que pretenden estimular las defensas del propio cuerpo para combatir los tumores, la llamada inmunoterapia, un abordaje que se ha convertido en la última frontera contra la enfermedad y que ha comenzado a llegar a los pacientes, en especial, a los afectados por melanoma avanzado. Distintos trabajos han mostrado resultados alentadores también en algunos tumores de pulmón y riñón, o vejiga y cérvix. A ellos se suma ahora el glioblastoma.
Este último paso es especialmente relevante, apunta Pérez Segura. La terapia convencional, basada en la combinación de cirugía, quimio y radioterapia ofrece una supervivencia media del 5% al cabo de los cinco años. Y los intentos que ha habido para combatir esta neoplasia por otras vías, como por ejemplo mediante terapias personalizadas, que tan buenos resultados han arrojado en otros tipos de tumores como el de mama, han fracasado. De ahí la esperanza que despiertan los resultados publicados por el grupo de la Universidad de Duke en glioblastoma.
La investigación parte de estudios previos que habían detectado un curioso fenómeno. Existe un tipo de virus muy común en buena parte de la población (el citomegalovirus, CMV) que siente una especial atracción por los glioblastomas, de forma que su tendencia natural es hospedarse en este tejido neoplásico. Esta circunstancia, que aún carece de explicación científica, abre una atractiva vía para atacar el tumor: si se pueden dirigir las defensas del cuerpo contra el virus, al enfrentarse a este patógeno, combatirán también el tejido maligno.
Para sacar provecho de esta estrecha relación virus-tumor, los investigadores acudieron a unas células del sistema inmune, las células dendríticas, que tienen un papel clave en el inicio de la respuesta defensiva del cuerpo. Su función consiste en encontrar patógenos y, una vez identificados, desplazarse a los ganglios, donde entrenan a los linfocitos a combatir el patógeno que han identificado.
El equipo de la universidad de Duke desarrolló un procedimiento para asegurarse de que estas células identificaran al virus CMV y fueran capaces de organizar la respuesta de las defensas contra el patógeno y el tumor. Manipularon células dendríticas en el laboratorio y las expusieron al virus CMV con un objetivo: que al inyectarlas en el torrente sanguíneo, acudieran a los nodos linfáticos y activaran la fabricación de linfocitos capaces de atacar el virus y, por ello, también al tumor.
Todo este recorrido arrojó un resultado modesto. Había reacción inmunitaria por parte de los linfocitos, pero limitada. Los investigadores buscaron cómo potenciar la respuesta defensiva. Pensaron en una vacuna segura, eficaz, suficientemente probada que pudiera estimular tanto la producción como la agresividad de los linfocitos. Y lo intentaron con la del tétano y la difteria.
Para comprobar sus efectos, se seleccionó a un grupo de 12 pacientes. A la mitad les administró un placebo; a los seis restantes la vacuna. Y un día después se sometieron a la inmunoterapia con células dendríticas. Los resultados fueron sorprendentes.
En el primer grupo se observó un notable incremento de la supervivencia: vivieron entre 57 y 100 meses (de 2,3 a 4,1 años). Uno de estos pacientes incluso sigue vivo ocho años después y sin crecimiento tumoral. La supervivencia del otro grupo se situó en torno a los 11,6 meses.
"Ni de lejos se habían conseguido cifras como estas", comenta Pérez Segura, quien considera que el trabajo sirve como prueba de concepto de que la estrategia es adecuada. "Ahora falta ver qué sucede en un ensayo clínico de mayor envergadura", añade, "estoy convencido de que [los investigadores] ya están en ello". Y no se equivoca. "Estamos proyectando estudios de mayor escala para confirmar los resultados", ha expuesto Duane Mitchell, actual director del programa de inmunoterapia aplicada a los tumores cerebrales de la Universidad de Florida y uno de los autores del trabajo.