<¿QUIÉN PIENSA EN LOS NIÑOS?>
“Lo dieron todo y no tuvieron a nadie”: el documental que desvela la cara más oscura de ‘Kids’
En 1995 ‘Kids’ se convirtió en la sensación ‘indie’ del año y a sus creadores, Larry Clark y Harmony Korine, en favoritos de la crítica. Pero 27 años después se ha contado la otra historia: la de los actores jóvenes y sin experiencia a los que la película empujó hacia el abismo
Trailer "Kids"
El sexo adolescente era una de los elementos que construían 'Kids', la película de Larry Clark con guion de Harmony Korine estrenada en 1995.
En 1995 Justin Pierce patinaba por las calles de Manhattan con dos únicas preocupaciones diarias: encontrar un lugar para dormir y algo para comer. Un año después recogió el Independent Spirit Award al mejor debut interpretativo. Y cinco años más tarde lo encontraron colgado en el hotel Bellagio de Las Vegas. Una ruta igual de desafortunada siguió Harold Hunter. A los 20 años era el líder de los patinadores de Washington Square, el que decidía quién entraba o no en la pandilla, “el alcalde de los skaters” y un apóstol contra el consumo de alcohol y de drogas. La mitad de su familia había sido víctima de la epidemia de crack que había devastado la ciudad en los ochenta y él aspiraba a una vida mejor, lejos de las viviendas sociales. Poco después se codeaba con Leonardo DiCaprio. Y a los 32 años fallecía de un ataque al corazón provocado por una sobredosis de cocaína. Él había sido quien había facilitado la entrada a la pandilla a un chico pálido y enclenque que vivía con su abuela, un alumno de la escuela de cine de Nueva York llamado Harmony Korine que patinaba poco, pero observaba mucho. Lo que sucedió después fue Kids (Larry Clark, 1995), historia del cine independiente.
Inspirándose en el día a día de Pierce, Hunter y sus amigos, Korine escribió el guión de Kids, el relato de 24 horas en la vida de Telly, un chaval de 17 años obsesionado por desvirgar niñas, y su pandilla, un grupo de chicos y chicas con vidas disfuncionales que pasan el día drogándose, practicando sexo, peleándose y rodando en sus monopatines con el lema punk no hay futuro como telón de fondo.
Aquel guion, en el que ninguno de los chavales creía, se transformó en la película que más dio que hablar en 1995. “Es El señor de las moscas con monopatines, óxido nitroso y hip-hop”, escribió The New York Times. Costó poco más de un millón de dólares y recaudó más de veinte, contó con el respaldo de Harvey Weinstein, encantado con cualquier obra que garantizase polémica, y catapultó la carrera de Chloë Sevigny y Rosario Dawson. Esa es la parte luminosa de todo esto. La otra es la que se desvela en el documental Una vez fuimos Kids, de Eddie Martin, que acaba de estrenar Filmin.
Imagen de 'Kids', el controvertido éxito 'indie' que Larry Clark dirigió en 1995.
El documental fue un empeño personal de Hamilton Harris, uno de los kids de la película, que se alarmó al descubrir que gran parte de los espectadores creían erróneamente que estaban ante un documental. “Mis sentimientos hacia la película comenzaron a cambiar después de ver la reacción global que despertó”, declaró a Variety. Al mismo tiempo sintió que aquellos creadores ajenos al grupo, Clark y Korine, no habían sabido captar el fuerte sentido de comunidad que estos adolescentes habían creado. Aunque la película parecía reducir la existencia de sus protagonistas a un nihilismo devastador, lo cierto es que aquellos chavales que utilizaban el monopatín para huir de unos hogares en los que imperaba la droga y la violencia habían formado una familia que se protegía mutuamente. Y en el centro de sus vidas no estaba el sexo despreocupado (de hecho, muchos de sus protagonistas eran vírgenes): lo que más tiempo ocupaba en sus vidas era el monopatín. Harris también pretende que su documental sirva para honrar las figuras de Pierce y Hunter, dos víctimas de un fenómeno que, a su juicio, los utilizó y los abandonó. “Puedes sacar a una persona del gueto, pero no puedes sacar el gueto de una persona. El gueto es el trauma por el que pasamos”, sentencia en la cinta.
Tanto Pierce y Hunter como el propio Harris crecieron en el Nueva York de los ochenta, una ciudad devastada por el crack y la inseguridad (faltaban todavía unos años para que Disney y Giuliani la convirtieran en un paraíso del turismo). Encontraron su refugio en unos monopatines que no se podían comprar y construían pieza a pieza. “Blancos, negros, chinos. Todos diferentes y todos patinando juntos”, recuerda Harris en el documental. Con edades entre los 12 y los 19 años, se coordinaban para todo, hasta para alimentarse: unos robaban el pan y otros el embutido. La mayoría no tenía casa y los que la tenían no querían volver a ella.
La vida de aquella pandilla que rebosaba camaradería pero andaba escasa de futuro cambió cuando un tipo empezó a rondar el parque. Cincuenta años, melena grasienta recogida en una coleta, pantalones anchos y camisas de cuadros y lo que más suspicacia despertó: una cámara. “¿Quién es ese carcamal?”, se preguntaban. Era amigo de Harmony Korine, “un fotógrafo famoso”. Lo era. Su libro Tulsa, una recopilación de retratos de adictos a la heroína en su Oklahoma natal, le había convertido en uno de los artistas estrella del underground. Harold Hunter dio su visto bueno. A cambio de sus historias, proporcionaba a los chicos barra libre de alcohol y marihuana de calidad. Pero no todos veían con buenos ojos a aquel heroinómano redimido y siempre rodeado de adolescentes.
Rosario Dawson fue una de las pocas jóvenes intérpretes de 'Kids' que desarrolló una carrera y alcanzó la fama posteriormente.
Ninguno de los patinadores se tomó demasiado en serio la película que Clark afirmaba estar preparando, hasta que los anuncios del casting empapelaron las paredes del East Side. Tanto el director como Korine tenían claro que los actores no debían ser profesionales. El primero en entrar en el proyecto fue Justin Pierce (el papel de Casper fue escrito específicamente pensando en él). “Su estilo, su fanfarronería, nada en él tenía precedentes”, declaró Korine a The New York Times con motivo del vigésimo aniversario de la película. “Era magnético, había algo realmente hermoso en él, y a la vez resultaba completamente incontrolable. Iba a por todas y eso fue, en parte, lo que le metió en problemas”.
El personaje de Harold Hunter también estaba escrito para él. “Siempre estaba actuando, cuando intentaba ligar con chicas o cuando quería conseguir ropa”. El propio Hamilton Harris también tuvo un personaje basado en sí mismo.
La parte problemática llegó con los papeles femeninos. Cuando las mujeres de la pandilla leyeron el guion se negaron a participar. Aquello no reflejaba la relación de camaradería que les unía. Era solo un festival de sexo y drogas. Una película “sobre violación y misoginia”, cuenta Priscilla Forsyth, que acabó participando en un rol menor con sólo una frase para la posteridad (“He follado y me encanta follar”). Por otro lado los chicos podían ser de belleza poco normativa, pero las chicas elegidas para protagonizar la película fueron una Rosario Dawson de 15 años, a quién Korine descubrió a la puerta de los pisos sociales en los que vivía con su abuela, y Chlöe Sevigny, una habitual de los clubs neoyorquinos que tras dos editoriales de moda y un vídeo de Sonic Youth era la gran sensación underground de la ciudad.
Parte del reparto de 'Kids'. Casi todos ellos eran actores no profesionales y, en ocasiones, de vidas tan conflictivas como las de los personajes.
Aquel guion no sólo no reflejaba la realidad del grupo, como habían detectado las chicas, sino que los dibujaba como un grupo de zombis ansiosos de sexo y drogas. Poco importó. Alguien se fijaba en ellos, les ofrecía una salida. “¡Es mi escapatoria!”, gritó Hunter cuando se vio dentro del proyecto. Larry Clark, según relatan, les dio mil dólares a cada uno y les hizo firmar unos papeles. Ninguno de ellos, casi todos menores, contó con asesores adultos.
Tomaron plena conciencia de la magnitud de lo que habían hecho cuando les ofrecieron un pase privado. Aullaban cada vez que uno de ellos aparecía en pantalla. Eran estrellas. En enero de 1995 Kids llegó a Sundance de tapadillo y se convirtió en la sensación del festival. Los niños que aparecían en pantalla no tenían ni idea de lo que significaba, pero tras aquella obra de aspecto amateur estaban los nombres de Gus Van Sant, la productora tras cada pelotazo indie, Christine Vachon, y el todopoderoso Harvey Weinstein. El magnate de Miramax pagó veinticuatro millones por distribuirla. Tenía en sus manos un diamante en bruto. Tras su pase en Sundance, el crítico Emanuel Levy escribió: “Con su enfoque franco y audaz, Kids empequeñece todas las películas juveniles de Hollywood, cruzando nuevos límites en su representación del sexo, las drogas y el ocio”.
Se estrenó en más de cien cines en Estados Unidos y las colas se multiplicaban por las calles de Nueva York. De pronto, aquel grupo de adolescentes desubicados eran las personas más famosas de la ciudad. Newsweek definió la película como “una llamada de atención”. El clímax llegó con su estreno en Cannes. En una incomodísima rueda de prensa tanto Clark como Korine afirmaron que ninguno de los protagonistas de la película había consumido drogas durante el rodaje. Un hecho que Una vez fuimos Kids desmonta: en el documental se puede ver a los más jóvenes de la película, apenas 12 años, fumando marihuana. “En una secuencia nos fumamos 10 porros seguidos”, cuenta Javier Nuñez. Él fue uno de los protagonistas de la desoladora secuencia final, una violación que se rodó con Nuñez dormido al lado de la acción. Uno de los momentos más perturbadores de la película que, resulta, fue casual: “Era un niño, simplemente me dormí”, reconoce ahora el actor.
Imagen publicitaria de 'Kids'. Abajo, a la derecha, Chloe Sevigny, que se convirtió en una de las actrices más famosas del panorama 'indie' tras la película.
Desde Washington Square los protagonistas contemplaban estupefactos el alcance de la película. Ninguno de ellos, los verdaderos protagonistas, estaba sobre un barco en la soleada Cannes y los mil dólares ya se habían esfumado. Alguien estaba ganando mucho dinero con la historia, adulterada, de su vida. También llegaban buenas noticias. Los Spirit Award coronaron a Justin Pierce como el mejor debutante del año. Harold Hunter subió con él a recogerlo. Las ofertas empezaron a llegar y ambos se trasladaron a Los Ángeles.
Eran las nuevas celebridades que encandilaban a las viejas celebridades. Leonardo DiCaprio invitaba a Hunter a sus fiestas y David Letterman a Pierce a su programa. Los papeles empezaron a llegar, al menos para Pierce. Participó en la saga Friday de Ice Cube y en un par de capítulos de la telecomedia Malcolm in the middle. Pero el teléfono de Harold no sonaba. El que había sido adalid de la lucha contra las drogas y el alcohol entre los skaters de Nueva York se refugió en el whisky y la cocaína para superar la sensación de fracaso. Pierce pasó momentos erráticos: se sentía solo y viajaba a menudo a Nueva York para ver a sus amigos. Se casó con la estilista Gina Rizzo y parecía dispuesto a formar la familia que nunca había tenido, pero cuando su mujer perdió al hijo que esperaba se desmoronó. Encontraron su cuerpo ahorcado en un hotel de Las Vegas en el año 2000. Se celebró un funeral en San Patricio al que asistió Chloë Sevigny, pero su verdadera despedida tuvo lugar a la puerta de Supreme, la icónica tienda neoyorquina de monopatines. Allí se juntó la pandilla original mientras sonaba Knocking on Heaven’s Door.
Seis años después falleció Hunter. Una sobredosis puso fin a su vida con 32 años. Nunca pudo recuperarse del impacto emocional que había supuesto sentirse una estrella y que la realidad le devolviese a su vivienda de protección social. Falleció en el mismo barrio en el que nació.
El director de Una vez fuimos Kids no señala a un culpable, pero deja entrever que muchos hicieron una fortuna mientras los protagonistas eran expuestos ante el mundo con su presunto estilo de vida amoral. Clark y Korine nunca volvieron a pasar por el barrio, pero los patinadores de Washington Square siguieron allí. “Gente como Pierce y Hunter carecía de las redes de apoyo necesarias para navegar por el mundillo de Hollywood” recalcó Martin en Variety. “Muchos de ellos eran fugitivos o personas con pasados traumáticos. Confiaban mucho en los cineastas, lo dieron todo y luego no tenían a nadie que les ayudara cuando les surgió una pequeña oportunidad”.
Hubo quien sí pudo aprovechar el momento. Tanto Rosario Dawson como Chlöe Sevigny se convirtieron en estrellas. Y Leo Fitzpatrick (que daba vida a Telly, “el cirujano de las vírgenes”) sigue interpretando pequeños papeles en series como The Wire y regenta una galería de arte. Clark siguió conmocionando a la sociedad biempensante con películas como Bully o Ken Park y Harmony Korine se convirtió en en enfant terrible de la contracultura gracias a obras inclasificables como Gummo o Trash Humpers. Ninguno de ellos aparece en el documental. Harris y Martin han preferido darle voz a los que no la tuvieron hace 27 años.
Todos los creditos van para sus respectivos dueños y la autora de este artículo (Eva Güimil) en el periódico ElPais.com