El presidente ostentóreo
Jesús Gil
«Cuando yo me vaya, se acabó el
Atlético de Madrid.»
La palabra verborrea evoca una diarrea
verbal, una incontinencia oral que elude
la reflexión y a su paso todo lo ensucia.
Si existe un personaje verborreico en la
historia del fútbol español, y
posiblemente mundial, ese es Jesús Gil
y Gil. El más genuino de cuantos
hombres hayan presidido el Atlético de
Madrid —lo cual tiene su mérito— fue
una mina para la prensa, un pozo sin
fondo en el que pescar un titular tras
otro. Bastaba llamarle por teléfono para
sacarle un exabrupto. Si se encontraba
de buenas, se crecía. Si estaba de malas,
resultaba aún mejor para el periodista.
Y si el Atleti acababa de perder, era
definitivamente incontenible: «Algunos
jugadores no merecen vivir», llegó a
afirmar en una ocasión. En boca de
cualquier otro, esta declaración
parecería explosiva, pero en la suya no
pasaba de rutinaria.
Su hijo Miguel Ángel intentaba
explicarlo así: «Mi padre tiene una
conexión muy extraña entre la cabeza y
la lengua: es una conexión directa, no le
pasa por ningún otro sitio». Pocos
personajes han aportado tantas frases a
la antología del disparate. Gil jugaba
con ventaja debido a su doble condición
de presidente del Atlético y alcalde de
Marbella, faceta que daría para escribir
todo un libro aparte. Intentaremos
ceñirnos al fútbol, en el que no hubo un
solo estamento que quedase a salvo:
jugadores y entrenadores —propios y
rivales—, presidentes, árbitros,
autoridades deportivas y políticas…
Jesús Gil ocupó la presidencia del
Atlético de Madrid durante 16 años.
Contrató a casi 30 entrenadores y fichó a
centenares de futbolistas, muchos de
ellos de forma impulsiva o caprichosa1,
criterio que también aplicaba a los no
menos numerosos despidos que firmó.
En su haber figuran tres Copas del Rey y
una Liga; pero en su debe, quedó un
descenso a Segunda División y un sinfín
de escándalos deportivos y judiciales.
Desconocido para el gran público
hasta su llegada al Manzanares, Gil se
había convertido en millonario gracias a
sus actividades en el sector de la
construcción, las cuales le llevaron a la
cárcel por primera vez cuando un
complejo edificado por su compañía en
Los Ángeles de San Rafael (Segovia) se
derrumbó en 1969, nada más ser
inaugurado. Fallecieron 58 personas y
Gil fue condenado a cinco años de
prisión por imprudencia temeraria. Fue
indultado tras cumplir un año y medio de
cárcel.
Alcanzó la presidencia del Atlético
de Madrid en el verano de 1987. «Los
anteriores han dejado esto como un solar
y hay que seguir agradeciendo que no
hayan vendido los trofeos», declaró tras
su proclamación. Arrasó en las urnas a
sus tres rivales gracias a un golpe de
efecto: 48 horas antes de las elecciones
contrató como buque insignia a uno de
los futbolistas más prometedores de toda
Europa, el delantero portugués Paulo
Futre, que acababa de proclamarse
campeón de Europa con el Oporto. «Si
me fueran los tíos, Futre sería mi
novio.»
El fichaje costó 415 millones de
pesetas (unos 2,5 millones de euros), un
dineral para la época, aunque esto no
parecía importarle a Jesús Gil: «Es una
inversión que voy a rentabilizar con
30.000 abonos. Si no la rentabilizo y no
puedo recuperar mi dinero, pues nada,
porque es mío y con él hago lo que
quiero. Y, además, todo lo que es malo
para el Madrid es bueno para el
Atlético». Para lo bueno y lo malo, el
gran rival siempre estaba en sus
pensamientos, desde que puso el pie en
el club: «Bernabéu hizo el gran Madrid
con Di Stéfano. El Atlético será a partir
de ahora… Bueno, ya veremos…».
Además de dejar cientos de frases en
el recuerdo, Gil es el padre del adjetivo
ostentóreo, extraña mezcla de ostentoso
y estentóreo que alumbró un buen día
para denominar a las chicas que, según
él, explicaban el pobre rendimiento de
algunos de sus jugadores. Ostentóreo:
una expresión que parece inventada no
solo por él, sino para él. «Con la
popularidad que tengo podría ser Dios»,
se atrevió a decir en una ocasión. «Soy
el nuevo opio del pueblo», se definió en
otra. «Soy peor que Hitler2.»
Gil se erigió en el arquetipo del
nuevo rico. Presumía de jugar con su
familia intensas partidas de parchís;
para participar, era necesario colocar un
fajo de billetes bajo el tablero. Cuando
viajó a Las Vegas, regresó deslumbrado:
«No voy a decir lo que me he gastado,
pero si en Las Vegas te gastas solo
medio millón de pesetas, es que eres un
piojoso3». Le encantaba presumir de su
poderío económico: «¿Te gusta mi
camisa? Seda italiana, 100.000 pesetas
me ha costado. Me he comprado diez».
O: «Yo compro lo mejor y lo más caro,
y quiero ser el mejor en todo».
A juzgar por todo esto, no debía de
considerarse un atlético arquetípico. Su
concepto de la afición rojiblanca no era
demasiado elevado: «Los socios del
Atlético suelen ser personas de un
estrato social bajo: el que no tiene un
drogadicto en la familia, a lo mejor tiene
una prostituta». En una ocasión, cuando
el público del Vicente Calderón se
manifestó contra su gestión, replicó: «Si
los socios no están contentos, que bajen
al campo y traten de meter la bolita con
los cuernos».
Ataques a sus jugadores
Jesús Gil nunca lavaba en casa los
trapos sucios, prefería mediatizarlos.
Aunque hubiese querido, se lo impedía
la mencionada conexión directa cerebrolengua.
Los futbolistas y el entrenador
de turno eran el primer blanco de sus
iras, aunque en ocasiones también
encontraba tiempo para la autocrítica:
«Mi error ha sido tratar a los jugadores
como personas».
Gil no era capaz de asumir con
normalidad una derrota. «Si el
presidente hubiese tenido una metralleta,
nos habría fusilado a todos», declaró
anónimamente un jugador tras una
derrota en Sevilla y la posterior
reprimenda.
El colombiano Pacho Maturana, que
entrenó al Atlético durante unos meses,
esbozó un cuadro similar: «Este equipo
está hecho a punta de látigo y vive bajo
el régimen del miedo». Si lo vemos
desde la perspectiva de las palabras del
propio Gil, así parecía ser:
«Algunos parecían bailarinas de
ballet.» Tras perder en Bilbao,
1990.
«Para mí los jugadores solo son
figuritas de mazapán.» Tras un
partido en Albacete, 1992.
«Haces un esfuerzo sobrehumano
por contratar profesionales y te
encuentras con muñecos.» En 1994.
«A estos titulados
seudoprofesionales hay que
cogerles ya por el cuello. Se están
riendo de todo el mundo. No tienen
dignidad. Que se mueran. Esto es
una estafa. Ni entusiasmo, ni
entrega, ni amor propio. Yo he
sentido vergüenza. Si tienen un
mínimo de pudor no se podrían
mirar al espejo. Se creen alguien y
son una puñetera mierda. Tendrían
que irse a la calle.» En 1994.
«Si yo fuera jugador no estaría
dispuesto a comer de esta manera.
Esto es robar. Mi nieta recién
nacida tiene más juicio.» En 1995.
«Me dan ganas de entrar con una
metralleta al vestuario y
cargármelos a todos.» Tras perder
en Logroño, en 1995.
«Cuando no veo actitud me cargo a
mi padre.» En 1995.
«Que me cepillo a alguno en
diciembre está tan claro como que
ahora estoy en el Club
Financiero.» En 1999.
«Los jugadores se podían apuntar
al baloncesto cómico.» En 2000.
«Parecemos un circo andante, los
jugadores se merecen volver
nadando.» Tras una derrota contra
Universidad de Las Palmas, en
2001.
«Si no cobran, que se mueran. Yo
he tenido que hipotecar mi
patrimonio y algunos sí que no van
a volver a cobrar un duro.» En
2003.
«Los futbolistas que han
denunciado impagos están en su
derecho, pero para mí son unos
bastardos.» En 2003.
Por supuesto, sus acusaciones no
siempre desprendían ese espíritu
colectivo:
«Más que un futbolista, Baltazar
parece un curilla; está desquiciado
por la religión4.» En 1990.
«No sé si me interesa ahora
traspasar a Futre. A lo mejor se
está demostrando que el Atlético
no debe jugar para un único
jugador si no es el líder del equipo.
Eso solo podría hacerse con Pelé o
Di Stéfano.» En 1990.
«Futre cobra como un jugador del
Real Madrid, pero no trabaja como
ellos.» En 1990.
«Alemao no jugaba siempre al
mismo nivel. Eso sí: daba un buen
pase y se volvía hacia el palco.
Ahora solo es un obrero de
Maradona en el Nápoles.» En
1990.
«Futre es un niñato.» En 1991.
«Arteche es muy bruto y muy poco
lúcido de mente.» En 1990.
«Arteche es un pobre hombre. No
tiene nada en el cerebro y solo
juega por la fuerza bruta.»
«Donato era un muerto de hambre
cuando le fiché.»
«Kosecki5 es un pobre desgraciado
que no tiene personalidad»; «es un
tontito, un mercenario y un
imbécil. Cuanto antes se vaya,
mejor. ¿Qué ha demostrado en el
Atlético? ¿Dónde están los goles?
Que traiga el dinero y se marche».
En 1995.
«Que ese señor, Pirri, no salga por
las noches, hable menos y lleve
vida de futbolista. Como no tiene
nada en la cabeza, a salir menos y
a jugar más.» En 1995.
«Esto es para hombres y no para
niños inmaduros como Kiko, que
no merecen la pena. Necesito
rodearme de hombres.» En 1995.
«Pretender ganar el partido con
Paulino y Ruano6, y los dos o tres
muertos permanentes que hay, es
imposible.» En 1995.
«Santi, Carreras y Otero son
fantasmones que no dan la talla en
el campo, unos hijos de puta.» En
2003.
«Al negro le corto el cuello. Me
cago en la puta madre que parió al
negro. Ya estoy harto de
aguantar.» Sobre Adolfo Tren
Valencia7.
«Valencia estaría muy bien en
Colombia. Me da pena. ¿Cómo se
puede jugar así? Es la antítesis del
fútbol.»
«Valencia nos ha tomado el pelo
siempre. Cree que somos imbéciles.
Ahora prefiero no darle más
porque tengo que venderle.»
Con los rivales, por supuesto, Gil
también era feroz, fueran presidentes,
entrenadores o jugadores:
«Es un inductor a la violencia. Es
como la KGB. El Real Madrid se
comporta como Uganda y Mendoza
es Idi Amín.» Sobre Ramón
Mendoza, presidente del Real
Madrid.
«Es un mercenario y está acabado.
Nunca ha sido buena persona ni
buen compañero.» Sobre Hugo
Sánchez, delantero del Real Madrid,
en 1991.
Antes de un partido contra el Real
Madrid aseguró: «Los atléticos no nos
vamos a dejar robar este partido.
¡Muerte al invasor! ¡Basta ya de que nos
roben!». Esta frase, pronunciada en el
año 1998, le costó una inhabilitación de
ocho meses por apología de la
violencia.
«Es pequeño, poco inteligente y
bravucón. Lo suyo son bravatas
baratas, propias de un prepotente
vacío de inteligencia. Pero no pasa
nada. Cuando le vea, le daré un
beso en la boca. Me tendré que
agachar.» Sobre José Luis Núñez,
presidente del Barcelona.
«Es la quintaesencia del cinismo,
la hipocresía y la puñalada por la
espalda.» Sobre José María Arrate,
presidente del Athletic, en 1998.
«Si no viene al palco, mejor; así no
habrá que desinfectarlo luego.»
Sobre Gerardo Martínez Retamero,
presidente del Betis.
«Es un inepto por no llevar a
Juanito a la selección.» Sobre Luis
Suárez, seleccionador nacional
español, en 1990.
«Hoy se ha demostrado que, por un
plato de lentejas, unos mercenarios
se venden.» Sobre los jugadores del
Salamanca, sospechosos de estar
primados por un tercer equipo.
Su incidente más recordado es la
agresión a José González Fidalgo,
gerente del Compostela, a las puertas de
la sede de la Liga de Fútbol Profesional.
Unos días antes, el presidente del club
gallego, José María Caneda, había
mostrado su perplejidad ante el éxito
electoral de Gil: «En Marbella deben de
ser tontos». El alcalde se lo recriminó a
gritos y Fidalgo, que metió baza, se
acabó llevando un puñetazo. La escena
conforma una página ineludible en la
historia más grotesca y vergonzosa del
fútbol español: «¡Ven solo conmigo!»,
le gritaba Gil a Caneda protegido por un
mar de guardaespaldas. En la otra
esquina del improvisado cuadrilátero,
Fidalgo intentaba frenar a Caneda:
«¡Quieto, presi, joder!». El incidente le
costó a Gil una inhabilitación de diez
meses. «Me han tratado como al peor
asesino del mundo. Ni siquiera Al
Capone ha sido objeto de estos
ataques.» En un discurso ante sus socios,
Gil llegó a pedir perdón por el
puñetazo, pero acabó presumiendo del
mismo: «¿Que soy singular? Sí. ¿Que
soy diferente? Sí. ¿Que tengo dos
cojones? También».
Ataques a árbitros y autoridades
Gil se creía por encima de cualquier
jurisdicción humana. «Yo sí he pagado
primas a terceros. ¿Y qué?» Pese a sus
numerosos contenciosos, presumía de
que sus problemas con la justicia no le
quitaban el sueño, especialmente si se
trataba de autoridades deportivas: «Las
inhabilitaciones me sirven de papel
higiénico8».
«Los dirigentes de la Liga son
tontitos.» En 1987.
«Los árbitros no son nadie y
tendrían que desaparecer.» En
1990.
«Estamos pagando a nuestros
verdugos, los árbitros.» En 1990.
«La UEFA quiere dirigentes
corderitos.» En 1993.
«Hay que acabar con Plaza, que
cada temporada se ha encargado
de dar la Liga al Madrid.» Sobre
José Plaza, presidente del Colegio
Español de Árbitros, en 1990.
«No me extrañó para nada su
arbitraje. No es que sea un
mariquita, es un maricón. Sé de
muy buena tinta que, después de
quedar nosotros eliminados, los
italianos le buscaron un niño rubio
de ojos azules.» Sobre el colegiado
francés Michel Vautrot, que dirigió
un Atlético de Madrid-Fiorentina en
la Copa de la UEFA, en 1990. A
causa de esta declaración, sufrió
una inhabilitación en Europa durante
dos años.
«Hay personas que parecen
primates antropomorfos por el
aspecto físico y su agudeza
mental.» Sobre el árbitro López
Nieto, en 1990.
«López Nieto pertenece a la misma
cuadra que Martín Navarrete; es
su hijo putativo, sin ánimo de que
se moleste, porque hay que mirar
el significado de la palabra en el
diccionario.» En 1990.
«A Villar le diría que esto es una
mierda, un fraude. Si este árbitro
es internacional, yo soy obispo. No
puede tener la conciencia
tranquila. Hoy se ha consolidado
aquí la vergüenza nacional.» Sobre
el colegiado Ansuátegui Roca, en
1993.
«Permitirle arbitrar es como dar
un revólver a un niño de cinco
años. Es un bulto sospechoso.
Corre como una hormiguita.»
Sobre Andújar Oliver, en 1994.
Estos símiles le costaron cinco
meses de suspensión.
«Hay mafia en el arbitraje. La
competición está alterada y
prostituida. Te roban y no puedes
hacer nada. Villar es el jefe de la
mafia, es un cáncer para el mundo
del fútbol. Son todos unos golfos.»
(1995)
Entrenadores como cervezas
Su relación con los entrenadores no fue
menos tormentosa, ni mucho menos.
«Para mí, echar a un entrenador es como
tomarme una cerveza. Puedo echar a
veinte en un año. Hasta a cien si hace
falta.»
Su primer técnico fue César Luis
Menotti: «Me ha sorprendido la
celeridad con que el nuevo presidente
adopta sus decisiones», declaró nada
más llegar a Madrid. No sospechaba
hasta qué punto. Menotti aguantó en el
cargo ocho meses: «La estafa argentina
ha sido culpable del fracaso de la Liga y
ha estado a punto de convertir en ruinas
humanas a los jugadores», explicó Gil
tras desvirgarse con los despidos. Le
sustituyó Armando Ufarte (ya van dos
entrenadores), aunque no fue éste sino
Antonio Briones (tres) quien acabó la
temporada. El Atlético fue tercero, pero
eso para Gil no parecía bastante.
Su segundo proyecto comenzó con
Maguregui (cuatro), que duró tres
meses: «Maguregui es mitad hombre,
mitad payaso», le descalificó Gil. Le
siguió Ron Atkinson (cinco), que duró
otros tres. El preparador inglés era
conocido en su país por una locuacidad
similar a la de su nuevo jefe, con el que
no tardó en chocar. «Atkinson solo
estaba preocupado por cobrar, porque
se le regalara un coche y que el club le
pagase más facturas de hotel», le
acusaba Gil, que —a su manera— había
tratado de echarle un cable: «Aconsejé a
Atkinson determinados aspectos que a la
plantilla le podían sentar mal, como
cuando dejó a los chicos concentrados
en Nochevieja y él se fue de fiesta». Al
despedirle, aclaró: «Ha habido cosas
que no se podían tolerar más. Yo he
visto con mis propios ojos a Donato
llorar de rabia porque Atkinson le había
dicho que era un negro de mierda, y eso
que el traductor le dulcificó la frase».
A Atkinson le relevó su ayudante,
Colin Addison (seis), o en palabras de
Jesús Gil, «el que verdaderamente
trabajaba.» Addison era un hombre más
del gusto del presidente: «Hasta ahora
va todo bien y hablo todos los días con
Addison. Pero ya sabe que, si se desvía
del camino, le mando también a
Londres». Eso fue justo lo que sucedió a
los cinco meses.
El tercer proyecto fue encomendado a
Javier Clemente (siete), que fue
despedido antes de llegar la primavera:
«Los figurones, las vedettes y los que
tienen ganas de protagonismo deben
estar fuera del club». Para finalizar la
temporada (en cuarto lugar, como el año
anterior), Gil recurrió a una vieja gloria
del Atlético: Joaquín Peiró (ocho). Con
Peiró, Gil se superó a sí mismo, ya que
le despidió nada más iniciar el siguiente
curso, en plena pretemporada. Iselín
Santos Ovejero (nueve) hizo de interino
hasta dar con un sustituto: el croata
Tomislav Ivic (diez), con el que Gil
volvió a poner en práctica el método
Addison: «Si no entiende lo que digo,
Yugoslavia está cerca». A lo que
añadió: «Implantaré el método
Berlusconi: el presidente decidirá la
alineación».
Ivic entró con mal pie. El Atleti fue
eliminado en primera ronda de la Copa
de la UEFA por la modestísima
Politécnica de Timisoara. Gil, como es
lógico, se calentó: «Mis jugadores
deberían pasar tanta hambre como estos
rumanos. Quizá así corriesen tanto como
ellos. […] Bueno, al menos hemos dado
una satisfacción a esta pobre gente de
Timisoara».
Pese a ese desliz, el Atlético firmó un
gran año. Fue subcampeón de Liga por
delante del Real Madrid y logró
clasificarse para la final de la Copa del
Rey. Gil denunció oscuros intereses por
alejar a su equipo de los primeros
puestos: «La competición está
adulterada. Hay órdenes para que el
Barça sea campeón y el Madrid juegue
la Copa de la UEFA». Las cosas
parecían mejorar, pero el imprevisible
Gil decidió cargarse a Ivic antes de la
final de Copa: «Ivic está enfermo. La
era Ivic ha terminado. Los jugadores no
le quieren y tengo que cortar por lo
sano. En Valladolid se le impuso el
equipo que tenía que jugar; lo hicieron
los jugadores y yo se lo comuniqué por
escrito. Ya le he dicho que si quería
venir a entrenar, que viniera, pero que le
iba a decir a los jugadores que no pinta
nada. ¿Quiere ser florero en el
banquillo? Pues que lo sea».
Ovejero sustituyó a Ivic y el Atlético
logró la Copa ante el Mallorca en el
estadio del gran rival, el Santiago
Bernabéu. El primer título como
presidente fue la guinda para Gil, que
solo un mes antes había ganado las
elecciones a la alcaldía de Marbella. Su
popularidad se dispara y hasta le
ofrecen presentar un programa en
Telecinco, Las noches de tal y tal9,
acompañado por Jeanette Rodríguez, una
actriz venezolana especializada en
culebrones. En el programa, que se
grababa en Marbella, Gil respondía a
las preguntas de los espectadores en
traje de baño, metido dentro un jacuzzi y
rodeado de chicas en bikini.
En esta misma época, Gil adoptó una
de sus decisiones más discutidas, que ya
es decir: cerrar las categorías inferiores
del club para ahorrar 17 millones de
pesetas anuales (unos 100.000 euros):
«A los chavales los tiene que cuidar la
Federación y no nosotros. Yo no puedo
estar perdiendo dinero vendiendo pisos
para hacer canteras». La medida
propició el éxodo de jóvenes talentos a
los equipos rivales, incluido su odiado
Madrid, que se hizo con la joya de la
cantera rojiblanca, un niño del que Gil
había presumido poco antes en
televisión: «Raúl, mi capitán, 55 goles;
que aprendan los máximos goleadores».
El presidente-entrenador
Los nueve meses que había aguantado
Ivic constituían todo un récord, aunque
el registro iba a ser superado por Luis
Aragonés (once), el primer entrenador
en completar una temporada e incluso
comenzar la siguiente. Con Luis, el
Atlético revalidó el título de Copa,
también en el Bernabéu pero esta vez
derrotando al Madrid con dos golazos
de Schuster y Futre. La victoria más
dulce posible.
Luis Aragonés fue despedido a mitad
de la temporada 1992/93 y sustituido
por José Omar Pastoriza (doce), un
técnico argentino que impactó a la
prensa anunciando que iba a jugar con
un delantero y «una media puntada».
Duró cinco semanas, pero esta vez fue el
propio entrenador, y no Gil, quien
decidió romper el contrato. «La gente no
tiene que perder la dignidad y a mí me
enseñaron de pequeñito por dónde hay
que ponerse los pantalones», explicó
Pastoriza, que no aceptó las sugerencias
presidenciales para hacer su trabajo.
Gil, por supuesto, montó en cólera: «No
volveré a entregar el club a un
entrenador para que haga y deshaga. No
haré las alineaciones, pero sí veré quién
está en forma y quién no, quién es el
adecuado en cada momento y la política
de altas y bajas. Para mí, el entrenador
no es Dios. En mi empresa me tiene que
explicar todo lo que haga». Incluso llegó
a escribir un decálogo de obligado
cumplimiento para los entrenadores, que
formalizaba estas exigencias y
potestades presidenciales.
Ya de vuelta en Argentina, Pastoriza
explicó que el carácter volcánico de
Gil, su protagonismo desmedido,
respondía a la necesidad de que
hablaran de él, fundada a su vez en
ambiciones políticas: «A él no le
interesa lo que dicen de él, solo quiere
que la prensa hable. Es un provocador
que hace todo de forma deliberada
porque quiere mantenerse en el más alto
índice de publicidad. Está orgulloso de
las encuestas que dicen que es tan
conocido por los españoles como Felipe
González. Por lo que hemos hablado, me
parece que su ambición es solo política.
El Atlético le sirve como un escalón en
esa carrera. Él cree que puede vencer al
socialista y piensa en llegar a ser primer
ministro. Es un hombre muy de derechas,
de ultraderecha, diría yo».
Tras la huida de Pastoriza, Gil probó
durante tres meses con otro argentino,
Cacho Heredia (trece). El Atlético
acabó la Liga en sexta posición y se
quedó a las puertas de la final de la
Recopa. Su verdugo fue el Parma o,
según Gil, el árbitro alemán Aron
Schimidhuber: «Nos ha vuelto a robar10.
Ha sido un arbitraje sibilino, de los
premeditados. No vamos a decir muchas
cosas porque encima de que te violan,
luego te sancionan».
Para la siguiente campaña, Gil
importó un semidesconocido técnico
procedente de Brasil: Jair Pereira
(catorce), que duró tres meses: «Las
alineaciones siempre las hice yo. Salgo
con la cabeza alta», dijo al agarrar las
maletas. El precedente de Pastoriza
estaba muy reciente y Pereira tampoco
se mostró permeable: «Pueden decir que
soy mal entrenador, pero con mis
propias ideas. No acepté muchas cosas
que me quisieron imponer. Me llamaban
a las siete de la mañana para que
alineara un equipo y eso es lo que no
acepto. Contra la Real Sociedad, el
presidente quiso que colocara a
Juanito11 de delantero centro». Esa
campaña, el Atlético iba a conocer
cinco entrenadores más: Cacho Heredia
(otra vez como interino), Emilio Cruz
(quince), José Luis Romero (dieciseis),
Ovejero (interino) y Jorge d’Alessandro
(diecisiete). El resultado fue una triste
duodécima posición en la Liga.
Para la temporada 1994/95, Gil
contrató a Pacho Maturana (dieciocho),
ex seleccionador colombiano que había
dirigido durante dos años al Valladolid.
Maturana solicitó el fichaje del alemán
Jürgen Klinsmann, algo que Gil descartó
de inmediato: «No fiché a Klinsmann
porque me dijeron que perdía aceite».
Nueve jornadas le duró la paciencia con
Maturana, y trajo de vuelta a
D’Alessandro, que debutó con victoria.
«Estábamos en lo cierto», sacó pecho
Gil. Seis semanas después,
D’Alessandro estaba en la calle.
En su lugar, Gil fichó a otro
argentino, Alfio Basile (diecinueve),
que había sido seleccionador de la
albiceleste en el Mundial 94. La
comunicación entre ambos tampoco fue
buena: «Llevo dos meses sin hablar con
Basile. Le he llamado como veinte
veces, pero los horarios no coinciden.
Cuando yo me levanto, él se acuesta».
«El Compostela parecía el Milan»,
criticó Gil tras un mal partido del
Atlético en Santiago. Basile, hombre de
carácter, no se arrugó: «Lo que Gil no
dice es que nosotros tampoco somos el
Milan. Que se dedique a la política,
porque de fútbol no tiene idea». En
cuanto comenzaron los rumores sobre la
búsqueda de un nuevo entrenador,
Basile dejó las cosas claras: «No
permitiré que contraten a otro técnico
mientras yo esté trabajando. Si lo hacen,
me cago en el contrato». Abandonó el
club de inmediato, después de detectar
el mal que, a su juicio, impedía que las
cosas funcionaran con normalidad: el
sigilismo. «Todos dicen “sí, Gil, sí,
Gil”…»
Remató la temporada Carlos Aguiar
(veinte) y el Atlético sufrió para evitar
el descenso. Al año siguiente, las cosas
iban a ser bien distintas.
El doblete y el Ajax
El serbio Radomir Antic (veintiuno)
guió al Atlético a la conquista del título
de Liga, el primero en 19 años y el
único de la era Gil. La temporada
1995/96 fue la del histórico doblete
rojiblanco, que condujo a Gil a su punto
más alto. «Lorenzo Sanz y José Luis
Núñez son mis súbditos», se
envalentonó. «Que se mueran todos
aquellos a los que les jode que yo sea
rico y el Atlético líder.» Con un gol de
Milinko Pantic, fichado esa misma
temporada, el Atlético derrotó al
Barcelona en la final de Copa, con Gil
en el palco de La Romareda: «Creo que
he asustado al Rey cuando hemos
marcado».
Un mes más tarde, tras la conquista
del título de Liga, Gil organizó un
peculiar desfile por las calles de
Madrid. Lo encabezaba él mismo a
lomos de su caballo Imperioso, con el
que aseguró mantener trascendentales
conversaciones. Tras ellos, dos carrozas
y once calesas con el acompañamiento
musical de la banda municipal de…
Marbella.
Al año siguiente, el Atlético
representó a España en la Liga de
Campeones12. En cuartos de final, quedó
emparejado con el Ajax, campeón
continental dos años antes. En aquel
equipo, entrenado por Louis van Gaal,
abundaban los jugadores de raza negra:
Babangida, Bogarde, Kluivert, Melchiot,
Wooter, Musampa… Gil regresó a
España impresionado tras el partido de
ida: «Los negros del Ajax… Eso
parecía el Congo, dicho con todos los
respetos. Mirabas a un lado y había
cuatro negros calentando, mirabas a otro
y había cinco, y en el campo, otros tres.
Salían negros de todas partes, como si
fuera una máquina de hacer churros. Y
conste que no soy racista».13
Las palabras levantaron una gran
polvareda. El Ajax se negó a asistir al
tradicional almuerzo entre directivas
previo al partido de vuelta, y evitó
también valorar las palabras de Gil.
«Nuestra posición es no hacer
declaraciones sobre algo de lo que
cualquier ser humano razonable ya tiene
una opinión». Quienes sí ahondaron en
el asunto fueron los periodistas
holandeses, lo que llevó a Gil a ofrecer
una surrealista rueda de prensa en un
idioma que guardaba cierto parecido
con el inglés: «I am white. No problem.
Ahora…I think that… Excuse me. If I
think that you black and say black,
black, black all day, is very bad… The
color no is problem for man».
El Ajax dejó en la cuneta al Atlético,
que vio cómo se escapaba su
oportunidad de hacer algo grande
también en Europa. El fulgor del doblete
se fue apagando y, al cabo de tres
temporadas, Antic dejaba el Atlético.
«Me molesta pagar a alguien por no
trabajar», dijo Gil tras despedirle. Lo
que no sospechaba es que Antic iba a
estar de vuelta en el Calderón mucho
antes de lo esperado.
Para volver a empezar, el Atlético
contrató nada menos que a Arrigo
Sacchi (veintidós), el hombre que había
revolucionado el fútbol mundial de los
ochenta. Apenas le duró ocho meses.
Aguiar, su sustituto, tampoco fue capaz
de enderezar la situación y Gil, a la
desesperada, volvió a contratar a Antic
cuando no había pasado un año de su
despido. El serbio sacó al equipo de los
últimos puestos y alcanzó la final de
Copa, en la que se midió al Valencia del
que iba a ser su sucesor, Claudio
Ranieri (veintitrés). El Valencia pasó
por encima del Atlético (3-0) y en el
vestuario, nada más acabar el partido,
Gil comunicó a Antic que no seguía.
Ninguno de los dos se imaginaba que en
menos de un año, el serbio regresaría de
nuevo al Manzanares, aunque en
circunstancias muy distintas.
La administración judicial y el
descenso
Ranieri no entró con muy buen pie en el
Atlético, excepción hecha de la histórica
victoria en el Bernabéu (1-3) que supo a
gloria a la afición14. Mientras el equipo
penaba por la tabla de Primera, Gil
seguía acumulando problemas con la
justicia: «Soy el hombre más perseguido
de España». A primeros de año, había
pasado una semana en la cárcel acusado
de delitos de malversación de caudales
públicos en Marbella. A finales, el 22
de diciembre de 1999, la Audiencia
Nacional decretó la intervención
judicial del Atlético por presuntos
delitos de estafa y apropiación indebida,
entre otros. El juez destituyó a todo el
consejo de administración. Las cuentas
se bloquearon y la gestión quedó en
manos de un administrador judicial que
negoció la salida de Ranieri y trajo a
Antic de regreso.
En abril, en pleno tramo decisivo de
la temporada, el juez repuso en sus
cargos a Gil y a Cerezo, el futuro
presidente. El equipo tocó fondo y selló
su descenso: «A Segunda División, a
ese infierno, nos han llevado mentes
malignas y gente de mal vivir». Ni
siquiera sirvió como consuelo la final
de Copa, que perdió contra el Espanyol
(1-0). En el banquillo ya no se sentaba
Antic, sino Fernando Zambrano
(veinticuatro), al que se le encomendó
también el reto de lograr el ascenso. En
una aplaudida campaña de márketing, el
Atlético planteó su etapa en Segunda
como «Un añito en el infierno»… que
finalmente fueron dos. Ni Zambrano, ni
Marcos Alonso (veinticinco), ni Carlos
Cantarero (veintiséis) lograron
encaramar al equipo a la zona de
ascenso. Sí lo consiguió Luis Aragonés
que, sin embargo, volvió a partir peras
con Gil pasado un tiempo: «Si cuento lo
que sé de Luis, no entrenaría ni al Atleti
ni a ningún otro equipo».
En febrero de 2003, Gil fue
condenado a tres años y medio de
cárcel. En mayo, la Audiencia Nacional
le embargó todas sus acciones y dimitió
como presidente. Ahí terminó su larga
historia en el Atlético de Madrid, al
mando del cual continuó su hijo Miguel
Ángel Gil Marín.
Falleció un año más tarde. Por suerte
o por desgracia, nadie atendió su deseo
funerario, expresado muchos años antes:
«He pensado construirme un panteón,
pero no un panteón cualquiera, sino algo
acorde con mi personalidad, porque yo
no pienso desaparecer. Voy a hacer que
me embalsamen y me coloquen en un
sitio donde pueda verme la gente. Como
cerca de este terreno pasa la vía del
tren, he pensado en un dispositivo para
que, cuando pase uno, se abra la puerta
del panteón y salga yo para que me vean
los viajeros. Total, unas 22 veces al
día». Como epitafio, sugirió: «Aquí
yace un imbécil que creyó que las cosas
podrían ir mejor». Habría sido, valga la
expresión, su última frase lapidaria.