Una de las grandes ventajas de Hansi Flick (Heidelberg, 24 de febrero de 1965) es que no es catalán ni le afectan las catalanas cosas. En la comparación con Xavi, de la que el de Terrassa sale tan mal parado, estuvo la no menor anécdota del domingo: los jugadores pidieron un día libre extra como premio por la goleada en el Bernabéu y Flick, que es cariñoso con ellos, que saca lo mejor de ellos, que se comporta como un padre con sus hijos, se negó a complacerlos por mucho que insistieron. Todo lo contrario de Xavi, que planteaba su relación con los chavales como un juego de retos y recompensas.
Ganar en el Bernabéu es extraordinario, pero ni es un reto ni merece nadie por ello ninguna compensación extra. Si educas a tus hijos en el premio nunca serán generosos. Si sacan un sobresaliente y les regalas una bicicleta no entenderán que la verdadera historia de amor de su vida son sus obligaciones y no sus derechos. Y así es imposible construir una sociedad libre y justa.
Xavi, mientras fue entrenador, los días que creía que no había nadie en el Camp Nou, acudía al vestuario con un chamán para que limpiara los malos espíritus. Laporta se enteraba porque se lo contaban los empleados de seguridad, y dejaba hacer por no meterse en más líos con su entrenador aunque le parecía una completa majadería. Flick no tiene que recurrir a supersticiones. Le basta con educar a sus chicos en su sentido del deber.
La línea del fuera de juego, tan comentada en los últimos días, aunque en algún momento vaya a ser combatida inteligentemente por los próximos rivales, no sólo es una buena idea sino que se basa en el compromiso y en el preciso trabajo de toda la defensa. Es imposible jugar con este riesgo sin la extrema calidad y el máximo cuidado de unos jugadores que cuando juegan al fútbol expresan lo mejor de sus vidas, y por eso es importante que el entrenador les recuerde que jugar bien y ganar es su obligación, y no un regalo que nos hicieran, y que no son un premio los días libres.
Hay que decir también que este fútbol es la expresión de nuestra época y que sería imposible jugarlo sin la tecnología que el VAR provee. Esto también tiene que ver en el éxito que está teniendo el Barcelona y está relacionado igualmente con que Flick no sea catalán: en un club en el que palabras como identidad, adn, valores y demás cursilerías folklóricas han tenido tanto peso, la juventud, la multirracialidad y la precisión deportiva y tecnológica son una higiene.
No sólo el fútbol, también España sería mucho mejor si los jóvenes entendieran que al cabo de tres meses de llegar a un nuevo puesto de trabajo no puedes pedir días extras de vacaciones. Si estos jóvenes que tanto admiran a los chicos de Flick tuvieran un parecido compromiso con su trabajo y con el de sus compañeros también, no sólo el fútbol iría mucho mejor en nuestro país.
Es la primera vez en mucho tiempo que un buen juego del Barça no va asociado a metáforas sobre el catalanismo, ni a «la épica de los pueblos que quieren ser libres» por decirlo en palabras de Laporta. También esto se debe a que Flick no es catalán, ni sabe español, e inglés muy poco. Son las viejas recetas de siempre: talento, esfuerzo, compromiso personal y colectivo. Azúcar, el imprescindible. Hasta el catalanista que más pecho saque por tan fulgurante comienzo tiene que admitir que este Barça está construido sobre todo lo contrario del victimismo identitario y la fanfarronería de dar lecciones de «el mundo nos mira».
Este Barça, a diferencia del de Pep, gana sin hacerse enemigos y siendo amable con todos.