Riazor se llenó de lágrimas negras cuando se veía a las puertas del cielo, la cima europea, en cruel 'deja vu' del penalti fallado por Djukic que le costó una Liga (14 de mayo de 1994). El dinámico y tácticamente impecable Oporto de Mourinho apeó al Depor de la final de la Champions tras tomar Riazor (0-1) con un gol de penalti, palabra tabú en Riazor, transformado por Derlei. El genial Deco y Maniche impusieron recorrido y clase frente un grupo atenazado por lo mucho que estaba en juego... Otra vez tanto remar, que dijo Fran, para ahogarse en la orilla.
El Depor salió nervioso, frenético, demasiado responsabilizado por lo que le iba en el envite histórico. De ese exceso de revoluciones se aprovechó un Oporto tan táctico como descarado, como siempre, con Maniche en el centro de las operaciones y un Deco que burlaba una y otra vez la que se suponía 'estrecha' vigilancia de Sergio y que se quedó en un marcaje zonal por el que el 'diminuto' no se cansó de abrir vías de agua. Sólo Luque tirando de velocidad lograba poner con cuentagotas un poco presión sobre las zonas de remate de Pandiani. Fútbol trabado, demasiadas revoluciones porque al eje sobre el que gira la creación gallega, el maestro Valerón, le habían echado el candado. Poco de orden y concierto, nadie ponía la pausa en lo que se convirtió en un correcalles sin tres pases seguidos. Malas sensaciones para Riazor.
Oportunidades al limbo
Aún así, el Depor tiró al retrete un par de lindas oportunidades en un primer acto vertiginoso. Valerón se vio solo en las narices de Baía, tras un envío de cabeza cuando se cumplía la media hora. El centrocampista despilfarró la ocasión porque creía tener un defensa sobre su cogote, echando fuera un balón franco cuando disponía de un par de días para pensar el remate. Después, Pandiani mandó al limbo otra de chilena tras un desborde de Luque por la izquierda. Demasiada floritura. Y el Oporto, con Costinha cubriendo terreno como una cosechadora, que reculaba pero nunca perdía la cara, siempre punzantes. Derlei, Deco, Carlos Alberto y Maniche demostraron ser peloteros de altura, dinamismo a chorros, con clase además de recorrido.
El segundo acto se inició con un susto tremendo para Riazor, aviso del castigo posterior. Un remate de Derlei tras un envío cruzado, con veneno al segundo palo del genial Deco, que cruzó de punta a punta el área chica deportivista. El delantero la estrelló en el palo derecho a metro y medio de la línea de gol. Seguidamente, llegó otra contra mortal que el omnipresente Deco le puso en bandeja a Derlei y que César tirándose al suelo llegó a tapar con Molina a media salida. A Riazor le apretaba más y más la soga al cuello que tendió Mourinho. El Oporto, suelto, asomaba sin descanso martilleando constatemente el área local.
La afición y los jugadores de se dieron cuenta más que nunca del peaje de sufrimiento consustancial a estos partidos de la cima Europea. Deco, el 10 de morado, inventó el roto decisivo con otro fogonazo suyo, exclusivo. Suelto como un diablillo, el habilidoso extremo burló por habilidad y velocidad a Manuel Pablo para provocar un enganchón de César en la esquina derecha del área deportivista, en el mismo callejón del 10 que él dignifica en su espalda. El central pecó de novato porque no era necesario irse al suelo y el luso-brasileño, de listo. Derlei se encargó de transformar sin piedad, aunque Molina adivinara sus intenciones.
La heroica
La heroica otra vez era cuestión de vida o muerte en Riazor. 35 minutos por delante para descontar un gol de desventaja, marcar dos o la final era el más cruel de las pesadillas. Toque de corneta de Irureta, todos para arriba frente a un enemigo tan fiable y con tanto oficio como el más reputado grupo italiano. Y en el minuto 69, otra en la frente: Naybet expulsado por doble amarilla. Lo que quedaba de potable en el banquillo, al césped. Tristán por Sergio y y Fran por Luque. No había más remedio que tirar de soluciones de emergencia y con un hombre menos.
Lástima, el Depor se consumió en impotencia, a fuego lento en el guiso de Mourinho. La telaraña de atrás portuguesa era tupida, no concedía un solo metro y los de arriba, el Maniche, Deco y compañía no dejaban de picar a la mínima. Pasaban los minutos, y todo era imprecisión y angustia, envíos fallados y aullidos y agobios en la grada. Las luces se apagaron arriba porque no hubo ni un solo destello, algo de esperanza a lo que agarrarse en los minutos finales. Ni siquiera Tristán o Pandiani, difuminados en la espesa niebla. El Oporto, que el pasado año ganó Copa, Liga y UEFA, va por este curso por el mismo camino.