No era un problema de digestión. Era un problema de desencanto, de malhumor. Y eso que acababa de conquistar uno de los títulos soñados. Pero, claro, era un cetro menor, poca cosa para tanta inversión. Había perdido toda opción en la Liga por haber sido rácano en su apuesta en el Bernabéu. Cierto, había arrancando un empate con 10 jugadores (1-1), pero el Barça había reafirmado su liderato. Acababa de ganar la Copa, pero la había podido perder.
Nada de todo ello le había reportado a Florentino Pérez las alegrías que esperaba, ni siquiera, según informaba elEconomista.es, recordar que en los últimos cuatro años había ingresado 110 millones de euros en su cuenta personal por sus opciones sobre acciones de ACS. Lo suyo no parecía tener consuelo. Porque él, como ser superior y presidente del Real Madrid, quería conquistar otra Copa de Europa. De ahí que Pérez llevase siete días de mal humor. Pero mucho. Y no por la expulsión de Pepe, sino por el 0-2 provocado por Leo Messi, un jugador sin precio.
COMIDA POCO GRATIFICANTE / Era evidente que la gélida comida de directivas no le había alegrado el cuerpo, pese a ser en el lujoso The Mirror, con decoración totalmente blanca. A Florentino le importa poco lo que come y, demasiado a menudo, con quién come. Por eso, al llegar el martes al Camp Nou, no escondió su malhumor. De ahí que protestase por casi todo, especialmente por las entradas que le había facilitado el Barça para sus íntimos, su ubicación en la tribuna y otras muchas cosas.
Pero la protesta que más caló en la directiva azulgrana y, por descontado, en su cuadro técnico fue el marcaje que los ejecutivos de la casa blanca hicieron a los miembros de la UEFA para controlar el riego del césped. El Madrid, precisamente el Madrid, que se había saltado todas las normas y acuerdos sobre esa materia en el partido de ida -cuando se negó a regar el alto y frondoso césped del Bernabéu tras el calentamiento y en el descanso del partido-,
exigía el máximo rigor en lo referente al riego de la hierba. ¿Por qué?, como se preguntaría José Mourinho. Porque intentaba que el césped estuviese lo menos rápido posible.
Y va y, a media tarde, empieza a diluviar sobre el Camp Nou. Y Pérez se da cuenta de que hay todavía un ser superior a él que parece culé. Y el cabreo fue en aumento, hasta llegar a afirmar: «Como siga diluviando así, igual hay que suspender el partido». Y no era broma. Un ejecutivo azulgrana se le acercó y le dijo que los expertos aseguraban que la lluvia era pasajera: «Viene de Bellaterra y durará solo una hora».
La eliminación europea del Madrid aumentó el enfado de Pérez. Y no solo por el resultado o el arbitraje, sino porque de las tres competiciones que, en 18 días, le disputaba al Barça acababa de perder su preferida, la que prometió al socio.
Y eso que, como reconoce uno de los más próximos colaboradores de Pep Guardiola, «cuando se confirmó que nos enfrentábamos cuatro veces al Madrid en 18 días, no sabíamos cómo íbamos a responder. Ellos habían recuperado a todos sus jugadores, Kaká e Higuaín incluidos, y nosotros estábamos ya en precario, especialmente en defensa con la incertidumbre de Puyol y el dolor en el alma, más que en el cuerpo, de la intervención a Abidal». De modo y manera, explican en la Ciudad Deportiva culé, que decidieron no hacer planes. «Un partido nos llevaría al siguiente, y así sucesivamente».
Porque, como reconoce uno de los técnicos del área deportiva que dirige Andoni Zubizarreta, el Barça era el único que no podía renunciar a ninguno de los tres títulos, porque los tres estaban a su alcance. No así el Real Madrid que decidió olvidarse de la Liga y diseñar una estrategia diferente para cada choque. «Evidentemente, no nos cambiábamos por ellos, pero Pep y Tito tuvieron que arriesgarse en cada partido con una decisión que no sabían cómo les iba a funcionar, desde la alineación de Puyol al emplazamiento de Mascherano como central», indica esa fuente. En las catacumbas del Barça reconocen que Mourinho les dulcificó sus problemas. «El hecho de que Mourinho renunciase a atacar abiertamente en toda la serie hizo más llevaderos nuestros problemas».
A VUELTAS CON EL CÉSPED / Si tuvieran que escoger un síntoma para demostrar la tacañería futbolística de Mou en esta serie, hablarían del césped, de su mezquindad a la hora de presentar las máximas dificultades posibles al juego fluido del Barça, ya sea en el Bernabéu, en Mestalla o en el Camp Nou, donde también intentaron evitar que estuviese en las mejores condiciones posibles para el Barça, al que el cielo acabó echando una mano. «La tarde antes del primer choque de la Champions cuando, visto lo visto en la Liga, decidimos desplazarnos un día antes a Madrid -señala otro de los ayudantes de Guardiola- fueron tan cutres que dejaron el césped super alto y, encima, ¡lo inundaron! Inaudito».
Los técnicos azulgranas aseguran que en el primer clásico, el de Liga, no se llevaron sorpresa alguna. Bueno, sí: la escasa ambición del Madrid. «Intuíamos que iba a poner a un fuertote, un gladiador, por delante de la defensa para intentar entorpecer la recepción y el arranque de Messi. Y, en ese sentido, Pepe nos parecía el más adecuado». Eso sí, todos ellos se esperaban un Madrid más valiente. De ahí que el equipo de Guardiola diese por bueno el 1-1. «Puyol había pasado la prueba, Messi se ahorró un montón de carreras y salimos más líderes del Bernabéu», fue la lectura de aquel primer choque. Sobre otro césped, dicen, hubiesen podido arriesgar; sobre esa hierba, no.
El duelo copero era el que más inquietud provocaba en el vestuario azulgrana pues, a partido único, aumentaban las posibilidades de victoria del Madrid. «Nos sorprendió --señala uno de los habituales titulares azulgranas-- la intensidad, rayando la agresividad, el hooliganismo, de los jugadores del Madrid, que lo protestaron todo, todo». Puede que esa faceta desconcertase a los azulgranas, que jugaron los peores 45 minutos de la serie. «En el descanso -asegura otro técnico— abrimos los extremos y tratamos de crear espacios para recuperar nuestro juego». Y llegaron las ocasiones. El gol anulado a Pedro y aquel impresionante chut de Iniesa con manopla de Casillas.
DERROTA EN LA PRÓRROGA / La victoria, que al producirse en la prórroga obligó a un fatigado Barça a desgastarse inútilmente, permitió respirar a Mou. «De cualquier manera -indica un ayudante de Guardiola— aquella final nos sirvió, y mucho, para preparar el duelo europeo. Estaba clarísimo que creían haber descubierto la manera de neutralizar nuestro juego. Ellos juegan más por negación que apostando por un juego abierto y ofensivo».
Llegado a este punto, Guardiola y Vilanova deciden cambiar la rutina cara al primer compromiso de la Champions en el Bernabéu. Obligado a estar en la capital el día antes del partido, Guardiola cambió de hotel (del AC Monterreal al Eurostars Madrid Tower), decidió probar el césped para ver cómo estaba y, a continuación, ofrecer la conferencia de prensa en el Bernabéu. Nadie intuye que va a ser contundente, demoledora. Ni siquiera el puto amo.
¿Qué hizo que Guardiola estallara? Todo. Demasiados meses de mentiras y que, por vez primera, Mourinho se dirigiese personalmente a él, nombrándole, en lugar de utilizar el eufemismo de «los otros». Minutos antes de que Guardiola saliese a su fogosa rueda de prensa, más de un amigo acudió a su vestuario (alguno lo pilló aún en la ducha y tuvo que regresar a los pocos minutos) y le pidió que no replicase a Mourinho. «No lo hagas, Pep, no lo hagas, hablemos de fútbol», fue el ruego más común. «Necesito dormir tranquilo. Mis jugadores esperan que su entrenador les defienda», fue la réplica del míster. «A Pep le encantó disfrazarse de Mou durante un rato», confesó ayer uno de sus futbolistas preferidos.
CALUROSO Y SENTIDO APLAUSO / «Ahora puedo decirlo -comenta uno de los íntimos amigos de Guardiola--, nada más oír lo del 'puto amo' supe que eliminaríamos al Madrid porque intuí que ese gesto motivaría a los jugadores». De ahí que cuando Guardiola entró esa noche en el comedor del Eurostars Madrid Tower para cenar en compañía de dos de sus mejores amigos, David Trueba y Evarist Murtra, fuera recibido con una sonora ovación por todos los jugadores azulgranas.
Esa noche volvió la fiesta al hotel de concentración del Barça. Valdés los reunió a todos y les mostró un video doméstico, grabado, se supone, con la ayuda del equipo de expertos que filman y diseccionan los partidos para Guardiola, en el que el portero protagoniza un show espectacular imitando a varios de los presentes e, incluso, a personajes famosos. Las carcajadas fueron enormes y todos conciliaron el sueño conscientes de que algo grande estaba por llegar. La jornada de ese 26 de abril significó un cambio sustancial en el ambiente. El cruce de mensajes, móvil a móvil, de habitación a habitación e, incluso, en el mismo autocar camino del Bernabéu, así lo denotaba. Los SMS que, tras la derrota de Valencia, reflejaban cierto desencanto y resignación porque el Madrid había llevado el enfrentamiento a su terreno, a la confrontación, se convirtieron en auténticos gritos de ánimo. Más de uno recordó el «alma y fútbol» proclamado por Zubi o el cinéfilo «ira y fuego» de Gladiator.
EL COMENTARIO DE CHENDO / Paralelamente a la preparación del partido, centrada especialmente en cómo atacar al Madrid (sabedores de que la cautela volvería a ser el arma de Mou), las negociaciones en los despachos del Bernabéu continuaron siendo esperpénticas, no solo sobre el horario y la intensidad del riego, sino también para acceder a la petición culé de que los mensajes por megafonía se dieran también en catalán. «¿Qué ocurre, que sus seguidores no entienden el español?», llegó a replicar Miguel Porlan Chendo, delegado madridista, a sus interlocutores.
Minutos antes de empezar ese tercer encuentro, los técnicos barcelonistas no las tenían todas consigo. Estaban seguros, dada la moral de su tropa, de que competirían al más alto nivel, pero sabían que venían de una derrota sonada e intuían que los primeros 20 minutos podían marcar la tendencia de la eliminatoria. «Y Mourinho nos dio vida», reconocen ahora en los despachos de Sant Joan Despí. «Si el Madrid hubiese salido a apretarnos y tiene la suerte de marcar un gol en el primer cuarto de hora, el equipo, por inmenso que sea, hubiese dudado. Y mucho. Pero nos volvieron a regalar el balón y nos sentimos muy fuertes». Para algunos colaboradores del técnico de Santpedor aquel fue el mayor error de Mou: no dar la orden de atacar para aprovechar el poso de duda que la derrota copera dejó en los culés.
«Cuando tú, con la alineación y la táctica, transmites a tu equipo que el 0-0 ya te va bien, jugadorazos como Ronaldo, Özil, Di María, Xabi Alonso o Benzema tiene derecho a dudar de ti», señala un ayudante de Guardiola, que reconoce: «El final de ese tercer encuentro no pudo ser más brillante y excelso para nosotros. Messi marcó el gol de la tranquilidad y puso la guinda con una de sus obras maestras». Fuera, mientras Mourinho se quejaba de nuevo por la expulsión de Pepe, despotricaba contra la UEFA y se atrevía a implicar a al Unicef en lo que consideraba un robo, los barcelonistas seguían mostrándose prudentes, sabedores de que quedaban 90 minutos en el Camp Nou «en los que sufriremos para clasificarnos», dijo Guardiola a los suyos en el bus que les conducía al aeropuerto de Barajas.
La preparación del partido de vuelta, inmersa en el estruendoso ruido que llegaba de Madrid, mezcla de un victimismo desmesurado y un cántico al espíritu de Juanito, se gestó bajo la premisa, celebrada por Guardiola, de que «mañana se acaba todo», reflejo del hartazgo y desgaste que ha supuesto para todos el cuádruple enfrentamiento. Una cosa estaba clara: iban a jugar con el reloj y se dejarían querer. Y, de nuevo, Mourinho les echó una mano. «Para todos nosotros -señala otro ayudante de Guardiola— resultó incomprensible que el portugués alinease de entrada a Kaká e Higuain, dos jugadores que no estaban para un duelo de esa envergadura».
MOURINHO SE ASUSTÓ / El Barça no necesitó esta vez vídeo motivador alguno, pero Guardiola encontró una manera de unir aún más al grupo al convocar a Abidal y asegurar, en sus SMS, que sería Abi quien les llevaría a Wembley. El espontáneo pasillo que los técnicos hicieron a la plantilla, la curiosa sardana escenificada en el centro del campo, los cánticos del estadio, los agradecimientos de Guardiola y el verbo de Xavi («si los madridistas siguen lamentándose y buscando excusas, jamás progresarán») apagaron el ruido y los gestos despreciativos de Karanka, Casillas, Ronaldo y Alonso, a los que su general había abandonado en la batalla decisiva al quedarse en el hotel.
Fuente: http://www.elperiodico.com/es/noticias/barca/batalla-los-clasicos-995902