Mi profesor de estadística aplicada cambió el tono cuando comenzó a hablar de Fruder. Yo estaba pasando una mala época. Abajo la poetisa tetona y su amigo del opus intercambiaban miradas de complicidad cuando el catedrático se postulaba moralmente. Me llegó un sms confirmando la cancelación de mi cuenta de Netflix. Diablos, pensé, diablos.
Intenté vendermis tokens de chaturbate a traves de onion. La vida es una laberinto y yo no soy Kant.
Volví a tener la misma fantasia. Yo acababa de derribar a una serie de cazas alemanes a bordo de mi mustang p 51, había gastado miles de balas trazadoras pero , carajo, había resultado sastifactorio partirlos y mezclar de sangre el fuselaje: total que llegaba a mi casa de permiso, y mi mujer lloraba fregando los platos, lloraba amargada diciendo que yo era un bruto y que no tenía en cuenta sus sentimientos, que ella ya no podía más, se acabó. No hice ningún comentario más que terminarme la botella de bourbon que tenía mediada.
Luego tuve que estar cuatro o cinco días completamente borracho, vi ropa de Daisy desarbolada por su cama, la que fuera nuestra cama, y supuse que en efecto yo era un desalmado. El cabo Petterson se presentó en mi puerta la mañana del quinto día con una tableta de f-k y tras tomarme dos con un café aguado sentí que podía subir hasta la morad de dios escalando por una cuerda.
Ya estaba bien metido el invierno y la niebla causaba estragos entre los operarios de pista y los chulos de la torre de control. SEMPER NEBULA EST DRACONIS CUBILE, solíamos decir, porque puestos a decir la verdad eramos el dragón de Europa y yo su alcohólico e irresponsable jinete. Me habían reasignado a la cédula X e íbamos estar, unos quince p-51, jodiendo en el parsec de Bélgica hasta que el jodido Erhard Milch reconociera que era un maricón y no sabía nada de la guerra ni del cielo ni de nada en particular que atañera a un hombre hecho y derecho.
Me cobré doce derribos en la primera semana de Enero y eso me valio un ascenso y dos días de permiso. Solía vomitar cada atardecer y me temblaba el pulso pero yo seguía con mi ajetreada sinfonía de tabletas f-k, sangre en el aire, balas trazadoras y alcohol.
Conduje hasta el rancho de los padres de Daisy, y joder tuve que frenar en seco la camioneta al verla cruzar las escaleras del porche de la mano del inconfundible Orson Maclain, Neumologo y amigo de la familia y ahora follador oficial de la señorita Daisy Miller. Saqué mi colt 45 de su funda y la amartillé pero algo me habló desde el cielo y un golpe horroroso de acidez me hicieron dar la vuelta.
En febrero me bautizaron como Salta de Tomate McHenely, tras batir el record de derribos de toda la historia de la aviación moderna. Tanto fue así que el Presidente Roosvelt me dirigió una misiva muy elogiosa que fue publicada en la prensa internacional, sin duda, para encomio del buen hacer americano.
Petterson, que por suerte seguía consierandose mi amigo, sospechaba que algo no andaba bien dentro de mi y fue una total y afortunada sorpresa que llamara al timbre la noche en la que amarraba una soga a una vida de madera del salón,
Briiiiib briiiibb, sonó mi teléfono y profesor de Estadistica grito mi nombre.