Recientemente he leído una serie de estudios que han alentado en mí la idea de que las familias pobres se caracterizan por su total ausencia de un código ético normativo. Los estudios abordaban cuestiones como la reproducción, la educación de los hijos, el trabajo infantil y los cuidados durante la vejez. Al parecer, las familias pobres siguen una estrategia consistente en engendrar un amplio número de hijos con objeto de que algunos de ellos desempeñen trabajos de baja categoría y contribuyan con sus nimios ingresos a la economía familiar, mientras que otros pueden gozar de una buena educación gracias a estos ingresos a la hacienda familiar de sus hermanos y durante su edad adulta cuidan de sus ancianos padres. Lo cierto es que me quedé boquiabierto cuando constaté la forma tan indignante en que estas acciones contravenían toda norma moral humana y divina.
En primer lugar, la reproducción excesiva. La tasa de reposición de una sociedad es de 1,8 hijos por mujer. El planeta padece ya un alarmante problema de sobrepoblación; se calcula que sólo China necesitará otro planeta como la Tierra antes de 2060 para satisfacer sus necesidades, y que una población de diez mil millones de almas, sumada al desarrollo económico del Tercer Mundo que hará que el nivel de consumo de sus habitantes se sitúe parejo al de los del Primero, pronto agotaría todos los recursos del planeta. Una población de dos mil millones de habitantes sería el número óptimo que soportaría nuestro planeta e impediría el agotamiento de sus recursos y la destrucción de su naturaleza. De forma que la decisión de una familia de tener tres, cuatro, cinco o seis hijos constituye una atrocidad de un calibre espectacular.
En segundo lugar, la decisión de que unos hijos (generalmente los mayores, por ser los primeros en poder desempeñar alguna clase de trabajo con el que aportar ingresos) desempeñen trabajos de escasa catadura. ¿Qué ser desprovisto de alma privaría de educación a algunos de sus hijos para que con su trabajo pagasen la de otros? ¿Qué ser despreciable y nauseabundo tendría la desvergüenza de privar a sus hijos de instrucción para ponerlos a trabajar en condiciones lamentables? Sin embargo, esto al parecer hacen de forma sistemática los padres míseros en dinero (¿y en espíritu?).
En tercer lugar, cabe destacar el hecho de forzar a algunos hijos a cuidar de ellos durante la vejez sacrificando así su propio bienestar económico. ¿Para qué sirven las pensiones? Que yo sepa, las pagan todos los contribuyentes y los votantes ancianos son muchos en la mayoría de las democracias como para que todos deban pagarlas religiosamente y no sean precisamente ínfimas. ¿Por qué no viven gracias a esas pensiones en lugar de depender de su descendencia?
Todo esto tendría fácil solución: si eres pobre, no tengas hijos y contribuye a aliviar la sobrepoblación del planeta, o ten uno o dos a lo sumo y, puesto que apenas tienes hijos, no suponen una carga excesiva para tu hacienda. Aquí habría que analizar las razones por las que los pobres deciden tener muchos hijos. Quizá influyan en ello los instintos básicos como la lujuria, pues son más dados a la concupiscencia y los placeres de la carne aquellos que no conocen los del espíritu; o quizá sea una cuestión de educación y cultura, y los pobres que incurren en irresponsabilidades morales tan graves desconozcan los métodos anticonceptivos.
Pero ¿y si esta conducta moralmente perversa de los pobres tiene un origen genético, es innata? Aquí deberíamos plantearnos si debemos permitir que los pobres continúen reproduciéndose sin mesura. Porque no podemos olvidar que en la actualidad, debido a los avances médicos, la mayoría de los hijos de los pobres sobreviven y el éxito reproductivo de la clase baja es superior al de las clases media y alta. ¿Deseamos una sociedad de seres miserables y egoístas que, cuales adoradores de Moloch, sacrifiquen a algunos de sus hijos para ayudar a otros y para ayudarse a sí mismos y que a largo plazo ocasionen la destrucción del Medio Ambiente y la desaparición del género humano debido a la superpoblación? Esa es la gran pregunta que todo ser humano debería hacerse cuando constata la iniquidad de muchas familias pobres.