Arrastrando lo que hasta hace tan solo unos minutos era mi pierna trato de acercarme a la mesa. A mi alrededor Moses y Julius forcejean con un grupo de clots, figuras flacas en su mayoría calvas y desdentadas. Vamos, Carlo, hazlo -me grita Moses distrayéndose un segundo de su lucha-. Yo sigo reptando, dejando tras de mí un reguero de sangre y trozos de músculos. Nunca en mi vida tres metros se me han hecho tan largos.
Tras el grito de Moses, los clots han reparado en que sigo vivo y la lucha se vuelve más encarnizada. Ahora Moses y Julius luchan por mantener ocupados a los pobres muertos de hambre que quieren frustrar nuestro plan. Otros veinte centímetros recorridos. Me arden los bíceps de impulsarme con ellos. Mi pierna grita agonizante y todo me da vueltas. Sigo avanzando hacia donde creo que está la mesa. Alargo el brazo derecho y trato de aferrarme al suelo con la mano, pero en vez de eso toco algo húmedo. Lo agarro y me lo acerco a la cara, es la lengua de alguien.
Me impulso con el brazo izquierdo y noto cómo se me tensan los tendones. Un dolor punzante me recorre el brazo. Los restos en forma de red de mi pierna están haciendo de ancla, enganchándose en todos los tornillos salientes del suelo. Vuelvo a alargar el brazo derecho, me aferro al borde de una de las placas de acero que recubren el suelo y contraigo el bíceps. Dolor. Una de las figuras blancas se lanza sobre mí, pero en el último momento es repelido por Julius. En la pared, el reloj marca las cinco y diecisiete de la tarde.
Sigo reptando, como puedo. Mi pierna semi amputada se retuerce. Es curioso ver un pie colgando de unos pocos tendones y venas, dando vueltas sobre sí mismo aún con un zapato puesto. No hay palabras para describir el dolor que padezco. Me tiemblan los brazos y mis ojos están encharcados desde hace ya largo rato, y de lo único que tengo ganas es de cerrar los ojos y caer rendido. Sin embargo, me obligo a mí mismo a alargar el brazo izquierdo y seguir reptando. Al impulsarme hacia delante noto un desgarrón que me arranca un rugido. Miro hacia atrás y veo que mi pierna está unida al cuerpo cada vez por menos cosas, pero sigue ahí.
Mientras respiro precipitadamente y pienso en que mi ritmo cardíaco está a punto de hacer explotar mi corazón, Julius asesta un tremendo porrazo a un clot medio desmenuzado en el brazo, el cual se separa del resto del cuerpo y cae a escasos centímetros de mi cabeza. En la mano aún hay un cuchillo. Agarro el brazo con mi mano izquierda y con la derecha tiro del cuchillo. Los bíceps me arden y me tiembla todo el cuerpo mientras trato de arrancar el puñal de la mano del brazo amputado. Finalmente lo consigo, me giro sobre mí mismo y miro el revuelto de sangre, piel, venas, tendones y carne que llevo arrastrando desde la puerta. Después miro el puñal. Con la yema del dedo pulgar compruebo si está afilado. Lo está.
Agarro los tendones y músculos de mi pierna y los pego al suelo. Alzo el brazo empuñando el puñal y empiezo a usarlo de hacha mientras la sangre encharcada me salpica y todos los conductos y ligamentos que unen mi rodilla con el resto de la pierna van quedando sesgados. Sierro contra el suelo un tendón que se resiste a romperse y por fin quedo liberado de mi lastre.
Vuelvo a mirar hacia delante y trato de ponerme en pie sobre un solo pie. Ahora que no arrastro el lastre de mi pierna tal vez pueda correr a la pata coja. Flexiono mi pierna sana y me mantengo apoyado en el triángulo que forman mis manos y mi rodilla. Contraigo mi tobillo y apoyo mi peso sobre la suela de la puntera de mi pie, me dejo caer levemente hacia atrás y noto extasiado que he conseguido apoyar toda la planta. Poco a poco me yergo, aún con el cuchillo en la mano. Calculo que estoy a dos metros de la mesa, así que tomo impulso y salto hacia delante. Un metro y medio, el tiempo parece haberse ralentizado. Otro salto, a cámara superlenta. Veo el suelo alejarse mientras pasa hacia atrás. Comienza a acercarse de nuevo. Mi pie está preparado para aterrizar correctamente. De pronto se oye un estruendo. Hay un cambio de luz que inunda la sala, luego todo vuelve a la normalidad y yo aterrizo sobre el trozo de tibia que sobresale de lo que hasta hace un segundo era mi pierna sana. La sensación de tiempo ralentizado se esfuma de mi cabeza y rujo mientras caigo hacia la derecha, pivotando sobre mi recién descubierto hueso.
Miro hacia la puerta mientras arqueo el brazo derecho alrededor de mi cabeza. Con el impulso del giro estiro el brazo y suelto el puñal, que sale disparado hacia la puerta dando vueltas sobre sí mismo. El tiempo parece haber perdido velocidad de nuevo, y casi puedo oír el zumbido del cuchillo al girar como un aspa en dirección contraria al disparo de plasma que acaba de destrozar mi otra pierna. Un hombre alza lentamente su arma de nuevo hacia mí, mientras mi cuchillo cruza la sala danzando. El tiempo vuelve a la normalidad en mi cabeza y el hombre del rifle cae hacia atrás después de trastabillar ligeramente, produciendo sonidos guturales con su garganta atravesada.
Vuelvo a mirar hacia la mesa, que está a un metro escaso. Trato de alcanzarla, pero aún estoy demasiado lejos. A mi derecha, Moses y Julius hacen de barrera humana, aún vestidos con trajes de antidisturbios. Me impulso con los dos brazos y termino apoyado sobre los dos codos. Levanto mi brazo derecho apoyando mi peso sobre el codo izquierdo y mi pelvis, y me aferro al borde de la mesa. Tiro con todas mis fuerzas y consigo levantarme y agarrarme también con la mano izquierda. Mi ojos atinan a ver justo por encima del borde de la mesa. Abajo, en el suelo, mis dos muñones están en contacto directo con el frío acero, pero trato de no pensar en ello. Paso una de mis manos de la mesa a la silla y, con mucho esfuerzo, consigo apoyarme en ella. Me yergo nuevamente a pulso y consigo sentarme. Siento que me fallan las fuerzas, un sudor frío recorre mi espalda y comienza a nublárseme la vista, pero me obligo a mí mismo a seguir despierto.
Me inclino hacia delante y tiro del teclado del ordenador. En la pantalla se ve un bonito amanecer como fondo de pantalla y sólo hay un icono: Criba. Doble click. Se abre un programa que se queda en segundo plano. En la pantalla, justo encima del sol de la imagen de fondo, aparece un mensaje: Comprobación de seguridad 6, confirme sus huellas dactilares. El aparato que usan para las comprobaciones de seguridad se llama Cerberus, y está a la izquierda del ordenador. Es un maletín blanco mate con todo tipo de lectores. Lo arrastro hacia mí y plasmo mis huellas dactilares, las cinco, en el cristal negro del centro. En el monitor, el mensaje desaparece y es reemplazado por otro: Comprobación de seguridad 7, confirme su ADN. Tomo un tarro de cristal que hay en la esquina superior derecha del Cerberus y escupo en él antes de devolverlo a su sitio.
Moses cae al suelo con gran estruendo. Parece que le han dado un buen golpe en la cabeza. Sangra abundantemente todavía tumbado en el suelo, tratando de levantarse sin éxito. Pierde el equilibrio una y otra vez mientras una miríada de raquíticos brazos le asestan puñetazos y arañazos. A unos tres metros a su derecha, Julius monta en cólera y ruge con rabia. Una marabunta de cuerpos enfermizos comienza a dar sacudidas al contacto con las botas y la porra de Julius mientras éste comienza a acercarse lentamente, paso a paso, hacia donde Moses se retuerce tumbado.
En la pantalla del ordenador ahora puede leerse: Comprobación de seguridad 8, confirme su iris. En el Cerberus hay un objeto con forma de pistola cuyo cañón es una lente óptica. Apunto con la pistola a mi ojo izquierdo y aprieto el gatillo. La pantalla del ordenador se vuelve negra por un instante, y entonces aparece un enorme botón rojo en medio. Sitúo la flecha del ratón encima y miro a mi derecha de reojo.
Julius está a un metro de Moses, pero la encarnizada lucha le imposibilita prestarle ayuda. A través de la visera transparente del casco de Moses, alcanzo a ver sus ojos cerrados con fuerza, y su cuello está amoratado tras los golpes que le propicia uno de sus agresores con un trozo de tubería. De pronto, uno de las enfermizas criaturas se cuelga del cuello de Julius y, colgando de su espalda, comienza a arañarle la papada justo debajo del protector de su casco. Otro clot se aferra a su brazo derecho y uno de sus compinches aprovecha la guardia baja y le arrebata la porra negra. Julius da un violento giro sobre sí mismo tratando de librarse de su captor, pero la fuerza del bandazo sólo sirve para que las uñas de su parásito le desgarren el cuello.
Julius cae con un ensordecedor grito de ira y todo tipo de objetos caen sobre su cabeza a manos de sus enemigos. Dos flacuchos cesan en su masacre y me miran. Durante una fracción de segundo se quedan quietos, en posición amenazante, mirándome fijamente. Comienzan a correr hacia mí.
Vuelvo a mirar a la pantalla y hago click.
Un ruido ensordecedor precede a un estallido magnético que lo ilumina todo hasta cegarme por completo. Siento cómo todos los pelos de mi cuerpo se erizan, firmes como púas. Me arde la piel, y el calor que siento es tan intenso que a los pocos segundos se transforma en frío invernal. Me quedo inmóvil, catatónico. Sólo puedo pensar... Sólo puedo pensar en sobrevivir. Tengo que... Tengo... Sobrevivir. Respirar. Escuchar los latidos de mi corazón. Un sonido rítmico. Tengo que concentrarme en eso...