Graciela
Apenas comencé el 2008 terminó para mí una relación de unos cinco años largos con una chica que era bastante más joven que yo. Me centré aquel año en el trabajo y mis aficiones, hasta que descubrí que estaba haciendo el tonto y que aquel 2009 tenía que aprovecharlo mejor. Así que me puse a buscar chicas por la red (no profesionales), y al cabo de un tiempo conocí a una distinta a la anterior: de mi edad y recién separada. Ya estaba harto de niñatas inmaduras y egocéntricas, quería probar con una mujer con la cabeza más sentada.
Recuerdo que la invité a cenar a mi casa y aquello fue un desastre: por culpa de los nervios la pasta me quedó fatal, la serví fría y encima no tenía vino. Pero a ella no pareció importarle mucho, estaba más centrada en probar suerte conmigo. Llevaba unos seis meses divorciada de un marido inepto en la cama, y me había confesado antes que no sabía lo que era un orgasmo. Me costaba creerla, pero algo me decía que era sincera conmigo.
La atracción entre ambos era palpable, así que no tardamos en ponernos a lo nuestro. Besos para empezar, manoseo para seguir y felación para entrar completos en harina. Físicamente, Graciela era muy bonita. Apenas treinta y cinco recién cumplidos, cuerpo esbelto y grácil, senos pequeños pero turgentes y muy bonitos. Sin embargo, no me gustaba el que ella hablaba un poco como pijita tontita: “Osea, ayyy, del pelo no”. Le iba demasiado el vanilla sex y no era experta felatriz pero no me importaba, si no había tenido un orgasmo en su matrimonio de varios años, ya iba siendo hora de que lo sintiera. Era mi reto de esa noche.
La puse en el sofá al calor de la chimenea de metal (sí, muy peliculero, lo sé) y la abrí de piernas. Introduje suavemente los dedos índice y corazón mientras con el pulgar jugaba con el clítoris. Lo fácil era que se corriera con este último, pero yo quería darle uno vaginal a través del punto G. Tras lubricar más con el juego preliminar de clítoris vs pulgar, abandoné esa parte de su anatomía y me puse a “hurgar” en su cavidad con los otros dos dedos. No tardé en encontrar el punto y sentí como se escurría entre mis yemas mientras ella aceleraba su respiración y ponía cara de sorpresa.
-¿Que-é ha-aces? –su inesperada tartamudez y espalda y hombros cada vez más tensos me dieron la señal de que iba en buen camino. Aumenté el ritmo – ¡A-aaa-aaaah!
Giró la cabeza como si viera un partido de tenis a triple velocidad, la apoyó luego contra el respaldo y se agarró a éste fuertemente con las manos. Su vagina palpitaba entre mis dedos. Graciela tomó aire, arqueó la espalda y mirando al techo gritó con fuerza.
-¡¡No maaaaaaaaancheeeees!!! ¡IIIIIIIIhhhhh! – clavó sus uñas en el sofá y sentí su lubricación hasta mi muñeca. Estábamos al lado de la ventana y no me extrañaría que la hubieran sentido los vecinos, pero me daba igual. Que supieran como se folla sin la polla. Y hablando de mi miembro, lo siguiente fue enfundarlo y penetrarla a lo perrito. Accedió encantada y pidió que me viniera dentro tras extasiarse por segunda vez.
Fue sin duda una buena corrida, y hubo en una segunda cita (esta vez en su casa) una eyaculación mejor en su abdomen desnudo (se quedó sorprendida por la cantidad y alcance del disparo). Pero no fue comparable aquel placer carnal y momentáneo al que me proporcionó saber (y recordar) que fui el responsable de su primer orgasmo gracias a una simple percha en mis dedos (benditos vídeos educativos de Inner, el pendejo trenológico). Mi ego de macho semental follador estuvo por las nubes por una buena temporada. Y aunque luego le perdí el rastro a Graciela (congeniábamos como amantes, más no como pareja), intuyo que ella también recuerda esa noche de pésima cena pero gran polvazo con gratitud, una sonrisa en sus labios, cariño… y algo de humedad en sus braguitas.