Nos habían augurado mil años de prosperidad y felicidad bajo el signo de "Internet", un invento con propiedades mágicas para acabar con todos los males y lacras del capitalismo; pero todas sus frases se han venido abajo, poniendo de manifiesto que la explotación es y seguirá siendo siempre la misma, aunque se vista de una modernidad cibernética; las más importantes empresas tecnológicas del mundo, anunciaron más de 62.000 despidos en sólo una semana; la última en sumarse a esta ola ha sido la japonesa "Hitachi", que planea desprenderse de 20.000 trabajadores, de los 340.000 trabajadores con que cuenta en todo el mundo; un recorte similar de 20.000 empleados, planea la empresa de electrónica y de semiconductores "Toshiba", embarcada también en un draconiano plan de reducción de plantilla.
Fujitsu también ha comunicado que despedirá a 16.400 trabajadores; America On Line anunció su intención de poner en la calle a 1.700 trabajadores, el 7,5 por ciento de su plantilla; La operadora finlandesa Sonera hizo pública su intención de suprimir cerca de mil empleos (nueve por ciento de su fuerza de trabajo); Equant, filial del grupo francés France Télécom, operador internacional de servicios de telecomunicaciones de empresa, también anunció que prescindirá de 3.000 empleados, el 20 por ciento de la plantilla.
En Estados Unidos (EE UU), el total de despidos anunciados superó, en los cuatro primeros meses de 2001, el medio millón de personas. Esta cifra triplica el número de trabajadores despedidos hasta abril de 2000. El ritmo es de más de 100.000 despidos al mes de media. Como consecuencia de ello, en abril la tasa de paro creció hasta el 4,5 por ciento, la más alta en dos años y medio. Se destruyeron 223.000 empleos no agrarios, la mayor cifra en 10 años. Estados Unidos no perdía tantos empleos en tan poco tiempo desde febrero de 1991. Los despidos afectan a grandes empresas como General Electric, General Motors, Cisco y Lucent Technologies. Los más afectados por los recortes de plantilla son los empleados del sector de las telecomunicaciones. Desde el mes de enero, se han anunciado 91.799 despidos. Los siguientes en lista son los trabajadores de compañías automovilísticas (81.903), de informática (53.774) y de electrónica (46.668).
Además, los grandes monopolios se preparan por si la situación empeora. Algunas empresas como Ford, Microsoft y General Electric están imponiendo sistemas cada vez más severos para intensificar la explotación de sus trabajadores y deshacerse de los menos productivos.
La práctica de una escala forzosa persigue aislar al diez por ciento de trabajadores prescindibles que no alcancen las tasas de explotación previstas. En Estados Unidos siempre se han utilizado escalas para seleccionar a los obreros prescindibles, pero la diferencia reside esta vez en que se fija de antemano un porcentaje de obreros a despedir.
El nuevo sistema impuesto por Ford el 2000, obliga a los obreros a rellenar un formulario donde fijan su rendimiento. En base a ello, el diez por ciento de los obreros recibirá un nivel A, el 80 por ciento un nivel B, y el diez por ciento restante, un nivel C. Al cabo de dos años en la categoría inferior, el empleado será suprimido o sería asignado a un puesto inferior.
Microsoft utiliza la técnica del bote salvavida como baremo de selección. Elige a los empleados que mejor responderían en una crisis, y los reparte en cinco categorías de eficiencia. En octubre, fue denunciada por discriminación en nombre de las dos minorías más afectadas por esta valoración: mujeres y negros.
Está claro que la nueva economía no ha salvado al capitalismo de ninguno de sus males. Más bien al contrario, los ha acentuado. Ana Birulés, ministra de Ciencia y Tecnología, escribió que la nueva economía es aquella cuya materia prima es el conocimiento, la información. Decían los expertos que se habían acabado los ladrillos y las fábricas; la economía virtual es inmaterial e intangible, algo así como el espíritu puro de los viejos filósofos. Nos aseguraban que el mundo digital era opuesto al mundo real, que tenía sus propias leyes, lo mismo que el cielo se rige por normas distintas a las de la tierra. Lo virtual parece que no requiere de la vil materia, que no depende de mercancías ni de medios de producción, ni siquiera de dinero. ¿Acaso el cielo está edificado con hormigón y ferralla? ¿Acaso impera allá la ley de la plusvalía?
No sólo esto; lo virtual prevalece sobre lo real, el espíritu va siempre por delante de la ruda materia, y acaba devorándola. Así que pudimos observar paradojas realmente curiosas, como la fusión de America On Line con el gigante Time Warner, propietario de enormes cadenas de televisión y prensa como CNN, y de las mayores y más taquilleras películas, donde fue la empresa de Internet la que engulló al consorcio de Hollywood y no al revés. En contra de lo que suele pensarse habitualmente, en el capitalismo suele ser el pez chico el que se come al grande; o por decirlo de otra manera, el espíritu hambriento fagocita la inmunda materia.
La cibereconomía valora más las redes invisibles que los edificios, máquinas, herramientas y mercancías. Indudablemente las nuevas técnicas están revalorizando lo que los contables llaman activos inmateriales, marcas, diseños, información, la propiedad intelectual; todo aquello que, como dios, no tiene existencia física. Pero ¿dónde acaba la revalorización y empieza la sobrevaloración? ¿Cuánto hay de pura especulación en las nuevas tecnologías?
En los cuatro años de reinado de Juan Villalonga al frente de Telefónica, la capitalización bursátil del monopolio se multiplicó por cinco. Por tanto, quien compró 12 millones en acciones en 1996, llegó a tener 60 millones. Ganó 48 millones (más de diez millones al año, un millón cada mes), sin sudar lo más mínimo. Pero esto no es lo más interesante; lo realmente espectacular es que Telefónica seguiría siendo idéntica cuatro años después: tiene los mismos edificios, los mismos equipos y las mismas instalaciones. El sentido común no puede entender que, en cuatro años, la misma empresa valga cinco veces más.
La cosa no para aquí: resulta que, en 1997, Villalonga anunció a bombo y platillo que dejaba de repartir dividendos; es decir, que los accionistas dejarían de cobrar puntualmente cada año por sus acciones. ¿Cómo es posible entonces que todos se hayan lanzado como locos a comprar acciones de una empresa que ya no reparte dividendos?
Eso sólo tiene un nombre: especulación. Hoy por hoy, el impacto de la economía virtual no es más que pura especulación. Se comprobó cuando todas las grandes empresas tomaron ejemplo de Telefónica, dejando de pagarle a los accionistas su correspondiente dividendo, y estos como posesos seguían comprando esas acciones estériles.
Teletrabajo para morir
Internet y los teléfonos móviles están creando la posibilidad de trabajar en casa, y esto se presenta como una auténtica revolución, una mejora en l calidad de vida. Ya podemos huir de la gran ciudad, de la siniestra oficina, del odiado jefe, de los autobuses y hasta de madrugar. Nos llevaremos nuestro ordenador portátil a la playa y podremos distribuir el tiempo a nuestro gusto.
Pero el trabajo a domicilio no tiene nada de nuevo. El viejo Marx también dedicó algunas páginas al asunto, precisamente dentro del capítulo Maquinaria y gran industria de El Capital. Allí ya explicaba que el trabajo a domicilio tiene como propósito aislar al trabajador de sus compañeros, y quebrar su capacidad de resistencia frente al patrono.
Hoy en algunos sectores productivos, el ordenador está sustituyendo a las máquinas de coser Singer, que eran el prototipo del trabajo a domicilio en el siglo XIX; y aún peor, porque si la máquina de coser era, fundamentalmente, una forma de trabajo a destajo, ahora lo que se trata de imponer al trabajador es una situación de permanente disposición al empresario, como el Martini, y donde estés y a la hora que estés. La explotación ha llegado al extremo de obligar a trabajar durante los viajes y desplazamientos. Se acabaron los horarios, jornadas de 8 a 3, fines de semana y vacaciones. Por eso en los cines, antes de empezar la película, nos aconsejan apagar nuestros teléfonos móviles; nuestro patrono amenaza constantemente con invadir nuestros momentos de ocio para ordenarnos alguna tarea.
Falsa impresión y poco trabajo
Se acabaron todos los convenios, así como los derechos sindicales, el salario mínimo y, parece, hasta la explotación, porque el obrero tiene la falsa impresión de que no vende su fuerza de trabajo sino un producto, que se trata de un tendero más, un autónomo.
El teletrabajo impone el destajo que, como dijo Marx es la forma de salario que mejor cuadra al régimen capitalista de producción, porque aumenta el ritmo y la intensidad del trabajo. El obrero se engaña pensando que su salario aumenta cuanto más trabaja, cuando en realidad se reduce el precio del trabajo; y como también decía el viejo Marx, el trabajo a domicilio favorece la proliferación de intermediarios, la interposición de parásitos y capataces que aparecen como empresarios, mientras ocultan al verdadero patrón. La explosión de las ETT está muy relacionada con el teletrabajo y el intento de flexibilizar al máximo las condiciones laborales, que no es más que sinónimo de la eliminación de todos y cada uno de los derechos laborales conquistados por los trabajadores en décadas de lucha. En la construcción se conocen desde antiguo a los pistoleros, subcontratistas de las obras, y las ETT han extendido las formas de cesión de la mano de obra; estos subarriendo de tareas está afectando a muchos sectores productivos, eliminando pequeñas oficinas, para así crear otras nuevas y más grandes.
En Europa hay diez millones de teletrabajadores, lo que supone el seis por ciento de la población ocupada; la cifra crece a ritmo de millón y medio de trabajadores a domicilio más cada año. De ellos, un millón cuatrocientos mil han perdido su verdadera condición laboral, y tienen ya la condición de autónomos; algunos datos de encuestas son de lo más relevantes sobre este grave fenómeno. Por ejemplo, a diferencia del siglo XIX, el trabajo domiciliario, ahora, es propio de la fuerza de trabajo más cualificada; el sector más afectado es el bancario-financiero, y la mayor parte trabaja para grandes monopolios. Más especulación y más explotación. ¿Qué tiene de nueva esta economía?