En primer lugar, soy de la opinión de que el cielo se hizo para dar cobijo al acto creativo en sí, y la tierra para que las cosas creadas que permanecieran en ella tuvieran un sustento con que sobrevivir. Incluso los seres humanos que adoran discutir sobre todo lo discutible no podrán negar este hecho. Después, deberíamos preguntarnos cómo o con qué esfuerzo han contribuido los humanos a esa creación. La respuesta es clara: con nada. ¿Qué derecho asiste, entonces, a los humanos para apropiarse de las cosas que ellos mismos no han creado y que no les pertenecen? Por supuesto, la no existencia de ese derecho no impide que esas criaturas se apropien de lo que les venga en gana. Pero entonces, seguramente, no hallarán ninguna justificación para impedir a los demás entrar y salir inocentemente de eso que llaman su propiedad. Si se acepta el derecho que Fulanito de tal o Menganito de cual tiene de parcelar, dividir y colocar vallas en este mundo sin fronteras, y registrarlas a nombre, ¿cómo podrá evitarse entonces que tales personas se dediquen también a parcelar y dividir el cielo y a encerrar el aire? Si la ley natural permite la propiedad privada de la tierra y la compraventa asignando un valor por metro cuadrado, es lógico que también se permita la partición del aire que respiramos y su venta por metro cúbico. Si no se puede negociar con la atmósfera y es ilegal la partición del firmamento, se debe deducir entonces que la propiedad de la tierra es irracional, y no algo natural. Esa es mi convicción, y por eso entro donde me da la gana.
Naturalmente, si no quiero ir a un sitio, no voy. Pero si se me antoja, no me preocupo en absoluto sobre la propiedad de lo que me encuentre en mi camino.