Hace unos dos años, un domingo, estaba de visita en casa del viejo, en una barriada de Ciudad Lineal.
Estábamos algo achispados, a eso de las cuatro de la tarde, fumando en el balcón. Hablando seriamente con mi padre de que se fuera de allí, por la insoportable presencia de bandas violentas.
Él, que había estado en la legión y tenía 76 años, decía, acusándome de cobarde, que él se había criado en esa plaza, que se había follado a su difunta mujer en tal sitio y en tal otro...en fin, que estos eran sus dominios y un hombre no abandona.
Yo le prevenía que no estuviera increpando a los chavales, pues más de un altercado hubo y que al final iba a ocurrir algo malo.
La maldita casualidad de que un vecino de en frente, padre de un bebe, que conocía de la adolescencia y que estudiaba ¿historia? mientras curraba en un taller, baja a su coche a coger unos bolsos y hay una manada de críos de estos apoyados en el automóvil. Les pide amablemente que se quiten, la cosa se lía, todos los que estaban allí eran menores pero pasa uno, al que el diablo se lo lleve que nadie podía ver, que es una especie de cabecilla de una banda y les dice, machete en mano, que le den dos hostias al vecino.
El hombre se acojona, dos chavales lo acaban pateando en el suelo mientras su mujer grita histérica con el bebe en brazos, todo baja la despiadada supervisión del jefe del clan. Esa misma noche, me llama mi padre pues yo ya había vuelto a casa, le meten fuego al coche del tipo.
El otro día, en el interín mi padre acaba de fallecer, estoy con mi hermana sacando trastos del piso, un tanto emocionado por la marcha del viejo, y nos cruzamos con un tipo que me resulta muy familiar, tanto que miro a mi hermana y ella me mira a mi afirmando, con la misma extrañeza.
Hablamos del nota al que le pegaron fuego al coche dos años atrás, solo que ahora camina distinto, más erguido, quizá por los más de veinte kilos de musculo que ha sacada de la nada, y su mirada está inyectada de algo muy extraño. Como cuando sabes que va a pasar algo gordo.
La vecina de la puerta de al lado nos cuenta de que nadie sabe muy bien que le ha pasado, saben que se divorició y que ha vuelto al barrio muy recientemente, pues se había ido. Todo se especula pues no habla con nadie.
Al par de días, ya finalizando la mudanza, oímos una algarabía en el balcón, risas primero y luego empiezan los insultos.
Hay un nota con una armadura medieval completa, pero con la tosquedad de la replica aficionada, que camina con el yelmo contra la cintura. Le vemos la cara, es el tipo del asunto.
Camina hacia una jauría de violentos y coincidencia o no está el mismo jefecillo de la vez pasada por ahí, y empieza a llamar a gente a gritos y como simios salen alborotados de todas partes salvajes con machetes.
Se coloca el yelmo, baja la visera y saca de la espalda un mandoble con metro y medio de hoja. Ninguno sabemos muy bien como encajar el suceso incluso los de la banda dudan en que respuesta adoptar, quizá atrapados por lo inverosímil de la situación.
Ya cuando los hechos se abalanzan sobre ellos poco margen de actuación les queda más allá de gritar mientras el tipo levantada la espada a dos manos por encima de la cabeza y lanza terribles tajos descendentes que entierran la hoja donde la suelta, partiendo clavículas, cabezas, brazos, algunos intentan defenderse pero los machetes solo le sacan chispas al metal de su armadura y ya el tipo está cambiando los golpes a estocadas horizontales y por último utilizándola como punzón en los cuerpos caídos.
Hay más de quince tipos en el suelo, alaridos, orines, sangre, mierda, dolor. El notas clava su espada en el suelo y se apoya sobre ella, fatigado, por la refriega, el peso y la adrenalina.
Llegan los picolos con sus luces.
