Se miraban desnudos y la desnudez de sus miradas parecía atravesar todo el vacío de las pupilas hasta iluminarlas desde el fondo, más allá de los monstruos encadenados dentro del pozo del iris.
El espeso jadeo de la cama había muerto sepultado por la colcha púrpura, solo quedaba el sudor y el ventricular paso agitado de sus dos corazones que permanecían vibrando sobre la tela de una araña.
A punto de ser devorados.
Se miraban desnudos y su carne guardaba aún el calor que los mantenía fundidos en una sola respiración. El frío avanzaba, acero quirúrgico acechando tras cada segundo.
Se miraron y asintieron. Los dos clavaron sus garras en medio del pecho del otro.
El colchón era un grial rebosante de vino. Los pequeños huevos de la araña se abrieron, su ejército de patas negras trenzó bajo la lámpara una mariposa de alas rotas.
Los dragones permanecían muertos.
Tendidos sin corazón sobre la colcha púrpura.