U otra forma de decir "¡Hola a todos, y bienvenidos seáis al lugar donde seréis torturados por una mente perversa y desquiciada, alias yo!".
Pues eso. Aquí iré colgando cositas. (Relatos cortos, canciones que me dé por crear y grabar, info sobre el libro que estoy creando, algo del blog que tengo abandonado y que encima no recuerdo ni la contraseña para entrar y actualizar...)
Para los que seáis lectores consumados y esas cosas, decir que soy un escritor descaradamente descriptivo, que un segundo transcurrido en una historia mía, si estoy inspirado, puede ser como varios minutos en la de otros. Así pues, también os encontraréis situaciones violentas, gore, fantasía (mayormente con tintes oscuros) terror sobrenatural puntualmente y a veces cierta locura. O mucha. Me presentaré con una historia corta que acabé alargando y que le escribí a una chica hará un par de meses. Espero que os guste.
Oh, sí, me gustaría recalcar que éste no es mi estilo. De hecho, veréis que tiene partes en prosa la mar de extrañas, incluso. Conste que hasta la mitad, más o menos, no cojo mi carrerilla estilística habitual, aunque no me esforcé demasiado, tampoco, no la fuera a marear. Son 14 paginitas. Ánimo.
La chica del corazón roto
Las luces se apagaron lentamente, perezosas, mientras los rayos del sol desaparecían, envueltos en la ya negra sombra de la noche.
La joven caminaba, silente, vaporosa como solo las chicas jóvenes podían serlo; a su alrededor, las estrellas hendían el cielo. En la lejanía, se difuminaba el sonido de un viejo coche y el motor que le dotaba de una efímera e intranquila vida.
Luces solitarias, lágrimas invisibles.
Melodías y arias, ello era indiscernible.
La joven caminaba, pero en poco se fijaba.
Sus ojos observaban, sin entender. Su mente vagaba entre los recuerdos de su propia existencia. ¿Cómo podía vivir sin alguien que la comprendiera? Ello una importante pregunta era.
El fulgor de los faros de un vehículo iluminó su rostro surcado de una tristeza que pugnaba por ser ocultada, mas sus ojos la verdad a quien los miraba desgranaban. Su sonrisa, forzada, era fácilmente captada. Sus cabellos, lacios, negros, casi por el suelo se deslizaban.
La luz pasa de largo, y con ella el vehículo, sumiendo nuevamente a la joven en la penumbra en la que tan a gusto se halla. Caminando con tranquilidad, las calles parecen hechas de caramelo y chocolate, dulces y solitarias, justo lo que busca su alma.
-¿Tienes algo que decirme?
No debía girarse, no era su deseo. La voz insistía, con incluso cierta picardía, pero ella la verdad conocía: aquel no era más que otro de los trucos de su corazón roto en mil pedazos, inmisericorde, recordándole poco menos que retazos.
La voz no dijo nada durante algunos instantes, meditativa, y la joven siguió andando, ignorándola. Las estrellas parecían reírse en aquel silencio que se había producido repentinamente; los edificios casi semejaban ancianos apoyados en sus bastones, mirándola, estudiando sus movimientos, sus expresiones, curiosos, intentando entenderla.
“Pero solo una persona puede.”
-¿Es tu deseo no pronunciar palabra?
-Tal vez.
El sonido de los zapatos negros, reflectantes, no era mucho más que un ligero resquemor, y su poseedora no les dio importancia, pero sí al sonido, mucho más grave, de la voz que la seguía. Forzándose a ser valiente, se dio la vuelta. Frente a ella, no vio más que su misma imagen reflejada en un espejo de gran tamaño, de marco y bordes negros, decorados con algo similar a calaveras.
-¡Déjame, déjame con mi soledad!- exclamó, y las lágrimas brotaron de sus ojos.
Lágrimas blanquecinas, nadie en las esquinas.
Melodías sin sonido, todos se han ido.
Un reflejo en un espejo, la verdad le hace un cortejo.
Debería ser más cuidadosa, pues su “otra” no es bondadosa.
-¡Deja de llorar, tu tristeza te va a ahogar!
La joven cesó su llanto, paralizada. Esta voz no era la de antes, su timbre era grave, masculino. Venía de varios metros a su espalda. Sin embargo, el reflejo captaba toda su atención. Portaba una extraña caja de bombones con forma de corazón en una mano, y un singular cuchillo en la otra. Sonreía.
-Tu corazón está roto, deshecho en miles de trozos. Ya no te hace falta, nunca podrás arreglarlo. ¿Por qué no me lo das?
-¿Para qué lo quieres? Tú tampoco puedes arreglarlo…
La imagen sonrió todavía más, y alzó el cuchillo siniestramente.
-Si no me lo das, te lo arrebataré- sentenció, saliendo del espejo que la aprisionaba.
Las luces se han ido, el robo no ha sido totalmente fallido.
La sangre se derrama en el suelo, el carmesí cubre lo que no es cielo.
Los trozos se introducen en la caja de bombones, donde quedan aprisionados para el placer de la imagen y sus desamores.
Sin embargo, aún quedaban algunos en el interior de la ahora moribunda joven, que cayó al suelo, una mano sobre la herida que proyectaba su líquido vital con violencia, otra en el rostro, con expresión de espanto y una palidez creciente, abiertos sus ojos de par en par.
-Adiós, idiota. Ahora tu corazón es mío, y haré con él lo que quiera- anunció la imagen, volviendo a su espejo, el cual desapareció como si nunca hubiera estado allí.
Luces inexistentes, sentimientos inherentes.
El corazón desaparece, el amar es ya imposible.
Dicen que los corazones rotos…
-No sobreviviré a esta-susurra la voz de la joven, tendida en el suelo, su elegante vestido blanco lleno de sangre. Su corazón roto en pedazos, robado. ¿Desde cuándo eran posibles esas cosas?
-Eh, chiquilla, no seas tan pesimista, ¿quieres?
Esta voz era masculina, curiosa, inteligente. Parecía levemente preocupada a la vez que divertida. ¿Por qué su tono era bromista? ¿Qué clase de persona podía hacer bromas mientras contempla a otra muriendo en un charco de su propia sangre?
-Vamos, fuera esa cara tan larga. ¿Te ayudo, por cierto?
La joven asintió dificultosamente, tosiendo un poco de sangre, y sus ojos enfocaron a quien le hablaba. Era mayor que ella, eso era evidente. Sus cabellos eran tan negros como los suyos, pero su mirada gozaba de un extraño fulgor broncíneo, mientras que una leve barba de dos días adornaba la parte inferior de su estilizado rostro. Sobre su cabeza pendía una chistera negra y excepcionalmente alta de la que brotaba una especie de torreón que despedía lo que, a ojos vista, era vapor de agua.
-Por favor.
El hombre la alzó en vilo, manchándose su perfecto traje negro con la sangre recién derramada. Con meticulosidad silenciosa, observó la profunda herida y el agujero que había dejado.
-No tienes corazón-dictaminó, casi como si la culpara de ello.
La chica asintió, sus cabellos cayeron al suelo formando algo parecido a un asiento. El hombre sonrió ante la expresión de desaliento que esgrimió su rostro, como un niño.
-No hay de qué preocuparse.
-¿Qué?
-¿La imagen también te ha quitado los oídos?
-No…
-¡Qué ineptitud! Yo lo habría hecho.
Antes de que la joven hubiera replicado con algún comentario, el extraño hombre comenzó a caminar, con una sonrisa divertida en los labios y la sangre de su carga goteándole sobre la cara tela que formaba sus ropajes.
Corazón destrozado, sangre derramada.
Espíritu quebrantado, inocencia brutalmente asesinada.
Con pieles de humano, se disfrazan los peores demonios.
Como todos son hermanos, ellos bien saben de lo que os hablo.
La joven se desangra, el hombre evita que de su cuerpo se marche su alma.
Dicen que las casualidades existen, pero también que el destino es caprichoso.
¿Quién lleva razón en este puzzle demente y, a veces, belicoso?
-Abre los ojos, si eso.
La joven hizo caso, despertándose repentinamente. Al principio, la luz que asaltó sus retinas era cegadora, pero, paulatinamente, se fue suavizando, dejando paso del dolor al asombro. Se hallaba en una cama cómoda, hecha de bronce y con un curioso colchón algodonado, y a su alrededor los libros se amontonaban, entre montones de ingenios mecánicos compuestos por distintos tipos de mecanismos y engranajes metálicos. El ligero olor del vapor de agua llenaba el aire.
-¿Qué es todo esto?
El hombre hizo aparición nuevamente, vestido con un nuevo traje, completamente limpio y sin arruga alguna. Varios engranajes giraban en el cinturón que casi ocultaba completamente su chaqueta.
-Son mis inventos. Soy científico loco, ¿sabes? ¡Y además, titulado!
Ante la estupefacción momentánea de la chica, el hombre corrió hacia un estante, cogió un diploma lleno de polvo y lo desenvolvió para que pudiera leerlo. Al cabo de algunos segundos, una risa divertida, agradable y sincera, surgió del interior de la lectora.
-Eres de lo que no hay, entonces-resumió, recuperando el resuello. -¿Debería temer por mi vida o algo?
CLT sonrió.
-No te creas. De hecho, yo diría que acabo de salvarte y tal, ¿sabes?
La joven asintió, observando la falta de dolor que poseía su cuerpo. Sus recuerdos eran confusos, pero el agradecimiento se abrió paso entre ellos, y una sonrisa cubrió su rostro.
-No me des las gracias, he aprovechado para probar una teoría.
-¿Sí? Cuéntame.
-Verás…
Bronce y vapor, uno en todo, el otro en el aire, alrededor.
¿Puedes verlo?
Qué divertido es ser un científico loco, ¿no lo crees así?
De modo que el hombre había creado aquellos ingenios mecánicos, únicamente provistos de energía por el vapor de agua que expulsaban y las ruedecillas mecánicas que giraban eternamente en su interior.
Un mecanismo eterno…
¿Puedes verlo?
Un tic tac, rítmico, como el de un reloj, pero no del todo como tal.
Su timbre era extraño, sobrenatural.
La joven se dio cuenta de que le recordaba al dolor cuando se concentró en él.
¿Por qué?
Por que aquel sonido…procedía de su interior.
-Has…
-Sí. He reconstruido tu corazón con mi tecnología de engranajes y vapor. Fue difícil, debo reconocerlo, pero el resultado merece la pena.
La joven no supo qué decir. Así pues, levantó la manta que tapaba su cuerpo y su rostro adquirió una palidez incrédula. En el agujero en el que antes había estado su corazón, rojo, natural, bombeante, se hallaba un extraño aparato de engranajes en constante movimiento, tubos y válvulas de bronce y algo parecido a una especie de batería de vapor.
El tic tac continuó durante algunos segundos más sin que nadie dijera nada. Curiosamente, comenzó a acelerarse cuando el científico habló y la joven le devolvió una mirada envenenada, fulgurante. En ella brillaba el odio.
-¿No te gusta?-preguntó.
Esta fue la respuesta que recibió.
Te odio con toda mi alma, lo único natural que parece quedarme.
Has cambiado lo poco que tenía de corazón, por algo mecánico, una aberración.
¿Cómo puedes haberlo hecho?
Me siento dolida, y no es por las pasadas heridas.
La sangre derramada, comparada con esto no es nada.
¡Déjame, no te acerques! ¡Huiré, y moriré ahí fuera!
Por que nadie me quiere ni me querrá, ahora que mi corazón es de frío metal.
¿Son estas lágrimas de verdad, Científico, o no son más que otro de tus inventos?
¿En qué me has convertido? Soy un experimento, probablemente fallido.
Tengo algo que no es mío, algo que no quiero en el pecho.
¿Cómo puedes haberlo hecho?
CLT se quedó boquiabierto, confuso. La joven al fin había callado, pero ya no se hallaba en la cama, sino de pie, al lado de una de las mesas de trabajo hechas de bronce, a punto de bajar por las escaleras de caracol que, tarde o temprano, conducían al exterior, a la ciudad silente.
-No te vayas-pidió, con expresión temerosa, curiosamente dulce en su rostro. De pronto, pareció haber envejecido varios años.
-Me has convertido en algo innatural, Científico, y no pienso dejar que lo repitas. No volverás a verme.
Y la joven bajó las escaleras a plena velocidad, ignorando las súplicas del hombre que había salvado su vida, la cual ella pensaba que era inútil, menos que un desperdicio de conciencia.
A los pocos minutos, el científico se quedó completamente solo una vez más. Con una expresión de desolación en el rostro, se sentó en su sillón mecánico y se sirvió un poco de agua fresca, que se tomó de un trago. Los demás ingenios mecánicos continuaron con sus funciones, y el vapor siguió llenando la habitación, ocultando las lágrimas de soledad que cayeron por la piel del científico.
-Yo solo quería a alguien a quien querer…
En este mundo violento, el reflejo que ves en un espejo es capaz de robarte el corazón para sí.
Incapaces de amar, algo se han tenido que inventar. Corazones rotos se arreglan cual puzzles en sus manos y pecho, no hay problema ni desamor que les deje deshechos.
Ese es el poder de los reflejos.
Sin embargo, ¿qué les ocurre a aquellos que han perdido su corazón? ¿No se convertirán en meros recipientes sin sentimientos, nada más que cáscaras vacías?
Tal vez. De ello dependen muchas cosas. La persona en sí, por ejemplo.
Para la joven, aquello habría sido completamente letal, si no hubiera aparecido el extraño y solitario Científico Loco, que la salvó de la muerte con su talento incomprendido.
Ahora, en su pecho reposaba un corazón artificial que la mantenía con vida, pero ella no lo veía.
-¿Qué voy a hacer ahora?-inquirió la joven con desánimo, mientras vagaba por las silenciosas calles de la ciudad. Los edificios la observaban, enmudecidos. Las farolas se encendían y apagaban a su paso. ¿Tendría que ver con su nuevo corazón?
La luna iluminaba su camino. Parecía ser la única que no quería hacerle daño.
“Algo es algo.”
Sin embargo, la calle se quebraba en un cruce unos metros más adelante. Cuanto más se acercaba, más su corazón se alarmaba. ¿Había algo allí que quisiera matarla? La joven, furiosa como estaba, no se lo pensó dos veces antes de echar a correr hacia el oscuro cruce.
Cuando paró, justo en medio, pudo ver un charco de algo carmesí, brillante, en el suelo. Aún sabiendo qué era, se arriesgó a agacharse y posar un dedo sobre ello. Certificó que, verdaderamente, el líquido no era otra cosa que sangre. Sangre fresca, de hecho.
La joven se levantó con cuidado, sintiendo interiormente la necesidad de no hacer apenas ruido alguno. Como si su corazón artificial pudiese escuchar sus pensamientos, disminuyó ostensiblemente el sonido que producían sus engranajes. El vapor manaba de su interior en menor cantidad, aunque se había tornado de un azul oscuro que era casi invisible en la noche que la rodeaba, formando a su alrededor una suerte de camuflaje improvisado.
-Útil-pensó la joven, mientras retrocedía un paso atrás, alejándose del charco de sangre. Sin embargo, el sonido de pasos cercanos la sorprendió, casi logrando que perdiera el equilibrio y cayera al suelo aparatosamente. Empero, logró aguantar y sus ojos miraron alrededor, buscando el origen del sonido. No tardó en encontrarlo, y su expresión se tornó casi en pánico.
El sonido de algo desincrustándose de algún tipo de carne resonó en las vacías calles de la ciudad, y el cuchillo emitió un leve relampagueo carmesí cuando la mano de su poseedor empuñó su mango, evitando el filo con destreza, y lo alzó con varios movimientos giratorios en el aire.
Acto seguido, el hombre sonrió de manera fantasmagóricamente grotesca, sus ojos brillando con un matiz platinado antinatural. En su cabeza pendía una chistera negra, partida por la mitad, y en sus ropajes blanquecinos se veían las manchas de la sangre recién derramada. A su espalda, un enorme espejo pulcramente cuidado parecía esperar pacientemente.
Con una carcajada, el hombre bajó su mano izquierda, a una velocidad incomprensible, y extrajo algo del interior del cadáver. Entre risas de alborozo, alzó aquello y se dio la vuelta, sin reparar en la joven oculta tras el vapor oscuro que expulsaba su corazón artificial, y se introdujo en aquel espejo, desapareciendo ambos repentinamente, como si nunca hubieran estado allí.
En este mundo de pesadilla, los reflejos te matan enseguida.
Cobran vida, se cobijan en sus espejos invisibles, y aparecen repentinamente, directos a la yugular de su objetivo.
Que alguien limpie la sangre, por favor.
Por supuesto, pocos son conocedores de esta verdad. Para los demás, estos no son más que incomprensibles asesinatos. Siempre por la noche, nunca hay testigos.
¿Quién puede escuchar tus gritos si eres incapaz de producirlos? Antes de que puedas, tu cadáver yace en el suelo, su corazón arrancado y en las manos de tu asesino.
Qué cruel es el destino…
El sonido de los engranajes le perforaba los oídos. Intentaban mantener el ritmo de sus piernas, sin desgañitarse, pero parecían haber perdido el fuelle, y los quejidos que pronunciaban la instaban a dejar de correr, pero el pánico no se lo permitía. Su respiración era débil, sentía que estaba a punto de caer al suelo, agotada, inconsciente. Con suerte, muerta.
Sin embargo, su pie derecho resbaló con un charco de agua sucia y se precipitó alarmantemente rápido contra el suelo adoquinado de la calle. Cuando abrió los ojos, presa del dolor, se encontró tirada, con algunas magulladuras y una herida en el antebrazo derecho. No mucho más que una raspadura, de hecho, pero suficiente para molestarla durante sus andaduras.
Reunió fuerzas y, tras normalizar su respiración y dotar a su corazón artificial de una mínima tranquilidad, se levantó del suelo. Sus ojos enfocaron el lugar en el que se encontraba, minuciosamente; ya no se fiaba ni siquiera de las sombras de la noche que poblaban la ciudad en una cantidad impensable. Frente y sobre ella, la figura oscurecida de un gran puente metálico ocultaba la calle por la que discurrían sus pasos antes de caer al suelo. A ambos lados, varios edificios de poca envergadura yacían en completo silencio, los escaparates de las tiendas sin luz alguna, llenos de polvo. Hacía tiempo que habían sido abandonados. Algunas cajas llenas de restos de diversas índoles se amontonaban al lado de las puertas cerradas; incluso algunos bidones, vacíos, permanecían, estatuarios, en las esquinas de los edificios.
La joven sintió un escalofrío involuntario al observar todas estas cosas. Sin embargo, dándose ánimos, se decidió a explorar el lugar, convencida de no haber estado en aquella parte de la ciudad en toda su vida. Así pues, echó a andar, iluminada únicamente por los rayos de la luna, pues las pocas farolas que allí habían se hallaban destrozadas, como si alguien las hubiera golpeado a propósito para inutilizarlas.
-Qué lugar más tétrico-categorizó la joven. Sus pasos eran el único sonido en un área circundante de, al menos, doscientos metros, acompañados por el ahora rítmico movimiento de los engranajes que poblaban su corazón artificial.
Repentinamente, un presentimiento hizo mella en sus movimientos y, sin poder evitarlo, la joven se agachó. Notó sin problema alguno el extraño movimiento que se produjo justo donde antes estaba su pecho, como si algo atravesara el aire a gran velocidad. Con un miedo creciente, se alzó, y miró alrededor, en busca de algo que pudiera presentar una amenaza visible.
Antes de que pudiera ver nada, un duro golpe impactó contra su hombro derecho, lanzándola hacia atrás con fuerza, mas no logrando derribarla, aunque por poco.
Con un gemido, la joven se giró, cual bailarina, y sus ojos se encontraron con el brillo platinado que hacía un rato había provocado en ella un pánico ardiente.
Frente a ella, con un cuchillo en una mano, se hallaba aquel que había matado a un hombre hacía apenas unos pocos minutos. En su rostro esgrimía una sonrisa abominable; sus dientes brillantes, rojos, y su chistera resquebrajada parecían a punto de devorarla.
El hombre alzó el cuchillo con aquella sonrisa, dispuesto a penetrar en la carne de la joven con su brillante filo, mas esta fue más rápida, dando un salto atrás para ponerse a cubierto con el que le sorprendió gratamente. Antes de que pudiera dar otro salto, el asesino se lanzó hacia ella como si se dispusiera a lanzarle una estocada, pero apuntando con el filo del arma a su yugular.
La joven susurró un nombre en voz apenas audible, y se preparó para, esta vez sí, morir. Empero, algo interrumpió la trayectoria letal del cuchillo y el sonido de un quejido molesto la hizo abrir los ojos.
Un extraño artilugio broncíneo repleto de engranajes y destilando vapor había bloqueado con su cuerpo metálico el arma, aunque el filo había penetrado en él lo suficiente para romper una tubería en su interior, provocando lo que, a ojos vista, era un fallo del sistema que acabaría siendo letal.
Sin embargo, había cumplido su propósito: encontrarla y protegerla.
El científico loco emitió un suspiro exasperado, su rostro entristecido por la marcha de la joven que había logrado arrebatar de las garras de la muerte. Sus ojos, de un brillo broncíneo, parecían estar a punto de deshacerse en lágrimas de metal diluído que no harían sino deslizarse por su rostro hasta estamparse contra el suelo, en silencio.
¿Por qué era el dolor tan necio?
-Morirá ahí fuera, no hay duda alguna-susurró el hombre, con voz cascada, culpándose. –Si salgo, yo también moriré. ¿Qué debo hacer?
En ese instante, un pitido insistente se abrió paso entre el sonido habitual en el laboratorio, y el científico alzó la cabeza, esperanzado. A pocos metros, una pantalla hizo aparición, surgiendo del interior de la pared del lugar, y la imagen de la joven se veía en ella, fulgurante como solo ella misma podía ser.
Sin embargo, había alguien más, un ser grotescamente similar a él mismo, portando un cuchillo. No necesitó ordenar a su ingenio mecánico que intercediera en la contienda, pues bien sabía que no era necesario; al instante, el artilugio se interpuso entre el filo del arma y la joven, bloqueando con su cuerpo el ataque, mas dañándose duramente.
El científico se levantó de un salto, mientras memorizaba con la mayor rapidez posible la ubicación de la joven y el reflejo. Casi sin darse cuenta, pulsó un código secreto sobre un panel que acababa de aparecer, y una caja fuerte se abrió en el techo de la habitación.
Ya memorizado el emplazamiento del ataque, el científico alargó la mano hasta tocar el torreón que surgía de su chistera, y éste emitió un jadeo ahogado antes de lanzar un torrente de vapor hacia las alturas. Así, el arma cayó desde arriba hasta posarse en sus manos.
Se trataba de una lanza de doble filo, algo arcaica, hecha de bronce, por supuesto, y reforzada con algunos metales más. Asimismo, otro objeto cayó, y este era una especie de cuchilla de gran tamaño. Parecía ser capaz de bloquear golpes, pues la parte que cubría el filo era similar a un escudo.
El científico cogió ambas cosas y un maletín de bronce y se lanzó a la carrera escaleras abajo, mientras algunas ventanas se abrían, dando paso a varios más de aquellos artilugios voladores y mecánicos, que le siguieron en cuanto puso un pie fuera de su bóveda.
Joven de blanco, tu vida está en peligro.
Del científico el reflejo, desea aniquilarte.
Surge del espejo, su sentimiento es el reverso.
¿Tiene corazón de verdad, o es que por tal carencia busca el de otros?
Sin embargo, todo reflejo sabe que solo el corazón de su original es apto para él mismo. ¿Cómo si no podría ser?
Dáselo, científico, o lucha por tu amor.
¿Quién vencerá en esta lucha sin cuartel?
La joven saltó hacia atrás, mientras las chispas revoloteaban en el aire. El reflejo intentaba herirla, pero la ayuda de aquella máquina voladora era insuperable para él. A pesar de estar a punto de ser destruido, el artilugio aún era capaz de defenderla. Su diseño no era apto para el combate, ni esas eran sus dotes principales, pero, como toda buena creación, sabía lo que su amo deseaba con todo su corazón.
-¡Déjame en paz!-gritó la joven. El artilugio mecánico frenó una nueva estocada con su fuerte cuerpo metálico, pero los engranajes caían desde su interior hasta el suelo, y el vapor siseaba, fiero. No parecía poder aguantar mucho más tiempo.
El reflejo empezó a reír a carcajadas, burlón, y se deslizó por el suelo, como una sombra en la noche, hasta incrustar el filo del cuchillo en la invención del científico loco y, acto seguido, dar un salto con giro que provocó una rotura máxime en el artefacto mecánico. Entre chispas azules y vapor, éste cayó al suelo, moribundo.
La joven de blanco gritó, tanto de terror como por compasión, sintiendo cómo su corazón artificial temblaba cuanto más se acercaba el reflejo a su protector autómata, dispuesto a rematarle con un último ataque de aquel cuchillo endemoniado que relampagueaba con el color de la sangre.
El arma se alzó en el aire, y la joven no pudo aguantarlo más: con un grito formado por todos sus sentimientos arremolinados, se lanzó hacia el reflejo, dispuesta a golpearle con sus hirsutos puños hasta romperle todos los huesos, deseosa de ser de verdad capaz de hacer tal cosa.
El asesino la miró, primero con sorpresa, luego con diversión, y, ante sus ojos, bajó el cuchillo.
Chispas, explosiones, el ingenio se ha arruinado.
¿Cómo puede nadie cometer tal pecado?
No era un ser viviente, pero era mejor que muchos…
Joven de blanco, debes resistir. No dejes que el reflejo elimine tu coexistir.
¡Lucha con todas tus fuerzas, contra un adversario que te matará con un solo ataque acertado!
Así luchan los valientes, aunque pocos son de esto conscientes.
-¡No!
El reflejo se relamió, su sonrisa expandida en una expresión de locura inmisericorde, sus ojos reluciendo con aquel plateado similar al del metal más puro, al contrario que su poseedor. Su arma brillaba a su vez, con un carmesí que había penetrado las entrañas mecánicas del artilugio flotante, destrozándolo en su mayor parte. Fue extraída de las mismas con rapidez, sin dificultad, y su poseedor apuntó a su objetivo principal con su brillante filo.
¿Por qué no hablaba? ¿Los reflejos eran incapaces de hablar? No…el suyo sí había podido. ¿Tal vez…no tuviese nada que decir?
Con una sonrisa, el reflejo se lanzó hacia la joven de blanco, empuñando su letal cuchillo carmesí con la mano derecha, posicionada bajo el abdomen, en guardia, fiera.
La joven, por su parte, retrocedió ágilmente, intentando echar tierra de por medio, mas su enemigo era mucho más rápido que ella. Apenas había dado dos pasos él había dado cinco. Era un blanco fácil.
Dispuesta a no dejarse vencer, le plantó cara, y el asesino emitió una risa divertida, antes de embestirla con el hombro, brutalmente.
El impacto fue increíble, y provocó el despegue de la joven por los aires, haciéndola surcar el viento hasta que chocó contra uno de los viejos y abandonados edificios del lugar, con un crujido óseo que le arrancó un grito de dolor mientras se caía contra el suelo, tras el golpe.
Entre toses, intentó levantarse, mas cuando logró apenas alzar la mirada, el rostro del asesino la miraba con diversión. Un zapato blanco, pálido, golpeó su rostro, tirándola hacia un lado y haciéndola soltar sangre por la boca a la par que le provocaba aún más dolor.
-No puedes vencer a un reflejo, simple chiquilla.
-Tal…vez…-logró responder la joven, a costa de una innumerable cantidad de toses sanguinolentas. Su corazón artificial emitía quejosos zumbidos, y una nube de vapor se abrió paso hasta su boca, obligándola a abrirla para no ahogarse.
El reflejo soltó una carcajada, mientras la señalaba burlonamente con aquel arma infernal. No solo parecía reírse de su situación actual, sino de otra cosa, incluso. ¿Qué podía ser?
-¿Por…qué…?
Más risas fueron su respuesta. ¡Qué horrible era todo aquello!
-Yo…no he hecho nunca…daño a nadie…-su respiración era entrecortada; sus palabras, vacilantes y débiles. Necesitaba un médico. No, necesitaba…le necesitaba a él.
Y apareció, como el príncipe de un cuento de hadas vestido de luto.
Los ojos de plata y los de bronce se cruzaron: la ira relampagueaba y el odio los poblaba.
¿De qué se conocían?
El científico podía ver la verdad oculta tras los sentimientos de la joven de blanco. Aquel reflejo…
Niña, ¿por qué sigues aguantando? ¿No es más fácil morir que seguir permutando?
No tienes corazón, no tienes sentimientos, ¿y aún así sigues a tus recuerdos?
No mereces vivir, como tampoco mereces morir. Así pues, no debes siquiera existir. Desaparece en la niebla del olvido eterno que solo puede ser invocado por los ejecutores de los vivos: los reflejos.
-¡No te atrevas siquiera a acercarte a ella! –gritó el científico, apuntando con un dedo acusador al reflejo que parecía ser su mismísima antítesis, con algo tan punzante como el odio en sus ojos.
-¡Genial, un rival más acorde con mis aptitudes! –replicó el reflejo, dándose la vuelta con gracia y una sonrisa burlona.-Ven, Científico: te arrancaré el corazón para que puedas ser como esta tu invención.
La joven de blanco emitió un sollozo, cerrando los ojos. A su alrededor, varios más de aquellos artilugios mecánicos flotantes se congregaron; parecían dispuestos a ayudarla, y varios de ellos sostenían extraños instrumentos, similares a los de la cirugía típica de los quirófanos. A pocos metros descansaba un maletín abierto.
Mientras tanto, el científico se había lanzado en una embestida furiosa contra su reflejo, alzando aquella lanza de doble filo como si esta fuera su misma alma. Las dos armas chocaron, y un maremágnum de chispas carmesíes y azuladas cubrieron la calle con sus fulgores, mientras ambos contendientes hacían fuerza duramente intentando desestabilizar a su enemigo.
-¿Por qué la proteges? No tiene nada que ver contigo, ¡es una simple y estúpida sin corazón!
El científico retrocedió de un salto, colocando al instante la lanza de manera horizontal para bloquear el corte que su enemigo intentó propinarle a su vez, siguiéndole con un salto hacia delante también.
-¡No puedes salvarla!
El cuchillo emitió un fulgor carmesí, y la lanza lo golpeó brutalmente, lanzando una nueva lluvia de chispas rojiazules que envolvió a los dos luchadores con su brillo.
-¿De verdad piensas que vale la pena? ¡Ni siquiera te quiere!
El científico, con expresión inmutable, alzó su arma en un ataque ascendente con el que quebró la defensa de su rival y, acto seguido, giró la lanza, cortándole parte de la ropa blanquecina que portaba, y se lanzó en una violenta y rápida serie de estocadas contra su cuerpo, con la intención de atravesarle hasta matarle.
Sin embargo, el reflejo fue capaz de bloquear las dos primeras, y, sabedor de cómo era aquel ataque múltiple, comenzó a esquivarlo ágilmente, hasta que se vio con fuerzas para contraatacar con una patada giratoria que su enemigo bloqueó con uno de los filos. Acto seguido, dio un salto con el que dio un barrido aéreo con su otra pierna, mas el científico logró bloquearlo y se echó atrás a tiempo para esquivar la tercera parte del combo de golpes, una patada descendente que destrozó gran parte del adoquinado contra el que impactó, lanzando una nube de polvo de roca.
-¡Ella te odia, estúpido ignorante!
El científico dio un giro de ciento ochenta grados, y, acto seguido, alzó la lanza de doble filo, para, con una fuerza increíble, alzarla en el aire y luego clavarla en el suelo en el mismo lugar en el que su enemigo se hallaba hacía apenas dos segundos. Sin embargo, el ataque no cesó ahí, pues una hondonada de vapor de agua surgió del lugar de impacto, golpeando duramente al reflejo, que retrocedió entre toses, levemente quemado.
-¡No vas a derrotarme, iluso! –exclamó éste, mientras su cuchillo iniciaba un nuevo número de brillos intermitentes y su poseedor se lanzaba nuevamente al ataque con una acometida dominada por la furia.
El científico alzó el arma, bloqueando el primer ataque, dirigido a su yugular, y desviando los demás que se le fueron dirigidos, a gran velocidad, para, antes de dejar a acabar a su enemigo, interrumpir la combinación de movimientos para incrustar, limpiamente, la lanza en su pecho.
El reflejo tosió sangre, y la expresión que dominó su rostro fue, finalmente, de odio. Así pues, el hombre de la chistera reunió fuerzas y, con rapidez, tiró del arma, alzando a su enemigo aún clavado en su filo y lo estrelló contra la pared más cercana, provocando una explosión de polvo de roca y sangre que le hizo retroceder entre toses, aún asiendo su arma.
Cansado, echó a caminar hacia la joven de blanco que yacía en una camilla improvisada hecha de bidones y mantas que habían construido sus ingeniosos artilugios mecánicos, arrastrando su arma, manchada de sangre brillante y rojiza.
A su espalda, el asesino se levantó del suelo dificultosamente. A pesar de poder hacer tal cosa, sabía que su vida había terminado, pues había sido vencido en combate por su ser original, y no había podido robarle el corazón que tanto necesitaba. Ya no le quedaba nada. Tras él, el espejo que tanto le había cobijado explotó en una lluvia de esquirlas de cristal y huesos rotos, negros, que le engulló hasta hacerle desaparecer completamente.
-He perdido…-susurró el viento que se llevó sus cenizas antes de que ni siquiera estas fueran suficientes para recordar su efímera existencia.
El científico se sentó sobre unas cajas de madera que había al lado de la joven de blanco. Su rostro, tan blanco como el alabastro, era lo más bello que jamás había contemplado.
Una sonrisa dulce se abrió paso en su rostro mientras apoyaba la lanza de doble filo en la pared más cercana. Los artilugios que había construido trabajaban con esmero, eficacia y rapidez; ya casi habían acabado las distintas operaciones que había ordenado que le hicieran.
Algunas eran, simplemente, para curar sus heridas físicas, y reparar todo daño que le habían producido los reflejos, y otras, para garantizar, al menos, un mínimo de protección frente a otros ataques futuros. La prevención era algo necesario en aquel mundo, él lo sabía bien. Al fin y al cabo, era el descubridor de los Reflejos.
Despierta, joven de blanco que yaces dormida, sobre un bidón, tal vez de gasolina.
Deberías saber qué te estás perdiendo: unos ojos broncíneos, tan dulces como el caramelo y tan solitarios como un perro abandonado, unas chispas de colores mientras unos artilugios reparan a otro que había sido dañado casi hasta su completa destrucción, una cuchilla de metal que se vincula a tu corazón a través de varios engranajes y válvulas más… El vapor está en el aire.
¿Puedes verlo?
No, eres incapaz.
¡Despierta, niña dormida, da la bienvenida a tu nueva vida!
¿Para qué quieres un corazón robado, si alguien uno nuevo te ha dado?
Tus sentimientos siguen en su sitio, mas tu soledad ha desaparecido.
Es natural: ahora hay alguien que te quiere y se preocupa por ti.
¿No deberías, ahora, ser feliz?
¿Puedes verlo?
La joven abrió los ojos, lenta, pesadamente. Notaba un peso extraño en el pecho, como si sus sentimientos se hubieran tornado sólidos, tal era su desasosiego. Los recuerdos se agolparon en su mente mientras la luz del laboratorio del científico la deslumbraba con aquel color ya tan familiar.
Él había ido a por ella. Sus ingeniosos artilugios la habían salvado una vez más. Él la había salvado. ¿Qué podía hacer para compensárselo? No…
-¿Estás despierta?-preguntó el científico, aún sabedor del riesgo de ser considerado como quien había hecho la pregunta más tonta del día en aquella ciudad, acariciando con una mano enguantada el rostro de la joven, delicadamente.
Los ojos grises de esta última le miraron fijamente, curiosos. Parecía a punto de llorar, y el científico se dio cuenta inmediatamente.
-Vamos, te ayudaré a levantarte-dijo, acercando una mano a la suya.
La joven la cogió y, con su ayuda, logró sentarse sobre la cama. Entonces se dio cuenta de que su vestido blanco estaba, en gran parte, roto, y, casi totalmente, sucio. Sonrojándose, tragó aire.
-¿Tienes…un vestido para prestarme?-preguntó, tartamudeando sin desearlo.
-¡Por supuesto!-le respondió aquel extraño hombre de chistera en la cabeza, dándose la vuelta y cogiendo un paquete decorado con un lazo azul en su parte superior. Era…
-¿Esto…es un regalo? ¿Para mí?-inquirió la joven, sorprendida y confusa, mientras su mirada pasaba desde su interlocutor hasta el objeto que le tendía con una sonrisa afectuosa y sincera.
-Si me haces repetir la expresión “por supuesto” pareceré un idiota sin saber idiomático, ¿sabías?
La joven asintió, y emprendió la terrible y dificultosa empresa que le resultaba desanudar el lazo del regalo, que sin embargo era simple, muy simple, parecía hecho con casi tanta dificultad nacida de la inexperiencia como la que ella tenía al intentar deshacerlo.
El científico loco se apresuró a toquetear su chistera, y el extraño torreón que sobresalía por uno de sus lados bajó una curiosa tijera de bronce que le tendió rápidamente a su interlocutora con una sonrisa de comprensión.
-Por favor…-indicó, haciéndole unas señas que la instaban a cortar el lazo y dejarse de complicaciones innecesarias.
La joven hizo caso y, tras coger las tijeras, asiéndolas con la mano derecha, se propuso cortar el lazo. Al cabo de unos pocos segundos, éste caía al suelo, deshecho en múltiples y desiguales trozos. Con emoción creciente, sus manos palparon el envase, y no pudo evitar acercárselo al oído y moverlo, con la intención de intentar adivinar su contenido, mas no le fue posible, y la risita ahogada que produjo su observador científico la hizo enrojecer violentamente una vez más.
Con cierta brusquedad mal disimulada, alzó la tapa del paquete y miró al interior. No pudo evitar quedarse boquiabierta.
-¿Te gusta?-inquirió la dulce voz del científico.
En el interior del paquete, un mundo alternativo yacía.
No era tan grande como aquel en el que se encontraba su creador, pero sí lo suficiente para impresionar a quien ahora lo miraba con estupefacción.
¡Un mundo en un regalo! ¿Desde cuándo eran posibles esas cosas?
La joven podía ver en la lejanía: dos armarios roperos de madera cuidada, unas paredes decoradas con pintura negra y detalles en blanco y bronce, una gigantesca cama de montura de metal y aspecto sino cómodo, lo siguiente, una lámpara con una pequeña torre que lanzaba vapor desde su extremo y un enorme sombrero que casi doblaba su tamaño entero, de color broncíneo, blanco y negro, del que colgaba una pequeña torreta que emitía ligeros chasquidos típicos de los engranajes y un leve rastro de vapor de agua.
Sin embargo, se le habían escapado dos detalles curiosos: sobre la cama, yacía un precioso vestido de color blanquinegro con detalles en bronce, y sobre él había un cartel con un dibujo del científico y el mensaje “love me” escrito en tinta negra.
¡Un mundo en un regalo! ¿Tan benévolo se había tornado su hado?
-Yo…yo…
El científico ahogó la decepción que asomaba a su rostro, y se apresuró a preguntar, con delicadeza:
-¿Qué ocurre?
La joven dejó de mirar hacia su pequeño y único mundo, y sus grises ojos se mezclaron con el mirar broncíneo de su interlocutor. El corazón artificial que yacía en su interior emitió un jadeo ronroneante, casi juguetón, y una sonrisa pobló su rostro, dotándola de una belleza que solo aquel que la miraba boquiabierto ahora solo podía haber imaginado en sus más dulces sueños.
-Es el mejor regalo que me han hecho nunca-dijo, y una lágrima se formó en sus dos ojos, antes de caer por su rostro, resbalando por su mejilla. La felicidad a veces hacía llorar. La alegría, también.
-Entonces-inquirió el científico, preocupado- ¿por qué lloras de esta manera?
La joven dejó que más lágrimas afloraran a sus ojos, y su sonrisa se tornó aún más bella enmarcada por aquellos ríos invisibles que rodeaban su rostro al caer por él, y posó una de sus manos en la enguantada mano derecha del científico, que la miró, mudo por la sorpresa.
-Por que te quiero, y sé que tú también me quieres a mí-respondió entonces. Con lentitud, y, ambos atrapados en la mirada del otro, sus rostros se acercaron, hasta que, al final, se unieron en un beso de amor. Amor puro.
Una lágrima resbaló por el rostro del científico loco, mientras, a pocos metros detrás suya, el artilugio mecánico flotante que había salvado a la joven comenzaba a emitir una casi continua profusión de vapor de agua que llenó toda la estancia hasta que lo único visible era lo que uno tenía frente a sí.
Lentamente, el sonido del corazón artificial aumentó de intensidad, hasta que, tras un pico en su actividad, volvió a su estado natural, que ahora era nada menos que el amor, pues su poseedora estaba enamorada.
Perdidamente.
Locamente.
De un científico loco.
-Te quiero, Cc.
-¿Cc?
-¿No te gusta? Es un buen nombre, en mi opinión.
-Hum… es bonito, pero ¿qué significa?
-Pues… significa…
“Corazón cautivo.”
Y se acaba.
Un saludo, y si os gusta ya colgaré más cosas. (Aún me reservo un relato corto "Inspirado en..." más o menos hecho y uno aún por hacer.)