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En una ciudad antigua, enfrente de la facultad, abrieron un Restaurant y vaya si dio que hablar. No le hizo falta mucho tiempo para acaparar las conversaciones de toda la ciudad, y es que según contaban la comida era de la mejor calidad.
Algunos decían que su propietario era un Rey Africano, otros que un Conde Europeo o un Magnate Americano, pero todos coincidian que debía tener mucho dinero, y razón no les faltaba ya que compró la catedral de la ciudad. Fue muy curioso al principio cuando los curas empezaron a sacar sus tesoros de la catedral. Salían con armarios, estatuas, cofres e incluso coronas aseguran los vecinos que vieron sacar. Nadie entendía nada, así que los vecinos empezaron a sospechar, claro, y algunos hasta a investigar.
La duda se resolvió cuando llegó un grupo de obreros y empezó a picar. La gente cuenta que tal fue la cantidad de personas allí trabajando, que le bastaron dos dias para arreglar toda la catedral. Seis días después ya habían anunciado su inauguración y solo le bastaron dos semanas para estar en boca de toda la ciudad. ¡No os podeis imaginar cuanta gente había allí a diario! Como nunca antes se había visto en esa catedral. No pasó mucho tiempo hasta que lo empezaron a tratar como un Dios de la cocina. Decían que tenía magia y que obraba milagros en esos fogones, que trabajaba solo porque tenía tentáculos con los que hacía 8 platos a la vez y que mientra cocinaba su cara era tan seria que aterrorizaba al que lo mirase. Pero la verdad es que sólo lo decían porque nadie había conseguido verlo en todo ese tiempo.
La idea de un cocinero fantasma, sin identidad o anónimo no gustaba a muchos que intentaban por todos los medios tener una conversación con él. Pero si algo era sagrado en aquella catedral, eso era la voluntad del cocinero de no ser conocido. La catedral se convirtió en un lugar habitual para los vecinos y es que, aunque era caro -por supuesto- tal era su bondad que raro era el día que no invitaba a varios a cenar. Iban estudiantes, iban padres, iban niños y hasta del incerso y no había uno que no saliese encantado con lo que había probado.
Tan famoso se hizo que en menos de un mes ya había críticos gastronómicos probando su comida a diario. Pero de todas las personas que pasaron por aquel lugar, solo una consiguió entrar a tan ansiada cocina. Resulta que, pocos días después de la inauguración, les llamó la atención un niño que pasaba las tardes y noches frente a la puerta de la catedral, a veces mirando hacia dentro y otras oliendo con cara de felicidad. Como era de esperar, llegó el día en el que el cocinero se percató de aquel chaval.
El hombre, que desde las sombras había visto el interes del joven, le invitó a pasar y le preguntó qué era esa manía suya de pasar el tiempo allí. El joven, con una sonrisa de oreja a oreja, le contestó que el orfanato era muy aburrido y que siempre había querido ser cocinero. Además, había escuchado que él era el mejor del mundo e incluso del universo.
El cocinero, orgulloso y feliz se ofreció a enseñarle la cocina a la vez que su secreto para haber conseguido tal exito. Con ojos como platos atendió al tour que el cocinero le hizo por tan majestuosa cocina, pero lo mejor llegó cuando le enseñó el jardin de las especias.Una selva de hierbas, plantas, árboles y macetas se abrió ante sus ojos humedos que no podían creer lo que veían. Aquello era una selva de verdad y habían plantas tan raras que no podía entender lo que estaba viendo en aquel momento. Algunas plantas brillaban, otras eran de colores chillones como amarillo o fucsia, otras se movían por su propio deseo e incluso hacian sonidos como si de animales se tratasen. Las habían que echaban agua como una fuente e incluso creyó ver algunas con ojos en sus hojas.
Nada que os podais imaginar llegará a igualar lo que aquel niño vió ese día y mucho menos lo que aprendió y descubrió en aquel momento en el que el cocinero le explicó que la clave para que sus plantas crecieran así y sus platos supiesen tan bien era usar humanos como condimento y fertilizante. Lágrimas, raspadura de piel, pelo, uñas o hueso en polvo eran algunos de los elementos que tan magnífico cocinero usaba en su día a día y que por supuesto el niño no podría ya contar a nadie.
Al final, el Restaurant se mudó y no se sabe a dónde llegó, pero muchos aún confian en volver a probar tan deliciosa comida una vez más.