Leyendo aquí y allá sobre el antisemitismo de Céline me he topado con un artículo muy interesante publicado en El País, con fecha 20 de febrero de 2011. Del artículo me quedaré con un anexo final para copiar y pegar aquí, ya que el artículo profundiza en dicho autor y no a todos interesará. El debate que vengo a proponer se encuentra al final del artículo, y dice así:
La bondad de Stalin y las preciosas manos de Hitler
"¿Cómo puede ser gobernada Alemania por un hombre de tan escasa formación como Hitler?" La pregunta es de Karl Kaspers. La respuesta, de Martin Heidegger: "¡La formación es indiferente por completo, mire usted solamente sus preciosas manos!" El hechizo que Hitler ejerció sobre Heidegger, afiliado al partido nazi en 1933, serían solo una tétrica curiosidad si no fuera porque el autor de Ser y tiempo es tal vez, con Ludwig Wittgenstein, el filósofo más influyente del último siglo. Como decía Jean-François Revel, "si el fascismo y el comunismo solo hubieran seducido a los imbéciles, habría resultado más fácil librarse de ellos". Céline es el gran emblema de la seducción del lado oscuro, pero nombres no faltan.
Para unos fue un sarampión -Mies van der Rohe, Mircea Eliade, Günter Grass-; para otros -Giuseppe Terragni, Pierre Drieu La Rochelle o el Nobel noruego Knut Hamsun-, una enfermedad crónica. Eso en la versión fascista, porque la versión estalinista del sarampión afectó a medio Parnaso, de Pablo Neruda a Rafael Alberti, que en 1937, durante una visita a la URSS, quedó fascinado por Stalin, por "su bondad, su conocimiento de la gente, su deseo de verla feliz".
En España, la Guerra Civil fue la prueba de fuego para muchos escritores. Y, en cierto sentido, lo sigue siendo. En octubre de 2009, el Ayuntamiento de Sevilla vetó un homenaje literario a Agustín de Foxá después de haberlo autorizado. El motivo: la filiación franquista del escritor. Volvía a tener razón el ya clásico aserto de Andrés Trapiello, autor del imprescindible Las armas y las letras: "Los que ganaron la guerra perdieron la historia de la literatura". Una lectura lastrada por las anteojeras ideológicas que su propio libro ha ayudado a matizar. Para Jordi Amat, estudioso de Foxá, "en ningún caso" se debe ignorar su obra -por más que solo sea "interesante" frente a la de Céline, "que es excelente"-. Tampoco que existe un conflicto moral: "Si el pasado fuese una película de dibujos animados, sería muy sencillo, pero está lleno de muertos y de arte nacido de la abyección.
La obligación del Estado es dar respuesta intelectual pública a un personaje conflictivo. Si se limita a canonizar lo mejor de nuestro pasado o a blanquear los conflictos, está falseando la historia. Debemos ayudar a contar esa complejidad porque venimos de ella, para bien y para mal".
"Que la inhumanidad moral genera calidad literaria es una realidad", continúa Amat. "Y si solo es literaria es una suerte. La posibilidad de experimentar el mal a través de la literatura hace grande a esta última porque pulsa resortes del individuo que no son encomiables pero que existen". El antisemitismo de Céline es, dice, "una forma de desprecio del otro, y pensar que nosotros no despreciamos a alguien es una ingenuidad. Una de las funciones de la literatura es enseñarnos hasta qué punto el mal anida en nosotros".