El Rey Demoniaco del Viejo Mundo: Ancalaghon; resurgirá y pondrá en marcha a un ejército el doble de grande que al de su Rival: Mordekaiser. Y entonces el rey Espectral y Demoníaco creara grandes terraplenes y se hará dueño de una buena parte de los dominios en Runnaterra. Y nadie ni nada podrá detenerlo, ni siquiera el gran Mordekaiser podrá detenerlo. Ni siquiera los Demacianos.
Primer Fragmento de la Profecia.
"Y la Bestia que vi se asemejaba a un dragón, y el dragón derroco al renacido de Hierro y este le entrego su gloria y poder.Y la bestia se maravillo y proclamo a los cuatro vientos. ¿Quien como la Bestia y quien puede contra ella?"
Fragmento Décimo Segundo de la Profecía.
"Y la vigésima primera bestia será el ultimo reino en Runnaterra, el cual será diferente de todos los otros reinos e imperios predominantes, pues su reinado nacerá en la batalla en el Arnoh, y a toda la Runnaterra devorará, trillará y despedazará."
---- Fragmento VIII, de la Profecía.
Frontera entre el reino De Demacia Y Noxus, junto al río Arnoh, final del verano.
Vanguardia del Ejercito Demaciano.
Treinta mil soldados al servicio del reino de Demacia se apiñaban en su frontera, próximos al nacimiento del río Arnoh.
Era un ejército colosal el que Tianna Guardia Corona había reunido. Se decía que una comitiva Noxiana se había acercado lo suficiente en las fronteras del Arnoh y eso había provocado que una parte dela Vanguardia Valerosa liderada por Tianna, una de las mejores mariscales del Rey Jarvan IV se hiciera presente para frenar aquel avance en seco. La gran mariscal del Rey había constituido una descomunal fuerza defensiva que parecía insuperable, capaz de resistir, como hicieran ya en el pasado, cualquier embate con sus enemigos en la frontera demaciana, por muy brutal que éste pudiera llegar a ser. Pese a todo, Tianna, la mariscal demaciana al mando de aquella parte del ejército de la Vanguardia Valerosa , se sentía inquieta. Entre los pelotones había algunos pueblerinos y éstos habían extendido por todo el ejército el rumor de que había una profecía antigua que predecía el nuevo ataque de un Rey Demoniaco, que lo arrasaría todo a su paso. La profecía aseguraba que nada podría oponérsele y que descendería sobre ellos implacable, inclemente. Estos rumores incomodaban a Tianna. Ella sabía combatir contra enemigos tangibles, de carne y hueso: Contra los magos, contra los noxianos, o contra los caudillos del norte helado que recientemente habían empezado a atacar las fronteras en Fossbarrow, pero no sabía bien cómo derrotar una profecía.
Llegaron a la zona del encuentro. La Vanguardia se sentía extraña. Un día antes sus integrantes habían tenido una pesadilla espeluznante de un Dragón de miles de millones de Kilómetros de altura. Tianna, sin embargo, no pareció darle mucha importancia, pese a las advertencias de algunos pueblerinos que le pedían encarecidamente que esperara a los refuerzos de otro capitán de compañía, un joven que recientemente había ascendido a rango de Comandante y que había creado una nueva compañía diferente a la vanguardia valerosa: Los Asendicar.
La mariscal no lo comprendía. ¿Cómo un mísero pueblerino había llegado a rango de comandante?
Negó con la cabeza. Aquel joven cuyo nombre era Rovian, estaba infringiendo y violando leyes y costumbres muy antiguas. Eso podía ser peligroso. Podía mermar el orden en Demacia, negó con la cabeza. Volvió a concentrarse en el asunto que de verdad importaba, el supuesto ataque de las legiones Noxianas.
Tianna arrugó el ceño mientras escrutaba el horizonte. Nada. Sólo la inmensa pradera ante ellos, a medio camino entre el vergel del nacimiento del Rio Arnoh a su derecha y la pradera a su izquierda. Estaban a pocas millas del Pueblo de Idhun. Más al norte del sector se encontraba Sidur que ya había caído en manos del ejército enemigo. Tianna miraba a su alrededor y se sintió bastante segura. Tenía al mejor ejército del mundo, y había reunido a varios miles de soldados en una densa formación que podría detener el avance de cualquier enemigo, no importaba las nuevas unidades o estrategias que fueran a usar aquellas supuestas legiones que según ella se acercaban a sus fronteras. Además contaba con el apoyo de varios regimientos de caballería, que lucharían hombro con hombro para salvaguardar entre todos el bien común de las tierras Demacianas. Estaban preparados, eran muchos, más de cien mil, y compartían el mismo objetivo de defender aquel territorio costara lo que costara.
Tianna avanzó al frente; seguía intrigada por el horizonte despejado. No se veía nada más que pradera verde y pasto, sólo se escuchaba el viento. De pronto comprendió lo que le inquietaba. No se oía a ningún pájaro, nada. Ordeno a los voladores de Dragarracos que surcaran los cielos e informaran del acercamiento de algún ejército. Y el sol a sus espaldas comenzaba a ascender, esa podía ser una ventaja para ellos. Sin embargo, aquel silencio resultaba muy misterioso.
Fue entonces cuando una de las voladoras de Dragarracos descendió y empezó a dar sus informes:
--- Mi mariscal, es el ejército enemigo, se acercan, pero…--- Aquí la mujer se detuvo un tanto dubitativa.
A Tianna no le gusto ese silencio.
--- ¿Pero? ¿Qué ocurre? ¿Habla?
--- Es el ejército, no guarda semejanza con los noxianos. Al parecer se trata de otro ejército, y vienen con unas extrañas criaturas, no sabría cómo describirlas. Yo…
Tianna Levanto la mano interrumpiendo a su exploradora.
--- Bien. Eso es todo. Ya averiguaremos de qué se trata todo esto.
Retaguardia del ejército enemigo.
El Rey Demoniaco Ancalaghon, es decir, el terror de los dioses y señor de señores, estaba subido en un carro adornado con rostros extraños y símbolos viejos y antiguos. El carro de guerra tenia ruedas que resplandecían al estar reforzadas con remaches de bronce y unas afiladas y largas puntas de plata que al ponerse en marcha cortaban el aire con sus afiladas aspas por ambos flancos. El vehículo estaba tirado por cuatro Nauglirs negros, fuertes, recubiertos con cotas de malla para protegerlos de las flechas y lanzas enemigas. Ancalaghon hacía que su carro avanzara despacio, al paso, siguiendo la estela del grueso de su ejército infinito. Habían sido muchos milenios los que se había mantenido inactivo, esperando a que Runnaterra se hiciera débil, como lo era ahora. Débil. Patético. Aun recordaba la vieja era y a su rival: Mordekaiser. ¿Qué habría sido del poderoso señor de la muerte? El renacido de Hierro, así le gustaba autoproclamarse. La última vez que lo había visto había sido en Sidón, en la campaña contra los Bactrianos, eso, hacia miles de años, y ahora que lo recordaba Mordekaiser le había hablado de una guerra civil en su amada Noxii, aunque parecía no preocuparse demasiado por aquello; era como si ya hubiera sabido de la inminente traición. En ese momento el Rey Demoniaco acertó muy bien que Mordekaiser ya sabía sobre la traición y había dejado que sucediera, quizá para ir a aquel lugar llamado Mithna Rachnu’un, un imperio que había creado en el Reino de la Muerte. Sonrió. Eso era interesante.
Ancalaghon aun repasaba en su mente a todos los rivales que se habían interpuesto en su camino hacia el control absoluto de la Runnaterra que le correspondía por derecho de herencia, como heredero único y legítimo de los Naugrim: primero en la primera Edad, es decir, en la época de las estrellas, tuvo que vérselas con Glaurum y con Arstaxactra de Koqru y luego con las revueltas los seguidores de Mordekaiser, dirigidas por sus generales más preeminentes: Molón y Sevhatar; también tuvo que sufrir y solucionar la defección de toda occidente, de la que aún quedaba pendiente el problema de Bactria y Kemrri, para este objetivo final había tenido que pactar con Mordekaiser, eso hacia miles de millones de años, pero en la actualidad aquellos imperios se habían extinguido, ya no quedaba ni el recuerdo de lo que habrían sido. Ahora aquella región era conocida como Shurima.
“Patético.” Pensó.
Antes el occidente y el oriente eran regiones poderosas y no necesitaban de ascendidos o de bendiciones mágicas o axiomantes estúpidos para mostrar su fortaleza. Era increíble que los seres humanos de aquella región hubieran olvidado la fuerza que los movía por dentro. Un poder más allá de la magia. Bueno, mejor para él, quizá más adelante podría tomar aquella basta región y someterlo a su dominio como habían hecho en el pasado. Por ahora solo necesitaba un establecimiento y que mejor lugar que aquella zona entre el débil imperio Noxiano y el Demaciano. Esto ultimo si que le divertía: el poderoso imperio de Noxii reducido a un imperio débil, gobernado por tres idiotas y por uno que se había dejado poseer por un demonio: Raum. No podían mostrar más debilidad, En sus tiempos habrían matado a cualquier mortal por dejarse poseer por un demonio. Dejarse poseer por una entidad demoniaca era indicativo de inseguridad, y más aún, de debilidad. Ya en su momento Mordekaiser pondría orden en aquella región. Aquello no era de su incumbencia.
Ancalaghon miró al cielo: un día despejado aunque había unas extrañas aves que volaban y surcaban los cielos. Aunque al descender en dirección al río y divisar la línea del ejército demaciano, el rey se percató de que el sol, en su lento ascenso hacia lo alto del cielo, les cegaría.
El comandante o general de aquel ejército se había situado con el sol naciente a sus espaldas. Eran hábiles aquellos demacianos, había que reconocerlo. A Ancalaghon no le gustaban los retrasos. Argilak, su primer general acababa de llegar desde la vanguardia del ejército para recibir órdenes y el rey se dirigió a él con instrucciones precisas.
--- Haz avanzar a la falange de inmediato.
--- ¿Contra el sol, mi temido señor? ---preguntó Argilak, no con duda, sino sólo buscando una confirmación de la orden.
--- Contra el sol ---se reafirmó el rey---. Usa los nuevos escudos que hemos diseñado para contrarrestar la luz molesta del sol. Será la misma táctica de siempre, el yunque y el martillo, pero esta vez modificare las cosas un poco, solo un poco.
Argilak sonrió.
--- Así se hará, mi rey. ---Y montando en un Valaruma de fuego que un soldado le dispuso, partió al galope hacia las unidades de vanguardia.
Todo estaba en marcha y el ejército demaciano no lo sabía.
--- Mi señor.
Ancalaghon volvió a voltearse para ver con seriedad a su otro explorador.
--- ¿Sucede algo?
--- Hemos averiguado la identidad de la general del ejército demaciano.
--- ¿La?
El explorador aguardo unos segundos en responder.
--- Si mi señor, al parecer es mujer.
Ancalaghon sonrió.
--- Vaya, que interesante, es mujer. Esto lo pone más interesante. Pues hay que mostrarle a esa mujer que no se hace trabajos de hombre.
Informa a los conductores de bestias, los quiero listos para el momento.
--- Así se hará, mi temido señor.
Vanguardia del ejercito Demaciano. Centro de la formación de la Vanguardia Valerosa.
Tianna vio emerger en el horizonte al temido ejército del que sus exploradores hablaban. Eran miles, veinte mil, treinta mil, quizá algo más, acertó con extrañeza de que no guardaban semejanza alguna con las armaduras de los Noxianos. Estos eran diferentes y su ejército era más ordenado, más complejo. En las alas se veía a dos cuerpos de caballería. Jinetes a caballo y jinetes montados en otros animales extraños parecidos a lagartos gigantes. No era frecuente ver cuerpos armados de jinetes sobre criaturas semejantes, pero aquello no la importunó demasiado. Ya estaban ahí. Eso era lo importante. La espera había terminado. Al menos, en lo referente a visualizar al enemigo.
La mariscal miró al cielo. El sol se elevaba lentamente y aún seguía a sus espaldas. No atacarían hasta pasadas unas horas. No tenía sentido hacerlo con el sol en cara. Los nuevos invasores esperarían. Eso era extraño. ¿Por qué estaban esperando? ¿Si esperaban más estarían en desventaja. Aquello no tenía ningún maldito sentido. No tenía ningún maldito sentido.
La mariscal caminaba relajada frente a sus tropas. Las examinaba con minuciosidad. Los escudos estaban limpios y las espadas eran largas y eso podía cambiar el curso de cualquier combate, las empuñaduras preparadas por manos firmes y los escudos colocados en formación. Resistirían. Tianna se volvió hacia el enemigo. Estos habían dispuesto una formación similar, pero para su sorpresa habían colocado unas lanzas tremendamente largas y empezaban a colocarse en una extraña formación. La formación, si a aquello se podía llamar formación, se asemejaba a un muro de picas: Primero, los de la primera fila colocaron sus enormes lanzas en ristre, y los de la segunda en vertical, acto seguido uno de los jefes militares, uno de aquellos general del ejercito invasor rugió y las filas de piqueros avanzaron rugiendo y cantando, al tiempo que un cuerno de guerra anunciaba el avance de aquella extraña formación que poco a poco se acercaba hacia la infantería demaciana.
Entonces Tianna dio órdenes de avanzar y solo le quedo observar. Seguía avanzando. La formación enemiga se encontraban a unos tres mil pasos. Era una distancia prudente para detenerse, pero seguían avanzando, no dudaban, no vacilaban, avanzaban impertérritos, sin miedo, sin temor, al tiempo que el constante sonido de sus pasos hacia retemblar la tierra. Tianna se detuvo y apretó los labios. El enemigo proseguía con su avance, impertérrito. ¿No les molestaba el sol? No era lógico atacar así.
Dos mil quinientos pasos.
Las puntas de aquellas exageradas y largas lanzas brillaban bajo la intensa luz del día. Tianna carraspeó y escupió en el suelo una vez más. Al volver a alzar la mirada observó que el avance del ejército enemigo no se detenía.
A dos mil pasos y seguían.
Tianna se pasó el dorso de la mano por debajo de la nariz. Se dio la vuelta entonces hacia uno de sus oficiales.
--- ¡Mi espada! ---gritó, y el poderoso tono de su voz transmitió a sus hombres el mensaje. Todos tensaron los músculos---. ¡Preparados para el ataque---vociferó la mariscal, y su orden se repitió a lo largo de la interminable línea defensiva del ejército demaciano.
Mil cuatrocientos, mil trescientos, mil doscientos pasos y no se detenían.
Tianna observaba las enormes y exageradamente largas lanzas del enemigo y había algo que no le gustaba, pero no sabía bien qué era.
Mil pasos.
--- ¡Que se preparen los arqueros! ---ordenó Tianna---. ¡Una lluvia de flechas apaciguará su avance!
Varios miles de arqueros ajustaron sus arcos tras la larga línea de la primera formación. Era probable que el enemigo hiciera lo propio.
--- ¡Demacianos , preparad vuestros escudos! ---aulló la mariscal. Los demacianos de su formación levantaron sus escudos para protegerse de una posible lluvia de flechas, mientras en el fondo de sus corazones esperaban que las flechas no fueran a embestirles.
Ochocientos pasos, setecientos, seiscientos.
Aún no estaban a tiro de los arqueros. Debía esperar más. Tianna no llegaba a ver las alas. Sus oficiales de caballería deberían de decidir qué hacer, al menos en el principio del combate. Tras la embestida inicial, una vez asegurada la posición, iría a una de las alas para comprobar que las caballerías cumplían su función frente a la caballería del enemigo. Mantener la formación era clave, pero las alas debían resistir también o todo podría venirse abajo.
Quinientos, cuatrocientos, trescientos pasos.
Tianna iba a ordenar que los arqueros dispararan, cuando de improviso la formación enemiga se detuvo en seco. El contraste entre el ruido de los miles de pisadas avanzando con el silencio que sobrevino al detenerse de golpe era sobrecogedor. Tianna admiraba la disciplina incluso en el enemigo. Era una bonita exhibición, pero todo eso daba igual. No estaban en un desfile, sino en una batalla. La mariscal alzó su brazo para dar la orden a los arqueros cuando de pronto la extraña formación enemiga, treinta mil soldados, alzaron sus escudos. El sol reflejó sobre la superficie de los mismos con tal fuerza que cegó a todos los demacianos.
--- ¡Ahora, disparad ahora! ---gritó Tianna, pero ya era tarde, demasiado tarde. Los arqueros disparaban sin ver, cegados por treinta mil escudos que actuaban como espejos del sol y que herían la vista de sus contrincantes.
--- Escudos de plata ---comentó en voz baja uno de los oficiales ---. Están usando escudos de Plata.
La Mariscal hizo callar al oficial con una mirada fulminante y volvió a dar órdenes.
--- ¡Escudos en tierra¡ ¡Hay que resistir su carga y protegerse de las flechas enemigas! ¡Escudos en tierra, Ahora! ¡Ni un paso atrás! ¡Y resistid!
Tianna daba las órdenes que debían darse a pesar del dolor ocular de su Vanguardia Valerosa.
Aquellos escudos de plata enemigos estaban retrasando el avance de la formación y el ataque de los arqueros. No se podía ver bien contra el reflejo del sol en aquellos malditos escudos. Era por eso por lo que estaban confiados. Tianna creyó ver al enemigo a unos doscientos pasos, luego la luz del reflejo de uno de aquellos escuderos la cegó, se situó entonces justo detrás de la línea principal. Miró otra vez. Parecían estar muy cerca. Se escuchaba al enemigo gritando. De pronto llegó el impacto brutal. Muchos de los demacianos de primera línea fueron atravesados por los piqueros enemigos. Más de lo que era esperable. Demacianos de la segunda y tercera fila reemplazaron con rapidez a los caídos y al fin pareció contenerse la avalancha enemiga, pero habían caído muchos soldados de la Vanguardia Valerosa bajo su mando. No era lógico. Tianna se acercó a la línea de la formación. Los enemigos empujaban y sus hombres y mujeres hacían todo lo posible por mantener la línea, pero de cuando en cuando una de aquellas lanzas exageradamente largas asomaba entre sus hombres y atravesaba a un soldado en el hombro, en la garganta o el pecho; en el cielo también habían empezado algunos combates y los dragarracos caían como lluvia.
Tianna comprendió lo que no le había gustado de aquellas lanzas: eran más largas, de casi 30 codos, cuando sus hombres solo usaban espadas. Esos codos de más les daban ventaja a los enemigos y los malditos parecían estar bien entrenados para sacar partido de aquella circunstancia. Sus hombres, pese a todo, parecían contraponer a la insuficiencia de sus armas con un mayor coraje y entrega. La línea se mantenía. Habían perdido muchos más hombres, pero la formación se mantenía. La cuestión era por cuánto tiempo más. El enemigo ni siquiera había utilizado arqueros. ¿Tanta confianza tenían en sí mismos? Tianna miró hacia los extremos de su formación. ¿Y las alas?
--- ¡Mi caballo! ---pidió la mariscal, y una hermosa yegua blanca apareció de entre los arqueros---. ¡Mantened la posición a toda costa! ¡Ni un paso atrás! ---fue lo último que ordenó a sus oficiales, y partió hacia el extremo izquierdo de su ejército. Tenía que saber qué ocurría con la caballería.
Retaguardia del ejército enemigo.
--- Parece que resisten ---comentó el rey Ancalaghon a sus consejeros y a su joven hijo Keleborn reunidos a su alrededor para contemplar el transcurso del combate. Ephiartes, el consejero del rey, guardaba silencio.
--- Deberíamos haber mandado a los valaraukar de fuego, a las bestias por delante o transformarnos y acabar con esto de una vez, ---dijo Keleborn nervioso.
Su padre le miró con severidad.
--- Tienes la impaciencia propia de tu juventud, pero impropia de un futuro rey ---le respondió Ancalaghon sin inmutarse-; la prudencia es siempre mejor consejera. Siempre estamos a tiempo de usar las bestias o de transformarnos y, de momento, quiero ser más cauto. ---Su hijo sabía del plan de su padre de intentar tener más y más bestias hasta conseguir una fuerza colosal invencible en todo Runnaterra, y más aún, en todo el mundo conocido, así que bajó la mirada y calló.
--- Hay que ver qué ocurre con las unidades de catafractor, veo que los demacianos tienen algo parecido, pero ahora que los veo bien parecen juguetes de niño, parecen una patética imitación de nuestros catafractor, por ahora deberíamos usar a la caballería ligera- -añadió Toante algo más cauto.
El rey asintió un par de veces mientras respondía a Toante.
--- Estoy de acuerdo. Hay que ver lo que ocurre con las nuevas unidades de catafractor, pronto tendremos que ponerlos en acción y usarlos para contrarrestar el ataque de la caballería demaciana; por ahora hay que usar a la caballería ligera. Hoy nos la veremos. Ahora escuchen, en esta batalla y en las siguientes no usaremos magia. Me se dé buena manera por mis espías que estos Demacianos usan armaduras que les permiten absorber la magia, una pena que no sepan usar esa magia en su armadura, y si, ---añadió--- llevas razón Toante, tienen unidades algo parecidas a nuestros catafractor, pero no guardan mucha semejanza, más bien parece que tienen a esas unidades de decoro. Habrá que ver como esta mariscal o general usa a su caballería.
Keleborn miró de reojo con rencor y furia contenida a Toante, este último le estaba quitando la atención de su padre, pero no dijo nada. Ephiartes, el veterano consejero de Ancalaghon, veía con prevención el rencor latente de Keleborn hacia Toante. No era inteligente por parte de Ancalaghon promover ese enfrentamiento entre primo e hijo. Un ejército con generales que se desconfiaban entre sí o que competían de forma desmesurada por satisfacer las ansias de victoria del rey podía conducir todos los planes a un desastre, pero se guardó sus pensamientos. El rey no estaba para disensos esa mañana.
Ejército Demaciano. Ala izquierda de la Vanguardia Valerosa.
Tianna llegó junto a la caballería en el extremo izquierdo de su ejército. La lucha era ya encarnizada. Los jinetes Demacianos y los jinetes del invasor combatían en una confusa maraña contra lanzas y otros jinetes enemigos montados en lagartos gigantes derribaban a la caballería ligera. Los Dahas, es decir, los jinetes de lagarto eran una nueva unidad del ejército de Ancalaghon en donde dos guerreros montaban en una sola criatura, que al entrar en combate, uno de los dos desmontaba y desde tierra hería a las monturas enemigas. Por su parte, los jinetes de la caballería ligera se beneficiaban de la mayor envergadura de esos animales, de modo que podían atacar a los demacianos desde más arriba, haciendo que sus golpes de espada hacia abajo fueran más potentes, para lo cual se ayudaban de unas armas que empuñaban con destreza. Tianna azuzó a su yegua y se introdujo en medio de la contienda. Consiguió zafarse de uno de los guerreros que había desmontado y le clavó su espada entre los ojos. Luego se adentró hasta embestir con su caballo a uno de los Dahas. Una espada le rozó la sien. Tianna se revolvió y sesgó de un tajo poderoso la mano que blandía el guerrero. Ella, la gran mariscal del rey, no era una del montón. Era Tianna Guardia Corona. Veterana desde niña, desde siempre. No se iba a dejar amedrentar por guerreros de aspecto hórrido y por un puñado de jinetes más o menos bien adiestrados.
Los malditos necesitarían algo más si querían hacerles retroceder.
--- ¡Masacrad a estos malditos! ¡Mantened las posiciones!
La voz de la mariscal reverberó por encima del fragor de la batalla inyectando ánimos a los guerreros de su ejército.
Retaguardia del ejército enemigo.
Argilak había sido llamado por el rey.
Ancalaghon quería saber de primera mano cómo iban las cosas en el frente de la falange hoplat.
--- Resisten, mi rey ---respondió Argilak sin añadir más. Respiraba entrecortadamente y tenía sangre enemiga salpicada por brazos y piernas.
El rey miró el líquido rojo con aprecio. Argilak no era un genio, pero era un servidor leal y eso ya era mucho en los tiempos que le había tocado vivir.
--- ¿Y en las alas? ---inquirió el rey.
--- Por lo que me han dicho mis oficiales, ni los dahas ni la caballería ligera han conseguido abrir brecha alguna en ninguno de los dos extremos. No perdemos ni mucho ni ganamos nada, pero estamos estancados ---concluyó Argilak, sacudiéndose polvo y sangre entremezclados. Esperaba órdenes. Keleborn volvió a mirar a su padre, pero sin decir nada.
El rey cruzó sus ojos con los de su hijo y tras un segundo de silencio asintió una vez mientras daba las nuevas instrucciones.
--- ¡La resistencia de esa mujer empieza a resultarme impertinente! ¡Que las unidades de catafractos reemplacen a las fuerzas de caballería en las alas! ¡Keleborn, tú dirigirás el ataque por nuestra ala derecha y Toante, tú por la izquierda! ---Y luego, bajando la voz, pero de modo aun claramente nítido para todos---: Quiero acabar con esto antes del mediodía. Tengo hambre. Hambre de carne humana. Quiero prisioneros, me los comeré más adelante.
Ejército Demaciano. Ala izquierda de la Vanguardia Valerosa.
Tianna había recibido un corte en uno de sus hombros. No era profundo y su armadura había amortiguado el impacto, pero la habían herido. Su sangre se confundía con la de una decena de enemigos que había abatido con los mandobles de su espada. Estaba cansada, pero no derrotada. Sus jinetes, valerosos, fuertes y valientes habían mantenido la pugna y el ala izquierda no había cedido terreno. Y de pronto las buenas noticias llegaban de todas partes: El ejército Invasor retrocedía, y en el ala derecha llegaba una oficial que confirmaba lo mismo. Los invasores replegaban su caballería. Si la formación de la Vanguardia Valerosa no estuviera tan estancada en el centro podría ordenar un avance, pero quizá fuera su oportunidad para intentar deshacer las alas enemigas y atacar la extraña formación de sus rivales por los extremos.
--- ¡Reagrupaos! ¡Rehaced la formación! ---Tianna gritaba mientras sus pensamientos se atropellaban. Estaba considerando lanzar una carga de persecución contra el enemigo que se batía en retirada, cuando observó algo que le hizo dudar. Los jinetes de sus enemigos, es decir, su caballería ligera se dividían en dos mientras galopaban hacia sus posiciones de retaguardia dejando un amplio pasillo central por el que emergían nuevas unidades montadas, estos eran diferentes. Los nuevos jinetes parecían cabalgar sobre caballos más robustos, pero no galopaban sino que más bien avanzaban al trote al tiempo que sus conductores portaban unas lanzas negras como la oscuridad exterior y lo empuñaban en vertical sin colocarse en posición de combate. Sin embargo, a medida que se acercaban la mariscal pudo comprobar que los jinetes que montaban aquellos pesados animales estaban recubiertos de cotas de malla de metal por todo el cuerpo, con brazos, piernas, pecho, todo perfectamente protegido y, lo más sorprendente aún: las propias bestias estaban completamente recubiertas de mallas densas que debían pesar una enormidad, pero que los caballos acertaban a trasladar con un trote decidido y, aparentemente, irrefrenable. Tianna sabía lo que se les venía encima. En la biblioteca del palacio del rey habían historias y mitos sobre los temibles catafractor de un rey demoniaco cuyo nombre había sido olvidado. Según lo que había leído y lo que había acertado a comprender, era que aquellas unidades eran lentas en sus maniobras, pero que esa lentitud la compensaban con su robustez absoluta. Se trataba de caballos y jinetes completamente acorazados, prácticamente indestructibles. Tianna, como otros muchos, pensaba en aquéllas eran historias del pasado, anteriores a las guerras Runicas.
La mariscal vio desaparecer a la caballería ligera tras las pesadas unidades catafractas. El suelo empezó a temblar bajo las pezuñas de su propia montura y el estruendo monocorde del avance de los caballos blindados penetró en los oídos de los jinetes del ejército demaciano que como ella, se sentían extrañados de ver unidades extrañas y nuevas, que nunca habían visto en un campo de batalla. Tianna se pasó la sudorosa y ensangrentada mano derecha por la boca. Tenía sed, pero ahora no había tiempo.
--- ¡Manteneos firmes! ¡Los caballos en línea! -Dudaba. No sabía si ordenar una carga o recibir a aquella temible caballería blindada allí mismo, todos juntos, detenidos sobre la pradera del Arnoh. Sabía que la duda era el principio de la derrota---. ¡A la carga, a la cargaaaaaa!
Ambas caballerías, la ligera Demaciana y la blindada enemiga se encontraron en aquel inmisericorde campo de batalla, al tiempo que los jinetes enemigos, dos manos en sus respectivas lanzas se colocaban en posición de combate, rugiendo, para así, acabar con aquellos demacianos que se creían muy osados de meterse en su camino.
Y ahí estaba Tianna, Guardia Corona, la primera en impulsar su yegua contra las unidades blindadas de catafractos que se lanzaban contra ellos. En pocos metros, los jinetes demacianos consiguieron una velocidad de carga muy superior a la de los caballos acorazados de los jinetes enemigos. Aquello insufló un soplo de esperanza en el compungido corazón de Tianna, pero aun así, a pesar de todo eso, tenía un mal presentimiento.
Y entonces, ambas caballerías se encontraron y chocaron. Impactaron con una fuerza más allá de la natural, algunos soldados volaron por los aires, otros fueron despedidos y murieron con una lanza clavada en el pecho. El choque fue bestial. Los caballos de los unos y los otros se estrellaron de forma brutal, pero en lugar de crearse la típica maraña de caballerías enemigas entre caballerias, tras el primer impacto y la consecuente caída de los animales de primera línea, una vez que los demacianos habían perdido la fuerza de su carga, los catafractos del rey Ancalaghon retomaron su avance empujando al enemigo hacia atrás. Tianna lanzó una lanza contra uno de los jinetes enemigos, pero éste se cubrió con un escudo y la lanza se desvió de su trayectoria. Tianna veía a sus hombres intentando herir a guerreros y bestias enemigas con las espadas o las lanzas, pero la mayoría de los golpes se estrellaba una y otra vez contra las poderosas protecciones de metal de los catafractos. En ese preciso momento, los catafractos, lentos pero tenaces, respondían con sus propias lanzas y con certeros golpes de espada a los mandobles demacianos. Pronto Tianna vio como decenas de sus jinetes caían heridos entre horribles gritos de dolor para terminar siendo pisoteados por los caballos que, con el peso adicional del metal protector que transportaban sobre sí, parecían bestias titanicas que lo arrasaban todo a su paso. La mariscal intentó reagrupar a sus jinetes para establecer una línea defensiva del ala izquierda de su ejército, pero los catafractos, ajenos a las inútiles maniobras del ejército demaciano, continuaban su avance como fantasmas venidos de otro mundo, de otro tiempo, de otra era anterior a la Runnaterra conocida, como seres casi inmortales, fríos, sólo concentrados en su destino de destruir por completo al enemigo que, obstinado, intentaba sobrevivir a su imperturbable carga de hierro y sangre.
Tianna era una militar curtida, madura y decidida. En el campo de batalla, sabía lo que debía hacerse, cómo debía hacerlo y en qué momento. Ordenó la retirada. Aquel flanco estaba perdido. Perdido.
Ala derecha del ejército enemigo.
Keleborn sonrió con alegría al tiempo que asentía con la cabeza. Los demacianos se retiraban. No podían hacer nada contra los catafractos. Aquella arma del viejo mundo mostraba ser efectiva en aquellos tiempos actuales. Eso era bueno. Aquellos demacianos habían resistido a los Dahas y a su caballería ligera, pero nada podían hacer contra los catafractor. Los poderosos e invencibles catafractor.
--- ¡Matadlos a todos! ---aulló con fuerza haciéndose oír por encima del fragor del combate-. ¡Por mi padre, el gran Ancalaghon, no dejéis a ni uno con vida! ---Era su momento de gloria y la mejor forma de demostrar a su padre y al resto de oficiales de la corte que estaba preparado para ser rey en el futuro próximo.
La caballería blindada avanzaba sin que los jinetes demacianos pudieran detenerlos. La sangre de aquellos impuros regaba las fronteras entre Noxus y Demacia, y solo era el principio.
Centro de la batalla. Vanguardia de la falange liderada por Ancalaghon y sus generales.
Argilak observó como los catafractos desbordaban a los demacianos por ambos extremos de sus respectivas formaciones. Era el principio del fin de aquella batalla. De pronto escuchó un bramido brutal a sus espaldas. Se dio la vuelta veloz. Más de sesenta valaraukar de fuego, es decir, las bestias de asedio, habían iniciado una carga contra el enemigo.
--- ¡Lanzad las arissas y apartaos! ¡Apartaos! ---ordenó ---. ¡Lanzad las arissas, dejad que los valaraukar pasen por ellos! ¡Apartaos!
La falange se dividió en pequeñas secciones a la vez que los argiráspides, es decir, los piqueros, desencajaban las dos piezas de sus largas arissas y así, convertidas en lanzas arrojadizas, las aventaban contra sus rivales evitando de ese modo que los demacianos intentaran nada porque a aquella inesperada lluvia de hierro y fuego se unía el hecho de que estaban abrumados por el retroceso de su propia caballería en los flancos, y sólo se esforzaban por mantener las posiciones y no por intentar aprovechar las brechas abiertas en la formacion demaciana para contraatacar. Eso dio el tiempo suficiente a la falange de Ancalaghon para que se replegaran ordenadamente y dejaran lugar a una brutal carga de valaraukar que se arrojaban bramando salvajemente contra las debilitadas y acobardadas filas demacianas. Los valaraukar de fuego, es decir, el azote de muerte y sangre reventaron en cuestión de segundos la línea de escudos demaciana y, al instante, avanzaban pisoteando , matando, devorando y degollando al extenso manto de cadáveres de ilusos que habían albergado alguna esperanza de detener el descomunal ataque del rey del Viejo mundo: Ancalaghon.
Ala izquierda del ejército enemigo.
Toante vio cómo Keleborn aplastaba a los demacianos en el flanco derecho, así que no dudó en arengar a sus propios catafractos para no quedar por debajo del hijo del rey.
--- ¡A por ellos, malditos, a por ellos! ¡Por el rey Ancalaghon! ¡Hoy es el fin de este ejército!
Los jinetes, completamente recubiertos por sus armaduras color ebano, tintaron de rojo su piel de hierro y bronce. Al poco tiempo, la caballería demaciana se batía en franca retirada sin tener tiempo de ayudar a sus heridos, que eran pisoteados sin piedad por unos caballos que, contrarios a su intención, no encontraban un lugar donde pisar donde no hubiera un jinete demaciano malherido.
Ala izquierda del ejército Demaciano.
Tianna contemplaba la hecatombe que le rodeaba: la infantería de escuderos huía despavorida mientras decenas de bestias con forma de fuego y henchidos de una robustez absoluta se lanzaban sobre los incautos soldados demacianos y los aplastaban con sus gigantescos cuerpos, otros eran devorados y muchos otros eran masacrados y, justo tras las descomunales bestias de Fuego, que no dejaban de bramar ensordeciendo a todos los que se encontraban a su alrededor, venían decenas y decenas de carros de guerra que atropellaban a los que aún quedaban con vida. Mientras, en el flanco derecho, los catafractos desarbolaban la caballería demaciana, al igual que lo hacían en su propio flanco izquierdo. Tianna, la mariscal del rey engullo humillación en estado puro mientras miraba de lado a lados, todo estaba más perdido, estaban muertos, sabía que la mayor parte de su caballería estaba en su flanco. Era ya demasiado tarde para salvar a sus hombres de aquella masacre. Había subestimado a su enemigo, había tomado a aquellos guerreros como poco más que barbaros sin disciplina y había pagado un enorme precio por su arrogancia.
--- ¿¡Mi señora Guardia de la Corona! ? ¿Qué hacemos? ---- Pregunto uno de los oficiales que tenía la mitad de la cara llena de sangre, pero Tianna parecía petrificada, estaba concentrada en el ejército enemigo que había desbordado todos los flancos y que con una táctica muy parecida al de un Yunque y un doble martillo los había destrozado. La mariscal quiso gritar, salir de ahí. Aquello no podía ser, su primera derrota en muchos años de victorias junto al rey Jarvan III y junto a su sucesor el Rey Jarvan IV. Entonces una sombra cayó sobre ella y su ejército derrotado.
Como sacada de una especie de pesadilla primitiva, los demacianos, los capitanes, los oficiales de primera línea, los praefecti y muchos otros oficiales menores en rango observaron cómo desde el suelo emergía una masa enorme, un cuerpo titánico que se elevaba más y más. Alguien se estaba transformando en lo que parecía ser un dragón de miles, millones de kilómetros de altura. Aquello era una masa gargantuesca de musculo y carne. Era demasiado grande, demasiado inmenso, demasiado titánico, aquel dragón o lo que sea que fuera parecía una amalgama irreal que desbordaba toda razón contenible. Algunos demacianos enloquecieron al verlo. Una de las oficiales se desmayó. Tianna acertó muy bien que aquella criatura no había completado su transformación, pero pronto lo haría. Engullo su miedo e hizo lo mas razonable que podía hacer. Retirarse. Retirarse lo más rápido posible y no mirar atrás.
--- Hay que retirarnos.--- Y elevando la voz más allá de lo perceptible rugió: --- ¡Retirada! ¡Repliéguense! ¡Repliéguense! ¡Repliéguenseeeeeee!
La potente voz de Tianna hizo que varios oficiales que habían quedado anonadados por la visión de aquel dragon titánico volvieran en sí, y acudieran a su llamada como huérfanos en busca de cobijo. Unos huían de los valaraukar, otros de los catafractos y todos buscaban una huida, tan sólo salvar la vida, no pedían más.
Tianna consiguió reagrupar en el flanco izquierdo a centenares de sus soldados y de sus jinetes, y asi, empezaron la huida. La caballería demaciana quito las respectivas armaduras de sus caballos para asi, tener aunque sea una sola ventaja de velocidad, lo que les permitió alejarse del avance de los catafractos varios centenares de pasos a la espera de que se les unieran los restos de la infantería. Los demacianos, tanto jinetes como soldados, no obedecían a nadie y simplemente huían, corrían como locos, encomendándose al destino y sobre todo a la tejedora, al que todos sabían que iban a conocer muy pronto.
Y entonces se replegaron, iniciaron la huida, cuando de repente una onda de aire y viento infernal los azoto. Tianna no quería voltear, sabía lo que venía. Sin embargo, una parte de su mente, la mente instintiva le urgía a voltear, a mirar, y entonces volteo. Lo que vio la dejo perpleja, con los ojos abiertos de par en par como platos. Aquello era irreal, sencillamente escapaba de toda lógica racional. Un dragón negro de ojos purpura, con un corazón cristalino que emanaba un pulso de energía violáceo, aquella ultima parte, es decir, el corazón de cristal purpureo, empezó a cerrarse poco a poco por unas volutas de piel y escamas, como si estuviera protegiendo aquella zona en específico.
Aquello era más grande que la estatua de Galio, el cuádruple de grande. Era inmenso, enorme y con las alas extendidas de par en par.
Y entonces rugió, y todos los dragones que estaban en el área volaron como asustados, aterrados. Varios de los dragones que pernoctaban en la región sobrevolaron alrededor de aquella criatura, alrededor de aquel dragón, pero parecían moscas pequeñas a su alrededor y entonces este ultimo empezó a volar.
Retaguardia del Ejercito Enemigo.
El aire que iba hacia el norte fue cortado en seco y redirigido por el poderoso agitar de las alas de Ancalaghon, quien se había trasformado en una de las criaturas más imponentes de toda la historia. Ante ellos se alzaba uno de los Naugrim. Uno de los que habían sobrevivido a la vieja era. Uno de los oscuros: ni ascendido shurimano, ni darkin, ni dios espectral, ni señor de la muerte, ni demonio, podía comparársele. Ancalaghon era la epitome de un poder anterior a las guerras rúnicas, anterior incluso al viejo mundo. La furia y la ira de eones encarnado una vez más, para castigar a los demacianos y a los habitantes de Valoran.
Y con aquella visión daba inicio a la profecía.
Retirada del ejército Demaciano.
Tiana había logrado escapar, pero la otra mitad de su comitiva, es decir, una gran parte del pelotón que la había acompañado en el repliegue había desaparecido. Aquel dragón titánico los había borrado de la historia. La gran Mariscal del rey se sintió morir, no había podido hacer nada. Nada. Se detuvieron en el rio Urtias y dieron de beber a los caballos que nerviosos piafaban y se levantaban de dos patas. Tianna se acercó a otro de sus oficiales y dio las respectivas órdenes:
---- Quiero que calmes a los caballos, tenemos dos horas para descansar y seguimos el recorrido.
El oficial conmocionado como estaba, asintió.
---- ¿Hacia dónde nos dirigimos?
Tianna quería reprender al oficial por su falta de decoro, pero en esos momentos lo dejo pasar. Todos habían pasado por un infierno, no quería reprenderlo por un error tan pequeño que rayaba en lo absurdo.
--- Nos dirigimos a la capital, tenemos que informar al rey. Tenemos…---- Aquí se detuvo, carraspeo y prosiguió: --- Tenemos que prepararnos para la tormenta que se avecina. Una amenaza peor que los magos de Sylas se acerca.
No le gusto para nada decir aquellos, los magos eran una amenaza, pero frenable. Aquello que había visto en el Arnoh era una de esas amenazas irrefrenables. Una que podría aniquilar Demacia en un abrir y cerrar de ojos.
---- Comprendo, iré a informar al resto, mi mariscal.--- contesto el oficial, esta vez había recordado el decoro. Le asintió y lo despidió. Quería alejarse de todos, no quería que nadie la viera así. Ella, sobre todo ella, siempre había sido el ejemplo de excelencia en la vanguardia valerosa, que la vieran de esa manera ya implicaba una burla. Se alejó, se retiró a una zona rodeada por una espesa arboleda, junto a la laguna que la surcaba y se quitó la armadura. Quería quitarse toda la suciedad.
Empezó por las hombreras ridículamente enormes. Enormes, sí, pero había sido aquella enormidad la que le había salvado de un golpe letal en el campo de batalla. La empezó a limpiar, pero se dio cuenta de que el reluciente de su hombrera tanto derecha como izquierda no brillaban, no importaba cuantas veces lo limpiara, la negrura y la sangre pegadas en su armadura no se quitaban, dejo de lado todo aquello y se centró en sí misma. La agitación del agua no le permitió ver su reflejo, pero esto último no le importó, se lavó la cara. Nada más sentir el frió tacto del agua en su piel sintió la necesidad de limpiarse también la herida en el hombro. Se remango la túnica del hombro derecho y también empezó a lavarse la herida, no quería que se infectara. Fue entonces en ese momento de desgracia, en ese momento de humillación, cuando vio su reflejo en el agua. La figura que distinguió fue la suya; tenía la cara negra, por a exposición al fuego y en su frente habían finos regueros de sangre. Ya no albergaba nada de lo que quizá habría sido en el pasado. Todo se había acabado. Cerró los ojos y engullo humillación en estado puro.
--- No puede ser.
Se tapó los ojos con las manos y apretó los dientes mientras el recuerdo de sus hombres anidaba en su interior.
--- No puede ser.----Dijo nuevamente y empezó a arrojar lágrimas de dolor y angustia. La muerte, las heridas, sus hombres quemados, otros devorados, otros masacrados, su caballería hecha pedazos, sus oficiales asesinados. Se sentía impotente, miserable, las lágrimas bajaban por sus mejillas y goteaban en aquella laguna que se llevaba su dolor, su miseria, su ruina.
Una buena parte de la Vanguardia Valerosa había caído, y todo por su incapacidad, todo por su necedad he impaciencia, todo por su idiotez. Cien mil hombres habían partido con ella de Demacia, solo treinta regresaban. Treinta. Treinta hombres de cien mil. Busco su espada, quería matarse ahí mismo, acabar con aquella tortura. Pero hasta eso se lo habían negado, después de este fracaso su imagen pública seria desdeñada, ningún pelotón o guardia de Demacia querría ser liderado por ella. Todo se había terminado. Todo se había acabado, sus sueños, sus ambiciones, y su relación con su esposo estaba acabada, terminada. Este último la repudiaría. La repudiaría por fracasar, era lo mejor que podía hacer. Ella no se lo reprocharía. Y entonces en ese momento de dolor, de agonía, de sufrimiento grito, y su grito resonó por todo el bosque hasta llegar a los oídos de los supervivientes de aquella devastadora masacre en los campos del Arnoh, de aquella dolorosa mañana. Como cuando nos levantamos de una pesadilla que creíamos acabada, pero que de improviso se hace realidad ante nuestros ojos.