Hola a tod@s:
Me llamo Victor Reyes, soy nuevo en este foro, y estoy a punto de publicar mi primera novela. Escribo este post porque estoy la estoy promocionando, y, si todo sale bien, podrá ponerse a la venta en breve. Os dejo el link de la promoción para que le echéis un vistazo:
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Si pudierais colaborar, os lo agradecería enormemente, o, al menos, compartirlo en vuestras redes sociales.
Me gustaría añadir que considero que es un libro juvenil, para gente de espíritu joven, con dosis de amor, humor, fantasía y aventuras. Un libro inclusivo, que busca también normalizar lo que debería ser normal, sin tener que hacer un drama excesivo por la orientación sexual de sus protagonistas.
Nada más, tan sólo agradecer de antemano vuestro tiempo al leer este post, y daros las gracias de corazón si decidís apoyar el proyecto, ya sea reservando un ejemplar o compartiéndolo en vuestras redes sociales.
Os dejo a continuación el capítulo 1, para que podáis leerlo y ver si os interesa:
1.- El beso
-¿Y bien?
-¿Y bien qué? -contestó, aunque sabía perfectamente qué estaba esperando su amiga. Tan sólo que no se sentía muy cómoda hablando de ello todavía.
-No hagas como si no supieras. Llevo todo el día esperando a salir del insti para que me cuentes con todo lujo de detalles. ¿Cómo fue la cita de ayer?
-Si tenías tanta prisa, podrías haberte saltado la cita con el psicólogo escolar. He tenido que esperarte media hora, y para nada.
-Necesito mi terapia.
-Hace tres años que superaste la bulimia. Ya no tienes doce años. Y los rumores…
-Tú no crees esos rumores -la interrumpió bruscamente, casi molesta.
-¿Qué estás liada con el psicólogo? ¡Claro qué no! Pero hoy, Ernie me ha preguntado si todavía no habías cortado con él mientras esperaba.
-¿En serio? ¡Qué idiota!
-Ni que lo digas, sugirió una cita doble antes de salir corriendo…
-Hablando de citas ¿Cómo fue ayer?
-Hablo en serio Dora, ya no necesitas esa terapia y lo sabes. Tienes quince años. Tenemos quince años. Me tienes a mí, al equipo de vóleibol a veces pienso que hasta te gustan esos rumores.
Kary observó a su amiga por un instante. Era delgada, estaba muy en forma, con el pelo castaño, largo y ondulado a media espalda. Ambas llevaban el mismo corte de pelo, excepto que ella lo tenía negro y liso. Tenía los ojos almendrados, con destellos verdes, y rasgos suaves. Se conocían desde hacía más de tres años, cuando ella se mudó al barrio con sus padres. Se hicieron amigas en el instituto, y, tras descubrir que vivían en la misma urbanización, se volvieron casi inseparables.
-¿Y qué si me gustan? Hay peores rumores circulando en el instituto -carraspeó levemente-. ¿De verdad te tengo a ti?
-¿Qué clase de pregunta es esa? ¡Soy tu mejor amiga!
-Con novio.
-Iván no es mi novio -ahora fue su turno de carraspear. Realmente no quería hablar de la cita-. Vamos, quiero ver cómo está la gatita -apretó el paso, entrando en el pequeño parquecillo del barrio, desierto a aquella hora.
-¿Otra vez a ver a la vieja adivina?
-No es una adivina.
-Es rara. Y viste como si fuera una adivina de esas de la tele.
-Está jubilada, y es extranjera, normal que vista distinto. Además, está cuidando de la gatita que encontramos el mes pasado.
-Quiero saber sobre la cita primero.
Kary suspiró antes de responder.
-Iván tiene ahora tiene entrenamiento de baloncesto con sus amigotes, así que mañana el insti sabrá todo sobre la cita. Al menos su versión.
-No puedes salir con el chico más popular del insti, capitán del equipo de baloncesto, y no esperar ciertos rumores. Da gracias a que no han empezado esta mañana.
-Bueno, pues ahí se van a quedar, no habrá segunda cita.
Dora no pudo evitar una sonrisa, pero volvió a insistir, esta vez deteniéndose y encarándose con su amiga.
-¿Qué pasó?
-Le tiré el batido encima.
-¿Cómo? -preguntó entre carcajadas, mientras la miraba divertida-. ¿Por qué?
Kary se tomó un segundo antes de contestar.
-Intentó besarme con lengua -dijo conteniendo la cara de asco.
Aquello no le gustó nada a Dora, que paró sus risas en seco. La cogió por el brazo, y la llevó tras un árbol, como buscando más intimidad. Igual nadie estaba pasando por allí en aquel momento.
-¿Os besasteis? Dijiste que nada de besos en la primera cita.
-Me besó él, por sorpresa, no me lo esperaba, se me echó encima -se defendió.
-¿Y qué pasó? Cuéntamelo.
-No lo sé. No me gustó. Me sentí rara. No tendría que haber salido con él.
-¿Y rechazar la proposición del chico más popular del instituto? ¿También quieres venir a terapia conmigo? Porque te haría falta después de la que te caería encima en cuanto se supiera.
-Luego intentó besarme de nuevo ¡Con lengua! Me hice la torpe y le tiré el batido encima. Aquello hizo que parase por supuesto. De hecho, acabó más o menos con la cita, me disculpé, y me fui a casa.
-¿No te gustó el beso? Tiene fama de besar bien.
-Ya te he dicho que no.
-Voy a tener que enseñarte a besar -dijo, si bien su respiración comenzó a ser más agitada, Kary no se percató de ello.
-¿Qué sabrás tú de besar? Nunca has tenido ninguna cita ¿O aprendes en terapia? -alzó la vista, y al ver a su amiga ligeramente nerviosa, creyó que la había ofendido con su sugerencia-. Lo siento, no pretendía decir eso. No me gustó, eso es todo.
-Puedo enseñarte a besar -le dijo Dora, acercándose a ella, cada vez más agitada.
Kary no sabía qué hacer. Miró hacia los lados, no había nadie. Cuando miró de frente, sus labios se encontraron con los de Dora.
No la rechazó. Dora movió suavemente los labios, y ella, inconscientemente, siguió su ritmo. No supo cuánto tiempo estuvieron así, pero cuando rompió el contacto, la mano de Dora acariciaba su nuca, y la rodeaba por la cintura con el otro brazo. Ella también había abrazado a su amiga levemente por la cintura.
-Dora…
-…Y ahora con lengua se hace así -le dijo.
Kary cerró los ojos. Pasaron varios segundos, el cosquilleo en el estómago era casi insoportable. Se separó bruscamente, asustada.
-¡No!
-Kary…
Pero Kary ya había empezado a correr, asustada de sus propios sentimientos, y confundida. Se sentía vulnerable, allí en medio de aquel pequeño parque. Cierto que casi nadie solía pasar por allí, pero estar en mitad de la calle la hacía sentirse demasiado expuesta. Y Dora ¡Era su mejor amiga!
Salió corriendo del parque. Podía escuchar a Dora llamarla tras ella, pero no se detuvo. Siguió corriendo durante varios minutos. Finalmente giró y se metió en el estrecho callejón que formaban los muros entre dos casas. Estaba bastante descuidado, y algunos arbustos habían extendido sus ramas desde las casas y crecían sin control en aquella parte, dificultando el paso.
-¡Kary detente! ¡No corras de mí!
Kary se detuvo a mitad del callejón, la respiración agitada tanto por los nervios como por la carrera.
-Me has besado -la acusó, girándose y enfrentándose a ella.
-Y te ha gustado -le replicó, al borde de las lágrimas-. No, no te vayas, querías venir aquí de todas formas -señaló la casa de la derecha. Efectivamente, era la casa de Hellen, la vieja adivina. O al menos era como todos la conocían por su forma de vestir, ya que ella la conocía lo suficiente como para saber que, aunque parecía gustarle lo esotérico, no se dedicaba a ello.
-¿Por qué has hecho eso?
-Por favor, no me odies -le suplicó Dora, apenas conteniendo las lágrimas-. Eres la única amiga de verdad que tengo, lo siento mucho.
-¿Eres…? -comenzó a preguntarle, pero no se atrevió a finalizarla.
Sin embargo, Dora pareció intuir lo que quería preguntar. Respiró hondo, mirándola fijamente con una triste sonrisa, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
-Sí, soy lesbiana. Por eso sigo yendo a terapia. Nadie lo sabe, excepto el psicólogo. Y ahora tú. Hala, ya puedes destruir mi vida. El rumor del año en el instituto.
-No voy a hacer eso, eres mi mejor amiga.
Dora respiró hondo.
-Y ahora, también sabes de quién he estado enamorada los tres últimos años.
Kary sintió cómo la sangre se le arrebolaba en la cara. Las mariposas volvieron a agitarse en su estómago, y su respiración se agitó de nuevo. No sabía qué decir o qué hacer. No quería estar allí. No quería estar lejos de Dora.
-Dora yo…
¡BOOM!
Kary se retorció en el suelo, llevándose las manos a la cabeza, aturdida. Le dolía el brazo y la pierna, pero podía moverlos libremente, y no parecía tener ninguna herida. Tosió pesadamente. El humo y el polvo lo cubrían todo. Se quejó levemente, mientras trataba de levantarse. Escuchó un gemido. ¡Dora!
Se incorporó de un salto, ignorando las punzadas de dolor que sentía, y buscó a su amiga entre aquel amasijo de cascotes y humo. La localizó enseguida, con más de medio cuerpo aplastado por un gran trozo del muro. Corrió hacia ella. Sangraba por los labios, con la miraba entre asustada y esperanzada.
-No, no, no te mueras por favor. -dijo mientras la abrazaba y trataba en vano mover los cascotes que atrapaban el cuerpo de su amiga-. Puedes besarme todo lo que quieras, puedes ¡lo que sea! ¡no te mueras! -sollozó impotente.
-¡Vigílalo Janice! ¿Dónde se encuentra? -dijo una voz que se acercaba por el boquete que la explosión había abierto en el muro-. Pobre gatita, está muy malherida. No tuve más remedio…
-¡Hellen! -gritó Kary, desesperada. Había reconocido aquella voz-. ¡Ayuda por favor!
La anciana surgió de entre el humo, vistiendo uno de sus extravagantes vestidos púrpuras, que ciertamente parecían sacados de los programas de adivinos de las madrugadas. Llevaba una pequeña bola peluda grisácea entre sus manos: la gatita que ella le había llevado junto con Dora el mes anterior.
-¡Dios mío! ¿Qué hacéis vosotras aquí? Oh, no ¡Janice! -exclamó, mirando hacia el boquete del muro.
Sin embargo, Kary no pudo ver a nadie más saliendo de la casa.
-¿Puede salvarse? -preguntó la anciana, a su lado, preocupada. Kary la miró, pero no la miraba a ella. Parecía estar hablando con otra persona.
-Comprendo -dijo Hellen, agachando la cabeza, abatida.
-¿Puede ayudarla? ¡Una ambulancia! -preguntó Kary desesperada. Dora apenas jadeaba, se debilitaba por momentos. No aguantaría mucho más.
-No, hija mía, me temo que una ambulancia no llegaría a tiempo -cerró los ojos durante unos instantes. Cuando los abrió, había determinación en sus ojos, y se arrodilló a su lado-. Me gustas mucho Kary, eres una buena chica, y me habría gustado mucho tener más tiempo, explicarte mejor. Pero no puede ser -alzó la vista, mirando al vacío, junto a ella-. Ya sé que no hay tiempo ¿Cuánto poder necesito?... ¿Tanto?
Kary estaba asustada, pero debía actuar. Su mejor amiga se moría, y aquella anciana estaba en shock, como hablando con alguien invisible. Se puso en pie. Su móvil estaba en la mochila, justo donde ella había caído al suelo. Apenas dio un paso hacia ella, cuando sintió que la retenían del brazo. Se trataba de Hellen.
-No pierdas detalle -le dijo seriamente-. No estás soñando. Y si no sigues mis instrucciones, las dos podéis morir -la anciana depositó la gatita en el pecho de Dora-. Pero si me escuchas, ambas podéis salvaros. Janice y Helbert cuidarán de vosotras.
Kary estuvo a punto de sacudirse la mano de la anciana e ir a por su móvil, pero Dora se estremeció y se giró hacia ella. Su amiga brilló por un instante con una pálida luz plateada, y entonces, de repente, se desvaneció. Kary ahogó un grito. Donde antes había estado su amiga, no quedaba más que un polvo plateado en suspensión, que, tras un segundo, se introdujo rápidamente por el hocico y la boca de la gatita, que parecía dormida, ajena a todo. Cuando todo hubo acabado, Hellen recogió a la gatita, y se la entregó a Kary, que la acogió entre sus brazos de forma automática.
-Está malherida, pero no está tan mal como lo estaba tu amiga. Tienes que llevarla a un veterinario, sálvala, salva a tu amiga -a continuación, se desprendió de uno de los colgantes que llevaba. Éste era el menos llamativo de todos: un cordón negro del que pendía una piedra extraña y brillante de tono oscuro que, además, parecía estar rota. Lo introdujo en una cajita que extrajo de uno de sus bolsillos-. Cuando estés sola, póntelo, comprenderás muchas cosas -le dijo mientras le pasaba la cajita.
-Mi amiga -alcanzó a balbucear Kary, confundida.
-Está viva, dentro de la gatita. Salva a la gatita -la empujó hacia el montón de escombros-. Corre, tú eres ágil, sube y escapa por el otro lado. No dejes que él te vea.
-¡Se qué estás ahí, Hellen! -se escuchó una voz al principio del callejón, a través de la humareda. La anciana empujó a Kary por última vez, con el pánico y la urgencia dibujados en el rostro. La chica agarró su mochila, saltó como pudo y se agazapó tras los escombros-. Tan sólo quiero el osito de peluche.
-Ya tienes el osito de peluche -oyó Kary que respondía la anciana, ya desde el otro lado-. Puedes marcharte.
Kary arriesgó un vistazo desde su escondrijo, deseando ver quién había hablado. El hombre avanzó entre la polvareda y el humo, haciéndose visible. En su mano derecha llevaba un oso de peluche algo ajado, con aspecto de ser muy antiguo. Otras tres figuras aparecieron tras él: aquel hombre no estaba solo, aunque con la polvareda no pudo distinguir bien a los demás.
-Éste no es el verdadero oso de peluche -le replicó aquel hombre, alzándolo levemente-. Pero es muy convincente. Un original de la época, supongo -añadió mientras lo lanzaba a un lado sin contemplaciones-. Dónde está Janice. No me obligues a matarte para encontrarla.
-No está conmigo. No tengo lo que buscas.
Aquel personaje introdujo su mano entre los pliegues de su gabardina, sacando una especie de pergamino. Hellen gimió, y sus brazos y piernas adoptaron una forzada posición en cruz.
-La carta de amor -sonrió el siniestro personaje, agitando el pergamino-, seguro que has oído hablar de ella. Dime lo que quiero saber. Dónde está el osito de peluche.
-Vienes preparado, por lo que veo.
-No íbamos a enfrentarme a ti sin estarlo, tu fama te precede. Sin embargo, admito que ha resultado más fácil de lo que esperábamos. Los años no pasan en balde, imagino. Dónde está el osito.
-No lo tengo.
-Llevamos vigilándote desde hace tiempo, no tienes ningún aprendiz ¿O has encontrado a alguien? -preguntó, notando el cambio en la expresión del rostro de la anciana.
¡BOOM!
Una segunda explosión se dejó oír en ese momento, derruyendo parte de la casa. Kary no se lo pensó dos veces, se puso en pie y comenzó a correr. Llevaba a la gatita malherida contra su pecho. Salió del callejón, giró en la siguiente calle y continuó a la carrera, alejándose de allí. Pudo escuchar varios coches de bomberos pasando en la distancia, pero no se detuvo. En pocos minutos llegó a la clínica veterinaria del barrio.
-¡Ayuda! -gritó en cuanto entró-. Mi gatita, está malherida.
El veterinario y su ayudante se acercaron rápidamente, recogiendo a la gatita de entre sus manos para inspeccionarla.
-¿Qué le ha pasado? -preguntó el auxiliar.
-No lo sé, un golpe Tiene que ponerse bien.
-Está inconsciente, espera aquí un momento, a ver qué podemos hacer por ella -le dijo el veterinario, llevándosela al interior de su consulta.
Kary respiró agitadamente, confundida. ¿Qué estaba pasando? Primero, Dora la había besado. Y a ella le había gustado. Muchísimo. Desde luego, más que el beso el día anterior con Iván. Pero ella se había asustado, y había salido corriendo. Luego, ambas habían estado en el callejón, hablando. Dora había confesado secretos muy íntimos e inesperados. Y ella, al mismo tiempo, estaba sintiendo cosas que no podía ni empezar a explicar. Y de repente aquella explosión. Dora agonizando. Hellen había aparecido entonces, y, de alguna forma, hizo que su amiga se desvaneciese. O no, ella había visto aquel polvo plateado introduciéndose en la gatita. Y aquel siniestro personaje…
Evocó aquel hombre en su mente. Llevaba una larga gabardina, con las mangas recogidas a la altura del antebrazo. Sus brazos estaban llenos de tatuajes. Llevaba un extraño sombrero negro, y las típicas gafas de hippie redondas, completamente negras también. Era muy alto y delgado. Y daba miedo, mucho miedo. Había amenazado a Hellen. Le había preguntado acerca de un osito de peluche Y sobre Janice. Kary había oído a Hellen hablar con Janice, aunque no había podido verla. ¿Estaría dentro de la casa cuando tuvo lugar la explosión? Puede que la anciana, en shock, no se hubiese percatado que su amiga aún estaba dentro.
Y luego, para rematar, la segunda explosión, incluso peor que la primera. Aquello la había hecho reaccionar, escapando de allí a la carrera. Sólo esperaba que Hellen estuviese bien, que la tal Janice estuviese bien, que aquel siniestro personaje se hubiese ido. Y que Dora pudiese salvarse. Miró la cajita de madera que Hellen le había dado. La guardó en uno de los bolsillos de su mochila. Ahora mismo, sólo le preocupaba la gatita. Sólo le preocupaba Dora.
El veterinario salió pasados unos minutos.
-Hemos estabilizado a tu gatita.
Kary se incorporó de un salto.
-¿Se pondrá bien?
-Tiene una hemorragia interna, y una pata fracturada. No parece muy grave, pero necesita cirugía. No será barato.
Kary tragó saliva. No podía permitir que muriera.
-Déjeme llamar por teléfono, vuelvo enseguida.
Kary permanecía a la espera en la clínica, trataba de pensar, pero no obtenía nada en claro. Su cabeza era una vorágine de sentimientos y pensamientos confusos y encontrados. Aún no entendía qué había pasado. El beso. La confesión de Dora. La explosión. Hellen. Aquel misterioso hombre. La gatita.
-¿Kary? -dijo un hombre de mediana edad mientras entraba por la puerta-. ¿Qué ocurre?
-¡Papá! -Kary se incorporó de un salto, y se abalanzó sobre él, rompiendo a llorar.
-¿Estas bien? ¿Qué ha pasado? Tu llamada me sorprendió saliendo de la oficina, he venido aquí directamente. Tranquilízate, cuéntame qué pasa.
-Yo estoy bien, es la gatita…
-¿Qué gatita?
Kary respiró hondo. Tenía que salvar a Dora. Pero tampoco podía perder el tiempo tratando de explicar algo que ni ella comprendía. Y el ayudante del veterinario tampoco ayudaba con sus inquisitivas miradas.
-La gatita de Hellen. Bueno, nosotras la encontramos hace varias semanas, Dora y yo. Como no podemos tener animales en casa, pues se lo llevamos a Hellen, ya sabes la vecina extranjera que vive a la entrada de la urbanización…
-La adivina.
-No es adivina.
-¿Y por qué no lo trae ella?
-Ha habido una explosión en su casa Me pidió que la trajera.
-¿Por eso he visto tantos coches de bomberos? Se puede ver la humareda desde la calle.
-Por favor necesita cirugía se está muriendo.
-Pero si es su gatita, ¿Por qué no paga ella?
-No está aquí, y su casa ha explotado. No podrá llegar a tiempo, tiene que hablar con los bomberos. Esa gatita es muy importante para mí, por favor…
Kary sintió su móvil vibrando en el bolsillo, pero lo ignoró. Tenía que convencer a su padre como fuera.
-Vamos a ver perdone, sobre la gatita que ha traído mi hija -preguntó al auxiliar, acercándose al mostrador.
-Requiere cirugía. Ahora mismo está estable. Pero tiene una hemorragia interna, y una fractura. O la operamos, o habrá que sacrificarla.
-Vaya. ¿Cuánto sería la cirugía?
-Mil doscientos euros. El precio incluye también todo el tratamiento y una noche aquí en observación.
Kary pudo sentir cómo su padre se tensaba ante la cifra. No lo culpaba, a ella también la había pillado por sorpresa.
-Hija, es demasiado…
-Papi, por favor, es muy importante para mí. Por favor, haré lo que sea. Estudiaré más, ayudaré más en casa, lo que sea. Sálvala.
Su padre suspiró, resignado.
-¿Aceptan tarjeta de crédito?
Kary se abalanzó sobre él y lo abrazó, llorando, agradecida. Pudo sentir que su padre también se emocionaba, mientras echaba mano a la cartera como podía y sacaba la tarjeta.
-No agradezcas tanto -le dijo finalmente con la voz quebrada por la emoción-. Esto se lo explicas tú a tu madre, Yo pienso quitarme del medio en cuanto se entere.
Alcanzó la tarjeta de crédito al auxiliar, que se puso rápidamente a preparar la factura y a avisar al veterinario. Apenas estaba terminando de teclear la contraseña en el lector de tarjetas que el auxiliar le tendía, cuando el teléfono de su padre sonó en ese momento.
-¿Diga? -respondió-. Kary, es la señora Corbin, la madre de Dora, dice que aún no ha llegado a casa. Dice que te ha llamado, pero no respondiste.
Kary se separó de su padre, asustada. ¿Qué debía decir, que su hija se había transformado en una gatita? Y ella tampoco estaba segura de aquello. Contra más lo pensaba, más loca le parecía la idea. ¿Y si se lo había imaginado todo? ¿Y si Dora estaba allí, bajo los escombros de la explosión? No. Se sacudió aquella idea de la cabeza.
-Volvíamos juntas, pero yo fui a ver a Hellen para ver a la gatita. Nos separamos. Tras la explosión, Hellen me pidió que salvara a la gatita -consiguió decir finalmente.
-¿Ha oído…? Sí una explosión en casa de Hellen, la adivina no creo voy a preguntar. Kary, ¿estaba Dora contigo?
-No -mintió, desviando la mirada. No quería mentir, pero tampoco podía admitir la posibilidad de que su mejor amiga estuviese muerta. No, su cuerpo había desaparecido mientras aún respiraba, se había introducido dentro de la gatita. No estaba allí entre los escombros, estaba con la gatita.
-No se preocupe por supuesto, cualquier noticia, la llamamos enseguida -colgó el teléfono-. Tu amiga Dora aún no ha llegado a casa.
No supo que decir, así que se abrazó a su padre.
-Gracias por ayudarme con la gatita.
-En serio, no tengo ni idea de cómo explicarle esto a tu madre. Nos va a matar a los dos. Y no bromeo cuando digo que te va a tocar a ti explicárselo.