Os comparto la primera Escena del primer Capitulo de un proyecto en ciernes:
Pese a que era un jinete experimentado, cuando vio a su caballo rendido en el barrizal, entre agobios y espuma, no pudo evitar sorprenderse. ( o sentir una mezcla de ira y pena)
Ya se ocultaba el dorado astro y un viento frío chocaba contra el lodazal. Tres dias seguidos a galope tendido dieron como resultado el fallecimiento de Ronto, caballo predilecto del jefe de mensajeros del Senescal.
Y como Donte, jefe de mensajeros, sabía que Ronto y su jinete sumados a la premurosa misión acabarían en tal desenlance, procuro al mensajero, de melena rubia y lampiño, una baya tostada.
El mensajero se la introdujo en la boca de Ronto.
Agarró su fardo de viaje y la carta lacrada y remontó, exhausto, la deslizante loma que antecedía a una elevación sin arboles. Desde el oteadero y comprobando su mapa y la Estrella de guia, calculó que le restaban dos dias de intenso trote.
El corazón le dio un vuelco. Para cuando llegara a la Hermandad el principe estaría irremediablemente muerto.
El propio Xa, Vidente del reino, velaba al enfermo constantemente, y le ofrecía su vasto saber curativo. Pero sus artes eran insuficientes contra el Toque Negro. Todos los sabios de Iftender estaban congregados en la Capital, y ante la desesperación, pues ya nada funcionaba contra la Enfermedad del Orbe, Xa había descendido de su retiro para salvar a Daan. Último de los hijos del Rey, que había perdido a sus seis hijos varones en apenas unos meses.
Cuando Xa conocío que Daan tan solo había utiizado el orbe una vez quince segundos y viendo su estado y sus delirios a pesar de su ánimo y espiritu, mandó que se mandaran mensajeros a los cuatro confines para encontrar al Maestro.
Gloroin, de melena rubia y lampiño, corría desbocado, saltando grandes piedras mientras cruzaba el lecho del rio, tras diez horas de marcha forzada paró y poniendo sus manos sobre sus rendidas rodillas vomitó.
La apuesta más segura era La Abadía de la Hermandad, en el remoto valle que hay tras las montañas de Cristal. Por eso el mejor caballo y el mejor de los mensajeros habían tomado tal ruta. Doblado en el suelo, con la mejilla enterrada contra el riachuelo, Gloroin se preguntó por el sentido de su búsqueda. ¿No sería ya el tiempo de abandonar Reyes y Orbes? Tal y como enseñaban los llamados Hijos del viejo Dios ¿no sería preferible confiar en la sabiduría, el esfuerzo y la disciplina y abandonar augurios, adivinaciones e interminables defunciones reales?
Cambiado su humor, pensó: "Qué sabran esos malditos herejes, a caso Iftender, último baluarte de los hombres habría podido sobrevivir tres siglos sin la ayuda de los Orbes?" El Reino dependia de esto.
Se levantó. Sostenido malamente sobre sus piernas acalambradas intentó un trote que parecía un perpetuo desmoronarse. Utilizando las manos sobrepaso con dolor una loma de cantos rodados que el río había ido depositando y vio, a medio dia de camino la cupula grisacea de la Hermandad.
Se irguió, esbozo una media sonrisa, animado y entonces alguien le chistó.
Un viejo con longa barba canenta estaba sentado en una gran piedra redondeada.
- "Por tus ropajes se dice que vienes de muy lejos.
Gloroin, que antes de mensajero había sido escolta de un sabio de la Capital y que la sazón tenia leves rudimentos de las ciencias de las Apariciones, se tensó buscando en su faltriquera la gemita blanca de protección imbuida. Pretendía con ella deslizarse del interes del viejo, en caso de que fuera un Otro. - "Viendo tu espada al cinto y el tamaño de tu brazo se encuentra inexplicable tu temor, tal que no te deja saludar a un viejo tranquilo...
Gloroin se esforzó buscando una de las Marcas en el viejo y viendo que la gema no emitía vibración comenzó a relajarse. - "De lejos vengo y cansado estoy...
- "Malo ha de ser el asunto si tan valeroso hombre viene a fallecer a ningún lugar...
- "No es ningún lugar, es la Abadía de la Hermandad lo que busco y al Maestro, si por suerte estuviera allí.
El viejo se retiró el picudo sombrero y sacó una estilizada pipa y fumó, pensativo. - "¿Todavía se guardan las memorias del Maestro, tal que un joven guerrero las lleva en su boca con tanta facilidad?
- "Siervo de Reyes soy, y por maldición de lo últimos hombres, y te advierto que tengo tu presencia por sospecha...no se embauca facilmente a Gloroin el Lampiño.
El viejo exhalo un voluta y volcó las cenizas de la pipa. Quedó examinando al mensajero durante un rato, en silencio. Mientras Gloroin se ponía en pie, dispuesto a seguir el camino, ordenando sus exiguas pertenencias, la espada liberada de su atadura, por prudencia.
En ese instante la gema blanca zumbó como nunca, y ya había dado sus avisos en otras ocasiones, cuando en alguna comisión pasara por desgracia a cierta distancia de un Otro. Gloroin sacó su espada y cortando su palma la tiñó de su sangre, pues sin tal condimento no se hiere a tales seres.
Contra todo pronostico el viejo agarró su báculo y con gran dificultad se levantó, pronunció unas palabras de despedida y continuó su camino, que lo alejaba del palacio de la Hermandad. Tras dar unos pasos se giró y dijo: - "Vuestro Príncipe fallece en estos momentos y el ciego Rey, su padre, llorará la última lágrima.
-"¿ Sois acaso el Maestro, y siéndolo, es el Maestro un Otro?
-" Sagaz es vuestra mente y arrojado vuestro espíritu, y de buen linaje vuestra sangre perdida en las viejas historias antes de Iftender, mucho antes. Pero no tenéis el conocimiento ni el tiempo.
-" ¿Tiempo?
Volvió su mirada y advirtió que la Cúpula Grisácea se desvanecía como si estuviera hecha de algo más volatil que el humo y tras apenas unos segundos desapareció, mostrando el eco de su espejismo.
Corrió presa de un súbito miedo y hasta la espada se le resbaló de la mano.
Apenas unas noches después un grupo de refugiados que remontaban el camino que pasando las Montañas de Cristal conducía al lejano Bosque encontraron el cadáver de un joven de melena rubia con buenos ropajes y como iban a la desesperada y en verdad huían de ciertos peligros, repararon tan solo en la bestial mordedura que cercenaba su garganta, ya de sangre seca, y se hicieron con sus posesiones, notando la calidad de su espada y metiendo en un saco el resto de sus pertenencias sin conocer ni su uso ni su valor.
Y así quedó el cuerpo abandonado y nadie tuvo noticia de las palabras escritas en su pecho con su propia sangre, ni en qué antiguo y pagano idioma había sido escrito.