Ayer, aburrido y ante la tesitura de tener que soportar un capítulo de Top Chef decidí enajenarme y leer algo con que distraerme. Con tal suerte que acabé leyendo, de nuevo, El buscón de mi más mejor amigo Quevedo. Las primeras páginas se dedican a describir los oficios de alcahueta de la madre y la afición al chore del padre. Y claro, al hablar este sobre como jueces y demás garantes de la ley y el orden le habían arrestado y punido por el no tan noble arte del latrocinio no pudo evitar deslizar su opinión respecto a que castigando con todo el peso de la ley a los rateros de baja estofa, los jerifaltes del tinglado se guardaban de que el mangoneo siguiese siendo monopolio de los poderosos.
Si me dicen que lo han escrito hoy en día me lo creo. Y eso dice mucho de lo poco que hemos evolucionado como sociedad o (sin negar lo anterior) de que estas gafas, sí, estas, tenían poderes mágicos de adivinación: