Como el Carlismo es un tema que sé que interesa, os dejo una reseña que hice sobre el tema en cuestión hace un par de meses. Toco muy por encima los hechos que se dan a lo largo de toda la etapa carlista, pero no podía excederme más y me parece más interesante la primera parte donde se analiza qué es el carlismo (soy más estructuralista que positivista).
Añado el grupo de Historia: https://www.mediavida.com/g/CDE
Esta reseña corresponde al libro "El carlismo y las guerras carlistas. Hechos, hombres e ideas", de los profesores Julio Aróstegui, Jordi Canal, ambos expertos y con trabajos previos sobre el carlismo, y Eduardo G. Calleja, versado en cuestiones sobre violencia política
El primer horizonte planteado deviene a través de una pregunta, ¿qué es el carlismo? Es un movimiento político, en tanto que reivindicación dinástica, pero que trasciende este ámbito, puesto que es también un movimiento social, ideológico, de protesta ante los nuevos cambios y que se opone frontalmente al nuevo orden liberal que a partir de 1808 está alzándose en España. Se enfrentará, por consiguiente, a las nuevas políticas socioeconómicas, al sistema representativo, a la soberanía nacional, al laicismo estatal, a la libertad religiosa, a la ruptura estamental. Por lo tanto, es un movimiento tradicionalista, vertebrado políticamente por la cuestión dinástica, la cual no es necesaria para el tradicionalismo. Entendamos pues que carlismo y tradicionalismo son cosas distintas, pese a que la segunda participe en la primera. En España el rey pretendiente acabará considerándose un símbolo que aglutinaría las diferentes corrientes tradicionalistas.
Es importante, a su vez, destacar que el carlismo no es un fenómeno único español, pues hay que encasillarlo dentro de los llamados legitimismos europeos, especialmente, Portugal y Francia como principales exponentes al lado del español. Esta ideología se inicia como respuesta a las teorías ilustradas elaboradas por los pensadores del siglo XVIII, perdurando hasta el XX en España. Si bien es cierto que desde el carlismo se ha buscado entroncar sus tesis con el llamado Siglo de Oro, lo cual no tiene ningún fundamento. El carlismo, en concreto, destaca por su larga duración y por la capacidad de influencia que tuvo hasta 1936. Es importante señalar que no será un movimiento estático, evolucionará con el paso del tiempo, adaptándose a sus derrotas y a las necesidades derivadas de la coyuntura para, como pasó, sobrevivir.
¿Cómo fue posible esta fuerza del carlismo durante un período tan largo de la historia española? La idea que apuntan es que el carlismo deriva de la debilidad de la revolución liberal en España. Señalan que cada vez que dicha revolución da un paso hacia delante, se produce una reacción armada, teniendo como ejemplos los 4 grandes conflictos civiles que se dan en 1822, 1833, 1872 y 1936. Fijan, por lo tanto, que esta fricción revolución/contrarrevolución supuso un claro obstáculo para la modernización del país, pese a no poder ponerle freno.
Podemos decir que fue un movimiento interclasista con impregnación del orden tradicional, la patria y la religión, por ejemplo. Su mayoría agraria es algo lógico teniendo en cuanta que la mayoría de la población lo era en esta época. La zona de acción predominante fue el País Vasco, Navarra y zonas de Cataluña, Aragón y Valencia. Este punto es importante, puesto que los autores señalan que aparece en zonas donde la modernización es más acelerada y hay más bien miedo a lo que se pueda perder que a la propia pobreza, “aparece como una respuesta violenta a la amenaza de empobrecimiento que genera en ciertos sectores de la población una sociedad en cambio acelerado, no una reacción a la pobreza en sí misma” (pg.146). El ejemplo contrapuesto es Andalucía, donde existía una mayoría de campesinos desposeídos no prendiendo la llama, acabando por escoger otro tipo de respuestas revolucionarias. Hacia finales del XIX, el carlismo también medrará en el ámbito urbano, agregando a sectores bajos y grupos burgueses (como muestra de su capacidad de sincretismo).
Para explicar su fuerza y larga duración es también importante señalar su capacidad de transmisión de una generación a otra mediante la comunicación, la narración, etc., de las ideas y causa carlista. A través de una serie de símbolos, valores, canciones populares, se fue generando una identidad agregativa. Esta difusión la podemos encontrar principalmente a través del ámbito familiar o a través de los propios círculos carlistas.
Otro matiz importante que le atribuyen es su intrínseco carácter insurreccional. Lo cual ligan al contexto de violencia política que recorre todo el XIX español, creando asimismo una cultura propia a través de la belicosidad (que unimos esta capacidad de transmisión de la causa carlista). Esto, nuevamente, lo encuadran en las dificultades que tiene la transformación política y social. Este apego por la violencia durante el XIX lo achacan a varias causas, por un lado, al choque entre la sociedad de Antiguo Régimen y el nuevo orden liberal propuesto; a las coyunturas históricas precisas; por último, a la precariedad del régimen burgués establecido, puesto que no se da pie a que las propuestas no liberales entren dentro de la normalidad del juego político, teniéndolo que hacer, por lo tanto, vía insurrección armada.
El libro está estructurado en 2 grandes bloques, subdividido a su vez por varios capítulos, siendo el primero el que trata “Los hechos” y el segundo “Los hombres y las ideas”.
La invasión de la Península por los franceses en 1808 y el posterior levantamiento, inician en España la Revolución liberal, teniendo como gran hito las Cortes de Cádiz de 1810 y la Constitución de 1812. Es aquí donde los autores señalan que se encuentran los primeros roces entre los absolutistas (serviles) y los liberales. Elaborarán el Manifiesto de los Persas, donde se muestran contrarios al nuevo orden liberal y piden la vuelta del absolutismo, lo cual acabará pasando en 1814 con Fernando VII.
Durante 1820 y 1823 tiene lugar el llamado Trienio Liberal, el siguiente avance en la revolución liberal desde las Cortes de Cádiz, cuya Constitución será repuesta. Es en esta época en la que se da un primer conflicto armado entre realistas y liberales, marcando las pautas de lo que posteriormente serán los carlistas, pero sin el componente dinástico todavía. Aglutinó al clero (alto y bajo) a ciertos militares y nobles, a masas campesinas, estando a la cabeza algunos políticos y militares. La situación de crisis radicaliza la política, el gobierno pasa de manos de los moderados a los exaltados. Los primeros veían la necesidad de reformar la Constitución, los exaltados quieren mantener el liberalismo en su forma pura. En cuanto a los realistas, constituida la Regencia de Urgel como órgano político, también se dividen, están los que quieren mantener el absolutismo puro y los que son partidarios de reformarlo. La entrada de un ejército desde Francia derrumba al gobierno y vuelve el absolutismo. Esta última década de Fernando como rey, está marcada por no aplicar un absolutismo tan cerrado y alejarse de la influencia de la Iglesia (no repondrá la Inquisición, lo cual la reacción considera nuclear), menguando la represión hacia los liberales. Es una época en la que hay tanto rebeliones absolutistas, pues creen que el rey está siendo marginado por sus colaboradores y llevarán a cabo rebeliones en su nombre, e intentonas liberales. Destaca el conflicto dels Malcontents en Cataluña, de origen campesino e influencia eclesiástica. La rebelión se extendió por todo el antiguo Principado, proclamando su fidelidad a Fernando VII y su intención de liberarlo de aquellos que lo apresan desvirtuando el gobierno tradicional.
En 1830 Fernando tiene descendencia, Isabel. Derogará la ley sálica basándose en una antigua petición a las Cortes que no se había sancionado, pero que quedó registrada. Es en este momento cuando el realismo se empezará a aglutinar en torno a la figura de Don Carlos, conformando el carlismo. Fernando se irá acercando a los liberales para asegurar su sucesión en Isabel. María Cristina, su esposa, que actúa como gobernadora, decreta una amnistía limitada para los liberales, conformando en torno a ella un partido cristino.
La Primera Guerra Carlista estalla en 1834, con la muerte del rey, y dura hasta 1840, teniendo como principales focos el norte del país: el país vasconavarro, Cataluña y el Maestrazgo. Destacará Zumalacárregui en el país vasconavarro, donde desata una guerra de guerrillas, controlando el medio rural, no el urbano, como paso previo a la constitución de un ejército regular. Aprovechando la guerra, se rompe con el régimen estatutario y se avanza hacia el liberalismo con el Partido Progresista y la Constitución del 37, que buscará convencer tanto a progresistas como a moderados. Muerto Zumalacárregui asediando Bilbao, con el cerco roto por Espartero, se da la siguiente fase de la guerra, puesto que esta se estabiliza marcando zonas de influencia. Los carlistas buscarán desahogar la presión a través de partidas, siendo la última la Expedición Real del rey hacia Madrid, que fracasa, provocando una ruptura en el carlismo, entre transaccionistas y exaltados, acabando con la victoria de los primeros a través de Rafael Maroto, que daría lugar a la Paz de Vergara junto a Espartero. Ramón Cabrera aguantará un año más en el Maestrazgo. Finalmente, un gran número de carlistas acaba en el exilio tras la guerra.
Por lo tanto, como nos muestran los autores, vemos que hay algo más que un conflicto dinástico, pues bajo este el nuevo orden y el antiguo están en disputa. Como cita González Calleja “Siempre hubo una permanente dialéctica entre el desarrollo de los acontecimientos bélicos y los proyectos y las realizaciones concretos del proceso revolucionario liberal” (pg. 50). Es decir, se entra en la dinámica descrita al inicio de acción/reacción. Superado este escollo, Espartero dará un golpe de estado, consolidando la revolución liberal en torno a la Constitución progresista del 37.
Durante estos años se produce la Guerra dels Matiners del 46 al 49, protagonizada por Cabrera en Cataluña, nuevamente en el ámbito rural y con líderes de ámbito popular y del clero. Veremos presencia del republicanismo catalán, de sus zonas más tradicionales, no es un conflicto puramente carlista. Además, hay que tener en cuenta que es un momento de crisis europea generalizada, no solo es España, pues se están dando las llamadas Revoluciones del 48.
A Carlos le sucederán sus dos hijos, planteando el segundo, Juan III, un problema puesto que se declara liberal y dispuesto a rechazar a sus derechos en favor de Isabel II. Aquí es cuando la Princesa de Beira intercede con un documento que plantea que la legitimidad tiene dos vertientes, la de origen y la de ejercicio, si se incumple la segunda se pierde el derecho. Acabará recayendo en el hijo de Juan, Carlos VII. A su vez, la monarquía isabelina cae, proclamándose el Sexenio en el año 68. En esta etapa nos encontraremos con un carlismo más moderno y moderado, que servirá como alternativa a diferentes sectores ante la radicalización del liberalismo. El partido entra en la legalidad como Comunión católico-monárquica. Pese a aceptar la vía política, vemos que mantiene esa vía insurreccional viva a través de una estructura paralela a la política, una estructura militar, que irá tomando protagonismo de cara al año 69. Por lo tanto, es un carlismo activo, con una red propagandística importante (periódicos, folletos, etc.), que se empapa de todo el lenguaje liberal, asume la cuestión foral, las medidas económicas liberales realizadas, etc. Aquí enlazamos con esa idea expresada al principio, el carlismo no es estático, muta y se adapta a las circunstancias. A raíz de todo esto, la base social del carlismo sufre una ampliación, pasa de una base prácticamente rural a incorporar a sectores medios de la burguesía y a calar en las capas urbanas.
En este punto me detengo para señalar la diferencia entre el regionalismo foralista que asumen y nacionalismo regional, ya que en el presente muchos han querido ver en el carlismo un precedente de estas cuestiones, siendo algo falso. Como citan los autores en el libro “La «Nación» española era básica para el carlismo, la unidad monárquica también. La cuestión no iba más allá del reconocimiento de personalidades históricas, de privilegios, exenciones y descentralización” (pg.195).
La guerra sería más corta, del 72 al 76, y se iniciaría por la llegada de una nueva dinastía, la de Amadeo de Saboya. Empezó con auge militar del carlismo, en sus zonas tradicionales, estacándose en el 74 y ya en el 76 retrocediendo ante la Restauración en Alfonso XII, pues muchos de los objetivos esgrimidos por el carlismo eran recogidos por el nuevo régimen, causando aceptación en los sectores conservadores y en la Iglesia.
A partir de 1879 se empieza a reorganizar el partido, acabando con el primer grupo encargado de intentarlo expulsado, los intransigentes de Nocedal, que rechazaban los avances modernizadores abarcados durante el Sexenio. Con Cerralbo a partir del 89 se inicia una estructuración del partido para participar en el juego político de la Restauración y atraer adeptos. El partido sufrirá un proceso de jerarquización y de centralización. Aparecen las juntas como forma de coordinación del territorio, o los círculos, donde se busca moldear a esa base social. El partido sufre un gran avance político que no se ve reflejado en la cuestión ideológica, expresada a través del Acta de Loredán, tampoco lo hace en ese aire belicoso característico que seguía presente. La estrategia emprendida en esta época era la de esperar a un desprestigio de la regencia, pues Alfonso XII había muerto con un hijo póstumo, postulándose ellos como alternativa. Esto no pasará y se impondrá la opción insurreccional, la cual demuestra estar desfasada, fracasando. Ahora el encargado de recomponer la estructura política será Barrio Mier, reapareciendo prensa, círculos, etc. Importante será su estrategia de hacerse con el espacio público a través de desfiles, mítines, manifestaciones, etc, muy en la línea de lo que está sucediendo también en el resto de Europa. España no es ajena a la modernidad como muchos han postulado.
Don Jaime sucede a Carlos en 1909, continuando lo visto anteriormente. El agregado violento muta, comprobado el fracaso de la opción insurreccional, se busca una estructura paramilitar que sea capaz de complementar la opción política, naciendo así el Requeté, derivado de los Batallones de la Juventud creados por Mier. En esta época vemos la radicalización en las calles de Barcelona, con la cuestión social como fondo y la lucha callejera como medio, que dará lugar más tarde a los Sindicatos Libres. Se vivirá otra ruptura dentro del carlismo, la de Vázquez de Mella, conformándose así el mellismo y el jaimismo, derivado de las posiciones tomadas durante la Primera Guerra Mundial entre germanófilos y aliadófilos, junto a toda una serie de cuestiones tanto estratégicas, personalistas, etc., que habían hecho mella en el partido.
Caída la monarquía liberal y proclamada la República, el carlismo se convertirá en un polo de confluencia de la contrarrevolución. Se marcan tres objetivos: la reunificación de tendencias, el liderazgo del catolicismo e intentar la unión dinástica con los alfonsinos. Se conseguirá la reunificación (integristas y mellistas). Jaime será sucedido por su tío Alfonso Carlos, no consiguiendo la unión de dinastías y perdiendo la predominancia católica en favor de la CEDA. Con Fal Conde a partir del 34 se lleva una nueva reestructuración del partido, centralizándolo más, e iniciando una conspiración contra la República de manera particular, que fracasa, acabando, de todas formas, inmersos en el complot del 36.
El partido finalmente quedaría unido con la Falange en la FET de las JONS, el partido único de la etapa franquista, desunidos entre los que apoyan el nuevo régimen y los que no. La regencia y posterior sucesión recaería en Javier de Borbón Parma, el cual se opondría a Franco. Con su hijo Carlos Hugo el carlismo daría nuevamente muestras de su maleabilidad, volviéndose socialista-autogestionario a finales de los 60, provocando a su vez una reacción ultraderechista representada en la figura de su hermano Sixto Enrique.
Por lo tanto, apreciamos que el carlismo es un movimiento que sabe adaptarse, que impregna a aquellos que se ven amenazados por el nuevo orden liberal y que posteriormente es capaz de moderarse penetrando en las capas urbanas. Todo esto con la cuestión dinástica de fondo, suponiendo un escollo para la modernización del país. Esto, como bien apuntan, es un problema que se da en toda Europa.