Sería un escritor si no fuera por mis vísceras.

No sé si lo sensato hubiera sido contárselo a mi novia, pero a veces uno prefiere omitirles detalles para ahorrar en humillaciones. Lo que sí hice fue dirigirme al consejo de sabios, donde frecuentemente asisto para recabar orientación. El consejo está formando por tres miembros permanentes. El vocal principal, el chaval que paga el alquiler de la casa y el único que tiene trabajo, de repartidor, y los dos vocales igualitarios. Ambos representan contrapuntos en lo moral y lo existencial, son como el ying y el yang pero a niveles deficitarios. Mi novia siempre se ha burlado de que yo llame consejeros a estos tres amigos míos, ella dice: ¿Cómo van a ser sabios tres tíos que no tienen estudios, no trabajan, viven con sus padres (dos de ellos), tienen sobrepeso, fuman y dedican su vida a jugar a rol? Entonces, yo la suelo mirar y la miro como la miraría Napoleón, aquel que dijo que las batallas contra las mujeres se ganan huyendo. Y pienso que precisamente por eso son sabios aunque ¿quién se lo hará entender?

Como cada tarde de cada día del año estaban reunidos. El Vocal principal preparaba café mientras los dos vocales intermedios haraganeaban en el sofá picando doritos. Me recibieron e hicimos el saludo del consejo: una palmada acompañada de un choque de puños. Poco después salimos a la ventana y encendimos cuatro cigarros y bebimos café con leche mientras dejábamos que el tiempo nos hiciera un poco más parias, un tanto más difíciles de recuperar. Ociópatas perdidos. Les relaté mi encuentro con el manco y me comentaron que ya lo habían visto alguna vez, que era un tipo raro, lo más parecido a un presidiario que sacan al patio a echar unas canastas y que tenía una hija en el barrio que era un pendón, que a sus diecinueve ya tenía dos hijos. Aquello me desanimó bastante. Decidimos romper la regla de: nunca salir de casa si no es absolutamente indispensable y nos acercamos a la plaza de la iglesia donde la jovencita suele fumar algunos porros con la fauna del barrio mientras alguien o quizá nadie cuida de sus hijos.

La verdad es que era una clara refutación de las teorías darwinistas, un ser involucionado, realmente perdido, aunque claro, en este barrio solemos estar todos un poco desorientados, esa clase media-baja o baja-media que no sabe que carajo se hace con la existencia. Se comportaba como una zorra con dos chavales de gimnasio tatuados. A uno lo conocíamos de vista, un golfo de reglamento. Decidí acercarme a la hija del manco para tratar de saber algo más de su padre, aunque el consejo opinó que era una locura, que aquella zorrita era como la princesa del lugar y uno no puede acercársele así tan de buenas y menos con los dos maromos de escoltas. Pero como al día siguiente yo tendría que coger tres autobuses para ir a la supuesta entrevista decidí que sería ideal conocer ya desde esa tarde si aquello tenía algún viso de seriedad.

Soy un tipo grande peso mis noventa kilos y mi estampa suele intimidar a algunos. Pero aquellos pavos estaban hinchaditos y un rato más fibrosos. Así que nada más verme y crecidos ante su reina, comenzaron las hostilidades y las luchas viriles por demostrar la autoridad. Se rieron un poco de mi, me llamaron gordito. El consejo permaneció a una distancia prudente.
“Hola, he conocido a tu padre y me ha parecido una buena persona, me ha ofrecido un trabajo y quería saber que opinión tienes de él”. La tipa estaba tan colocada que hablar le causaba extrañeza a sí misma. Se rió y los dos mamelucos se rieron también.
Malamente me dijo que ella no tenía padre, que el notas ese el manco era un pesado, que no quería saber nada de su persona, que nunca había dando un palo al agua y que los dedos los perdió en un accidente porque iba borracho. Y entonces se puso en pie y me gritó y se salió de sus limitados cabales, gritando cual basilisco como suele decirse y el otro, el morfinómano que no conocíamos de nada se puso gallito y me dijo hijo de puta y como yo estaba un poco saturado ya de tanta información le empujé, acto seguido el otro, el Tana, el golfo archiconocido me depositó una patada alta de esas a la altura de la nuca y me dejó cristalizado en el suelo atisbando el cartesianismo primitivo.
Viéndome como bulto inservible y como los consejeros ya se acercaban conciliadores, enarbolando los “tranquilos tíos” se fueron a otro lado porque también pasaba una patrulla; y me llevaron a casa y tomamos otro café. Y fumamos toda la tarde.

Y la verdad me di cuenta de la mierda de barrio en la que uno vive y de la estolidez y de lo rudimentario de casi todo lo que sucede en estos lugares. Con tan poco arte y pureza.
Pasamos toda la tarde tirados en el sofá sin hacer nada, yo con una bolsa de hielo en la chepa, hablando de esto y de lo otro y de nada, en un amargo far niente, y cuando nos quedamos sin tabaco y sin dinero me fui a mi casa a eso de las once, cansando y desubicado.

Y entonces vi al manco en la cancha, rodeado de oscuridad. Me miraba como un lobo, sus ojos brillaban como dos zafiros en mitad de la noche y parecía reírse, y me hacía señas como para que bajara a hablar, y le grité que se fuera al carajo y se enfadó; luego escuché botar el balón durante media hora hasta que unos cuantos vecinos de los bloques le insultaron y le dijeron que se fuera a joder a su casa. Y el manco, sin camisa y en pantalón corto, agarró su pelota afectando humildad y obediencia y salió por los portones forjados de la cancha y de pronto y de la nada emergió una furgoneta con las lunas tintadas, incluso la delantera; abrieron y cuatro fornidos brazos emergieron del interior. El manco se quedó rígido e intentó una pirueta evasiva, pero lo agarraron con una pasmosa facilidad y entonces el cabrón grito mi nombre y dijo: ¡Llama a la tarjeta!
Y he llamado al número de la tarjeta cuatro veces y las cuatro veces me ha respondido un turco diciendo: ¿Kebabs a domicilio?

Pero a eso de la una de mañana, cuando ya estaba en el camastro a punto de dormirme me ha sonado el móvil y lo he cogido, una voz de mujer dulce y profesional me ha dicho: no hace falta que vengas mañana, (ha dicho mi nombre) el proceso ha tenido que adelantarse por el giro de los acontecimientos, alguien te verá mañana. Siento decírtelo así, estás bastante verde y no llegas ni a neófito pero ahora eres el encargado del barrio. Ha colgado y me he reído.

Es tremendamente hilarante e irónico, que sea yo, un pringado el “encargado del barrio” de este barrio de miles de viviendas donde el más tranquilo de los quinquis encadena visitas al penitenciario y se pelea por una mala mirada.
Y he estado riéndome bastante hasta que ineluctablemente caí dormido.