El Nobel de Literatura 2011 distinguió ayer al poeta sueco Tomas Tranströmer, autor de una poesía austera y concreta que ofrece «imágenes densas y diáfanas», además de una «nueva vía de acceso a lo real», según la Academia sueca.
Su elección no fue una sorpresa, ya que su nombre aparecía siempre en las quinielas al premio desde hacía años. Tranströmer y el sirio Adonis eran de hecho los dos poetas que sonaban con más fuerza en Estocolmo para el caso de que la Academia sueca decidiera, como así hizo, volver a distinguir al género lírico, algo que no hacía desde que en 1996 ganó la polaca Wislawa Szymborska.
Nacido hace 80 años en Estocolmo, en cuya Universidad hizo estudios de Literatura, Psicología e Historia de las Religiones, Tranströmer debutó en 1954 con «17 poemas», un libro que lo situó como una de las voces con más proyección de su época. Ahí aparecen ya el interés por la naturaleza y la música, que estarán presentes en buena parte de su producción posterior, al igual que el gusto por las metáforas claras y expresivas, lo que le valió el recelo de ciertos círculos del mundo lírico sueco.
Obras como «Secretos en el camino», «El cielo a medio hacer» y «Sonidos y pistas» lo confirmaron definitivamente como uno de los poetas más destacados de su generación. Una apoplejía sufrida en 1990 le privó prácticamente del habla y dejó a medio hacer su libro «Los recuerdos me ven», que acabó tres años más tarde con la ayuda de su esposa, Monica, fundamental también para poder escribir dos poemarios más: «La Góndola fúnebre» y «El gran acertijo», este último en 2004.
Desde entonces no ha publicado nada más y ha preferido dedicarse a escuchar música, otra de sus pasiones, dando en la práctica por terminada una obra poética que, según su colega y amigo Lars Gustafsson, trata «sobre el momento en que la niebla se disipa, cuando por un breve momento se rompe la cotidianidad».
Desde que fue introducido en EE UU por Robert Bly en la década de los sesenta, su fama internacional fue creciendo y ahora está traducido a más de sesenta idiomas, lo que le convierte en «uno de los poetas más grandes del mundo», según el secretario permanente de la Academia sueca, Peter Englund.
Minutos después de anunciar el fallo, Englund defendía así la elección de Tranströmer, el octavo sueco premiado con este galardón, adelantándose a posibles acusaciones de provincianismo.
La Academia no distinguía a un sueco con el Nobel de Literatura desde que Eyvind Johnson y Harry Martinson lo recibieron en 1974 en una decisión escandalosa, sobre todo porque ambos formaban parte de aquella institución cuando fueron galardonados.
El poeta y novelista Carlos Pardo, prologuista de «El cielo a medio hacer», una de las obras de Tranströmer publicadas en España, destacó la capacidad de la obra del nuevo Nobel de Literatura para sacar la poesía moderna «del gueto de su propia automarginación».
«Tranströmer es uno de los grandes, grandes poetas del siglo XX», afirmó Pardo, para quien «realmente» el escritor sueco «se merece este premio, y el que no lo hubiera ganado hasta ahora era un poco curioso, sobre todo porque su influencia en grandes poetas que sí fueron distinguidos con él, como Joseph Brodsky, es enorme».