Relato de Demacia: La Profecia/ Parte II (FINAL)

Nyarlatitep

Ala derecha del ejército enemigo

Keleborn sonrió con alegría al tiempo que asentía con la cabeza. Los demacianos se retiraban. No podían hacer nada contra los catafractos. Aquella arma del viejo mundo mostraba ser efectiva en aquellos tiempos actuales. Eso era bueno. Aquellos demacianos habían resistido a los Dahas y a su caballería ligera, pero nada podían hacer contra los catafractor. Los poderosos e invencibles catafractor.

--- ¡Matadlos a todos! ---aulló con fuerza haciéndose oír por encima del fragor del combate-. ¡Por mi padre, el gran Ancalaghon, no dejéis a ni uno con vida! -Era su momento de gloria y la mejor forma de demostrar a su padre y al resto de oficiales de la corte que estaba preparado para ser rey en el futuro próximo.

La caballería blindada avanzaba sin que los jinetes demacianos pudieran detenerlos. La sangre de aquellos impuros regaba las fronteras entre Noxus y Demacia, y solo era el principio.

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Centro de la batalla. Vanguardia de la falange liderada por Ancalaghon y sus generales.

Argilak observó como los catafractos desbordaban a los demacianos por ambos extremos de sus respectivas formaciones. Era el principio del fin de aquella batalla. De pronto escuchó un bramido brutal a sus espaldas. Se dio la vuelta veloz. Más de sesenta valaraukar de fuego, es decir, las bestias de asedio, habían iniciado una carga contra el enemigo.

--- ¡Lanzad las arissas y apartaos! ¡Apartaos! ---ordenó ---. ¡Lanzad las arissas, dejad que los valaraukar pasen por ellos! ¡Apartaos! La falange se dividió en pequeñas secciones a la vez que los argiráspides, es decir, los piqueros, desencajaban las dos piezas de sus largas arissas y así, convertidas en lanzas arrojadizas, las aventaban contra sus rivales evitando de ese modo que los demacianos intentaran nada porque a aquella inesperada lluvia de hierro y fuego se unía el hecho de que estaban abrumados por el retroceso de su propia caballería en los flancos, y sólo se esforzaban por mantener las posiciones y no por intentar aprovechar las brechas abiertas en la formacion demaciana para contraatacar. Eso dio el tiempo suficiente a la falange de Ancalaghon para que se replegaran ordenadamente y dejaran lugar a una brutal carga de valaraukar que se arrojaban bramando salvajemente contra las debilitadas y acobardadas filas demacianas. Los valaraukar de fuego, es decir, el azote de muerte y sangre reventaron en cuestión de segundos la línea de escudos demaciana y, al instante, avanzaban pisoteando , matando, devorando y degollando al extenso manto de cadáveres de ilusos que habían albergado alguna esperanza de detener el descomunal ataque del rey del Viejo mundo: Ancalaghon.


Ala izquierda del ejército enemigo

Toante vio cómo Keleborn aplastaba a los demacianos en el flanco derecho, así que no dudó en arengar a sus propios catafractos para no quedar por debajo del hijo del rey.

--- ¡A por ellos, malditos, a por ellos! ¡Por el rey Ancalaghon! ¡Hoy es el fin de este ejército! Los jinetes, completamente recubiertos por sus armaduras color ebano, tintaron de rojo su piel de hierro y bronce. Al poco tiempo, la caballería demaciana se batía en franca retirada sin tener tiempo de ayudar a sus heridos, que eran pisoteados sin piedad por unos caballos que, contrarios a su intención, no encontraban un lugar donde pisar donde no hubiera un jinete demaciano malherido.


Ala izquierda del ejército Demaciano

Tianna contemplaba la hecatombe que le rodeaba: la infantería de escuderos huía despavorida mientras decenas de bestias con forma de fuego y henchidos de una robustez absoluta se lanzaban sobre los incautos soldados demacianos y los aplastaban con sus gigantescos cuerpos, otros eran devorados y muchos otros eran masacrados y, justo tras las descomunales bestias de Fuego, que no dejaban de bramar ensordeciendo a todos los que se encontraban a su alrededor, venían decenas y decenas de carros de guerra que atropellaban a los que aún quedaban con vida. Mientras, en el flanco derecho, los catafractos desarbolaban la caballería demaciana, al igual que lo hacían en su propio flanco izquierdo. Tianna, la mariscal del rey engullo humillación en estado puro mientras miraba de lado a lados, todo estaba más perdido, estaban muertos, sabía que la mayor parte de su caballería estaba en su flanco. Era ya demasiado tarde para salvar a sus hombres de aquella masacre. Había subestimado a su enemigo, había tomado a aquellos guerreros como poco más que barbaros sin disciplina y había pagado un enorme precio por su arrogancia.

--- ¿¡Mi señora Guardia de la Corona! ? ¿Qué hacemos? ---- Pregunto uno de los oficiales que tenía la mitad de la cara llena de sangre, pero Tianna parecía petrificada, estaba concentrada en el ejército enemigo que había desbordado todos los flancos y que con una táctica muy parecida al de un Yunque y un doble martillo los había destrozado. La mariscal quiso gritar, salir de ahí. Aquello no podía ser, su primera derrota en muchos años de victorias junto al rey Jarvan III y junto a su sucesor Jarvan IV. Entonces una sombra cayó sobre ella y su ejército derrotado.

Como sacada de una especie de pesadilla primitiva, los demacianos, los capitanes, los oficiales de primera línea, los praefecti y muchos otros oficiales menores en rango observaron cómo desde el suelo emergía una masa enorme, un cuerpo titánico que se elevaba más y más. Alguien se estaba transformando en lo que parecía ser un dragón de miles, millones de kilómetros de altura. Aquello era una masa gargantuesca de musculo y carne. Era demasiado grande, demasiado inmenso, demasiado titánico, aquel dragón o lo que sea que fuera parecía una amalgama irreal que desbordaba toda razón contenible. Algunos demacianos enloquecieron al verlo. Una de las oficiales se desmayó. Tianna acertó muy bien que aquella criatura no había completado su transformación, pero pronto lo haría. Engullo su miedo e hizo lo mas razonable que podía hacer. Retirarse. Retirarse lo más rápido posible y no mirar atrás.

--- Hay que retirarnos.--- Y elevando la voz más allá de lo perceptible rugió: --- ¡Retirada! ¡Repliéguense! ¡Repliéguense! ¡Repliéguenseeeeeee!
La potente voz de Tianna hizo que varios oficiales que habían quedado anonadados por la visión de aquel dragon titánico volvieran en sí, y acudieran a su llamada como huérfanos en busca de cobijo. Unos huían de los valaraukar, otros de los catafractos y todos buscaban una huida, tan sólo salvar la vida, no pedían más.

Tianna consiguió reagrupar en el flanco izquierdo a centenares de sus soldados y de sus jinetes, y asi, empezaron la huida. La caballería demaciana quito las respectivas armaduras de sus caballos para asi, tener aunque sea una sola ventaja de velocidad, lo que les permitió alejarse del avance de los catafractos varios centenares de pasos a la espera de que se les unieran los restos de la infantería. Los demacianos, tanto jinetes como soldados, no obedecían a nadie y simplemente huían, corrían como locos, encomendándose al destino y sobre todo a la tejedora, al que todos sabían que iban a conocer muy pronto.

Y entonces se replegaron, iniciaron la huida, cuando de repente una onda de aire y viento infernal los azoto. Tianna no quería voltear, sabía lo que venía. Sin embargo, una parte de su mente, la mente instintiva le urgía a voltear, a mirar, y entonces volteo. Lo que vio la dejo perpleja, con los ojos abiertos de par en par como platos. Aquello era irreal, sencillamente escapaba de toda lógica racional. Un dragón negro de ojos purpura, con un corazón cristalino que emanaba un pulso de energía violáceo, aquella ultima parte, es decir, el corazón de cristal purpureo, empezó a cerrarse poco a poco por unas volutas de piel y escamas, como si estuviera protegiendo aquella zona en específico.

Aquello era más grande que la estatua de Galio, el cuádruple de grande. Era inmenso, enorme y con las alas extendidas de par en par.

Y entonces rugió, y todos los dragones que estaban en el área volaron como asustados, aterrados. Varios de los dragones que pernoctaban en la región sobrevolaron alrededor de aquella criatura, alrededor de aquel dragón, pero parecían moscas pequeñas a su alrededor y entonces este ultimo empezó a volar.

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Retaguardia del Ejercito Enemigo

El aire que iba hacia el norte fue cortado en seco y redirigido por el poderoso agitar de las alas de Ancalaghon, quien se había trasformado en una de las criaturas más imponentes de toda la historia. Ante ellos se alzaba uno de los Naugrim. Uno de los que habían sobrevivido a la vieja era. Uno de los oscuros: ni ascendido shurimano, ni darkin, ni dios espectral, ni señor de la muerte, ni demonio, podía comparársele. Ancalaghon era la epitome de un poder anterior a las guerras rúnicas, anterior incluso al viejo mundo. La furia y la ira de eones encarnado una vez más, para castigar a los demacianos y a los habitantes de Valoran.

Y con aquella visión daba inicio a la profecía.

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Retirada del ejército Demaciano.

Tianna había logrado escapar, pero la otra mitad de su comitiva, es decir, una gran parte del pelotón que la había acompañado en el repliegue había desaparecido. Aquel dragón titánico los había borrado de la historia. La gran Mariscal del rey se sintió morir, no había podido hacer nada. Nada. Se detuvieron en el rió Urtias y dieron de beber a los caballos que nerviosos piafaban y se levantaban de dos patas. Tianna se acercó a otro de sus oficiales y dio las respectivas órdenes:

---- Quiero que calmes a los caballos, tenemos dos horas para descansar y seguimos el recorrido. El oficial conmocionado como estaba, asintió.

---- ¿Hacia dónde nos dirigimos?

Tianna quería reprender al oficial por su falta de decoro, pero en esos momentos lo dejo pasar. Todos habían pasado por un infierno, no quería reprenderlo por un error tan pequeño que rayaba en lo absurdo.

--- Nos dirigimos a la capital, tenemos que informar al rey. Tenemos…---- Aquí se detuvo, carraspeo y prosiguió: --- Tenemos que prepararnos para la tormenta que se avecina. Una amenaza peor que los magos de Sylas se acerca.

No le gusto para nada decir aquellos, los magos eran una amenaza, pero frenable. Aquello que había visto en el Arnoh era una de esas amenazas irrefrenables. Una que podría aniquilar Demacia en un abrir y cerrar de ojos.

---- Comprendo, iré a informar al resto, mi mariscal.--- contesto el oficial, esta vez había recordado el decoro. Le asintió y lo despidió. Quería alejarse de todos, no quería que nadie la viera así. Ella, sobre todo ella, siempre había sido el ejemplo de excelencia en la vanguardia valerosa, que la vieran de esa manera ya implicaba una burla. Se alejó, se retiró a una zona rodeada por una espesa arboleda, junto a la laguna que la surcaba y se quitó la armadura. Quería quitarse toda la suciedad.

Empezó por las hombreras ridículamente enormes. Enormes, sí, pero había sido aquella enormidad la que le había salvado de un golpe letal en el campo de batalla. La empezó a limpiar, pero se dio cuenta de que el reluciente de su hombrera tanto derecha como izquierda no brillaban, no importaba cuantas veces lo limpiara, la negrura y la sangre pegadas en su armadura no se quitaban, dejo de lado todo aquello y se centró en sí misma. La agitación del agua no le permitió ver su reflejo, pero esto último no le importó, se lavó la cara. Nada más sentir el frio tacto del agua en su piel sintió la necesidad de limpiarse también la herida en el hombro. Se remango la túnica del hombro derecho y también empezó a lavarse la herida, no quería que se infectara. Fue entonces en ese momento de desgracia, en ese momento de humillación, cuando vio su reflejo en el agua. La figura que distinguió fue la suya; tenía la cara negra, por a exposición al fuego y en su frente habían finos regueros de sangre. Ya no albergaba nada de lo que quizá habría sido en el pasado. Todo se había acabado. Cerró los ojos y engullo humillación en estado puro.

--- No puede ser.

Se tapó los ojos con las manos y apretó los dientes mientras el recuerdo de sus hombres anidaba en su interior.

--- No puede ser.----Dijo nuevamente y empezó a arrojar lágrimas de dolor y angustia. La muerte, las heridas, sus hombres quemados, otros devorados, otros masacrados, su caballería hecha pedazos, sus oficiales asesinados. Se sentía impotente, miserable, las lágrimas bajaban por sus mejillas y goteaban en aquella laguna que se llevaba su dolor, su miseria, su ruina.

Una buena parte de la Vanguardia Valerosa había caído, y todo por su incapacidad, todo por su necedad he impaciencia, todo por su idiotez. Cien mil hombres habían partido con ella de Demacia, solo treinta regresaban. Treinta. Treinta hombres de cien mil. Busco su espada, quería matarse ahí mismo, acabar con aquella tortura. Pero hasta eso se lo habían negado, después de este fracaso su imagen pública seria desdeñada, ningún pelotón o guardia de Demacia querría ser liderado por ella. Todo se había terminado. Todo se había acabado, sus sueños, sus ambiciones, y su relación con su esposo estaba acabada, terminada. Este último la repudiaría. La repudiaría por fracasar, era lo mejor que podía hacer. Ella no se lo reprocharía. Y entonces en ese momento de dolor, de agonía, de sufrimiento grito, y su grito resonó por todo el bosque hasta llegar a los oídos de los supervivientes de aquella devastadora masacre en los campos del Arnoh, de aquella dolorosa mañana. Como cuando nos levantamos de una pesadilla que creíamos acabada, pero que de improviso se hace realidad ante nuestros ojos.

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