Campos City, la ciudad estaba completamente desolada y no se veía un alma. Esto no pintaba nada, nada bien. Trataba de reunirme con uno de los tres amigos del grupo que habiamos conseguido organizar para tratar de sobrevivir al apocalipsis que se había desatado sobre la tierra. Cada vez estaba más arrepentido de lo que acababamos de intentar.
Nos habiamos separado en la zona residencial de Parkersville, nuestro plan para asaltar el supermercado en busca de provisiones no había salido, ni de lejos, como hubiéramos imaginado. Lo único positivo, si se le podía llamar así, es que al menos sabía en que dirección había huido uno de ellos seguido de una jauría de aquellas bestias. Del resto no sabía nada, lo cual no hacía más que aumentar mi angustia. Durante el caos que se desató ahí dentro sólo pude preocuparme de una cosa, sobrevivir. No estaba completamente solo, al menos, no aún, la simple idea de afrontar algo así solo me llevaba al borde de quedarme paralizado. Encontrar a mi compañero se había convertido en mi único objetivo.
Atravesé una calle desértica y me dirigí al último lugar en el que lo había visto. Giré la esquina y el susto fue mayúsculo, allí había tres zombies y podría haber jurado que eran parte del grupo que iba tras de él, aunque en realidad no podía asegurarlo, claro. Desde luego no hubo mucho tiempo como para pararme y fijarme en detalles como el pelo, la ropa, o las horribles y características heridas que tenían mientras intentaba ponerme a salvo de vuelta en aquel supermercado. A pesar de todo una pequeña chispa de esperanza y alivio se encendió en mi.
El silencio aquí era mortal, estaban allí parados, bajo la luz del sol y con la mirada totalmente perdida. Tenía que pasar por allí si quería llegar al centro de la ciudad, donde estaba seguro que había ido mi compañero, así que trate de pensar en cualquier otra cosa e incluso bromear conmigo mismo para tranquilizarme. No tuve éxito. Eché a andar agachado muy lentamente y pegado a la pared hacía un taller que se encontraba abierto en el final de la calle. Estaba muerto de miedo, cada nuevo paso me hacía replantearme si el anterior no habría sido un error fatal, esos bichos son aterradores una vez los tienes lo suficientemente cerca y no, siento deciros que haber visto muchas películas o haber acabado con ellos como si nada en videojuegos no me estaba ayudando lo más mínimo. Lo peor de la situación era estar totalmente desarmado, había perdido el martillo con el que tan seguro me había sentido antes de nuestro fallido asalto.
Después de lo que me pareció una eternidad llegué al taller. Me relajé un poco, pues los zombies no habían dado muestras de notar mi presencia en ningún momento y el lugar constaba de solamente dos habitaciones que parecían seguras. La más grande, en la que me encontraba, destinada a la reparación de los vehículos antes de que todo esto diera comienzo me dió una gran alegría casi al momento; sobre una mesa había una gran caja de herramientas abierta y no dudé un momento cuando escogí el martillo que había en su interior.
Armado de nuevo, entré en la habitación más pequeña, presumiblemente una oficina. Casi no podía creer en mi suerte, allí había una puerta trasera entreabierta que sería mi vía de escape para evitar la calle principal y un botiquín que no había sido saqueado por completo, seguramente por las prisas. Eché un vistazo afuera. Me encontraba en el patio trasero del taller, estaba rodeado por un alta valla de madera, lo que había evitado que aquellos cabrones pudieran entrar, aunque esta estaba destrozada en la parte que daba a la ciudad, saltaba a la vista que se había hecho de dentro hacía fuera y únicamente lo suficiente para poder pasar. No creí que mi amigo fuera el causante de esto, ya que los zombies que lo habían perseguido estaba demasiado cerca del lugar y nunca hubieran dejado de perseguirle para quedarse ahí fuera plantados. No, esas bestias no funcionaban así. Lo más seguro es que les hubiera dado esquinazo antes y hubieran vagado hasta allí, enfurecidos tras haber perdido su presa y luego inmóviles por la falta de una.
Me encaminé hacía el hueco que habían abierto en la valla, mucho más confiado ahora que pensaba haber dejado lo peor atrás. Me equivocaba. En el preciso instante que pasaba por encima de los restos de la valla y salía a un pequeño descampado la encontré. Una mujer, tendría unos 30 años. Nos miramos. No pude evitar pensar que no se encontraba mal conservada para ser uno de ellos y supongo que mi apreciación fue recíproca, pues se abalanzó hacia a mi tras mirarme durante un instante.
Creo que fue la peor experiencia de mi vida. Estaba completamente hechizado por la escena, pero algo dentro de mi debió de reaccionar, porque lo siguiente que recuerdo es estar golpeando con violencia, casi fuera de mi, la cabeza destrozada de mi nueva amiga. Me detuve, estaba empapado de sangre y me puse muy nervioso, no tenía ni idea de si quizás parte de ella podía haber ido a parar a mis ojos o mi boca, era algo que habiamos hablado cuando todavía me encontraba con mi grupo, pero la situación nos había superado por mucho a mi y a mi sentido común.
Me limpié la cara con la manga de la sudadera y no le dí más vueltas, no tenía sentido hacerlo. Si me había infectado sólo el tiempo lo diría, desde luego yo no pensaba hacerlo si me encontraba con alguien. Atravesé el descampado, me encaminé de nuevo a la carretera que conducía, por fin, al centro de Campos. Ésta pasaba por debajo de un puente que se encontraba por encima del nivel de la ciudad, sostenido por unos enormes pilares grises, al menos en parte, pues habían derrumbado un tramo por algún motivo y había escombros por todos lados, probablemente fuera cosa del éjercito. Salté una trinchera que había entre los muros que rodeaban y protegían las calles de esta zona de la ciudad y a su vez cerca de los restos del puente demolido, que se había derrumbado de manera que era posible subir allí arriba, parte del tramo hacía de rampa. La vista privilegiada de Parkersville y Campos City que debía de haber desde ahí arriba era, probablemente, mi mejor opción, aunque decidí seguir adelante para asegurar al menos una pequeña zona alrededor antes de hacerlo.
Cuando salté ví que había casquillos por todas las partes, pero ni rastro de un arma, claro. En ese momento escuché un ruido que venía de los escombros. ¡Alguien me había llamado! Y de detrás de los escombros, a escasos metro de por donde había pasado yo mismo hacía sólo unos instantes, salió con una sonrisa radiente y un alivio más que palpable en sus ojos mi amigo, que estaba vivo al fin y al cabo. Le hice señas para que subiera al puente y le indiqué que iría justo detrás de él, hablariamos arriba. Estabamos a unos 20 metros pero no dejábamos de estar rodeados de calles y edificios en una ciudad completamente hostil. Se detuvo de golpe y por un instante dudó, estaba claro que quería venir a mi encuentro, pero supongo que entendió la ventaja que podía darnos analizar la situación desde allí arriba antes de decidir nuestro próximo movimiento.
Como se suele decir, todo sucedió muy deprisa. En cuanto tuve su visto bueno para subir allí arriba algo explotó en un lugar muy cercano. Lo ví desplomarse sobre el tramo derrumbado que actuaba de rampa. En tan solo unos segundos su sangre, brillante bajo la luz del día, se extendía cada vez más bajo su cuerpo inmóvil, cálida, sobre el frío cemento. Me encontraba en shock, no podía dar crédito a lo que estaba viendo. Estaba muerto.
Comprendí que lo que hace unos instanstes había tomado por una explosión no había sido otra cosa que un disparo muy cercano y también comprendí que me encontraba ante un peligro más mortal que nunca. El tirador estaba muy cerca, deduje que o estaba en la otra parte de ese puente o en alguno de los pocos edificios con una altura suficiente de la zona sureste. Eran los únicos lugares de los que podía venir la bala que había acabado con su vida. Me había agachado y pegado de manera insconsciente al muro que tenía detrás y me estaba alejando lentamente mientras miraba frenéticamente a todas partes. No tuve que hacerlo durante más tiempo. Asomado en la otra parte del puente, la que había quedado inaccesible desde nuestra posición por el derrumbe, se encontraba el cabronazo al que estaba buscando.
Habiamos estado equivocados en todo momento, a pesar de parecerlo, aquella plaga que se había desatado no había sido nunca nuestro mayor peligro. Supongo que de no habernos conocido de antemano la historia podría haber sido muy distinta entre los miembros de nuestro grupo. Sí, tenía cierto sentido. Al fin y al cabo, el hombre siempre ha sido el mayor depredador del hombre, pensé, mientras me desplomaba.