Al inspector de Trabajo Pere Navarro Olivella se le cae el mundo encima, precisamente por un conflicto laboral, si así se puede denominar. El enfrentamiento con la Guardia Civil le supera. Pensó que el nuevo general de la Agrupación de Tráfico le resolvería el problema pero lo ha amplificado.
Es su año negro: el Congreso aprueba que se revisen los límites de velocidad y además se le amotina el personal; su error: pensar que los guardias son sus “mandados”.
Ve con desolación cómo seis años de gestión exitosamente vendida se desvanecen en pocas semanas sin que pueda evitarlo. Desesperado desfile en los medios afines para intentar ganar terreno, aunque sea a costa de contradecirse de una manera un punto esquizofrénica. Sí, Pere Navarro quiere irse.