El alias con el que Montesquieu Constanza desapareció fue Buckler Arizona. Llevaba pedaleando sobre mi Orbea del 85 unas doce horas, el sudor me corría por todo el cuerpo y mis pantalones vaqueros parecían el felpudo que suele ponerse al salir de la ducha. Cuando me dio por cotejar mi posición el espinazo me dio un respingo. Supe a ciencia cierta que no había salido de mi calle.
Como soy un asiduo jugador de ajedrez por correspondencia, hube de dejar mi café humeante al lado de mi revolver del 38, cuando la entradilla de la telenovela La Usurpadora hizo levantar mi cabeza del manuscrito Pelagiano que tenia en el regazo. Una rubia despampanante con las tetas muy crecidas cruzaba el estrecho pasillo que conducía a mi despacho.
A través del cristal esmerilado que ornaba la puertucha vi como una de sus pechugas colmaba el vidrio mientras una mano muy delicada giraba el picaporte sin mediar el ordinario toque.
Se sentó y sacó de su diminuto bolso blanco plisado un enorme Cohiba. Lo prendió y entre las vaharadas pude observar que sus carnosos rojos labios se movían para decir:
- ¿Es usted Raimundo? –
- Asentí – asentí.
- Mi perro Juan Ramon Jimenez ha sido secuestrado, me han enviado esta fotografía, esta nota y me piden doce mil euros.-
- No se preocupe señorita, lo encontraré.-
- No asuma mi género, me llamo Arteso Brahamante.
Le pedí quince euros como provisión de fondos y salí al calle con mi gabñan de lana un doce de agosto a las tres de la tarde. Suspendí la investigación hasta el día quince, momento en el que me dieron el alta del Policlínico tras sufrir una insolación severa.
Había algo en aquella fotografía de secuestro que me recordaba a un caso que había resuelto un tiempo atrás. Así que fui a visitar a Chota Almibar, famoso chatarrero de la provincia.
Me recibió su mano derecha y cuando pude darme cuenta su izquierda me propinaba un poderoso derechazo. Más por la confusión que por el golpe caí al suelo y entonces, viendo huir a Chota, caí en la cuenta que está en el camino correcto y como ya no podía caer más en un día, acabé en el Pub Holmi, donde me tome seis orujos y un haroperidol.
Telefoneé a mi client@ a la mañana siguiente para pedirle diez euros de adelanto y comunicarle que estaba a punto de dar con su perro. Ella me gritó histérica o histérico, no lo sé aún, diciendo que me daba un día más o contrataría a Ramonchu de Securitas Indirect.
Llegue a mi despacho y me recibió la casera con una orden de deshaucio. Le dije que estaba metido en un caso de mucho dinero y que si el viernes no le pagaba podía contar con mi abandono.
Cuando estoy en un callejón sin salida suelo tirar de un remedio infalible. Fui hasta el cine para ver la última de Thor y entonces reparé en que me seguían, dos tipos, dos gorilas unicejos. Me tiré al suelo y rodé como me enseñaron en el curso para guardaespaldas de Ceac y desenfundé mi revolver. Había sido una falsa alarma y nadie me seguía.
Y allí estaban Chota almibar y el perro de mi clienta en el cine, viendo la última de Thor. La historia de amor que los unía era tan cierta que no pude sino irme al despacho, abrir mi portátil y modificar la fotografía en Microsoft paint, trucandola para que pareciera la foto donde se mostraba que su perro, Juan Ramon jimenez, había muerto a mano de sus secuestradores.
Espero que esta historia os haya enseñado que a veces entre encontrar la verdad y cobrar yo prefiero el vino tinto.
Mi nombre es Raimundo Peñafort y soy detective.
Pd. Si os estáis preguntando que tiene que ver Buckler Arizona en este relato, os diré que fue quien mató a mi abuela, la que me enseñó el oficio de Sabueso y me introdujo en las veredas de Guillermo de Ockham y Raymond Chanderl.