Abrí los ojos un tanto desconcertado, miré por la ventanilla y, a pesar de que ya había anochecido, reconocí rápidamente aquel escenario. Faltaba muy poco para llegar, un verano más, al pueblo.
El olor a mi pueblo ya se podía respirar en el ambiente, un hormigueo recorrió mi cuerpo, y sin saber exactamente el por qué, pues sabía de sobra la respuesta, le pregunté a mi padre: ¿Cuánto falta?
Pero apenas pude escuchar su respuesta, esa pregunta que llevaba rondándome varias semanas ocupó toda mi mente: ¿estará también este año Bea por aquí?
Para mi la respuesta a esa pregunta lo era todo. Con Bea en el pueblo el verano sería inolvidable, sin ella....no quería estar allí. ¿qué sentido tenía jugar al fútbol con el resto de chicos y marcar un gol si ella no estaba allí para verlo desde el banco? ¿a quién le iba a contar que ese año había entrado en el equipo de balonmano de mi colegio y que había sido el máximo goleador de la liguilla? ¿con quién iba a compartir el helado para que mis labios pudieran tocar el mismo trocito que acababan de tocar los suyos?
Unos minutos más tarde se disiparon mis dudas. Al entrar en la calle pude ver, aún a lo lejos, el coche de sus padres aparcado en su puerta. El corazón me dio un vuelco. Miré para mil y un lado intentando descubrirla, pero todo fue en vano.
Con una colleja mi padre me hizo volver a la realidad: "Vamos, niño, échale una mano a tu madre con las maletas".
La noche fue larga, pero ilusionante. Deseaba con todas mis fuerzas que llegase la mañana siguiente para volver a verla y preparé mentalmente mil frases para decirle. Tenía que impresionarla.