¿Por qué somos racistas?http://www.papelesdelpsicologo.es/vernumero.asp?id=589
¿Por qué a alguien que considero que tiene la piel de otro color hace aparecer en mí un efecto positivo o negativo que no me hace experimentar alguien de mi propio color? ¿Es por el color de la piel? Los estudios (cf. Gergen, 1967) coinciden en mostrar una tendencia generalizada a preferir el color blanco al negro, y eso en todas las culturas, e incluso entre las personas de color negro. Se suele apuntar como explicación la asociación del negro con la noche, combinándose con el miedo que produce la oscuridad en la medida que facilita la proyección de fantasmas, etc. Pero el color negro de la piel en sí es insuficiente para explicar el racismo. Basta que sea un judío o un gitano, o un nórdico para que ya nazcan en mí diferentes sentimientos, por más que se trate de personas de piel blanca.
Dado, pues, que el origen del racismo no está en la raza, ¿dónde podría ser situado? Una explicación aceptada en las ciencias sociales es que el origen está en una combinación de factores psicológicos y culturales. Veamos esto sucintamente.
A nivel psicológico el racismo parece funcionar sobre un mecanismo perceptivo de categorización (Allport, 1954), que agrupa y segmenta las personas en categorías distintas, y sobre otro afectivo, que opera sobre el significado psicológico negativo que parece tener para la persona todo aquello que sea extraño (por ejemplo, porque pertenece a otra categoría), complementado a su vez por el significado positivo que tiene para el individuo el poder identificarse con algún otro similar o familiar (por ejemplo, por ser de su propia categoría) y poder así reconocer o proyectar en él sus propios sentimientos narcisistas.
El proceso de categorización es automático indispensable. La percepción de otra persona parece operar más por lo que le hace diferente y semejante de otras personas que por informaciones que fueran totalmente independientes de los demás. Es así como se dice que la percepción social funciona sobre la base de la categorización social. Para formar estas categorías no damos la misma importancia a todas las informaciones percibidas, recurriéndose en general a la siguiente doble operación cognitiva: acentuar mucho el parecido entre dos estímulos -de una misma categoría- y/o acentuar mucho lo diferente con otros estímulos -de otra categoría-.
El punto esencial aquí es sobre qué base se categoriza: ¿el sexo, el color de piel, la edad, la clase social, la pertenencia política..., el color de los ojos, la talla del pie? Evidentemente es aquí donde interviene la cultura en la que vivimos, en la medida en que va a hacer más funcional un tipo de categorización que otra. En principio las mejores categorizaciones funcionan sobre dimensiones discontinuas, aunque no exclusivamente. De este modo, en una época dada se exige mucha mayor visibilidad a los símbolos distintivos de los grupos sociales que en otra: marcas, tatuajes, modos de vestir, etc. Por ejemplo, hoy los signos que diferencian las clases sociales se han difuminado en gran medida. Piénsese de igual modo en lo importante que era conocer hace unos veinte años la ideología política y la escasísima importancia que tiene hoy en día para entablar comunicación social. Sin embargo, parece observarse que cuando unos sistemas de diferenciación social pierden peso, van surgiendo otros que los sustituyen en relevancia.
También a nivel psicosocial, el proceso de categorización se hace fundamental para poder construir la identidad social. En efecto, al igual que nuestro yo, lo que somos, la conciencia de ser persona, se forma por lo que somos únicos, es decir, por lo que nos diferencia de todos los demás (nombre, forma física, fecha de nacimiento, gustos, preferencias, DNI, etc.), lo mismo sucede con la identidad social (jóvenes, estudiantes, ecologistas, pacifistas, antirracistas, europeos, valencianos, etc.), que no se podría construir si no fuera porque percibimos en alguna dimensión dada un parecido con los de nuestra categoría, clase o grupo social (sexual, edad, religión, etc.) y que ese parecido con los de nuestra categoría es importante porque es lo que nos diferencia de los de otra categoría social dada. Entonces, nuestra identidad social (lingüística, nacional, religiosa, política, profesional, etc.) se forma, por una parte, por la identificación a nuestras categorías, que son las que aportan los atributos, las características, con las que nos definimos, y, por otra parte, por la exclusión de lo que no somos, es decir, por la acentuación de diferencias con aquellos que amenazan nuestra identidad por su proximidad o por su visibilidad social.
A esta necesidad de diferenciarnos de los demás se añade un valor social, lo que hace que en general todo sistema de categorización engendre una jerarquía social. En general, todo grupo intenta todo lo posible para quedar por encima de los demás. En realidad los grupos a los que pertenecemos, no tienen valor si no es porque eso da, en nuestro entender subjetivo, una imagen de marca a nuestro yo personal. El que los otros reconozcan o no esa imagen de marca, es otro problema, pero basta que así lo sea subjetivamente para que ya sea relevante. La comparación social que hacemos con los demás no tiene porqué ser instrumental (directamente competitiva), sino puede ser simbólica (cf. Turner, 1975). Por ejemplo, hay un cierto orgullo de ser europeo y no africano, de ser blanco y no negro, de ser nórdico y no mediterráneo, aunque ello no sea instrumento material de nada.
Nos extendemos presentando esta teoría sobre la naturaleza del racismo porque con ello queremos ilustrar que el racismo no es ni algo inmanente en la piel del que lo sufre, ni algo que un individuo tiene, y no otro, por su forma de ser. El racismo es una modalidad de relaciones entre grupos como otras tantas (por ejemplo, el sexismo, el nacionalismo, etc.), con más o menos auge, según momentos y contextos. En realidad los grupos lo utilizan para construir su identidad social positiva que por unas u otras razones ello se suele hacer a expensas del otro. Ese es un hecho psicosocial y cultural indiscutible.
Todo análisis que apunte a las razones económicas, a diferencias religiosas culturales, al «modus vivendi», a las diferencias políticas, etcétera, no estará sino tocando a lo periférico, a los factores que modulan la expresión del racismo, pero no a la naturaleza misma de éste. La literatura relevante está hoy saturada de ejemplos a este nivel. Insistimos porque se argumenta reiteradamente que el problema del racismo en USA, por ejemplo, o en el barrio de la Malvarrosa de Valencia -por evitar sugerir siempre que sólo los otros son los racistas-, se debe a la crisis económica en el primer caso y al problema de la droga en el segundo....
Básicamente, el racismo ya no trata de Manolo es negro y no me gustan los negros, negros malos, ahora está evolucionando y el racismo empieza a partir de una base de sentimiento nacionalista donde el individuo ve que una persona ajena a la nación y otra perteneciente a ella, donde al igual en condiciones comenzamos a ver que se tira más hacia un bando que a otro a la hora de las ayudas, pero bueno eso podemos achacarlo a políticas externas, internas, la onu... XD ya cada uno que lo vea como quiera, pero desde luego, una sociedad racista es penado por "las entes", pero que la propia gente de un país muera de hambre es algo normal en tiempos de crisis... Lo primero sale en las noticias seguro, lo segundo ya es más difícil...