¿Te has preguntado alguna vez si es el “Barrio Rojo” de Amsterdam una innovación adelantada a su tiempo de una sociedad más civilizada y ordenada de nuestros amigos del Norte?
Una de las características del Sur de Europa, y en especial España, desde finales de la Edad Media hasta finales del siglo XVII fue crear ghettos, amurallados pero legales, donde se confinaba toda la actividad de prostitución de las ciudades. De este modo les resultaba más fácil a los oficiales del fisco recaudar los décimos por los “actos de placer”.
No, no has leído mal, las fechas son correctas, esta práctica gozó de una larga y duradera convivencia con la Inquisición.
Y es que la prostitución se consideraba socialmente como un mal necesario para proteger la institución matrimonial. San Agustín de Hipona había dicho que, si se cerraban los prostíbulos, la lujuria lo invadiría todo. También Santo Tomás de Aquino en su Summa Theologica señalaba la necesidad de las meretrices en la ciudad. Y el predicador valenciano San Vicente Ferrer promulgaba que la mancebía tenía cabida en la sociedad a causa de los vicios femeninos y la incontinencia de los hombres.
El caso más conocido es el de la gran mancebía de Valencia, posiblemente la más famosa de toda Europa, ya que Valencia, a principios del siglo XVI era uno de los puertos más importantes del Mediterráneo, un hervidero de comerciantes y negociantes que venían de todos los mares, donde corría la voz de un gran distrito de prostíbulos sin igual en el mundo. El resto de grandes barrios-mancebías de España copiarían sus regulaciones, usos y costumbres.
Pero pasemos directamente a los testimonios de la época:
- Antoine de Lalaing, noble flamenco que visita Valencia en el siglo XVI:
“Tras la cena, los dos caballeros, guiados por algunos de los caballeros de la ciudad, se fueron a recorrer el barrio de las mujeres públicas, que es tan grande como un pueblo y que se halla totalmente cercado por una muralla que sólo tiene una puerta. Ante esa puerta se halla levantada una horca para aquellos que cometiesen alguna fechoría en el interior. En ésta, un centinela se incauta de las armas de los visitantes y les advierte que, si desean confiarle la custodia de su dinero, éste les será restituido sin merma alguna, a la salida; pero si no quisieran depositarlo y les fuera robado durante su visita nocturna, el centinela no contraerá por ello responsabilidad alguna.
Existen tres o cuatro calles llenas de pequeños lupanares y en cada uno de ellos se encuentran varias muchachas, muy lujosamente vestidas con terciopelos o sedas, de modo que puede calcularse en doscientas o trescientas el número de mujeres. Estas mancebías están llenas de adornos y disponen de buenas ropas y lencería. La tarifa es de cuatro dineros de su moneda -en Castilla sólo se pagan cuatro maravedíes-, lo que equivale a un florín de Flandes y del que el fisco percibe, como en todas las cosas, una décima parte, y no se puede exigir más por una noche. Hay también albergues y tabernas.
Las mujeres están sentadas en el umbral, bajo la luz de una hermosa linterna, para que pueda vérselas bien. Dos médicos, nombrados y pagados por la ciudad, visitan semanalmente a las mozuelas, a fin de comprobar si padecen enfermedades pustulosas o enfermedades secretas, y, en caso afirmativo, hacerlas que abandonen el lugar...
Y he notado todo esto porque jamás había oído hablar de un servicio policial, y tan bien montado, en un lugar tan vil. La policía era, en efecto, excelente y la organización de este singular establecimiento dejaba poco que desear. Todo en él estaba ordenado de tal suerte, que los desórdenes se apaciguaban del modo más fácil. La autoridad local desplegaba la mayor pericia y diligencia en la buena disposición de aquel burdel modelo.”
- El veneciano Sigismondo di Cavallli describe igualmente su funcionamiento a principios del siglo XVI: “Hay también en esta ciudad un lugar hecho por la autoridad, grande como la Isla de S. Jorge Mayor de Venecia, cerrado con muros con una sola puerta, en el que hay muchas casas, donde habitan todas las cortesanas de Valencia. Éstas no pagan otro alquiler de casa y en cuanto a su vivir tienen dentro 5 ó 6 hosterías en las que por cierto precio módico les dan todo lo que necesitan cada día…a la puerta del cual hay continuamente un hombre, que se llama ‘guardian de las putas’, que no deja entrar a nadie con armas, ni que sea defraudada ninguna por su paga, que está también establecida, y soluciona las desavenencias que surgen a veces entre ellas”.
- Henrik Cock, viajero en Valencia en el siglo XVI: “La putería pública, que tan común es en España, que muchos primero irán a ella que a la iglesia, entrando en la ciudad, no se ha de callar en este lugar. Es ella la mayor, según los curiosos desta materia dicen, de toda España, y está cercada en derredor con un muro…” "Hay en Valencia, al igual que en toda España, pero aquí más atractivo, un famoso lugar con hembras dedicadas al placer público, que disponen de un barrio de la ciudad donde esa vida se ejerce con toda libertad. Un refrán español dice: rufián cordobés y puta valenciana”.
- El alemán H. Münzer describía el ambiente nocturno: “Es también su costumbre el pasear tarde por las calles, hasta bien entrada la noche, hombres y mujeres en tal cantidad que parece una feria. Y, sin embargo, nadie es ofendido por otro. Si no lo hubiese visto con mis compañeros y en compañía de los ilustres mercaderes de Ravenburg, difícilmente lo hubiera creído. Asímismo, las tiendas de comestibles están abiertas hasta media noche, de forma que en cualquier hora puedes comprar todo”.
- Antoine de Bruel, escribía a mediados del XVII: “no había en España quien no sostuviera a su dama y no parara en el amor de alguna ramera”.
Felipe II trató de reglamentar la “profesión” a finales del XVI. Mediante ordenanzas se situó a los prostíbulos bajo la autoridad de un “padre” o una “madre”, y se prohibió reclutar a las prostitutas entre casadas o entre vírgenes, y se las obligó a someterse a una revisión médica cada ocho días.
[El tema de reclutarlas entre casadas no debe sonarnos tan extraño, se sabe que había casos de maridos que aceptaban que sus mujeres fueran concubinas de algún noble o eclesiástico de mayor condición, en el propio Lazarillo de Tormes, éste se casa con la criada de un eclesiástico al que sirve, y las malas lenguas la acusan de que el matrimonio con Lázaro es sólo un arreglo para que pueda seguir siendo manceba de su señor sin sospechas]
Pero volviendo al tema del hilo, las prostitutas debían suspender el “oficio” durante la Semana Santa, y una vez al año asistir a un sermón especial para ellas con miras a lograr su arrepentimiento, en cuyo caso se las internaba en una casa de protección. En el caso valenciano fue la famosa Casa de las Arrepentidas, último refugio de las prostitutas que caían enfermas o simplemente querían abandonar ese modo de vida, que funcionaba como un convento de clausura. Las autoridades refrendaron y dotaron de rentas a esta institución, para dar una vía de escape a un problema de moral y de salud pública al mismo tiempo que se mantenía la legalidad de las grandes mancebías.
También los campesinos de los pueblos en sus idas a la capital incluían una visita a estos lugares. En los lupanares modestos, la tarifa de medio real, cobrada en la segunda mitad del siglo XVI, ponía al alcance de cualquier bolsillo humilde una noche de placer. Tarifa nada prohibitiva, pues venía a representar la cuarta parte del salario diario de un trabajador manual. Incluso se había extendido la idea entre que el acto carnal pagado no era pecado si lo practicaban los jóvenes y solteros.
La prostitución era pues un negocio lucrativo en el que no eran infrecuentes los casos de prostíbulos pertenecientes a aristócratas, eclesiásticos y cofradías, llegando incluso éstos a perseguir a las prostitutas “autónomas” y a los intrusos e intrusas que abrían por su cuenta nuevos prostíbulos aumentando la competencia.
Cabe también añadir que en el siglo XVI ya queda lejos el ideal caballeresco de la dama, el amor platónico es desplazado por el amor carnal "boccaciano", los hombres del XVI rehuyen a la mujer difícil y prefieren a la más asequible. La gracia y el donaire constituyen el ideal de la belleza femenina. Algunos idealistas seguirán prefiriendo a la mujer de pelo rubio, ojos azules y piel blanca y sonrosada, mientras que el vulgo siente debilidad por la mujer de tez morena, de ojos y cabellos negros, talle flexible, estatura reducida y espíritu alegre y seductor.
Para ver una jocosa e imaginativa relación de precios, tenemos este breve texto del siempre incendiario e irreverente Quevedo: Premática que ha de guardar las hermanitas del pecar, hechas por el fiel de las putas