“La radioactividad te hará sentir más sano”. Con estas palabras se anunciaban algunos productos durante la década de 1920 y 1930 en países como EEUU o Alemania. El descubrimiento del radio, a manos del matrimonio Curie unos años antes, había abierto un abanico de posibilidades a la industria, que lo convirtió en una especie de remedio milagroso para todo.
De la noche a la mañana, el mercado se llenó de bebedizos y cremas que contenían radio y que prometían aumentar la virilidad o impedir la caída del pelo. Durante años, se utilizó el producto de manera inconsciente hasta que empezaron a morir los primeros afectados: trabajadores que morían en apenas unos meses o víctimas de sus propias invenciones a las que el cáncer devoraba los huesos. Para algunos, el descubrimiento de los letales efectos del radio llegó demasiado tarde.
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