Una vez más, por si aún quedaban dudas sobre mi falta de criterio propio, me dispongo a pegar un nuevo artículo ajeno, no muy largo esta vez.
El artículo en sí no tiene mucho de especial, simplemente poner en evidencia el camino hacia la servidumbre al Estado en que nos embarcan proyectos como el Estatut, ni más ni menos que invertir la soberanía y que el ciudadano se convierta en siervo y vasallo de su clase política; lo especial del artículo es sin duda su autor, aunque estaría bien leerlo primero sin saber quien es para poder valorarlo sin prejuicios.
Nacido para no ser leído
"El proyecto de Estatuto para Cataluña está redactado desde el barullo. Barullo en su necesidad innecesaria, en su gestación y en su redacción, que alcanza a lo identitario, a lo competencial, a lo individual, a lo numérico, a lo conceptual e incluso a la técnica legislativa usada. Pero parece que de esto nadie se ha enterado y que menos han sido todavía los que han valorado las repercusiones que puede tener en el futuro el texto remitido a Madrid.
Sólo así se entiende que el preámbulo, infame en lo conceptual y contradictorio en lo terminológico, no haya merecido la repulsa de un solo editorialista de Barcelona. O que en un país de sobriedad reconocida, como el nuestro, la retórica complaciente e impropia de un texto jurídico alumbre el proyecto estatutario. O que ningún padre proteste por ver limitada su responsabilidad «al marco de la comunidad educativa», regida por la Administración, como si Cataluña fuera la Cuba de Fidel Castro. O que ningún liberal, si todavía existen, proteste por el uso y abuso de verbos como «regular», «controlar», «intervenir», «ordenar» o «planificar», usados en 428 ocasiones en un texto de 247 disposiciones.
O que multiplique por 25 las apelaciones a la planificación que hace el vigente texto constitucional en homenaje póstumo, supongo, a Marx y a otros profetas de un sistema económico y social fracasado como es el comunismo. O que introduzca el indeterminado concepto de renta garantizada de ciudadanía, cuyo coste asegura nuevas cargas fiscales de alta cuantía recaudatoria, o que regule, incluso, el ambiente atmosférico en esa línea de ecologismo de campanario que sufrimos.
O que, atención colegios profesionales, dé a la Generalitat el derecho a manosear el modelo organizativo, presupuestario y disciplinario de los profesionales liberales. O, incluso, la regulación de la denominación de las asociaciones de tiempo libre, cosa a la cual nunca se atrevió el general Franco.
Supongo que por eso se niega, y con razón, que el Estatuto diseñe una Generalitat intervencionista; de hecho, se concibe como soviética respecto de la sociedad y de las personas la ciudadanía, a la cual debe servir, pero en la cual no se cree. Sorprendente es, y doloroso, que esa sociedad civil haya hecho mutis por el foro sobre el contenido de la reforma, que alegremente ha apoyado, pero que parece ignorar.
O el Estatuto ha nacido para no ser leído ni tampoco creído -pero, de aplicarse, se aplicará si resulta aprobado- o se ha dimitido del modelo liberal, emprendedor, creativo, moderno, responsable e innovador que Cataluña ha labrado en siglos, para caer en brazos de otro cuyo motor, regulador y árbitro es la Administración. Qué cosas, señores, se han escrito en sede parlamentaria. Pero, ¡si hasta la visión del paisaje se socializa! ¿Y ahora quién arregla este disparate?"
Josep López de Lerma es abogado. Fue elegido diputado en el Congreso por primera vez en 1982 en las listas de CiU y repitió en las siguientes legislaturas hasta 2000. Fue vicepresidente de la Cámara Baja, portavoz del Grupo Catalán y miembro de la Ejecutiva de Convergència.
Y añado para sintetizar, una de las grandes cabezas históricas del nacionalismo catalán contemporáneo.