Santiago Niño Becerra - Jueves, 17 de Julio
Había una vez un país en el que el número de inmigrantes era muy, muy reducido, mucho más reducido que en su vecino del Norte. Era un país que había sido gobernado por un dictador que, tras su muerte, entró en una democracia tutelada y, después, en un proceso de crecimiento económico muy significativo tras su incorporación al área económica ya existente en el continente al que ese país pertenecía; el número de inmigrantes establecido en el país continuaba siendo muy bajo.
Unos años después, en ese país tuvieron lugar una serie de eventos que le catapultaron a la escena internacional, lo que contribuyó a que ese país, literalmente, se pusiera de moda; cierto es que, coincidiendo en el tiempo, la economía mundial entró en recesión, pero eso se solventó incrementando artificialmente la capacidad de endeudamiento de las poblaciones de una serie de países, entre ellos, en el país de nuestra historia.
Pasaron los años y una nueva recesión vino a nublar el panorama económico internacional, aunque, en este caso, su duración y su impacto fueron mucho más breves que los de la anterior debido a que las facilidades para acceder al crédito fueron incrementadas hasta el absurdo, tanto para personas y familias, como para empresas. En el país de nuestra historia, la disponibilidad de crédito también se disparó.
Quienes, en economía, deciden lo que tiene que suceder vieron que las rentabilidades del papel negociable, de los capitales, no alcanzaban las cotas deseables debido a que el sistema estaba entrando en una cierta atonía, la solución fue poner en marcha un invento por el que prácticamente todo el suelo del país de nuestra historia era susceptible de ser convertido en urbanizable; había capital, había suelo, faltaba mano de obra barata, dócil, no reivindicativa; no importaba que su productividad fuese reducida, la solución a esa necesidad era conocida: la inmigración masiva procedente de países míseros.
Distintos Gobiernos formados por diferentes partidos políticos fueron trayendo y regularizando inmigrantes, o permitiendo su entrada con visados de turista y su empadronamiento en los municipios en los que residían aunque su estancia fuese ilegal. Llegaron a cientos de miles, el porcentaje de la población inmigrante llegó a situarse en el 11% de la población de ese país, y en alguna de sus regiones superó el 14%, la tasa más elevada de cualquier región del área continental a la que nuestro país pertenecía.
El PIB, a base de deuda y crédito fue aumentando, aunque a costa de que la deuda privada superase el 215% del PIB, de que el déficit exterior fuese mayor del 11% del valor de la producción nacional y de que, falta de una política planificada, las tensiones entre la población autóctona y la inmigrada fueran crecientes. Un hecho vino a perturbar, aún más, la situación: en los últimos cinco años, fue un signo de progresía en el país que nos ocupa manifestarse enfervorizado defensor de la inmigración así como realizar abundantes declaraciones sobre lo necesaria que para la economía nacional la inmigración era.
Un día llegó la tormenta, pero no una tormenta cualquiera, sino la negrura más espesa que imaginarse pueda, en forma de una crisis sistémica que, empezando en las economías más avanzadas, cual si de una plaga de tratase, se fue expandiendo por todo el planeta; una crisis que, a diferencia de anteriores recesiones, no afectaba a los elementos coyunturales del sistema, sino a sus bases: al modo de producción.
Dos años antes de que la crisis estallase, rápidamente fueron poniéndose de manifiesto los problemas que encerraba el modelo de crecimiento económico elegido en ese país, algunos expertos creyeron que la reversión del proceso por el que masivamente se había producido la entrada masiva de inmigrantes era posible recurriendo a ciertas medidas, como el retorno voluntario de aquellos inmigrantes cuya llegada había sido aplaudida y bendecida. Cuando estas medidas empezaron a ser consideradas, las tasas de desempleo oficial del factor trabajo estaban situadas en el 8,7% para la población nativa de ese país, y en el 14,6% para la población inmigrante legalmente establecida.
El plan diseñado contemplaba el retorno de los inmigrantes desempleados y el pago en dos plazos de la suma del subsidio de desempleo que correspondiese al tiempo trabajado, a cambio del compromiso de no retorno en el plazo de entre tres y cinco años, el objetivo era diáfano: eliminar una población desempleada, consumidora de unos recursos crecientemente escasos, y no productora de nada por el lado de la oferta debido a que esa población había dejado de ser necesaria.
De los más de cuatro millones de inmigrantes que en ese momento se encontraban en el país, en el momento en que ese plan comenzó a ser estudiado, se estimó que el 25% podría acogerse a él, es decir, que podía ser considera población excedentaria y no necesaria.
El plan, como Uds. pueden suponer, fue un completo fracaso: aquellas inmigrantes y aquellos inmigrantes desempleados, al tener que escoger entre regresar a sus países de origen sumidos estos en una crisis cuyas consecuencias para la población eran incluso peores que las que la inmigración percibía en el país en el que se encontraba, aunque fuese con un puñado de monedas en sus bolsillos, y permanecer en un país inmerso en una crisis mundial, pero con un mayor orden y unas mayores posibilidades, optaron masivamente por permanecer en él, lo que fue generando un creciente rechazo en la población autóctona (a ello contribuyó el hecho de que las cantidades ofrecidas a los inmigrantes por abandonar el país habían salido de los impuestos pagados por todos los residentes del país, pero sus destinatarios, los inmigrantes, fundamentalmente, solo habían contribuido a generar beneficios para un puñado de grandes empleadores que les habían ocupado en condiciones, muchas veces, precarias).
Lo que vino después fue muy triste, y la historia recordará mal lo que sucedió y culpará a aquellos y aquellas que decidían lo que había que hacer por permitir, en su momento, la llegada masiva y no regulada de una población que acabó convirtiéndose en enemiga de la población autóctona. Imaginen lo peor porque eso fue lo que sucedió: durante los diez años que duró el período de crisis, expulsiones masivas y forzosas, internamientos en reservas, creación de guetos y miserización de esa población inmigrante en un grado superior a la nativa; eso es lo que sucedió.
Tras la crisis, la recuperación se buscó en la mejora de la productividad y se sustentó en la eficiencia, en la óptima utilización de los recursos; de cara a la inmigración ello supuso que ya no volvió a ser necesaria una inmigración masiva, ni en los años siguientes ni en los posteriores.
Eso pasó hace tiempo, mucho tiempo, cuando nos decían que aún eran posibles los sueños.
(¿A qué se refería el Señor Ministro de Economía del reino cuando dijo hace un par de días aquello de que esta crisis es ‘la más compleja que nunca hemos vivido’?. Si se refería a que esta va a ser la crisis más compleja de la historia, se equivocaba: va ser clavadita a la de 1929, con un añadido: entonces había recursos de sobra, ahora va a haber escasez, y mucha; pero si se refería a que nadie en sus plenas facultades recuerda una crisis como la que hemos empezado tiene razón: esta será la crisis más compleja (no dijo ‘dura’: la próxima vez) que nadie haya vivido: quien en 1929 tuviera 21 años de edad, ahora tendrá 100: demasiados para recordar bien, además tendríamos que ir a buscar a esa persona a USA: aquí aquello afectó poco: demasiado atraso).
(La evolución del PIB se puede medir de muchas maneras, por ejemplo, a través del impacto de la demanda de vuelos: previsiones de Spanair: 2008: -3,0%, 2009: -7,0%, 2010: Continúa la crisis).
(El FMI ha publicado una revisión de sus previsiones. Resulta que la economía más beneficiada es USA: la que más entrampada está es la que mejor le van a ir las cosas, precisamente la que tiene las elecciones más decisivas: en Noviembre. Con respecto a Abril, el Mundo mejora, tanto este año como el próximo; la UE mejora este y se queda igual el que viene. España a peor el próximo. Todo muy formal, ¿no?. Esperemos al informe de Otoño: será muy diferente, ya verán. El Lunes hablaremos de esto).
Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.