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testimonio de los reporteros
¿Una crisis nuclear? Nadie la ha vivido ni sabe cómo responder a ella. Las balas se ven o al menos se oyen pasar, a veces desde una distancia imprudente. Pero la radiación ni se ve ni se huele. Puede estar o no estar. Y es esa incertidumbre lo que ha hecho perder los nervios incluso a los más experimentados reporteros.
Los hay que abandonaron ayer el epicentro del desastre en un ataque de pánico, viajando toda la noche para buscar el primer aeropuerto abierto y dejar el país cuanto antes. Otros han optado por trasladarse a zonas más seguras del oeste y norte del país. Algunos han acumulado provisiones y se niegan a salir de la habitación de su hotel, temerosos de ser contaminados.
Periodistas que seguían en Sendai intercambiaban anoche mensajes y llamadas, hubo reuniones y discusiones telefónicas con los jefes en Madrid, Londres o Nueva York para decidir si había llegado el momento de poner tierra de por medio. Richard Jones, un experimentado fotógrafo británico que vive en Japón, describía así el ambiente:
"Los hay que han entrado en un estado de histerismo, otros estamos razonablemente preocupados y alguno que ni se inmuta". Hay una regla no escrita a la hora de cubrir un desastre natural: no te quejes de tu situación, de no lavarte en días, dormir en cualquier sitio o interrumpir la crónica cada vez que una réplica del seísmo te mueve de la silla. Te rodean miles de personas que están mucho peor que tú, que han perdido seres queridos y no tienen hogar. Tú, después de todo, terminarás tu trabajo y te marcharás a casa.
Ellos se quedan
Pero el terremoto del pasado viernes y el tsunami que le siguió han degenerado en una amenaza nuclear seria y el manual del reporterismo ha sido puesto del revés. La noticia de que dos fotógrafos que se acercaron excesivamente a la central nuclear han sido expuestos a niveles de radiación superiores a los normales, aunque no perjudiciales para la salud, ha llevado a muchos a tomar la decisión de marcharse.
Periodistas de Hong Kong han sido examinados a su regreso a casa para comprobar sus niveles de radiactividad, sin que fueran preocupantes. El presentador estrella de la CNN, Anderson Cooper, dirige ahora las noticias desde Akita, lo más al norte posible. Radio Francia ha retirado a seis de sus siete corresponsales...
La sensación de angustia de los enviados especiales ha aumentado porque la parálisis que sufre Japón no garantiza poder salir a toda prisa en el último momento, en caso de que fuera necesario. No hay trenes ni aviones. Las estaciones de servicio están cerradas por falta de gasolina y quienes disponen de ella piden una fortuna por ir de una ciudad a otra.
Un mensaje del corresponsal del diario 'The Guardian' Jonathan Watts en su Twitter revela los desafíos de este territorio periodístico no explorado: "Revisando la última información sobre niveles de radiación y dirección del viento antes de decidir si salgo a recoger información".
Hubo un tiempo -esto es: hace una semana- que un enviado especial podía esperar que su periódico le mandara algún dinero extra y un teléfono satélite. 'The New York Times' ha enviado a sus reporteros desplazados a Japón material para medir la radiactividad y medicamentos para minimizar sus efectos.
"Me largo y tú deberías hacer lo mismo", me dice un colega estadounidense mientras carga el ordenador, la cámara y los bultos en el coche que le llevará lejos de aquí. "No me pagan suficiente para esto".