Recuerdo cuando, después de la reforma laboral que consagró los contratos basura y las ett’s, los trabajadores temporales (en aquel entonces todavía minoría) íbamos a la fábrica con el uniforme de nuestra empresa (la ett) para que se nos distinguiera bien. Ocupábamos el escalafón más bajo muchos de los demás trabajadores nos miraban mal porque se temían (con razón) que por gente como nosotros nos se iban a tener que bajar –y mucho- los pantalones para no acabar en la calle, si es que no les iban echando directamente. Otros, que no eran tontos y también se temían lo que iba a venir, nos trataban como a compañeros.
Han pasado más de diez años y no he conocido un empleo estable. Eso sí: entretanto ha surgido un tercer escalafón laboral: los inmigrantes que dependen del contrato para su subsistencia y por tanto están más pillados.
Los de los contratos fijos son en su mayoría de la generación de mis padres, que no ha conocido la precariedad y a la que no le entra en la cabeza todavía, después de 20 años (cuando se alcanzaron los tres millones de parados ¿o eran 4?, el fenómeno del paro endémico. Siempre han pensado que es algo que se pasa y que un buen día te cogen para siempre. Ya los van prejubilando a todos.
Recuerdo que en aquel entonces empezaron a surgir las teorías de que el proletariado era poco menos que contrarrevolucionario y que los revolucionarios del mañana íbamos a ser el precariado. Eso justificaba el odio entre fijos y precarios. Ahora, además, están los inmigrantes, que sufren precariedad y racismo a la vez. ¿Tienen entonces motivos para odiarnos y pegarnos palizas por la calle por ser precarios pero blancos? ¿O por ser fijos y con coche?
Ha habido un debate en esta página sobre si habría que ocuparles las casas a los obreros con dos viviendas, o cómo de bien está quemarles los coches a los “aburguesados”. ¿Quiénes son los aburguesados? ¡Los trabajadores con contrato fijo que se pueden pagar lo que todos los trabajadores quieren tener! Y entonces, no sé qué me van a quemar los inmigrantes, como no sea el portátil, pero siempre nos podemos pegar.
La generación de los trabajos fijos, aunque siga votando izquierda, me da la impresión de que es cada vez más racista y más facha. Entre los precarios cada vez hay más desquiciados. Y luego están los inmigrados, cuyos hijos crecerán excluídos.
Hubo un tiempo en que los que cortan el bacalao empezaron a dividir a la gente a través de pequeñas diferencias: de salario, de posición... diferencias minúsculas que quebraban la unidad de las plantillas y eran el caldo de cultivo de trepas e “integristas” (en el sistema: gente que despreciaba su propia clase y se identificaba con la filosofía de la empresa como “gran familia”. Ahora parece que a esas divisiones se han sumado las categorías del miedo, el terror y el vacío.
Sin embargo, creo que convendría no olvidar que quienes cortan el bacalao no son quienes tienen coche sino quienes poseen empresas, que precarios y no precarios solemos ser parientes pero que incluso los excluidos son de nuestra clase social. Deberíamos saber explicarnos claramente qué es lo que nos une y en qué nos puede beneficiar combatir unidos.
Pienso que conviene no olvidar quién es el enemigo y rescatar la conciencia de clase más allá de las circunstancias de nuestro contrato.