Os traigo este copy&paste hecho por esta cuenta de TW (no es mía ni conocida) y me ha parecido interesante
Aniversario de la derrota de los tercios en Rocroy
Batalla de Rocroi
El 19 de mayo de 1643, tras más de 6 horas de despiadada batalla, los tercios españoles, bajo el mando de Francisco de Melo, capitán general de los tercios en Flandes, cayeron derrotados en Rocroi ante las tropas francesas del Duque de Enghien.
Tras heredar Felipe IV el trono, el Imperio Español, aunque en una situación de clara decadencia, seguía extendiéndose por todo el planeta y aún mantenía la hegemonía mundial. A pesar de ello, ya no era la potencia que era en siglo XVI, y sus enemigos habían crecido en número y beligerancia. En esta situación, dentro del marco de la Guerra de los 30 años, Francia intervino en la guerra en 1635, alarmada por la derrota de los suecos y la hegemonía de los Habsburgo en Europa. De esta forma el Cardenal-Infante enviaría a los tercios desde los Países Bajos y Felipe IV haría lo propio penetrando en Francia por el sur.
En el verano de 1636 el Cardenal-Infante lanzó sus fuerzas contra el norte de Francia, tomando Le Bec de la Chapelle, Saint Leger y Corbie, tomando los puentes sobre el río Somme, quedando expedito el camino a París. La caballería española llegó a los arrabales de la capital francesa provocando el caos y el miedo entre la población y la corte, y evacuándola casi por completo. Pero no pudieron las fuerzas del sagaz Cardenal-Infante explotar su éxito y tomar París, pues Felipe IV nunca llegó a invadir el sur francés. El proyecto se abandonó y Francia respiró aliviada, incapaz de derrotar el poder hasta que, en 1640, y aprovechando las revoluciones surgidas en Portugal y Cataluña, que tanto la propia Francia como Inglaterra, aspirantes al trono mundial, habían alimentado convenientemente, se lanzó a la carga.
Para tratar de aliviar la presión en estas zonas y en el Franco Condado, España decidió invadir la Champaña. Francisco de Melo, de origen portugués y que en 1641 había sido nombrado gobernador de los Países Bajos, derrotó ampliamente a un ejército francés muy superior en número en Honnecourt, el 26 de mayo de 1642, y siguió avanzando por el norte francés penetrando en la región de Las Ardenas. Con algo más de 20.000 soldados y cerca de una treintena de cañones, Francisco de Melo, puso sitio a la ciudad francesa de Rocroi en mayo del siguiente año.
Rocroi, al noroeste de la ciudad de Meziers y cerca de la frontera belga, contaba con una excelente fortificación de planta pentagonal que la convertía en una plaza difícil de batir, de ahí la gran cantidad de artillería desplazada por el general portugués. Al suroeste de la villa asomaba una pequeña llanura de aproximadamente dos kilómetros y medio entre una zona boscosa y los márgenes de unos pantanos. Para defender la amenaza española los franceses enfrentaron un ejército de algo más de 24.000 hombres; cerca de 18.000 infantes, casi 7.000 jinetes y 24 piezas de artilleras, encabezados por Luis II de Borbón, duque de Enghien, más conocido como El Gran Condé, quien en aquel momento contaba con solo 22 años.
Los franceses tenían que atravesar un estrecho paso para llegar a la llanura donde se hallaban las tropas españolas. Era una maniobra muy arriesgada ya que la caballería no podía maniobrar correctamente en este terreno y el ejército francés podrían quedar atrapado en una emboscada. Pero por razones desconocidas Melo no salió a su encuentro allí y permitió que los franceses se situaran tranquilamente, dejando el desfiladero a su retaguardia y perdiendo así una oportunidad única de acabar con el enemigo. Debió pensar el general portugués que los franceses no tendían escapatoria y que en campo abierto no eran rival para sus tercios. Melo envió correo urgente a Jean de Beck ordenando su presencia para la mañana siguiente.
La tarde del día 18 de mayo ambos ejércitos se encontraron frente a frente. El ejército español se dispuso en medio de la llanura y al norte de las posiciones francesas. Melo estaba flanqueado al oeste por los pantanos de Houppe, y al este le protegían los bosques de Potées, dejando a su espalda la ciudad de Rocroi. La forma de organización de las unidades españolas era la que el Cardenal-Infante Fernando de Austria, fallecido en 1641, había dictado en el año 1636, ordenando los tercios en 15 compañías de las que trece serían de picas, con 69 coseletes y 127 mosqueteros cada una, y dos de arcabuceros formadas por 160 arcabuces y 30 mosquetes. Por su parte los valones formaban en un único cuadro con 142 mosquetes y 46 picas, y los alemanes con 32 coseletes y 140 mosquetes. Como bien es sabido, en esa época aquellas cifras solo eran válidas sobre el papel, ya que en el campo de batalla apenas se alcanzaba la mitad de los efectivos.
Despliegue de fuerzas
El general portugués agrupó a su ejército en formación tradicional, con la infantería dispuesta en dos líneas y la artillería en el centro por delante de los hombres; 5 tercios de infantería vieja española en la vanguardia; los de Villalba, con unos 1.200 hombres, el de Velandia y el de Mercader, con un número similar de efectivos, el de Garciés, que era el antiguo Tercio de Fuenclara, que tan bien se desempeñó en Nördlingen, con algo más de 1.700 infantes, y el de Castellví, compuesto por 1.500 infantes españoles y borgoñones. Junto a ellos se situaban el regimiento borgoñón de Saint-Amour, y 3 tercios italianos bajo el mando de Strozzi, Ponti y Visconti. Por delante de ellos situó 18 piezas de artillería.
En la segunda línea del centro del ejército español formaban 9 unidades más: 5 regimientos valones, los del príncipe de Ligny, el de Ribacourt, el de Granges, Meghen y Bassigny, todos ellos con unos 500 soldados cada uno. Y 4 regimientos de infantes alemanes que sumaban un total de 2.500 hombres dirigidos por D´Ambise, Montecuccoli, Frangipani y Rittburg. Todo el centro del ejército español sumaba unos 12.000 infantes y 30 cañones, y estaba comandado por el maestre de campo general, conde Paul-Bernard de La Fontaine, un enérgico caballero del Franco Condado, que había ascendido en el ejército de los Países Bajos gracias a su valentía y su ingenio, pues provenía de una familia humilde.
El ejército español cerraba sus flancos con la caballería. En el ala izquierda se situó la caballería valona del duque de Alburquerque protegida por el bosque de Potées en su costado, y otra pequeña agrupación de árboles por delante de ellos, donde se colocaron algo más de 500 mosqueteros. La caballería del duque formó en 2 líneas. La primera con 1.200 caballos divididos en 8 escuadrones de 150 jinetes cada uno, mientras que la segunda línea la integraban 7 escuadrones de otros 150 caballos sumando un total de 1.050 efectivos. El Tercio del duque de Alburquerque lo mandaba su sargento mayor Juan Pérez de Peralta. El duque le pidió más hombres a La Fontaine para apostarlos en el bosque de Potée y así proteger mejor el flanco izquierdo del ejército, pero el general se negó por considerar que podría debilitar el centro de la formación.
El ala derecha española estaba ocupada por la caballería alsaciana del conde de Isemburg usando los pantanos de Houppe para protegerse. También formada en 2 líneas, el conde situó en la primera 6 escuadrones con 200 caballos cada uno y una compañía de caballería con otros 200 efectivos para que se movieran con libertad por el campo de batalla. El segundo escalón lo ocuparon otros 6 escuadrones con la misma cantidad de caballos que en la primera línea, y además un escuadrón de caballería ligera croata con unos 200 componentes más, los cuales estaban preparados para acometer si el ejército enemigo perdía la formación o emprendía la huida.
Por su parte los franceses, que estaban a una distancia de algo menos de un kilómetro, formaron de manera casi idéntica a los españoles. El duque de Enghien, cuarto en la línea de sucesión al trono de Francia, dispuso en el centro de su formación dos líneas de infantería desplegadas en damero. La primera, dirigida por D´Espernan, contaba con los 8 mejores batallones franceses, entre los que destacaban los regimientos viejos de infantería de Picardía y de Piedmont, y 12 cañones de 4 y 8 libras bajo el mando de La Barre. La segunda línea se encontraba a 300 pasos de la primera y estaba al cargo de La Valliere, quien contaba con 7 batallones, en los que se encuadraba el regimiento de infantería de Vidame y el suizo de Roll. A unos 400 pasos de esta fuerza dejó Enghien una reserva de infantes y caballos bajo el mando de Sirot.
El ala derecha francesa estaba dirigida por el propio duque de Enghien y contaba igualmente con dos líneas. La primera, comandada por el general Gassion estaba compuesta por 10 escuadrones de caballería, destacando el de Gardes, que era la guardia personal del propio Enghien, apoyados por una fuerzas de 300 mosqueteros del viejo regimiento de Picardía. En la segunda línea formaba Enghien con 5 escuadrones más. En el ala izquierda, dividida en dos escalones también, se situó en vanguardia el general La Ferté, con 8 escuadrones de caballos, destacando el regimiento de fusileros a caballo del fallecido Richelieu, mientras que en retaguardia estaba L´Hopital con 5 escuadrones a caballo más y varias unidades de mosqueteros.
Enghien se dirige a cargar. Cuadro de Sauver le Conte
Los franceses tomaron la iniciativa el mismo día 18 con una pequeña incursión de Gassion y sus jinetes, que fue fácilmente rechazada por las tropas españolas. Poco después fue La Ferté quien probó fortuna lanzando a su caballería contra el flanco derecho español, siendo igualmente rechazado por la infantería española. Enghien, temeroso de que Melo se lanzase contra su desprotegido flanco izquierdo, mandó regresar a La Ferté, pero el general portugués volvió a errar en su estrategia y no tomó la iniciativa.
Sobre las 3 de la mañana del día 19 Enghien recibió noticias de que los españoles planeaban atacar temprano, por lo que despertó a sus hombres y pasadas las 4 de la mañana comenzaron a disparar sus cañones. Cánovas del Castillo, en su obra Estudios del reinado de Felipe IV, afirma que Melo arengó a sus hombres y oficiales con un "¡queremos vivir y morir por nuestro Rey!". A eso de las 5 de la mañana la caballería francesa, superior en número, cargó contra los flancos españoles. Los 500 arcabuceros parapetados en la arboleda frente al ala izquierda española, pudieron desordenar con éxito la carga francesa, algo que aprovechó Alburquerque para cargar contra Gassion, sobrepasarlo, y arremeter contra la infantería suiza al servicio francés, logrando capturar su artillería.
Paralelamente a esto Isemburg aguantó la arremetida de La Ferté, quien avanzó demasiado rápido desfondando así su ataque, algo que aprovechó Isemburg para contraatacar y deshacer la caballería enemiga. La Ferté cayó preso y herido. La caballería alsaciana se lanzó entonces en persecución de los maltrechos franceses, pero los jinetes croatas del ejército español se desperdigaron por el terreno para saquear a los caídos, creyendo que la batalla estaba ya decidida. La caballería de Isemburg llegó hasta la artillería francesa matando a su general, La Barre, y capturando algunas piezas de artillería. Eran las 6 de la mañana y todo apuntaba a una rotunda victoria española.
Pero ni Melo ni La Fontaine supieron aprovechar esta situación y, confiados en una pronta victoria, no mandaron cargar a su infantería, dando la oportunidad a los galos de reorganizar su superior caballería. Era otro error garrafal del portugués que no se correspondía con su habitual desempeño en el campo de batalla. Alburquerque por su parte se enfrentó en ese momento a la reorganizada caballería de Gassion, que avanzaba a través del bosque y amenazaba con envolverlo. Girando su frente para defenderse, el duque de Enghien vio el movimiento de su oponente y se lanzó al trote con 8 escuadrones de caballería para atacarlo por su flanco expuesto. Alburquerque mandó a su segunda línea para rechazar el ataque, pero aparecieron los mosqueteros del regimiento de Picardía para machacar el flanco izquierdo español.
La caballería española pudo aguantar dos brutales cargas francesas pero en la tercera hubo de retirarse, algo que consiguió con la ayuda de 5 escuadrones de infantes que protegieron su retirada. El propio Melo cabalgó junto a su guardia para socorrer el maltrecho flanco izquierdo español que finalmente acabó cediendo ante la abrumadora superioridad francesa. Enghien mandó entonces a su caballería cargar contra la infantería española. Los tercios de Villalba y de Velandia aguantaron como pudieron, y también el propio La Fontaine, que a pesar de su avanzada edad, demostró una capacidad y valor sobresalientes en esos momentos del combate.
Tras esto Enghien cargó contra el flanco de Isemburg y la retaguardia española. La caballería alsaciana no tardó en sucumbir al embate francés, y los valones y alemanes se vieron sorprendidos por el regimiento de caballería de L´Hopital, que emergió del bosque. Resistieron cuanto pudieron pero tras perder a uno de sus mejores mandos, von Rittburg, que fue derribado y capturado, se acabaron retirando. Melo corrió en ayuda de los italianos de Visconti afirmando que quería morir junto a ellos, a lo que Visconti replicó que querían morir al servicio del rey. Los italianos aguantaron lo indecible e incluso pasaron a la acción a la primera oportunidad que tuvieron.
Creyendo tener cerca la victoria el centro francés se descuidó, momento que aprovecharon los españoles para lanzar una carga y tomar las piezas de artillería gala. Viendo el peligro que corría su ejército, Enghien marchó contra el centro español en una arriesgada maniobra para tratar de separar los tercios españoles de los italianos y de los alemanes y valones que aún quedaban en el campo de batalla. Francisco de Melo, confiado en recibir refuerzos de Jean de Beck, barón de Beaufort, el cual contaba con el Tercio de Ávila, compuesto por unos 3.000 hombres y cerca de 1.000 jinetes, mandó retirarse a los tercios italianos de Visconti, Stronzzi y Pozzi, para evitar más bajas.
Formando en una única formación rectangular, los tercios españoles se dispusieron a aguantar las cargas francesas con la esperanza de que Beck llegara a tiempo. Pero este no acudiría, siendo finalmente rodeados por completo. Los españoles estaban frescos y habían sido reforzados por algunas unidades sueltas de caballería o de los batallones derrotados. Eran las 8 de la mañana pasadas y las dos primeras cargas francesas serían tan infructuosas como trágicas; el fuego de arcabuz, mosquete y artillería, en combinación con las picas, resultó letal para los jinetes atacantes. Muchos de ellos perecieron e incluso el propio Enghien estuvo a punto de morir tras recibir un arcabuzazo que casi penetra su coraza. Fontaine, que estaba herido y combatiendo sobre una silla, resultó muerto por el disparo de un mosquete.
Sufridos piqueros aguantan una carga de caballería
En mitad de la tercera carga los españoles se quedaron sin municiones; no podían responder al fuego francés. El Tercio de Castellví quedó prácticamente eliminado, pero la formación seguía resistiendo. 2 cargas más fueron rechazadas por unos españoles cada vez más diezmados y exhaustos, pero consiguiendo causar tantas bajas en la caballería enemiga que ésta tuvo finalmente que replegarse. La sexta carga la realizaría la infantería gala con el apoyo de las piezas de artillería que habían recuperado. El fuego francés fue despiadado. Tan solo los tercios de Garciés y Mercader, y algunos restos de los demás tercios quedaban en pie y continuaban milagrosamente aguantando. Enghien no daba crédito. Eran las 10 de la mañana, habían pasado 5 horas desde el inicio de lo combates y los hombres estaban extenuados.
Admirado por el valor demostrado por los tercios españoles y temeroso de que Beck pudiera aparecer en cualquier momento y cargar contra ellos, mandó emisarios para ofrecer una honrosa capitulación a los soldados que quedaban, el sargento mayor Juan Pérez de Peralta anunció que solo se rendiría si se les consideraba "plaza fuerte"; esto les permitiría regresar hasta España con las banderas desplegadas en formación y conservando sus armas. Los franceses aceptaron, aunque los restos del Tercio de Villalba se negaron a rendirse y aún continuaron luchando. Finalmente Enghien les ofreció una escolta para asegurar su regreso a España, lo que acabó venciendo la obstinación de los soldados españoles. Se cuenta que el propio Enghien preguntó a un soldado español por el número de combatientes de su ejército, a lo que éste le respondió: "contad los muertos, señor".
Las bajas del ejército español ascendieron a más de 3.000, entre muertos y heridos, y 3.826 prisioneros (se sabe esto ya que se guardó una relación nominal de éstos), de los cuales 2.350 fueron devueltos a España poco después. Francisco de Melo logró huir con casi toda su caballería y cerca de 3.000 infantes, a los que se unieron los alemanes, valones e italianos que habían escapado de aquel infierno. Al día siguiente lograron reunirse con Beck, a primera hora de la mañana, más de 5.000 infantes y otros 5.000 jinetes. Habían caído muertos los maestres de los tercios de Velandia, Villalba, Visconti y Delli Ponti y multitud de oficiales. Los maestres Castelví, Mercader, Garciés, el coronel Rittburg, y el coronel D´Ambise fueron capturados. Se perdieron más de 100 banderas, 60 cornetas de caballería y casi toda la artillería y bagaje.
Los franceses sufrieron más de 2.000 muertos y cerca de 2.500 heridos, unas bajas muy abultadas para una victoria, pero insignificantes teniendo en cuenta que muchos de los caídos del ejército español eran soldados viejos y por tanto, irremplazables. Los franceses, temerosos de la intervención de Beck y con la desorganización fruto de tan grandes bajas, tuvieron que partir hacia Guise y tardarían más de un mes en reorganizarse. Las banderas españolas capturadas se mandaron urgentemente a París, para ser exhibidas y aumentar la moral del pueblo.
Capitulación española. Por Víctor Morelli y Sánchez Gil
La derrota de Rocroi fue hábilmente explotada por la propaganda de los enemigos de España, presentándola como el ocaso de los Tercios y acabando con el mito de la imbatibilidad española. Lo cierto es que el golpe había sido duro, pero no decisivo, de hecho los tercios seguirían combatiendo y venciendo, como en Valenciennes en 1656. De hecho la derrota había sido fruto más de la torpeza de Francisco de Melo, que de la brillantez de Enghien, lo cual no le resta ni un ápice de mérito al joven duque. El portugués pecó de exceso de confianza, subestimó la capacidad del enemigo y no entendió la combinación de la caballería con la infantería.
Los tercios eran la mejor infantería del mundo, pero poco podían hacer sin apoyo de los caballos y ante un enemigo superior el enemigo que contaba con jinetes, infantes y cañones. El duque de Alburquerque explicaba perfectamente las causas de la derrota en una carta a Felipe IV. Para el duque el error estuvo en no reforzar los flancos con más infantería, tal y como le había solicitado a La Fontaine, no ordenar avanzar a los tercios en apoyo de la caballería cuando ésta lanzaba el contraataque sobre los rechazados jinetes franceses, y finalmente abandonar a su suerte a los infantes que quedaron envueltos por las fuerzas enemigas y expuestos al brutal castigo que tuvieron.
Cierto era que la propaganda francesa hizo que corriera como la pólvora la derrota en campo abierto de los temibles tercios, los cuales llevaban desde las campañas del Gran Capitán siendo los amos y señores de los campos de batalla de Europa. Casi 150 años venciendo a todos sus oponentes, sin importar el número de efectivos a los que se enfrentaban, ni la nación ni el terreno en el que combatían. Pero la guerra estaba cambiando, ya no era una cuestión de honor, sino de vencer, y las distintas potencias europeas, reclutaban hombres a una velocidad que España no se podía permitir, pues era un país despoblado y pobre.
Los aguerridos soldados que parió España en los siglos anteriores ya habían perecido. Tan solo quedaban unos pocos en la mitad del siglo XVII, y estaban condenados a desaparecer. España cada vez tendría más problemas para poner sobre el tablero grandes ejércitos y, desde luego, contando nada nada más que con un puñado de españoles.