Año nuevo... vida nueva... Pero recuerdo estar con las uvas en la mano y escuchar por la televisión que iba a subir el precio del billete de metrobús, que iba a aumentar el paro, que la luz sería mucho más cara, y así hasta que salió Paula Vázquez a decirnos lo magnífico que iba a ser este próximo año 2013.
Pues no me gusta el fatalismo, y creo que aunque estemos jodidos, no hace falta el bombardeo por parte de los medios y otros organismos que se citan en el texto. Como se lee a continuación, la idea de "para qué vas a luchar en 2013, si el año entero está escrito desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, tanto en lo económico como en lo político" me parece que ha pasado por las cabezas de muchos españoles.
Os dejo con el artículo que me ha parecido muy interesante.
Empecemos el año desobedeciendo
31/12/2012 - 20:12h
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Lo principal en este año que empieza es que no nos movamos, que estemos quietecitos y no levantemos mucho la voz. De ahí la insistencia en convencernos de que ya está todo el pescado vendido desde antes de quitarle el celofán al 2013, que sus doce meses están ya escritos en lo sustancial, y que más allá de accidentes y cambios menores, no hay nada que hacer.
Antes de la crisis era costumbre que en estas fechas los medios de comunicación consultasen a adivinos para que echasen un vistazo a la bola de cristal y nos contasen qué nos deparaban los doce meses venideros. Era una chufla, por supuesto, un elemento festivo más del cambio de año, y ahí estaban esas pitonisas de medio pelo vaticinando siempre lo mismo: un desastre natural, la muerte de alguien importante, una boda de altura, el equipo que ganaría la liga, lo mismo de todos los años, sin afinar mucho, que ya se sabe que la adivinatoria no es una ciencia exacta.
Desde que empezó oficialmente la llamada crisis, los adivinos, videntes y trileros del tarot han enmudecido, no se les oye más que en la madrugada televisiva y previa llamada a un número de pago. Su lugar lo han ocupado los organismos oficiales, las instituciones económicas, los centros de estudios, los ministerios de Economía y los expertos de toda condición, que desde meses antes de cerrar el año ya adelantan cómo será el próximo.
En su caso, al contrario que los pitonisos, sí afinan la predicción, con decimales incluso: nos dicen cuánto caerá el PIB, cuántos nuevos parados se unirán a la cola, por dónde se quedará el déficit, cuánta deuda habrá que refinanciar y a qué precio. Por su parte, los echadores de cartas de la política anticipan las reformas con que seremos golpeados, las nuevas leyes que parecen ya redactadas de antemano.
Así, para 2013 ya sabemos que seguiremos en recesión, que el paro desbordará con mucho los seis millones, que habrá otra reforma de pensiones más dura, que el gobierno recortará otros 13.000 millones solo para empezar. Y hasta sabemos que acabaremos pidiendo el rescate, que según los pitonisos no lo hemos pedido en 2012 gracias al relajo de la prima, debido a que los mercados daban por descontada la petición de rescate en 2013, que esa es otra de las artes adivinatorias del capitalismo, “dar por descontado”, momento en que se activa esa profecía que nunca falla: la de autocumplimiento.
Así que uno se levanta hoy, con la resaca del cotillón, y se encuentra con que el nuevo año ya está viejo antes de estrenarlo, manoseado, cuadriculado, calculado, liquidado. Nos ponen por delante doce meses trazados con tiralíneas, con las cuentas ya echadas, para que no nos salgamos del renglón y aceptemos que no hay nada que hacer, que no merece la pena pelear porque el resultado ya está escrito antes de empezar. Ya nos lo advirtió Rajoy el viernes: 2013 será duro, y tendremos que aguantar y tener paciencia hasta final de año, que ya 2014 será mejor. Es decir, tenemos por delante un año entero de ajo y agua.
Lo mismo podríamos decir de la agenda política del nuevo año: estos días nos entregan una agenda que tiene ya escritas la mayoría de páginas, donde ya están fijadas cuáles serán las citas decisivas de 2013: las cumbres mundiales y europeas, las elecciones nacionales a seguir, las reuniones convocadas desde meses antes y con orden del día cerrado, las subastas de deuda mensuales, los plazos y condiciones a cumplir por orden de Bruselas y Berlín, las conmemoraciones, los viernes de Consejo de Ministros en que caerá algún premio, y hasta los desahucios que ya estarán fechados en el expediente correspondiente.
Una de las armas más devastadoras de este tiempo es la resignación, el fatalismo con que tantos aceptan que no hay nada que hacer, que no hay alternativa, que esto es “lo que toca”, y que como mucho podemos amortiguar algunas consecuencias, suavizar la dureza, pero no revertirla. El juego adivinatorio de estos días alimenta ese fatalismo: para qué vas a luchar en 2013, si el año entero está escrito desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, tanto en lo económico como en lo político.
Pues no, oiga. Una cosa es lo que muestren los pitonisos en sus cartas trucadas y en sus bolas de cristal donde se ve lo que quieren que se vea, y otra lo que de verdad vaya a ocurrir. Sobre esas previsiones, los próximos meses pueden ser infinitamente peores, pero también algo mejores si empujamos en otra dirección; pueden seguir al pie de la letra lo escrito, o intentar otros párrafos si sumamos fuerzas suficientes, si trabajamos por construir nuestra propia agenda y rechazamos la que nos dan, esa en la que casi no han dejado una página en blanco para apuntar algo.
Que pase lo que pase, y hagamos lo que hagamos, tendremos un 26% o 27% de paro, no es un pronóstico: es una verdad impuesta, ideológica e inaceptable. No es admisible un sistema político y económico que da por buena una catástrofe así y se sienta a esperar. Eso no es una previsión: es un dictado, una orden, y por tanto no hay que acatarla, y sí denunciar al gobierno que ante un anuncio así renuncie a intentar si quiera otra política económica para invalidar el vaticinio.
No, 2013 no está escrito. Y si lo está, no es nuestra letra, es una falsificación, otra estafa. Si queremos que este sea el año de la desobediencia, comencemos por desobedecer las previsiones y agendas cerradas.