El monólogo donde Gila habla con el enemigo fue revolucionario en su momento, pero es más revolucionario ahora. Pertenece la época lejana de los consensos que llaman Régimen del 78 y lanza un mensaje a nuestro tiempo, que podríamos llamar Régimen del Disenso Radical. Gila se calzaba el casco y el uniforme de guerra para sostener una conversación con quien le estaba disparando. “¿Pueden parar la guerra, que no les oigo? Ahora, gracias”. Acordaban los términos de la batalla, la hora del ataque y el número de enemigos que pensaban venir, por ver si no había balas suficientes para todos. Les pedía que le devolvieran los planos que se había llevado el espía (Agustín, uno bajito, vestido de lagarterana) porque ahora no encontraban el polvorín.
La genialidad de Gila era trastocar la odiosa brutalidad de la guerra con un intercambio amistoso, como hizo Berlanga con 'La Vaquilla'. Mostrar la humanidad donde la historia pone simples movimientos de tropas. Rebajar al nivel del vecindario el odio que manejan los aprendices de brujo de la política. Algo parecido a lo que intentó el Gobierno de Sánchez con ese hermoso vídeo de dos excombatientes ancianos que produjo la furia de parte de la izquierda, que vio donde había paz “blanqueamiento del fascismo”. Una intransigencia propia de gente que vive en las redes sociales y charla poco en los bares, o solo lo hace con los de su cuerda. Un síntoma más de que vivimos una guerra civil digital donde somos incapaces de identificar a una persona moderada y razonable porque encontramos rápidamente a un miserable fascista o un rojo de mierda.
Creo que nuestra sociedad está paralizándose porque confraternizamos muy poco con el enemigo. Hemos adaptado nuestra visión del mundo a la propaganda de las tertulias de la tele y de los políticos en permanente campaña electoral. Esto es un síntoma de belicosidad, pero sobre todo de pereza mental. Es mucho más cómodo ver un monstruo que esforzarse en comprender sus razones. Tras las bambalinas se adivina un cambio de mentalidad cultural profundo y preocupante: de un mundo donde los enemigos se esforzaron por encontrar puntos de unión hemos pasado a otro en el que nuestra mayor obsesión es desenmascarar al traidor en nuestras filas.
Este cainismo no es español, sino occidental. El diario alemán 'Die Zeit' organizó una especie de Tinder ideológico en el que 8.000 personas dejaron que un programa seleccionase a su pareja para conversar. Se emparejaba a personas de ideologías contrarias, con lo que repulsivos xenófobos quedaron con asquerosos buenistas. Descubrieron que, al otro lado de la caricatura, había al menos una posibilidad para rebajar los adjetivos. El xenófobo podía resultar ser un conservador un poco atemorizado, mientras que el asqueroso buenista se convertía en una persona compasiva y algo ingenua. A la pregunta ¿Es el enemigo?, los participantes del experimento tuvieron que responder que no.
¿No os parece que cada vez caricaturizamos y demonizamos más a quienes no piensan como nosotros? Especialmente en redes sociales (y foros), ¿no creéis que es increíblemente perjudicial esta manera tan poco natural de comunicarnos sin el esclarecedor cara a cara, escondidos detrás de un avatar y un nick anónimos? ¿Es el enemigo?