Hace pocos meses. Vivienda elegante en Barcelona. Asombrado, el médico clavó en mí sus ojos, los mismos que habían mirado a Franco tendido en una camilla, cuando le pregunté por la intimidad de su célebre paciente. Me contestó con contundencia: "!No existía!". Le pido detalles para mi libro y dice después de una larga reflexión:
-El general tenía las dos características principales para ser un hombre frío: complejo de Edipo y maltrato paterno.
Nos callamos. Y al fin prosigue:
-Lo sé con total certeza, porque Franco perdió un testículo en África, pero además hay un detalle de su anatomía que nadie conoce y que explica su idiosincrasia [le da una chupada a su cigarrillo]: tenía una fimosis muy acentuada, el prepucio muy cerrado, lo que me permite deducir, por mi larga experiencia en estos casos, que su vida sexual fue inactiva, que después de engendrar a su hija, que era inequívocamente suya, no volvió a tener relaciones sexuales ni con su mujer ni con nadie...
-Pero ¿no se puede corregir este defecto?
-Se le aconsejó una operación muy sencilla y se negó porque el sexo no le interesaba, sublimaba sus deseos en el ansia de poder y pudo permanecer casto toda su vida. ¡La ambición, en su caso, sustituyó al orgasmo!
Francisco Franco Bahamonde nació el 4 de diciembre de 1892 en medio de una galerna endemoniada que sacudía la ría de Ferrol y de la celebración con morteros del día de la patrona de artillería, santa Bárbara, una fecha muy apropiada para aquel que, según contó él mismo, sólo se sentía a gusto "en medio de una batalla con el arma en mano".
Cuando nació, su padre, el iracundo y alcoholizado Nicolás Franco Salgado, estaba en una casa de putas. Su madre, que lo vio enclenque y llorón, lo acogió con un amor desmesurado y excluyente. Las paredes de la casa de la calle María escondieron el secreto de ese padre brutal que llamaba "Paquita" y "marica" a su hijo a causa de su voz atiplada, consecuencia de una sinusitis crónica, que maltrataba a su mujer embarazada y que incluso llegó a romperle el brazo a su hijo mayor al encontrarlo masturbándose.
Paquito "era un niño triste", "siempre fue un niño viejo", e incluso la propia hija reconoció años más tarde que "no recordaba su infancia con cariño".
A los seis años fue al puerto a recibir a los repatriados de la guerra de Cuba, 250 familias se habían quedado huérfanas y Ferrol se llenó del ruido de las patas de palo de los lisiados. A los 14 ingresó en la Academia de Infantería de Toledo.
A este primer viaje fuera de Galicia lo acompañó su padre, que se quedó en Madrid a vivir con su amante abandonando madre, hijos y hogar. El odio al padre, el amor sin límites por su madre, a la que por las noches suplicaba "cásate conmigo", y el desastre de Cuba, marcaron a "Paquito" para siempre.
La luz de África lo embrujó -"Yo no puedo explicarme a mí mismo sin África", repetía en ocasiones-. Fue el cadete más joven de la Academia, el teniente más joven del Ejército, (¡general a los 33 años, como Napoleón!). Militar modélico, la atroz guerra africana lo deshumanizó y dejó de tener respeto a la vida, empezando por la suya propia.
Sus hombres explicaban que Franco parecía inmune a las balas, iba siempre en primera fila, entraba a la bayoneta si era necesario con las manos tintas en sangre y se negaba a recoger a los heridos para no perder el tiempo. Con terror supersticioso decían "Franquito tiene baraka".
La Legión, que organizó junto al Glorioso Mutilado Millán Astray, estaba formada por la escoria de la sociedad, a los que Franco permitía todas las bestialidades. Cuando fue a visitarle su antiguo compañero de Academia, Vicente Guarner, entró un sargento a comunicar que habían detenido a dos legionarios por una falta menor. "¡Que los fusilen!", dijo tranquilamente Franquito. Se giró con fiereza hacia Guarne y espetó: "Y tú cállate, ¡no sabes qué clase de hombres son!".
Franco, enamorado
En Melilla, Franco fue a visitar a la duquesa de la Victoria con un ramo de rosas en un cesto adornando dos cabezas de moros. Al verlo, la duquesa se desmayó. Él se disculpó diciendo: "Mis chacales son como chiquillos". Sólo cuando la Legión pacificó a sangre y fuego el Protectorado, Franco pudo ir a Oviedo a casarse con su novia, Carmina Polo.
Pero no fue la única chica a la que había pretendido, y a todas ellas les escribía versos y postales.
Sin embargo, su primera (y única) pasión carnal fue la belleza oficial de Ferrol, Ángeles Barcón, quien después lo recordaría con nostalgia: "Paquito sabía cómo enamorar a las chicas". Cuando su amigo Camilo Alonso Vega le espetó "Paco, si no te vienes de mujeres con nosotros creeremos que eres marica", él le apuntó con el sable y le dijo: "Si tú o alguien vuelve a repetir eso, lo mato".
Carmina, que se enamoró de él a los 15 años, esperó con paciencia porque "cuando lo conocí, me di cuenta de que yo le estaba predestinada". Con el nacimiento de su primera y única hija, Carmen Franco y Polo, Nenuca, Franco creyó volverse "loco de alegría", según confesó. Franco se distraía haciéndole muñecas de trapo mientras la niña se acurrucaba en sus brazos para ver películas de Popeye.
Mientras, Oviedo, Melilla y de nuevo la Legión, Madrid, Zaragoza, donde dirigió la Academia, después el destierro, otra vez en Oviedo, Coruña, Canarias... En esos momentos, Franco hacía continuas profesiones de fe: "Yo estoy en contra de las dictaduras", "hay que darle una oportunidad a la república"...
Decidió participar en el golpe tan sólo tres días antes de la fecha señalada, cuando mataron a Calvo Sotelo. La primera decisión que tomó fue fusilar a su primo hermano Ricardo de la Puente: "¡Había agujereado los depósitos de los aviones para que no pudiéramos utilizarlos!", justificaba.
Pero lo más doloroso para él fue asistir con impotencia a la muerte de su amigo y segundo, Miguel Campis, a manos de Queipo de Llano. Hasta siete veces le pidió clemencia. Nunca pudo perdonar a Queipo, quien, a espaldas de Franco y para vengarse de sus desprecios le llamaba "Paca la culona".
En el poder
En la dura postguerra, y sobre todo después de que las fuerzas del eje perdieran la guerra, repudiado por las potencias occidentales, imperaba en la familia del caudillo la austeridad cuartelera y el espíritu legionario. Franco, sobre su mesa de despacho en el Pardo, tenía dos fotografías.
Una de ellas era de Mussolini y Clara Petacci colgados por los pies después de ser salvajemente asesinados por los partisanos; la otra, de Alfonso XIII con sombrero en el muelle de Marsella yéndose al exilio. Y Franco decía: "Si quieren echarme, tendrá que ser así", señalando la foto de Mussolini, "porque yo al exilio, como ese, no pienso irme nunca". A lo que Carmina añadía "Y yo contigo, Paco".
Poco a poco se le fue despertando a la mujer el gusto por las antigüedades, las casas, el lujo..., aunque Franco parecía no advertirlo. Él exigía que le cambiaran el forro de las chaquetas y usaba unos zapatones de Segarra tan bastos que le hacían heridas en los pies.
Aunque siempre afirmaba "yo no soy un meapilas" y "en mis años en África vi de todo", Carmina logró imponer el más acendrado nacionalcatolicismo en la corte de El Pardo. Sin embargo, después de tanta muerte, unas irrefrenables ansias de placer lo arrasaron todo.
El llamativo cuadrilátero formado por Carmina, Ramón Serrano Suñer, Sonsoles de Icaza y su marido, alimentó las mentes calenturientas de la sociedad de la época. ¡Pero si hasta decían que la que estaba enamorada de Serrano era la propia Carmina y que lo que pasaba es que estaba celosa de su hermana!
¿Y la atracción irrefrenable del mismísimo caudillo por una folklórica sevillana? ¿Y por Sarita Montiel, a la que llamaba "violeterilla"? De los rumores no se salvaba nadie, hasta a la monja teresiana que cuidaba a Nenuca se la encontraron en la cama con el chófer. ¡Incluso el pobre Carrero Blanco tuvo que sufrir los desvaríos de su insatisfecha esposa! Colás, el hermano mayor, vivió un amor demente y vicioso por una jovencita Cecilia Albéniz, a la que sin embargo desvirgó Luis Miguel Dominguín, gran conocedor de los secretos del entorno de Franco.
"Las cacerías y los festivales de la Granja se convirtieron no sólo en un nido de corrupción, sino en una fuente de vicio y desvarío". Carmina le tuvo que suplicar a una embarazada Lola Flores que se casara con El Pescaílla, a Dominguín, con una también embarazada Lucía Bosé y fue la generalísima también la que expulsó de España a Encarna Sánchez por haberse quedado con el dinero de unos festivales benéficos.
Su amor por el rey
Había que casar a la hija, y al final fue Cristóbal Martínez Bordiú, un "pollo pera", el protagonista del mayor braguetazo de España. Un noviazgo que intentó romper un atractivo torero, según me contó él personalmente. El matrimonio pronto se vio bendecido por siete hijos que hicieron exclamar a doña Carmen "qué pena que lo de Paco no fuera hereditario".
A pesar de que la casquivana nieta Carmencita se casó sin amor con otro nieto de Alfonso XIII, Alfonso de Borbón, para optar también a la corona y a pesar de los esfuerzos desaforados de don Juan de Borbón desde su exilio de Estoril para que lo llamaran al trono, el elegido para tal fin fue su hijo, Juan Carlos.
Lo de Franco y Juanito fue amor a primera vista. Giménez Caballero me contó que "a nadie, exceptuando a su mujer e hija, ha querido Franco como a Don Juan Carlos". Y el mismo nieto, Francis, que adoraba a su abuelo, reconoció que "él nunca se metió en nuestras cosas... sólo se ocupaba del Príncipe".
Tanto, que hasta le buscó una princesa a su medida, porque fue Franco el que eligió a Sofía: "Las princesas griegas están muy bien para Vuestra Alteza", le dijo en el jardín de Meirás. Don Juan Carlos preguntó vagamente: "Son dos, ¿no? Sofía e Irene", a lo que el caudillo respondió magnánimo: "Escoja Vuestra Alteza". Don Juanito dijo: "Pues Sofía".
Cuando Don Juan Carlos se fue a Estoril, maniobró de manera que su ingenuo padre creyó que había sido él el artífice de esa boda. Años después, el Rey le reveló a su mujer con amargura: "¿Dura tu juventud, Sofi? ¡Me hubiera gustado ver cómo te bandearías tú entre esos dos viejos!".
En esos años, un combatiente caudillo afirmó: "¡No me temblará el pulso contra los malos españoles!", sobre las multitudinarias concentraciones de la plaza de Oriente. "Todos son mis hijos, los buenos y los malos, y debo premiar y castigar", añadió. Porque para Franco, la guerra duró mientras vivió él, una existencia cada vez más mermada por las enfermedades. Fue incluso trágica la manera en la que fue descubriendo que padecía Parkinson.
Larga agonía
Sus últimas sentencias de muerte contra cinco muchachos acusados de múltiples y nunca probados crímenes se cumplieron en septiembre de 1975. Txiki Paredes Manot, el menor de todos ellos, cantó el Eusko Gudariak en el cementerio de Collcerola, la boca contra el suelo, mientras el sargento que comandaba el pelotón le daba el tiro de gracia. Aun hoy su abogada, Magda Oranich, lleva en el billetero una foto suya.
Pero para entonces, su baraka lo había abandonado, su tiempo se había cumplido. Franco sintió un dolor en el costado, había sido un infarto silente, pero aun así se empeñó en presidir su último Consejo de ministros para tratar la situación del Sahara. Lo hizo monitorizado y los médicos dijeron que cuando se pronunciaba la palabra "Marruecos", subían vertiginosamente las pulsaciones.
Después ya fue una carrera imparable hacia la muerte. Su nieta Mariola, cuando vio su estado, gritó llevándose la mano a su vientre de embarazada "¿Qué le estáis haciendo al abuelo?". La última estación de su viacrucis fue una sala del hospital La Paz, con el bip bip de los monitores y olor a pudrimiento. El Príncipe lloraba por los pasillos y Nenuca le dijo a su marido: "Cristóbal, déjalo morir en paz".