La gente siente envidia por los que vivimos en Madrid

Presumimos los asturianos de que en esta tierra el más tonto hace relojes, por este motivo, a los cortos de entendederas rápidamente se les aísla y clasifica y una mano caritativa y anónima les pone la etiqueta correspondiente.

Voy a intentar describir las palabras duras que sirven para definir a esos contadísimos despistados que no ven crecer la hierba.
Aqui se les dice babayu, fatu, faltosu, babieca, aziguatáu, atuntulináu, atrismatáu, atontáu, abobáu, magüetu, mamayu, mamón, mazcayu, nunciu, paparote, papaleisu, papanatas, pauguate, simplayu, tocho, tuchu, e incluso, tuntu. Todas estas palabras (algunas las he sacado del diccionario Bable) que dichas en su momento oportuno son insultantes, no son sinónimas, ni palabras hermanas, aunque si algo parientes, son primas lejanas o incluso muy amigas, que de tanto tratarse tienen como un inconfundible aire de familia.
Babayo/Babayu es el más glorioso de los insultos asturianos. Es un vocablo que posee la fuerza de los latinajos. Es un calificativo redondito.
Significados ocultos: tiene fuerza interior, pero sobre todo su luminosidad -es un insulto pintado de purpurina- le permite circular libremente por las conversaciones, monólogos, homilías y conferencias de prensa, como Pedro por su casa. Es un juiciio en si mismo que retrata psicologicamente al individuo insultado.
No es palabra cruel ni despiadada y sus efectos desaparecen sin dejar huella, sin mancillar honras ni socavar prestigios. El Babayu, es en un maizal, esa planta más alta que el resto, pero que está por dentro medio vacía. Babayu es el que presume sin motivo, el que dice en un momento determinado un desatino, el que mete la pata delante de las visitas, el que se rie en miso como un tonto, el que viste a la ultima moda con poco estilo y notable afectacion.
Medio mundo a juicio del otro medio es un babayu y el decir babayadas es un lujo al alcance de todos los bolsillos.

El babayu no es un deficiente mental ni un disminuido psiquico, que va. Es un señor que se encuentra en la vida comodamente instalado, que su piel le sienta a las mil maravillas y que no se cambiaría ni por el mismisio Bill Gates. El babayu es un hombre feliz. Cuando el insulto al que me refiero lo enjaulamos entre dos admiraciones se convierte al instante en un arma arrojadiza: ¡¡BABAYU!!. No obstante, este maravilloso adjetivo calificativo es un gato disfrazado de tigre, que aunque pone muy buena voluntad nunca ha matado a nadie, quiere ser hiriente, sueña con ser un asesino, pero en el peor de los casos sólo produce un ligero escozor, porque no tiene garras ni autentica fiereza. ¡Babayu! es un insulto de corto alcance que se le puede llamar al arbitro injusto por no pitar una falta en el Carlos Tartiere, pero que en modo alguno se le puede lanzar a la cara al señor Bush por subir inmoderadamente el dólar y medio hundirnos en la miseria economica.