Cuando hace más de dos meses el depuesto premier Thaksin invitaba desde el exilio a sus partidarios a ocupar la capital para presionar al gobierno, nadie pensó en lo que ha sido esta "ocupación" del centro comercial, turístico y financiero que ha estrangulado Bangkok. Imaginemos por un momento que 20.000 o 30.000 manifestantes vestidos de rojo ocupen el Paseo de Gracia de Barcelona, la plaza de Catalunya y hasta la avda. del Portal de l"Àngel. Que se hagan fuertes erigiendo una muralla defensiva, con servicio de seguridad paramilitar, puestos de control cual de una frontera se tratara y decidiendo quien puede o no entrar en su precinto.
Esto ha sido el campamento de los camisas rojas en Bangkok durante dos largos meses. Los manifestantes, además, parece cierto que aparte de serlo voluntariamente cobran un sueldo diario muy superior a lo que ganaban en su pueblo. Su mentor, Thaksin, les anima a que hagan dimitir al gobierno y a que se celebren nuevas elecciones que espera ganar. Mientras sus adictos, pobres campesinos del Norte y Noreste pasan calor y duermen en el suelo, Thaksin se mueve por los Emiratos Árabes en su jet privado haciendo negocios y animándolos con alocuciones televisadas. El gobierno, por miedo a que hubiera derramamiento de sangre, no sólo no corta inmediatamente la "ocupacion" del centro sino que, incomprensiblemente, la tolera permitiendo la existencia de esta república "asamblearia" dentro de Tailandia.
Por fin, después de semanas del colapso del centro de Bangkok, el Primer Ministro decide aceptar las reivindicaciones de los camisas rojas. Propone un plan de seis puntos, incluyendo elecciones anticipadas condicionado a que los manifestantes vuelvan pacíficamente a sus casas devolviendo la normalidad al centro okupado de la capital. Lo que parecía ser una salida salomónica ha tropezado con la intransigencia de los líderes rojos. Su misma división entre halcones y palomas ha acabado con el triunfo de los más reaccionarios y extremistas. Después de ir exigiendo cada día mas concesiones del gobierno han rechazado el plan de reconciliación nacional y, desafiantes, deciden mantener su fortificado campamento reforzando sus defensas.
Los guardias de negro con pañuelos rojos están armadas y tienen entrenamiento militar. A las órdenes del Comandante Rojo, como llaman al General Kathiya estos bien pagados matones, ejercen su poder y organizan la defensa de sus barricadas. Cócteles molotof, granadas del ejército, cohetes gigantes, tiradores, piedras y armas de fuego son sus convincentes razones. Podría ser que no les faltasen las anfetaminas que tanto corren por este país.
Ningún gobierno occidental habría tenido tanta paciencia con la fragante ilegalidad de estos manifestantes que se decían pacíficos. El reto para Tailandia seria una estabilidad que hiciera comprender a los "camisas amarillas" que los camisas rojas son también compatriotas que quieren luchar por más justicia social. De momento, el gobierno de Abhisit tiene en contra a los camisas amarillas que lo ven como rendido ante los rojos, y a los rojos que lo ven como representante de la oligarquía contra la que se manifiestan.