Ilustres españoles del s.XIX, 1: Juan Martín Díez, el Empecinado
Ilustres españoles del s.XIX, 2: Espartero, Duque de la Victoria
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Nacido en Tortosa un 27 de diciembre de 1806, Ramón Cabrera y Griñó pasaría a la historia como uno de los principales líderes militares de la causa carlista. Pero antes de convertirse en el temible Tigre del Maestrazgo, Cabrera fue un joven seminarista sin vocación cuyas evidentes simpatías realistas provocaron que fuese expulsado de su ciudad natal por orden del gobernador militar. Sin embargo, este destierro nunca fue tal, pues inmediatamente después de recibir pasaporte para Barcelona se dirigió a Morella, plaza fuerte en la que el barón de Hervés y el gobernador Victoria se habían pronunciado a favor de candidato al trono Carlos María Isidro en 1833.
El hecho de ser uno de los pocos voluntarios capaces de leer y escribir gracias a su formación superior le valieron sus primeros ascensos, así como el sobrenombre de El Estudiante. Temiendo un ataque inminente el barón de Hervés consideró que sería mejor abandonar Morella, pues de lo contrario el levantamiento en el Maestrazgo moriría apenas nacido. Pero al final, solo la escasa guarnición se salvaría, pues los demás habrían de sufrir una dura derrota en Calanda.
Con Hervés preso y posteriormente fusilado un antiguo miembro de la Guardia Real de Fernando VII llamado Manuel Carnicer asume el mando de unas fuerzas muy mermadas y divididas. Una veintena de partidas merodeaban por el territorio, dando una imagen más de bandidos que de soldados del ejército del pretendiente al trono de España. Muchos ya daban la causa por perdida y les tentaba acogerse al indulto real prorrogado por María Cristina. Un indulto que por otra parte no afectaba a los jefes militares y cabecillas que tanto proliferaban en unas partidas en las que el reparto de grados estaba muy extendido. Para dar un aliciente a las partidas se dispuso desde el Cuartel Real que cada una permanecería al mando del jefe que las había reclutado. Como consecuencia, la falta de unidad en los mandos se convertiría en un problema crónico de la guerra en el Maestrazgo.
El intento de Carnicer de iniciar un alzamiento general en Cataluña acabó frustrado ante una nueva derrota en Mayals. A esto le siguió una penosa retirada en la que cruzaron el Ebro tan solo 200 hombres. La precaria situación en el Maestrazgo distaba mucho de la euforia con que Vascongadas recibía la llegada de Don Carlos desde el exilio en el mes de julio de 1834. Hasta ese momento todos los enfrentamientos de cierto volumen habían sido desfavorables para los carlistas, sin que ninguno de sus éxitos menores pudiera compararse a los efectos de derrotas como la de Calanda o Mayals.
La guerra en el Maestrazgo bien pudo haber acabado en estos momentos debido a la sencilla pero inicialmente efectiva táctica cristina de extender un sistema de fortificaciones y pequeñas guarniciones de 20-30 hombres, muchas veces procedentes de los guardias urbanos llegados de otras provincias. Por otro lado, la detención y el fusilamiento de Carnicer en Miranda de Ebro el 6 de abril de 1835 hizo recaer en Cabrera el mando accidental de todas las partidas del Bajo Aragón y el Maestrazgo.
El 27 de abril se firma con mediación británica el Convenio de Lord Elliot para humanizar la guerra, acordándose acceder al canje de prisioneros siempre que fuera posible en lugar de recurrir a los fusilamientos. Los liberales excluyen deliberadamente su aplicación fuera del territorio vasco-navarro. Por su parte, los carlistas del Maestrazgo continuaron fusilando, basándose en que debían fusilar en represalia así como en que carecían de plazas donde guardar a sus prisioneros. No pudiendo llevarlos continuamente consigo los fusilaban sobre la marcha.
Las fuerzas carlistas habían aumentado de modo extraordinario por aquel entonces. Esto hizo posible el fracaso del sistema cristino de los pequeños destacamentos en el Maestrazgo, que previamente había fracasado en el Norte. Dejar guarniciones suponía la inmovilización de gran parte de la fuerza sin provecho para operaciones activas así como daba facilidades para ataques sorpresa por parte del enemigo, que sacaba en provecho vituallas y refuerzo moral.
A partir de ese momento Cabrera se propone hacer de las partidas un ejército regular bien organizado con un Estado Mayor. Consolidó su puesto de mando en Cantavieja, donde estableció una fábrica de municiones y un hospital militar. También organizó la administración militar para la distribución de las soldadas de tropas y oficiales, así como racionalizó las raciones y la uniformidad de vestuario, aunque las famosas boinas rojas serían sustituidas por las de color blanco en muchas unidades.
Su primer gran enfrentamiento como comandante general de las partidas traería desastrosas consecuencias. Una columna cristina de 12.000 hombres al mando de Juan Palarea le derrotó en Molina de Aragón. Las elevadas bajas y deserciones le obligaron a fraccionar sus fuerzas para garantizar la subsistencia durante el invierno. Ordenará la dispersión de las partidas como forma de resistencia mientras se retira a una masía con la escasa compañía de su servicio personal y un par de caballos, aunque manteniéndose informado de la situación. Esto hizo creer a los cristinos que se había producido el desmoronamiento de la resistencia carlista en el Maestrazgo, cometiendo el error de trasladar sus tropas a Cataluña y Navarra, donde la guerra se intensificaba cada día.
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En 1836 Cabrera ordenará el fusilamiento de dos alcaldes por facilitar informes a las autoridades liberales. Como represalia el 16 de febrero de 1836 tiene lugar el fusilamiento de María Griñó, la inocente madre del líder carlista, ordenado por el general Agustín Nogueras y ratificado por Espoz y Mina, entonces capitán general de Cataluña. La respuesta de Cabrera sería fusilar a cuatro mujeres vinculadas a los isabelinos y la promesa de hacer lo propio con cuantos enemigos se capturasen, decisión de la que luego se retractó. Esta serie de hechos dieron paso a una de las fases más violentas de la guerra en esta región así como a la fama del Tigre del Maestrazgo como militar implacable y sanguinario.
A comienzos del otoño de 1836 Cabrera recibió la orden de incorporarse a la expedición del general Manuel Gómez y Damas, cuyo paso por el Maestrazgo le permitiría alcanzar la cifra de 6000 hombres. Por propia iniciativa y en contra de las órdenes recibidas Gómez se dirige en agosto hacia Andalucía. Sin embargo, su empeño por provocar levantamientos carlistas en los territorios que atravesaba fue inútil ya que era incapaz de permanecer el tiempo necesario en ninguna población debido a la permanente persecución a la que era sometido por las columnas isabelinas. Cuando la expedición cruzó el Guadiana se produjeron las primeras diferencias entre Gómez y Cabrera ante los intentos de este último por retirarse, preocupado por la toma de Cantavieja.
Su regreso será muy arriesgado puesto que Gómez solo le dejó marchar tras quedarse con la mayor parte de su infantería, pero una vez en el Maestrazgo consiguió reponer sus fuerzas con sorprendente rapidez. El gobierno comienza a tomarse en serio la amenaza de Cabrera y pone el Ejército del Cetro a cargo del veterano general Marcelino Oráa.
En mayo de 1837 salió de Estella la Expedición Real, llamada así porque contaba con la presencia del propio Carlos María Isidro al frente de unos 12.000 hombres. La estrategia consistía en marchar sobre Aragón y Cataluña reforzando el ejército expedicionario con las partidas allí existentes. A finales de junio el ejército expedicionario logró cruzar el Ebro a la altura de Cherta, reuniéndose con las tropas de Cabrera en el Maestrazgo, a quien el monarca había dejado a cargo de asegurar el paso del río. Una brillante victoria en la batalla de Villar de los Navarros permitió a la expedición marchar sin obstáculos hasta las mismas puertas de Madrid.
Una vez allí la vanguardia mandada por Cabrera esperaría en vano la orden del Pretendiente de atacar una capital desguarnecida. Durante un tiempo la situación había quedado en un punto muerto: el enemigo no atacaba, pero los carlistas tampoco lo hacían. Con excepción de alguna pequeña escaramuza, a destacar el choque con la misma Guardia Real. Cabrera llegó a presionar al infante Don Sebastián de Borbón, jefe de la Expedición, para que ordenase el asalto sin comunicarlo al rey hasta que la capital estuviese tomada, pero este se negó.
¿Por qué Don Carlos no atacó Madrid? Muchas veces se ha dicho que esta espera se debió a la confianza del Pretendiente en que María Cristina le entregaría el trono conforme a las negociaciones desarrolladas en secreto para ese fin. La realidad es que mientras entretenía a su cuñado mandaba despachos a Espartero y Oraá para que a marchas forzadas cayesen sobre el ejército carlista. También pudo pesar el temor a la llegada de Espartero o a la posibilidad de que un asalto a Madrid elevase el número de muertos provocando la reacción violenta del pueblo madrileño. En 1808 y 1814, Fernando VII había entrado pacíficamente en medio de grandes manifestaciones de apoyo popular. Finalmente, dándose cuenta del juego al que estaba siendo sometido, renunció a tomar la capital y ordenó una inesperada retirada que se sintió como una derrota.
Tras estos hechos Cabrera vuelve al punto de partida, aunque la decadencia militar del Norte sería compensada por la consolidación de la causa carlista en el Maestrazgo. En efecto, en enero de 1838 se produce la toma de Morella en un sorprendente golpe de audacia. Nadie esperaba que los carlistas, que apenas contaban con artillería, fuesen capaces de tomar la en apariencia inexpugnable plaza, bien amurallada y coronada por un formidable castillo. La solución vino desde dentro: un artillero desertor informó sobre la existencia de una garita localizada sobre la parte externa de la muralla en la que había un retrete sin guardia ni tubería de ninguna clase que podría alcanzarse por medio de una escalera para, desde allí, introducir a un pequeño grupo.
El primer carlista en hacer su entrada por el desafortunado acceso fue descubierto por un centinela cuya garita no distaba diez pasos. El carlista le disparó, sin darle tiempo más que a gritar ¡Cabo de guardia, los facciosos!. El resto del asalto transcurrió entre tiros, voces y gritos de Viva el Rey y Viva Cabrera, que hicieron creer a los cristinos que 4 o 5 batalladores carlistas habían tomado el castillo permitiendo a los sitiadores aprovechar el descontrol para hacerse con la plaza. Cabrera hizo de Morella la capital de su pequeño estado, desde donde adoptaba medidas tanto para la organización e intendencia de su cada día más numeroso ejército, como para el establecimiento de una auténtica administración civil.
El ejército de la reina se propuso desarticular el levantamiento definitivamente atacando una plaza clave en cada región: Estella en Navarra, Berga en Cataluña y Morella en el Maestrazgo. El 24 de julio de 1838 un poderoso ejército cercó la plaza con más de 20.000 soldados, 2000 caballos y 25 piezas de artillería al mando de Oráa. Cabrera dejó una buena guarnición aunque se reservó para sí unos 3000 hombres con los que hostigaría a los sitiadores desde fuera. También mandó enarbolar la célebre bandera negra con la calavera que simbolizaba la voluntad de resistir hasta la muerte. Gracias a la topografía del terreno, que impedía un cerco completo de la plaza, Cabrera tuvo en todo momento comunicación con los de dentro. La victoria ante un enemigo tan superior le supuso un ascenso a teniente general y la concesión del título de Conde de Morella. Tenía 32 años y desde el seminario había ascendido a lo más alto del escalafón militar en apenas cinco.
El 1 de octubre de 1838 el caudillo carlista derrota en la batalla de Maella a la división del general Pardiñas, que pierde la vida en el campo de batalla con la destrucción de la mejor división liberal, conocida como la del Ramillete porque contaba con la flor y nata del ejército cristino. Con Antonio Van Halen al mando del Ejército del Centro se da paso a una guerra sin cuartel caracterizada por una escalada en los fusilamientos por parte de ambos bandos. En ese sentido tuvo mucha importancia la labor mediadora del general Lacy que llegó a pactar unas condiciones similares a la del Convenio de Lord Elliott a través del llamado Convenio de Segura (para los carlistas) o Tratado de Lécera (para los liberales).
En el verano de 1839 tiene lugar la traición de Maroto a través del Convenio de Vergara, llevado a cabo a espaldas del rey carlista. Sin embargo, la guerra continuará hasta el año siguiente en el Maestrazgo y Cataluña, donde Cabrera y el conde de España lideran la resistencia respectivamente. Aunque el conde de Morella no cede en su voluntad de resistir, un contagio de fiebres tifoideas le lleva a las puertas de la muerte y deja a su ejército privado de su caudillo. Los meses de febrero-abril de 1840 transcurrirán en medio de una guerra desesperada en la que numerosas plazas carlistas irán cayendo en manos de Espartero de manera alarmante sin que se pueda hacer nada para evitarlo.
El 30 de mayo el príncipe de Vergara toma Morella tras haberla puesto cerco durante dos semanas. Finalmente el Maestrazgo capitula y Cabrera da orden de abandonar la resistencia. Cruzará el Ebro junto con su ejército en dirección a Berga con la idea de continuar ponerse al frente de la resistencia en Cataluña y resolver el asesinato del conde de España, pero la falta de recursos lo hará imposible y habrá de atravesar la frontera francesa al mando de los 10.000 hombres que aún le eran leales concluyendo así la Primera Guerra Carlista.
Una vez en el exilio algunos soldados y unos pocos oficiales pasaron a servir a la Legión Extranjera Francesa en Argel pero la mayoría se presentaron al indulto cristino. Por su parte, Cabrera habría de pasar por varias cárceles francesas hasta que en 1841 obtiene permiso para establecerse en Lyon. En 1845 tiene lugar la abdicación de Carlos María Isidro en su hijo Carlos Luis de Borbón, conde de Montemolín, tratando de dejar expedita la vía para el matrimonio de su primogénito con la princesa Isabel, que pondría final a la escisión dinástica. Pero la injerencia de Francia e Inglaterra sumada a la propia oposición de los liberales abortaron la pretensión dando lugar a una vuelta a las hostilidades
Cabrera y nuevo pretendiente huyen a Londres, donde contarán con la simpatía de un sector del partido tory y del gobierno de Lord Palmerston, que antes había apoyado a los isabelinos contra los carlistas, pero que ahora tenía tiranteces con el gobierno de España. La Segunda Guerra Carlista se limitará fundamentalmente a Cataluña con el inconveniente de que al carecer de un segundo frente en el Norte no había nada que obligase a los isabelinos a desviar sus recursos. El Tigre del Maestrazgo desconfió desde el principio de las posibilidades de éxito de esta campaña pero accedió a ponerse al mando por petición de su rey. A su llegada se encontró con que tan solo 4000 hombres mal armados debían hacer frente a un ejército regular formado por 40.000 soldados dirigidos por Manuel Pavía.
La entrada de Cabrera en el teatro de guerra el 23 de junio de 1848 produjo sensación en toda España, pues suponía un salto cualitativo en el conflicto, que además coincidía con un aumento de la oposición demócrata en el campo y las ciudades. Cabrera pretendió aprovechar esta oportunidad para implicar a los republicanos en la guerra y ampliar su base popular de apoyo. Por increíble que parezca a pesar de las discrepancias ideológicas estas partidas se entendieron con las de las carlistas movidas por el objetivo común de hacer la guerra al gobierno.
Tras solo seis meses había logrado la restructuración del Ejército de Cataluña con un total de 8500 hombres con 340 caballos y 120 mulas, una cifra modesta aunque considerable teniendo en cuenta el tamaño del territorio que controlaba. Aunque la Segunda Guerra Carlista tuvo un carácter regional no dejaba de ser un quebradero de cabeza para el gobierno y muestra de ello es que la Capitanía General de Cataluña cambiase de manos hasta en cinco ocasiones desde que empezó el levantamiento de los matiners.
Pero aun con todo esto, la diferencia de fuerzas era desproporcionada y la falta de recursos demasiado acusada. Todos los intentos de provocar levantamientos en otras zonas fracasaban de modo que algunos jefes pensaron que la presencia de Carlos Luis de Borbón, Carlos VI en la nomenclatura carlista, podía ayudar a la causa. Pero la llamada acuciante de Cabrera llegó a manos de un pretendiente bastante atípico y desinteresado, que no tenía intención de interrumpir estilo de vida cosmopolita ni de dejar de frecuentar junto con sus hermanos y cortesanos los teatros, bailes y conciertos que los círculos de la alta sociedad londinense podían ofrecerle por las penalidades del frente.
Finalmente accedió, pero fue detenido nada más tratar de pasar la frontera francesa en abril de 1849. Al finales de ese mismo mes el propio Cabrera tuvo que pasarse a Francia ante la persecución del ejército gubernamental. La ausencia del generalísimo carlista, arrestado por los gendarmes, hizo cundir la desmoralización entre los partidarios de Montemolín, que se internaron en Francia poniendo fin a la guerra.
Tras el fracaso de la guerra de Cataluña, Cabrera marchó a Londres junto con el pretendiente. Allí frecuentó los salones de la aristocracia conservadora, que tenía curiosidad por conocer al famoso guerrero. En casa de la duquesa de Inverness fue presentado ante Marianne Catherine Richards, joven heredera de una de las mayores fortunas del país con la que acabó contrayendo matrimonio el 29 de mayo de 1850, previa reprimenda de Don Carlos por casarse con una protestante.
Cabrera vive esos años dedicado a la vida familiar y a viajar por Europa junto con su rica esposa, pero mantiene frecuente contacto epistolar con los círculos legitimistas europeos y visita frecuentemente a la familia real en Viena. Aunque colaboró activamente en la búsqueda de financiación y apoyos externos por parte de las monarquías absolutas nunca volvió a ponerse al frente de un ejército. Después de un dilatado periodo en el exilio su conocimiento de la política internacional le había hecho especialmente sensible a las profundas transformaciones sociales y políticas que experimentó Europa a partir de los procesos revolucionarios 1848. Esto le llevó a alejarse paulatinamente de la estrategia insurreccional hasta el punto de enfrentarse con la camarilla del nuevo pretendiente, el autoproclamado Carlos VII.
En 1869 Carlos VII viajó personalmente a Londres para proponerle una nueva insurrección ante el vacío de poder resultado del Sexenio Revolucionario pero Cabrera, la última vieja gloria del carlismo, rechazó de plano la propuesta. Tenía sesenta años y su nombramiento como Duque de Morella y caballero de la Orden del Toisón de Oro no hizo cambiar su parecer. Aunque fue nombrado jefe del partido carlista en 1869, renunciaría al cargo el año siguiente por desavenencias con el pretendiente, siendo aceptada su decisión por la asamblea de Vevey convocada al efecto.
Si bien antes que él hubo otros jefes y generales carlistas que se habían acogido al indulto o la amnistía reconociendo el Estado liberal en España ninguno lo hizo con la repercusión pública que tuvo el cambio de actitud del general Cabrera. La llegada de la Restauración y el ascenso al trono de Alfonso XII traían consigo la paz que el conde de Morella deseaba profundamente, así como el gran proyecto social y político del canovismo. Alfonso XII llegaría visitar personalmente a Cabrera en su finca de Wentworth, un encuentro en el que ambos hallaron numerosos puntos en común en torno a las bases que debía tener la monarquía restaurada.
Cánovas explotaría el desengaño de Cabrera para dividir a los carlistas mientras que este, sobrevalorando quizás la influencia que aún tenía sobre su partido, termina reconociendo a Alfonso XII en 1875 esperando a cambio la conservación de los grados del ejército carlista y el mantenimiento de los fueros.
Aunque Alfonso XII restablecería a Cabrera en su graduación y título nobiliario, tras unos meses en la frontera tratando de ganar adeptos para su acuerdo pacificador y consciente de que su sacrifico había sido en vano, se retiró a Inglaterra para no volver. Finalmente, el 24 de mayo de 1877 muere en Wentworth el Tigre del Maestrazgo, héroe de dos guerras carlistas que se negó a participar en una tercera y que hizo lo posible para ponerla fin.
Fuente: https://archivoshistoria.com/ramon-cabrera-el-tigre-del-maestrazgo/
El gran Ramón Cabrera, otro de esos personajes caídos en el ostracismo habiendo sido un grande. Espero que os guste.
Como curiosidad dejo el Oriamendi, el himno carlista (este es el franquista, no encuentro el original), resume muy bien el pensamiento de los primigenios carlistas: