Con mínimo esfuerzo y pérdidas, el Ejército Rojo se apoderó de 180.000 kilómetros cuadrados de Polonia, capturando a 227.000 soldados, entre los que había cerca de 30.000 militares profesionales. Jefes, oficiales y policías fueron políticamente filtrados: los comunistas y simpatizantes pasaron a colaborar con las autoridades soviéticas; el resto quedó repartido por diferentes campos de prisioneros donde sufrieron las habituales penalidades de tales centros: alimentación escasa, mucho frío, humillaciones, ninguna libertad y escasa correspondencia con sus familias, que pese a estar vigilada y censurada, se mantuvo hasta la primavera de 1940. A partir de entonces, nada.
Pese a la situación de Polonia, ocupada por alemanes y rusos –y a partir de junio de 1941, solo por los alemanes-, las familias no habían olvidado a sus prisioneros, pero poco podían hacer, aunque el Gobierno polaco en el exilio trató en vano de recabar información. Por ello, en abril de 1943, causó gran sorpresa la información de Radio Berlín sobre el hallazgo de grandes fosas comunes en la región de Smolensk. ¿No estarían en ellas los cadáveres de los soldados de los que nada sabían desde hacía tres años? Berlín acusaba a Stalin; Moscú achacaba el crimen a Hitler y así estaban las cosas cuando el Gobierno polaco en el exilio, que no se fiaba ni de uno ni del otro, solicitó la intervención de la Cruz Roja. La investigación mostró inequívocamente que las fosas databan del comienzo de la primavera de 1940, por tanto, eran 14 o 15 meses anteriores al ataque alemán a Rusia.
Moscú rechazó la investigación, incluso alegó que los oficiales polacos había huido a Manchuria. Washington y Londres, aunque aceptaran el informe de la Cruz Roja, se hicieron los locos porque, según Churchill, «no es el momento de acusaciones y peleas, sino de vencer a Hitler». Cuando la URSS recuperó la región falsificó una investigación que responsabilizaba a los nazis, pero los polacos no la creyeron y antes de quedar bajo un régimen comunista hicieron su propia investigación atribuyendo el crimen a agentes de NKVD. Finalmente, en 1992, el presidente Boris Yeltsin entregó al primer ministro polaco Lech Walesa un documento según el cual el Politburó recomendó ejecutar a 14.7000 «ex oficiales polacos, funcionarios, terratenientes, policías, espías, gendarmes y carceleros» culpables de «sabotaje y espionaje». Hubo, también, una disculpa: Yeltsin ofreció una corona de flores que decía: «Perdonad».
https://www.larazon.es/cultura/20200306/ddixdkyucvbybil3tu5s67p4ju.html