En occidente, la palabra nacionalidad normalmente es sinónima a ciudadanía. Si tienes pasaporte francés, eres de nacionalidad francesa, si tienes pasaporte español, eres de nacionalidad española. Como mucho, se distingue entre ciudadanos “nativos” que han nacido en el país y ciudadanos “nacionalizados” que han inmigrado desde fuera.
Antropológicamente, sin embargo, la palabra nacionalidad tiene otro significado: se refiere a un colectivo que comparte la misma lengua, tradición, sangre, o memoria histórica; básicamente, es sinónimo a grupo étnico. En este sentido, en países culturalmente homogéneos como Japón, Polonia, Alemania o Italia, la “nacionalidad” sí que suele coincidir con la “ciudadanía”, pero en un país multicultural, la situación puede ser mucho más complicada.
Un típico ejemplo es Rusia (y la antigua Unión Soviética). Siendo el país de mayor extensión del mundo, es lógico que dentro de sus fronteras existe una enorme diversidad étnica. A día de hoy, los antropólogos han identificado más de 100 “naciones”, cada una con su propia lengua, tradición, organización social, e historia particular, con el único denominador de haber sido sometido por el mismo imperio.
Después de la revolución de 1917, uno de los desafíos más importantes del régimen comunista era crear un estado donde todas las “nacionalidades” tenían derecho a su propia autonomía, utilizando el idioma ruso como lengua franca. Con este principio dividieron el territorio del antiguo imperio en 15 repúblicas soviéticas. Sin embargo, las fronteras de cada república no coincidían con la verdadera distribución étnica, e irónicamente, durante la época de Stalin hubo un intento de “rusificación forzosa”, que plantó las semillas de conflictos étnicos en las décadas posteriores.
Entre todas las nacionalidades de Rusia, la más importante es obviamente la etnia rusa.
Ser “ruso” en el sentido étnico no se refiere a tener pasaporte ruso o haber nacido en Rusia, sino tener la lengua y cultura rusa como identidad natal. No todas las personas de “etnia rusa” son ciudadanos de Rusia, y solo 80% de los ciudadanos de Rusia son de “etnia rusa”.
Entre las otras “nacionalidades” de Rusia, la minoría más grande son los tártaros. Su idioma materno es un variante de turco y tradicionalmente son musulmanes suníes (de hecho, 15% de la población de Rusia es de religión islámica). La mayoría viven en las orillas del río Volga cerca del límite oriental de Europa. La ciudad más grande es Kazan (donde estudió Lenin), que a día de hoy, es la urbe europea con el mayor número de mezquitas.
A pesar de su religión islámica, debido a siglos de convivencia con rusos, sus costumbres cotidianas son más bien europeas. Las mujeres no suelen llevar velo y la relación entre sexos opuestos es tan abierta como en cualquier país occidental. A día de hoy, la pacífica convivencia entre “rusos” y “tártaros” en Kazan sirve de perfecto ejemplo que ser musulmán es perfectamente compatible con vivir en una sociedad moderna.
Siberia es una zona con escasa población, la mayoría de etnia rusa, descendientes de colonos, desterrados y prisioneros desde el tiempo de los zares hasta la época soviética. Sin embargo, también hay importantes minorías de pueblos indígenas, uno de los más importantes son los yakutos, cuyo número supera medio millón.
La zona con mayor diversidad étnica, y también mayor número de conflictos étnicos, es sin duda el Cáucaso.
Históricamente, la región ha sido poblada por diversos pueblos con tradiciones arraigadas y un fuerte espíritu independiente, que habían resistido el imperialismo de los persas, turcos , y rusos. Aunque nominalmente ya pertenecía al imperio ruso desde el reinado de Caterina la Grande (finales de siglo XVIII), los rusos no ejercieron control total hasta bien entrada en la época soviética.
Las nacionalidades caucasianas hablan idiomas de diversas familias lingüísticas. Más o menos, la mitad son cristianos (georgianos, armenios, osetianos) y la mitad son musulmanes (azerís, chechenos). Físicamente, la mayoría tienen rasgos mediterráneos con pelo moreno y piel aceitunada, como los españoles, griegos y turcos.
Los grupos más numerosos son los georgianos, armenios y azerís, que ya tienen sus propias repúblicas independientes, pero en el lado ruso de la frontera viven otras nacionalidades menos conocidas, entre ellos los chechenos.
Asia Central, con su clima árido y temperaturas extremas, es dominado por paisajes de estepa, desierto y montañas. Actualmente, se reparte entre los estados de Kazajstán, Uzbekistán, Tayikistán, Kirguistán, Turkmenistán, y Afganistán.
Históricamente fue donde estuvo la famosa “ruta de la seda” que conectaba las civilizaciones china, persa, árabe y bizantina. A día de hoy es hogar de una docena de nacionalidades, algunas de tradición nómada (kazajos, kirguizos, turcomanos) otras de tradición agrícola y comerciante (uzbecos, tayikos). La mayoría hablan idiomas de la familia turca y practican el Islam, aunque el grado de religiosidad varia de pueblo a pueblo. Siendo una zona con una larga historia de mestizaje, los habitantes suelen tener una mezcla de rasgos europeos y asiáticos.
Tradicionalmente los kazajos y kirguizos eran percibidos como hombres primitivos de instintos salvajes que pasaban la vida montados a caballo, subsistiendo de la trashumancia y el bandidaje. También era conocida la costumbre de “raptar novias”, que a día de hoy se sigue practicando en las zonas rurales. Por otro lado, también tienen asociado una imagen romántica como gente generosa, hospitalaria, y amantes de libertad.
Los rusos empezaron a colonizar este terreno a partir del siglo XIX, aunque la migración masiva no ocurrió hasta la época soviética, con los traslados forzosos de población bajo Stalin (con el fin de introducir “civilización” a los “salvajes”). Antes del colapso de la URSS, la mayoría de los habitantes de las ciudades centroasiáticas eran de origen ruso. A día de hoy, los rusos siguen siendo la etnia dominante en el norte de Kazajstán, constituyendo 25% de la población total de este país.
En total, la política de nacionalidades implantadas por la URSS no había tomado en cuenta los siguientes factores:
Muchas regiones eran tradicionalmente “mixtas” donde convivían varias culturas, y por dibujar una frontera artificial con el fin de crear una “región autonómica” de solo una de ellas, generó un recelo entre las otras nacionalidades.
Durante los días más oscuros de Estalinismo, muchas etnias recibieron el castigo colectivo de deportación a otras repúblicas (normalmente muy lejanas), creando tensiones entre las nacionalidades desplazadas con las autóctonas.
Después del colapso de la URSS, cada una de las repúblicas independizadas intentó establecer su lengua indígena como el único idioma oficial, pero a esas alturas, su población ya incluía una gran minoría descendiente de “desplazados” que no hablaban esta lengua, porque durante la era soviética, bastaba con hablar ruso ya era suficiente.
Cada república adoptó una política distinta para gestionar su diversidad étnica. Hay casos como en Turkmenistán, Georgia y Azerbaiyán donde hubo un revanchismo contra la lengua rusa, y otros como en Kazajstán y Bielorrusia donde declararon el ruso como el segundo idioma oficial y la lengua franca para los negocios.
Debido al legado soviético, muchos ciudadanos de diversas nacionalidades han asimilado a la cultura rusa, hablando el idioma como lengua materna. Así que, en vez de hablar de la “etnia rusa”, los sociólogos actuales prefieren la terminología ruso-parlante para incluir a todos los que identifican con la cultura rusa, independiente de su lugar de nacimiento, la sangre en sus venas o el pasaporte que posee.
Referencia: http://elimperiodedes.wordpress.com/2013/02/14/rusia-las-mil-naciones-y-el-legado-sovietico/