Según cuenta la leyenda, Pigmalión era un escultor de Chipre que se enamoró perdidamente de una de sus obras, una estatua femenina a la que llamó Galatea. Tal era su amor que rogó a los dioses que la convirtieran en una mujer de carne y hueso, y Afrodita, compadeciéndose de él, le concedió su deseo.
El protagonista de este relato da nombre a un fenómeno que en psicología se conoce como efecto Pigmalión o profecía autocumplida: lo que los demás esperan de nosotros, lo que creen que somos o podemos llegar a ser nos lleva a cumplir esas expectativas.
Los psicólogos Robert Rosenthal y Leonore Jacobson demostraron en 1964 la existencia de este efecto con un experimento en una escuela de primaria. Hicieron un test de inteligencia a todos los alumnos, y todos sacaron notas similares. A continuación, escogieron a una serie de niños al azar e informaron a sus profesores de que habían sacado notas altísimas en el test (lo cual era mentira) y que por tanto tendrían un rendimiento académico mucho más elevado que el resto. Al acabar el curso, comprobaron que efectivamente los niños señalados habían sacado notas mucho más altas que sus compañeros. ¿Por qué? Porque los profesores, convencidos de su potencial, durante todo el curso les habían prestado una especial atención, dándoles más confianza y estimulándolos con mayores retos.
Así pues, las expectativas que los demás tienen sobre alguien determinan la manera en que le tratan, lo que influye en la concepción que esa persona tiene de sí misma y en su comportamiento.
Pero de la misma manera que el efecto Pigmalión tiene una cara positiva, también puede tener un lado menos amable: cuando las expectativas son negativas suponen un verdadero obstáculo para el desarrollo de la persona, que tiene que luchar para romper con esa imagen que se tiene de ella y demostrar su valía. Esto puede dar lugar a problemas de autoestima y bajo rendimiento, especialmente entre los niños y jóvenes que son los más vulnerables a este efecto.
Pues estas son las dos caras del efecto Pigmalión, ahora planteo dos cuestiones:
Creo que es algo que no se puede negar, no es que le pase a todo el mundo pero puede ser relativamente frecuente. Yo personalmente he experimentado más la parte mala que la buena xd. ¿Habéis “sufrido” vosotros este efecto?
Las expectativas que dan lugar al Pigmalión suelen basarse en juicios de valor, la cuestión es: ¿Tenemos derecho a juzgar a una persona y decidir por ella lo que es o lo puede llegar a ser? Yo creo que no.
Se abre el debate