La noche del 20 al 21 de agosto de 1968, 170.000 soldados y 4.600 tanques del Pacto de Varsovia –procedentes de la URSS, Bulgaria, Polonia, Alemania Oriental y Hungría- invadieron Checoslovaquia para poner fin a la llamada 'Primavera de Praga' (Prazské Jaro), un período de reformas económicas y políticas que había comenzado en enero de ese mismo año bajo el impulso del entonces líder del Partido Comunista checoslovaco, Alexander Dubcek, defensor de lo que se definió como “socialismo con rostro humano”.
La invasión de Checoslovaquia a través de la bautizada como Operación Danubio recordaba, de hecho, a la entrada de la URSS en Hungría en 1956 y fue el primer episodio de la Doctrina Brezhnev, con la que el entonces líder soviético sujetó con mano de hierro a todos los países de la órbita de Moscú para que se mantuvieran dentro de su visión ortodoxa del comunismo.
Ya no existen ni el país ocupante ni el ocupado
La dureza aplicada desde entonces por la URSS no impidió la desaparición del Pacto de Varsovia, primero, y de la propia Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, después, disueltas ambas estructuras en 1991 por la Perestroika impulsada por Mijail Gorbachov, heredera en muchos aspectos de las reformas diseñadas por Dubcek.
Tampoco existe ya el país invadido, dividido en 1993, de común acuerdo y pacíficamente, en dos países: la República Checa (o Chequia) y Eslovaquia, ambos miembros de la Unión Europea desde 2004.
La resistencia de la población de Checoslovaquia a esa ocupación de 1968 ha quedado como uno de los símbolos de la represión de la URSS ante cualquier tipo de cambio o apertura.
Sin embargo, pasados 50 años, determinados sectores rusos aún defienden la invasión soviética. Como ejemplo, el año pasado, la página web de la televisión Zvezda, propiedad del Ministerio de Defensa de Rusia, publicó un artículo titulado "Checoslovaquia debe agradecer 1968 a la URSS", donde se mantiene que la intervención en ese país centroeuropeo evitó un golpe de Estado planeado por Occidente que habría provocado un baño de sangre.
Personas rodeando tanques
El centro neurálgico de las protestas de los ciudadanos fue la capital, Praga, y especialmente, la céntrica Plaza de Wenceslao y la sede de Radio Praga, convertida esta última en símbolo de la libertad de expresión que, después de décadas de censura, había empezado a disfrutarse con los cambio de Dubcek y a la que los checoslovacos ya no querían renunciar.
Las imágenes de los tanques soviéticos rodeados de ciudadanos desarmados que pedían explicaciones a los soldados o que miraban con estupor cómo los carros de combate aplastaban autobuses y coches convertidos en barricadas dieron la vuelta al mundo, comparándose inevitablemente con las escenas que unos meses antes se habían vivido en el Mayo francés.
Esa resistencia pacífica no evitó que, sólo en la primera jornada de la invasión, murieran 50 personas, 15 de los cuales fueron abatidos delante de la sede de Radio Praga, donde se concentraron de forma espontánea cientos de personas para tratar de evitar la toma de ese medio de comunicación por parte de los ocupantes.
En total, entre el 21 de agosto y el 31 de diciembre de ese año murieron 137 personas como consecuencia de la ocupación soviética, según los datos del Instituto de Estudios de Regímenes Totalitarios creado por el Gobierno de República Checa.
El último soldado soviético salió de Checoslovaquia en 1991, dos años después de la llamada 'Revolución de Terciopelo', que llevó al país centroeuropeo a su apertura democrática. Y el último muerto ligado a la presencia de la URSS en suelo checoslovaco fue un jubilado de 72 años aplastado por uno de sus camiones el 16 de noviembre de 1990.
El cuerpo de un joven checo, asesinado por intentar cubrir con su bandera uno de los tanques soviéticos.
Las fotografías son de Josef Koudelka y fueron sacadas de Praga como contrabando y publicadas de manera anónima, atribuyéndoselas únicamente a "Fotógrafo de Praga".